Conferencia de Vicente Beltrán Anglada en Barcelona, el 29 de mayo de 1981
Vicente.—… y habita cuenta que el ser humano se está moviendo en tres dimensiones distintas, pero muy compenetradas, como son el plano físico, el mundo emocional y la mente, cabe decir que al hablar de ciencia de desapego a una humanidad inteligente de nuestros días, (lo que intentamos) es buscar el desapego hacia el mundo de la mente, o sea, de los pensamientos, hacia el mundo de las emociones, es decir, actuando sobre los deseos físicos, y también sobre las sensaciones del cuerpo. Bueno, ustedes dirán que esto ya lo sabemos, yo también lo sé, todos lo sabemos, pero no se trata de saber, se trata de aplicar, pues una cosa es el poder y otra es la responsabilidad de este poder. La
responsabilidad siempre nace por el discernimiento, fruto del discernimiento es la voluntad y el propósito espiritual de realizar, entonces, cuando hablamos del desapego nos referimos al ser humano inmerso en un mundo conflictivo como el nuestro, dentro del cual sin ningún género de dudas estamos adheridos, estamos apegados a acontecimientos, a personas, a ideas, y todas estas cuestiones de tipo nacional, internacional o local, que conturban nuestro ánimo y llenan complejos de nuestra vida. Bueno, esto es muy natural en un mundo en donde se rinde culto a las sensaciones ya la ilusión de los sentidos y al maya de todas las convicciones existentes, y desde el momento en que el individuo se da cuenta en cierta medida de que está apegado a algún hecho personal o acontecimiento, y se da cuenta al propio tiempo que este apego es negativo para su propia evolución psicológica. Empieza la lucha por este descubrimiento del ser inmortal que todos llevamos dentro y que tiene como objetivo supremo la liberación; es decir, que estamos tan limitados a hablar de libertad, una palabra hueca como la palabra Dios, ¿verdad?, porque qué sabemos de libertad, es una palabra, un tópico, y esotéricamente sabemos que los tópicos no nos sirven para nada, y que cuando hablamos de apego nos referimos a la liberación de todos los tópicos existentes, incluida la idea de Dios y la idea de libertad, porque el último apego que tiene el ser humano es el apego a la propia liberación oa la propia idea de Dios o la propia idea de libertad. Desde el momento en que la persona se siente libre deja de pensar en términos de libertad, deja de hablar de la libertad, deja de expresar la libertad como una simple utopía mental. Cuando sucede este raro hecho en la vida de la naturaleza –utilizo muy intencionadamente esta palabra, intencionalmente–, cuando el individuo está inmerso dentro de su propia libertad, que es la libertad del Universo, que es la libertad de la Naturaleza, automáticamente se crea dentro del ambiente social del mundo un centro de revolución. Revolución contra todo lo establecido, y no es que la persona se sienta revolucionaria, simplemente está expresando libertad en un mundo que no la posee, y (en el cual) se produce una reacción contra el hombre que posee esta libertad, y todas las épocas de la humanidad, desde los tiempos de la barbarie primitiva hasta nuestra era técnicamente civilizada, siempre ha habido una reacción del ser humano mediocre, de lo más corriente, contra el hombre superior, y me pregunto si podremos cambiar ese estado de cosas, porque el hombre que se siente libre no lo expresa con palabras, es un centro de radiación espiritual, un centro de radiación de la propia libertad que ha conquistado, y para este individuo no existen tópicos. La utopía ha desaparecido, la idea de Dios se ha convertido en la presencia íntima de Dios, en la conciencia de Dios, si podemos decirlo así, y también a este aspecto esencial en la vida de la humanidad, a la cual se refirió tantas veces Cristo, de que el hombre que se siente investigador esotérico –le damos místicamente el nombre de discípulo– se convierte en un granito de sal en la tierra, le da sabor a la existencia del mundo, de la misma manera que una pequeña porción de levadura hace crecer una gran masa de harina. Así parece ser que es el hombre liberado, el hombre que alcanzó la libertad, y que por haber conquistado esas atribuciones del Ser Supremo está testimoniando la vida de la naturaleza y se convierte, por así decirlo, en el brazo derecho de la humanidad.Bien,
ustedes dirán que eso también son palabras, lo que se trata aquí juntos,
pensando y sintiendo en términos de libertad, y no simplemente hablando en
términos de libertad, de ver si podemos acercarnos más estrechamente a esta
libertad suprema que constituye la esencia pura de nuestro ser. Seamos
