Antes del estreno de este ya consolidado éxito, el director, James
Cameron, gozaba de gran popularidad a través del fuerte impacto que entre
los cinéfilos tuvo su anterior obra maestra: Titanic. El gran
público recuerda la versión de Cameron del archiconocido desastre náutico como
una película eminentemente romántica, pero, en realidad, Avatar y Titanic
tienen intensos puntos en común en relación al modo que tiene su creador de filosofar
sobre los problemas sociales y culturales más agudos de nuestro tiempo. Ambas
películas, por ejemplo, son abiertamente milenaristas, aunque este
punto sea mucho más explícito en aquella de la que va a ocuparse este artículo.
La prodigiosa recreación del naufragio se estrenó tres años antes de la gran
frontera arquetípica del año 2000, en un momento en que la Humanidad tenía tan
aguzada la aprehensión hacia el incierto futuro como ahora, que estamos
enfilando la autopista temporal hacia el nuevo símbolo inquietante que
representa el año 2012, siendo ese exactamente el mismo lapso de tiempo que
separa el estreno de Avatar de esta nueva referencia milenarista. El 14 de
abril de 1912, el día de la catástrofe, un mito s
e encarnó y afectó tan
severamente a la historia tangible de nuestro tiempo como a la sensibilidad
filosófica de nuestra alma colectiva. Durante casi un siglo el enorme pecio,
buque insignia que fue y es de nuestra desmedida ambición tecnológica, inquiere
a nuestra raza con la turbadora pregunta Quo Vadis? Obviamente,
este es el quid por el que Cameron eligió este tema para su
obra de 1997, y es el hilo que no suelta en su creación para el 2009 (los
grandes temas tienen la cualidad de no pasar de moda, desde luego, fácilmente).
De hecho, José Antonio, el autor de este sagaz artículo, se explayará más abajo
hablando de las relaciones entre el argumento de Avatar y el mito prometeico, y
Titanic es el adjetivo que deriva del sustantivo titán, siendo los titanes la
raza de seres mitológicos a la que pertenece Prometeo. Es que es el conflicto
prometeico el ominoso laberinto en que nuestro mundo, más que ninguna cultura
anterior, se halla atrapado. Por un lado, la creación y la individuatoria
búsqueda del fuego de la sabiduría, de la Iluminación, siguen conformando lo
más profundo, lo más real y lo más sagrado de nuestro ser humano, esa nuestra
legítima aspiración divina, y, por otro, ocurre que investigar y crear todo lo
que se pueda no es sinónimo de investigar y crear todo lo que se deba. Aún respetamos
el tabú del incesto, pero hace rato que hemos violado otro, para los griegos
una afrenta aún más grave: el arrogarnos el papel de dioses y actuar como si la
más alta, la única, inteligencia creadora que existiera en el Cosmos fuera la
nuestra, usurpándoles ese fuego a ellos. Estos onerosos dilemas propios de una
Humanidad al borde del abismo de un cambio radical de era nos parece que bien a
la vista están, y así desde luego es para este guionista, director y productor
según nos muestra en sus dos últimas ciclópeas creaciones. Mas no sólo en
ellas: estas preocupaciones ya quedaron abiertamente expuestas en su guión de
1995, Días extraños, un excelente thriller futurista,
cuya trama se condensa precisamente alrededor de unos caóticos y frenéticos
días finales de 1999. Una película ya olvidada, que pasó injustamente para la
crítica y el público sin pena ni gloria. En realidad, el grueso de la
filmografía de Cameron toca de un modo más o menos explícito estas cuestiones o
se extiende por motivos mitológicos adyacentes. Queda entonces claro para
cualquier analista de talante junguiano de qué valor es la sensibilidad de este
artista hacia los contenidos de nuestro inconsciente colectivo e incluso de qué
constelación arquetípica de rabiosa actualidad es portavoz y vocero. No nos
puede extrañar, por tanto, que sepa perfilar a veces tan bien la función y el
carácter de ciertos personajes arquetípicos en sus historias, como es el ánima
en forma de Neytiri, que transforma al soldado Jake Sully, en Avatar, o el animus
encarnado en el pintor Jack Dawson, en Titanic, una magnífica recreación al
mismo tiempo del Puer aeternus que se enfrenta a la máscara que
rige el decadente carácter del espíritu de nuestra época, y que logra arrancar
para siempre del rostro de la bella Rose DeWitt, la mujer que atraviesa la
tragedia del naufragio como si del héroe Ulises se tratara, enfrentada a su
propia Nekya(el descenso a las infiernos, al mundo de los muertos).
