No heredamos enfermedades.
Heredamos hábitos.
Y microbiota.
Y ambientes.
Y emociones no resueltas.
“Mi abuela fue diabética, mi mamá
también… así que a mí me toca.”
Pero la verdad es que los genes no
son destino. Hoy sabemos que son nuestros hábitos los que activan o silencian
esos genes.
Los genes pueden predisponer, pero
tus decisiones diarias deciden.
Lo que realmente se transmite de
generación en generación no es solo el ADN, sino el entorno biológico,
emocional y alimentario donde ese ADN se expresa.
¿Sabías que un bebé hereda parte de
su microbiota al pasar por el canal vaginal de su madre?
Y que si esa madre tiene una
microbiota desequilibrada por mala alimentación, estrés o antibióticos... le
estará transmitiendo una base inflamatoria y disbiótica a su hijo desde el
primer aliento de vida.
Un artículo publicado en Nature
mostró cómo la disbiosis intestinal materna durante el embarazo puede aumentar
el riesgo de enfermedades metabólicas y autoinmunes en los hijos, a través de
mecanismos inflamatorios mediados por la microbiota (Nature).
Y esto no termina al nacer.
Si el niño crece comiendo lo mismo
que enfermó a sus padres…
ultra procesados, lácteos, carnes
inflamatorias, sin fibra, sin vida…
entonces claro que va a repetir las
enfermedades.
Las enfermedades se “heredan” porque
los patrones se repiten.
Pero aquí está la clave: tú puedes
romper ese ciclo.
No necesitas “buenos genes”.
Necesitas hábitos conscientes,
alimentación viva, movimiento, gestión emocional y conexión con tu propósito.
Cuando tú sanas, no solo cambias tu
salud.
Cambias tu linaje.
Cambias el futuro de tus hijos.
No eres víctima de tu genética.
Eres el jardinero de tu epigenética.
Cada elección es una señal.
Cada señal es una instrucción para
tus células
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