conscientes de que paralelamente a la vida social del hombre, a la vida de la
actividad cotidiana con sus problemas y dificultades, lo que podemos llamar
razones kármicas, existe también otra vida que desconocemos, una vida…, no me
atrevo a llamarla espiritual porque es una palabra…, pero existe una porción de
vida trascendente que corre a la par de la conducta social, y que aparentemente
hemos desligado del devenir de nuestra vida, lo mismo que hace el aspirante
cuando separa una porción de su vida para dedicarla a la meditación, no voy en
contra de la meditación, estén ustedes atentos a lo que voy a referirme, la
persona medita a horas fijas, ha establecido un horario, un ritmo, y se sujeta
a aquel ritmo, lo cual definitivamente puede ser una falta de libertad, porque
se ha condicionado a un ritmo, en tanto que para mí la meditación es algo
consustancial con la propia vida, la flor está meditando, ¿verdad?, el árbol
está meditando, está viviendo, la nube que pasa también está meditando, el
Universo entero está meditando, el único que no medita es el hombre, (porque)
está entregándose a las prácticas de la meditación como si la meditación fuera
algo aparte de su propia existencia; ahora bien, qué ocurrirá el día en que el
hombre medita las veinte y cuatro horas del día, entonces el día se hace la
noche, por así decirlo, (se trata de una vida) que no tenga lugar a fracciones
de su propia vivencia, que no establezca diferencia en su vida social y en su
vida espiritual, y que todo sea, o una vida plenamente social, o una vida
realmente espiritual, pues es la misma cosa. ¿Por qué separamos la vida?, ¿no
será porque nos falta libertad? Libertad de acción, libertad de elección,
libertad en todos los sentidos, las complejidades de nuestra propia vida nos
está obligando a meditar, pero a veces la meditación se convierte astutamente
en la añagaza del yo para separarse de sus propios problemas sociales; de la
misma manera el hombre social entregado a la lucha social se olvida de la vida
espiritual. Entonces, cuando yo hablo de libertad me refiero a este punto de
equilibrio que existe inexorablemente entre la vida social y la vida llamada
espiritual. ¿Acaso no son la misma cosa? ¿Podemos separar algún fragmento del
propio Dios? Si Dios es la totalidad evidentemente no podemos separar ni uno
sólo de sus infinitos fragmentos, y nosotros somos fragmentos de esta
Divinidad; de la misma manera, y aplicando el sentido íntimo de la analogía, no
podemos separar una porción de nuestra vida para hacer algo aparte de lo que es
la vida total del día o de la noche, o la total existencia con sus problemas y
dificultades y ese momento en que decimos “vamos a buscar la iluminación, vamos
a buscar la protección, vamos a buscar a través de la meditación, de la
plegaria, o de la oración, un punto de contacto con el Ser supremo”, lo cual
parece negar la gran verdad esotérica de que si Dios está en todas las cosas y
en todos los hechos, y en todos los acontecimientos, al separar arbitrariamente
una fracción de la otra, estamos dividiendo al propio Dios dentro de nuestro
propio interior ¿Se dan cuenta? La cosa es muy sencilla. Me pregunto si hemos
llegado a este punto rotundo de síntesis dentro del corazón. Dentro del alma
existe una libertad de acción que está más allá de toda disciplina impuesta por
el yo, y no digo que la disciplina no sea algo natural en la vida de la
naturaleza, pues, ¿acaso un ritmo dentro de la vida de la Naturaleza no es un
ejercicio o una disciplina que se ha impuesto el propio Dios? ¿Acaso no son
disciplinas las estaciones del año, o los meses del año, o los días de la
semana, o las horas del día, o las revoluciones de la Tierra alrededor de su
eje, o su vuelta alrededor del Sol? ¿Acaso no es una disciplina? Pero es una
disciplina sin autoimposición, es una disciplina natural impuesta por el libre
ejercicio de la propia voluntad, pues Dios evidentemente en su Universo no
prestará más atención a un día que a un año, oa una fracción de su pequeña
vida, o de gran vida, con la gran vida que constituye la totalidad del
Universo. Es el caso de Krishna y Arjuna, Krishna es la totalidad y Arjuna es
el fragmento, y todos cuantos hayamos estudiado el Bhagavad Gita sabremos estas
cosas. Pero, ¿qué hemos hecho?, hemos cogido a Krishna, lo hemos metido dentro
de la pequeña vida de Arjuna y lo hemos allí limitado, lo hemos condicionado, y
hemos dicho “ya poseo a Dios, ya poseeo la libertad”, (pero) únicamente se está
poseyendo su propio fragmento de la libertad de Dios.
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