Supongo que por esta especial sensibilidad hacia la realidad mítica aceptó
aparecer como actor en una mediocre comedia de Albert Brooks titulada
precisamente La musa, de 1999 (musa y anima son
esencialmente la misma cosa).
Como expresará después José Antonio, la repercusión masiva de un evento
artístico de cariz fantástico es a menudo el aval que nos garantiza que se
están tratando en él asuntos de alta relevancia para el inconsciente colectivo,
aunque la conciencia no entienda bien qué tiene que ver su mundo sensible con
esa hermética mitología que está siendo representada. En el caso de Avatar, sin
embargo, una parte sustancial del contenido alude a una problemática
inmediatamente reconocible en nuestras vidas cotidianas: la destrucción del
equilibrio ecológico. El mensaje es, a ese nivel, transparente. Aunque, como en
toda película de ciencia ficción, la trama se contextualice en el futuro
remoto, el espectador siente que todo eso está ocurriendo, en efecto, ahora
mismo. Más difícil de captar por la conciencia, pero de mayor relevancia aún
para el inconsciente, es la unión indiferenciable que hace el argumento de este
problema tan tangible con el más abstracto relativo a la falta de valores
espirituales de nuestra cultura. La amalgama de ambas cuestiones, que, de
hecho, no debieran entenderse nunca distintas, crea un contenido que resuena
muy profundo, en el centro del ser del hombre contemporáneo. Es por esto por lo
que pocos días atrás saltaba a los periódicos internacionales la noticia: miles
de espectadores se han sumido en la depresión después de asistir a la
proyección. Algunos, no pocos, con fuertes pensamientos suicidas. Este malestar
es exactamente el malestar en la cultura: el alma ve prístinamente
reflejada la enfermedad de su angustia, atrapada en una cultura bárbara y
despiadada en relación a los auténticos valores que alimentan la flor de oro
del ser humano natural, el cual no quisiera sentirse nunca huérfano de bosques
y de dioses. Se ve como a nuestro slogan "sociedad del bienestar" se
le cae la careta nada más se mire de reojo a un espejo, a estas alturas. Al
hombre interior ya no lo engaña tan fácilmente el dulce opio del fascinante
circo tecnológico que hemos ido construyendo. Aunque, eso sí, una gran paradoja
envenena este panfleto transcientifista desde el principio: la
gente recibe el mensaje a través de un sofisticado mecanismo óptico 3D (puesto
en marcha por las corporaciones industriales del cine fundamentalmente para
frenar la piratería). Sí, estamos muy atrapados aún en nuestro círculo vicioso
y en la profunda escisión de nuestro ser. Por eso la película a la hora de
resolver no se anda con chiquitas y propone un tratamiento drástico, que hasta
implica sacrificarse como producto tecnológico a sí misma: radicales muerte y
renacimiento, atravesando una transformación tan contundente de nuestra
naturaleza que deja atrás incluso la forma humana. Borrón y cuenta nueva.
Regreso de sopetón al paraíso Paleolítico. De hecho, no quiere dar más
oportunidades ni a nuestra especie ni a la civilización que hemos armado desde
entonces. Sólo propone esperanza en ese extremo salto cuántico evolutivo,
paradójico (hacia atrás y hacia adelante, a la vez), que cuanto más
literalmente se perciba, más profundamente deprimente es, por impracticable, y
he aquí por qué la película está produciendo esa desesperación en masa. Se
expone una problemática perfectamente tangible para conciencia e inconsciente,
con la cual es imposible no identificarse, y se propone una solución que para
la conciencia moderna es un imposible. Es una situación anímica horrible. En un
estado mental así, el inconsciente incita con vehemencia hacia el arquetipo de
la muerte y el renacimiento, en el sentido de la espiritualización gnóstica, de
la individuación, en conexión con el mismo mitologema ya usado en el guión. Lo
que propuso siempre a todos aquellos que alcanzaron la percepción
gnóstico-platónica de que el mundo tangible es una cueva de mentiras, que a día
de hoy incluso está a rebosar de basuras. Pero esas conciencias vuelven a
percibirlo todo literalmente, y sienten ese impulso a quitarse de hecho la vida.
Entonces, lo que falta en todo esto es comprender las claves de la realidad
arquetípica. Entender que Pandora no es un irreal planeta remoto, sino Gaia, que es
algo tan sólido y tan cercano como las rocas que contiene, aunque pensemos aún
que es un mero concepto, y que los Na´vi son en realidad los elfos, duendes y
hadas que siguen viviendo, como antaño, en lo recóndito de los bosques y en los
arroyos límpidos y secretos del alma (son los mismos lugares), donde aún no
alcanzan ni las excavadoras ni los estúpidos pensamientos modernos acerca del
ser y la vida. Son los arquetipos. Con los que por supuesto no sólo podemos,
sino debemos relacionarnos, aquí y ahora. Sólo a través de las
transformaciones que conllevan las tormentosas relaciones de amor entre los arquetipos
y la conciencia tenemos la opción de recuperar el equilibrio ecológico, con el
medio ambiente y con nosotros mismos. Desde luego todo esto implica cambios
lacerantes, renuncias dolorosas, todo lo cual expone Cameron en la gran
pantalla sin ambages, pero es algo que ya no podemos postergar mucho más. El
ingente número de personas conmocionadas por esta historia que saben que
desgraciadamente los hombres nunca serán ni ángeles ni elfos, deberían apostar
con esperanza, sin embargo, por el Hombre Nuevo. Lo cual es una
mutación posible al menos en algunos individuos de nuestra especie.
Siempre me resultó muy sugerente aquel título de Cameron: los nuestros
son, ciertamente, días extraños. Tiempo enrarecido, artificioso,
tóxico. Unos días antes de conocer siquiera la existencia de esta película,
acabé por casualidad tomando unos vinos en una tasca de pueblo con unos
entrañables amigos sevillanos. Uno de ellos es arqueólogo aficionado, y me
contaba de los progresos de su equipo en la investigación de un asentamiento
prehistórico en los alrededores. En un momento de la conversación, hubo un
silencio, "pasó un ángel", como se dice, y entonces yo le espeté algo
que me vino a la mente en ese instante: "Tenemos imperiosamente que volver
al Neolítico, ¿verdad, Antonio?" Y él, removiendo lentamente el azúcar de
su café, sin levantar la cabeza, respondió: "Hombre, por supuesto..."
Introducción
Como conocedor de la obra del psiquiatra suizo Carl Gustav Jung, soy muy
consciente de que cuando una película convoca a tantos espectadores, a grupos
tan inmensos, significa que algo en las profundidades de lo inconsciente está
siendo representado o manifestado, de alguna manera, en esa película. Un
arquetipo está activo[1] y presto para manifestarse en la consciencia
colectiva. Antecedentes recientes los constituyen películas como El
Señor de los Anillos, basada en la epopeya de J. R. R. Tolkien o, las tres
partes de Matrix, por ejemplo.
Al igual que sucede con las películas mencionadas, así como con "La
Guerra de las Galaxias" u otras semejantes, un análisis jungiano, más o
menos completo, del simbolismo que encierra AVATAR demandaría, cuanto menos, un
voluminoso libro. Por lo tanto, la hermenéutica que a continuación se
desarrolla, sobre algunos de los símbolos más conspicuos de la película AVATAR,
debe entenderse como un mero esbozo.
Algunos apuntes sobre el significado del término AVATAR
La película transcurre en el futuro, concretamente en el año 2154. El
protagonista de la película, Jake Sully, es un ex-marine confinado en una silla
de ruedas que, a pesar de su parapléjico cuerpo, todavía es un guerrero de
corazón. Jake ha sido reclutado para viajar a un nuevo mundo llamado Pandora,
donde las corporaciones están extrayendo un mineral extraño que es la clave
para resolver los problemas de la crisis energética de la Tierra. Al ser tóxica
la atmósfera de Pandora, las corporaciones han creado el programa Avatar, en el
cual los humanos "conductores" tienen sus conciencias unidas a un
avatar, un cuerpo biológico controlado de forma remota que puede sobrevivir en
el aire letal. Estos cuerpos están creados genéticamente de ADN humano,
mezclado con ADN de los nativos de Pandora, los Na'vi. Ya en su forma avatar,
Jake puede caminar otra vez. Ha recibido la misión de infiltrarse entre los
Na'vi, los cuales se han convertido en el mayor obstáculo para la extracción
del preciado mineral. Pero una bella Na'vi, Neytiri, en lenguaje jungiano su
anima, salva la vida de Jake, y todo cambia. Jake es admitido en su clan y
aprende a ser uno de ellos, lo cual le hace someterse a muchas pruebas y
aventuras. Mientras, los humanos siguen con su plan, confiando en que la
información de Jack les sea útil para desalojar a los nativos, utilizando los
medios que sean necesarios.
Comencemos por el sugerente título de la película: AVATAR. En los libros
hindúes denominados Puruna, posteriores a los Veda, se
hace, por primera vez, mención a las encarnaciones de ciertas divinidades,
especialmente de las del dios Visnú, una de las tres formas
sustanciales de la divinidad. Este dios encarna el principio conservador o
preservador del universo, lo que resulta muy apropiado, por cierto, puesto que
se trata de un aspecto Salvador, como también lo es Cristo. Visnú es
uno de los pocos dioses hindúes que tiene la capacidad de reencarnarse y bajar
al mundo de los hombres, para liberarles de algún gran mal, o sea, cuando la
tierra y el hombre le necesitan. Esto ha ocurrido diez veces y la forma que el
dios ha adoptado en cada una de ellas recibe el nombre de "avatara"
(avatar) o terrenalización, esto es, en lenguaje cristiano, de divinidad
mesiánica encarnada. Tenga el lector en cuenta que, en la cosmogonía hindú, el
tiempo es cíclico (en contraposición a la linealidad temporal dominante en el
Occidente moderno), donde se producen fases de creación, diferenciación y
destrucción (alboradas, zénits y ocasos). El héroe de la película, que es un
ser híbrido, cuyo ADN es, en parte, Na´vi (indígena), en parte, humano, recibe
el nombre de avatar. Sucede, pues, que el humano y el avatar están conectados a
un nivel cerebral, de modo que la parte humana guía al cuerpo avatar. Son como
dos manifestaciones de una misma consciencia, la avatar y la humana. Esto se
asemeja mucho al sexto avatar de Visnú, Parasurama, el héroe encargado de devolver
a la casta de los brahmanes su papel preeminente en la sociedad india.
El símbolo de los hermanos gemelos
Regresemos al principio de la película. Jake es el hermano gemelo de un
brillante científico que, por una fatalidad del destino, es víctima de un
atraco y muere a manos de su atracador. Por lo tanto, ya aquí nos encontramos
con un motivo arquetípico muy interesante: los hermanos gemelos [2]. El gemelo
luminoso, Thomy, es el brillante científico; el oscuro, Jake, un ex-marine
tullido confinado en una silla de ruedas. Los gemelos representan, desde un
punto de vista simbólico, la dualidad que se aplica al curso del sol durante el
día. Son, en general, los libertadores y guías de la humanidad, renovando las
cosas caducas e imperfectas. Prestemos atención al giro inesperado del destino
que le lleva a Jake a embarcarse en una nueva aventura heroica: la muerte de su
hermano. Esto, en una época como la nuestra, viene a representar una
"enantiodromía", un giro hacia lo contrario. O sea, es necesario que
muera el hermano luminoso, el científico inflado por sus conocimientos, para
que el hermano oscuro, el luchador pueda llevar a cabo su tarea renovadora. De
hecho, es precisamente la sombra, el hermano oscuro, en el sistema psíquico,
quien está en contacto con las imágenes arquetípicas de lo inconsciente
colectivo, al menos inicialmente. Lo que representa este juego de opuestos es
lo siguiente: la muerte del hermano luminoso de Jake es un rito de paso que
significa un sacrificio, un ocaso, quedando el héroe a expensas de un oscuro
camino en pos de la noche caótica de lo desconocido del Mundo y de la Psique
misma. La sombra del científico muerto resulta ser, paradójicamente, el mismo
Jake. Y, sin embargo, vemos como, el Avatar de Jake es, a su vez, una manifestación
de su sombra, quien está más cerca de las praderas y selvas primigenias, del
fantástico mundo de lo Inconsciente y de la sabiduría tribal chamánica, tan
lejanas al progreso civilizador de Occidente. Justamente, su Avatar sombra
(recordemos que este Avatar es, en realidad, un engendro biotecnológico de su
hermano fallecido), lo acompaña, en ese descenso y la visión, a los pocos días,
del panorama del mundo de Pandora lo pone en contacto con todo
aquello que le esperaba en sus adentros, cerca de las raíces de su propia
conciencia, en los remotos lugares donde sabemos que habitan las funciones
inferiores (en occidente, el sentimiento y la intuición),
que son un estrecho puente a través del cual el héroe transita hacia ese otro
mundo que es lo Inconsciente Colectivo.
El ánfora de Pandora, Prometeo y el Robo del fuego divino
De las pocas obras de Esquilo que hoy se conservan, encontramos una
Trilogía muy significativa, la obra escrita sobre los misterios del dios
Prometeo, de la que la historia se ha encargado de ocultar dos de estas
enseñanzas iniciáticas, que fueron desveladas sin permiso y que se practicaban
en estas escuelas mistéricas: Prometeo liberado y Prometeo portador del fuego.
De ambas obras, únicamente ha quedado una, con un título muy significativo,
"Prometeo Encadenado". Prometeo fue el Titán que sacrificó su
estado divino para poder acercar el fuego al Hombre, símbolo de la Sabiduría y
el conocimiento en todas las Tradiciones iniciáticas.
Vemos, pues, que la película AVATAR entronca, precisamente, con este
mito prometeico, al denominar al nuevo mundo con el sugerente nombre de
Pandora. Etimológicamente, se ha conferido a la palabra Pandora diferentes
significados: Para Paul Mazon y Willem Jacob Verdenius, Pandora significa
"el regalo de todos", mientras que para Robert Graves, significaría
"la que da todo". Para este último autor, Pandora se relaciona con la
Eva bíblica, la primera mujer que, en una sociedad patriarcal como la griega
(y, posteriormente, la judeo-cristiana) es el origen de todos los males de la
humanidad. Puesto que Pandora es creada bajo el mandato de Zeus, colmada de
virtudes por los respectivos dioses olímpicos, y cuya curiosidad la llevó a
abrir el ánfora de su marido Epimeteo, liberando así todas las desgracias
humanas. Volvemos a encontrarnos aquí con dos hermanos gemelos: Prometeo,
el que vé el futuro, el pre-visor o presciente y, Epimeteo, el que
reflexiona más tarde. En lenguaje analítico, Epimeteo representaría la
extraversión y Prometeo, la Introversión. De modo que, en la película, quien
muere es Epimeteo, el extravertido, y es Prometeo, el Introvertido, el héroe
que se relaciona con el Mundo Interior, con lo Inconsciente Colectivo, es
decir, el que accede al nuevo mundo de Pandora.
Quedémonos con dos aspectos importantes:
1. Pandora es el origen del mal para la humanidad.
2. Su nombre, en cambio, alude a una mujer que lo da todo, o que es un
regalo de todos.
Estos dos temas aparecen muy bien ilustrados en la película AVATAR,
tanto por lo paradisíaco del lugar, muy parecido al Edén, cuanto por los
peligros que entraña el mundo de Pandora para los seres humanos (su atmósfera
no es apta para los humanos). Pero, como vemos en el mito de Prometeo, éste
Titán roba el fuego a los dioses para entregárselo a los hombres. Es decir, trae
el don de la consciencia, de la luz diferenciadora, a la humanidad y, por ello,
sufre un destino fatal. Liz Greene, en su libro Urano en la carta
natal: El arte de robar el fuego, dice de Prometeo que "roba a los
dioses el potencial de la consciencia". El fuego del que se apropia es
solar, es la chispa divina de la inmortalidad, de la consciencia del Self (Atman,
Sí-Mismo), que existe dentro de cada ser humano. Es también el fuego de la
imaginación y de la visión, a través del cual la divinidad solar y la
creatividad individual se hacen conocer.
Este mito está íntimamente relacionado con el símbolo de Acuario que,
desde un punto de vista astrológico, rige el nuevo aion, era o
ciclo. Resulta importante reseñar que Acuario representa la unión de los
contrarios y, por lo tanto, el conocimiento (gnosis) de la Unidad
trascendente e inmanente. Y, por consiguiente, este símbolo se relaciona con el
conocimiento esotérico o iniciático: ¿Quién soy? Sólo unos pocos han encontrado
las respuestas, pues "muchos son los llamados y pocos los elegidos".
De modo que, el héroe de la película AVATAR, es un héroe típicamente acuariano
o prometeico. A estos héroes, a estos iniciados, se los ha llamado, Magos,
Maestros, Hierofantes, Sabios, Filósofos, aludiendo a que, todos ellos,
profundizaron en un conocimiento místico de la Verdad, y no dudaron en
dedicarse al estudio profundo de la Vida. La Ciencia es, desde luego, una
manifestación muy prometeica, muy acuariana. Pero la Ciencia en mayúsculas,
aquella que indaga y profundiza en el conocimiento de los principios
universales que rigen en el macrocosmos y que se manifiestan en el microcosmos.
Lo que Prometeo les da a los hombres, algo implícito en el símbolo de
Acuario, es el medio para dominar la naturaleza, a través del poder del
conocimiento de las leyes universales. Esto se asocia a una liberación de los
instintos y de la naturaleza, de modo que los hombres puedan dominar el medio
en el que viven (la Tierra). A este proceso se le conoce como civilización. Por
lo que el fuego que roba Prometeo a los dioses permite al hombre que realice su
proceso civilizador que es, en último término, diferenciador.
Y, tal como se representa en la película, el nuevo mundo, Pandora, es,
ciertamente, el ámbito de la Diosa, Gea, Gaia. Y, la mujer que guía a nuestro
héroe es una aspirante a Sacerdotisa de Pandora. Por lo tanto, en AVATAR, el
mundo de Pandora tiene esa doble significación mítica: por un lado, para la
consciencia prometeica, tecnológica y científica, la Diosa es una amenaza y un
obstáculo al progreso. Pero, al tiempo, Pandora constituye el remedio que cura
a la humanidad de su enfermedad, que es ese orgullo que provoca el alejamiento
de lo instintivo. Y este es, en verdad, la consecuencia del robo del fuego.
Cada vez que obtenemos un mayor caudal de sabiduría, un aumento del nivel de
consciencia, lo instintivo, la naturaleza (dentro y fuera) reclama un tributo:
el aislamiento, la soledad y el conflicto entre tendencias contrapuestas son
las consecuencias de semejante apropiación.
Innovadoras relaciones de pareja
El problema de las relaciones de pareja, ciertamente, se está
convirtiendo en un campo de batalla. Quizás el más significativo de los
actuales conflictos y, se podría decir, que el más arquetípico de todos. Con
esto quiero decir, basándome en mi experiencia, que el quid de la cuestión, es
decir, lo que, a mi juicio, se encierra tras la maraña de una guerra abierta en
buena parte de las relaciones de pareja (la Caída de las Torres Gemelas, fue,
para mí, un signo externo y un símbolo, a su vez, de la Caída de las
estructuras obsoletas sobre las que descansan la mayor parte de las relaciones
de pareja) es que el modelo relacional demanda una transformación radical. Esa
transformación consistirá, tal y como parece atisbarse en ciertas relaciones
maduras, que he podido conocer (siendo, esos miembros participantes de las
nuevas relaciones, unos pioneros, desde luego); como digo, esa transformación
consistirá en una maduración interior de ambos miembros de la pareja; una
maduración sustentada en una evolución de sus consciencias a ciertos niveles,
en los que se incluya, no sólo la consciencia de los factores personales
inherentes a toda relación, esto es, los cotidianos, los del día a día, sino
también, y esto es básico, la consciencia de los dominios trans-personales que
están involucrados en dicha relación. Esta toma de consciencia, que va desde
los factores personales, pasando por los interpersonales, a los
trans-personales, permite superar y/o trascender el modelo patriarcal que hoy
predomina en la sociedad moderna (aunque en un estado decrépito y marchito)
para abrazar un modelo integral e integrador.
Desde luego, esto supone un reto sobresaliente, pues exige de la pareja
que ambos sean individuos completos, independientes y autónomos, de modo y
manera que la relación no se base en la dependencia mutua, o del uno por el
otro; es decir, que ninguno de los dos sea una muleta para el otro... una
muleta que, con el tiempo, se convierte en una carga insoportable de llevar.
Esa independencia, esa libertad de elección (se está con el otro porque uno así
lo ha querido, o elegido, y no porque dependa de él/ella) conlleva, a la
postre, un compromiso verdadero en la relación de pareja y ese compromiso, en
el fondo, es, ante todo, y sobre todo, para con Uno Mismo, y para con el Otro.
Y, así entendida, la relación de pareja del futuro entraña una superación mutua
y una entrega mutua en pro de un proceso individuatorio (o sea, de una
autorrealización) de ambos participantes. En cierto sentido, podemos
ver un atisbo de este tipo de relación en la película Avatar, cuando el Amor
nace entre el protagonista, Jake Sully, y la aspirante a Sacerdotisa de
Pandora, Neytiri, una personificación de su anima.
Las letras de multitud de canciones de cantantes modernos/as, en los que
se incide en la importancia del otro, como, por ejemplo, la conocida canción de
Amaral, titulada "sin tí no soy nada", en el fondo, están
reflejando un motivo legítimo y una tendencia arquetípica que yace en lo más
profundo de todo ser humano. La tendencia arquetípica que busca la realización
personal más completa y que, en psicología analítica, denominamos proceso de
individuación. Ahora bien, lo que demuestran esas letras es la inconsciencia
desde la que cual se expresa. Esto es, la ignorancia de la pauta arquetípica
que bulle en el caldero de lo inconsciente. Y esto supone que lo que debería
ser en acto, sólo lo es en potencia.
Pero, ¿en qué consiste esa tendencia arquetípica a la que aludía escasas
líneas más arriba? De un modo muy resumido, y utilizando el lenguaje de la
psicología analítica, consistiría en la conexión con, y en la colaboración
consciente en el despliegue efectivo del, Ser interior que habita en todo ser
humano. En ese proceso, en el que el individuo va, progresivamente, desplegando
sus potenciales, y, por consiguiente, profundizando en su autoconocimiento, lo
masculino en la mujer, su animus, y lo femenino en el hombre,
su anima, son los intermediarios en ese camino que conduce a la
realización de su Ser interior. Ese camino de autorrealización es, ciertamente,
diferente en el caso de la mujer que en el del hombre. La personalidad superior
viene simbolizada, en la mujer, por una Anciana Sabia que representa toda la
Sabiduría de lo Femenino, de Gaia o Gea; podría decirse que es una auténtica
Chamana o una Sacerdotisa (represéntese el lector la relación entre Neytiri
y su madre, la mujer que interpreta la voluntad de la divinidad, una especie de
Profetisa, en la película Avatar); en cambio, en el hombre, la personalidad
superior viene simbolizada por un Anciano Sabio, al modo de un Merlín, en las
sagas artúricas, o de un Mago, como Gandalf el Blanco, en la epopeya titulada
" El Señor de los Anillos", y representa toda la Sabiduría Superior (en
Avatar vendría simbolizado por el padre de Neytiri, el jefe de la tribu),
el conocimiento superior de la chispa divina (de los principios universales);
La mujer, gracias a su animus-logos spermatikós (para los
estoicos, el logos spermatikós es la razón generadora de todas
las cosas, la potencia original y creadora de todas las cosas, la divinidad que
abarca, dirige, da vida y destino a todas las cosas de la Naturaleza), puede
tener acceso a los principios universales y, con ello, a la Sabiduría de la
Chamana; El hombre, a través de su anima, se puede relacionar con la Naturaleza
y sus ciclos, dentro y fuera, y puede, con ello, tener acceso a los productos
de lo Inconsciente Colectivo y, en último término, a su Sí-Mismo o
Anciano Sabio, como vemos que le sucede a Jake Sully, el protagonista
de Avatar.
Por eso, cuando las personas son inconscientes de esos desarrollos, de
esas evoluciones que se dan en su interior, y que emergen al ámbito de la
consciencia, a través de un proceso dialéctico entre consciencia e
inconsciente, esos mismos desarrollos o evoluciones (y las imágenes en las que
están contenidos e investidos) son proyectados al exterior, cargando al otro, a
su pareja, con unas expectativas tan elevadas, que sólo un dios podría llevar a
cabo. Téngase en cuenta que, las entidades a las que me refería, como son
el anima, el animus y, sobre todo, la personalidad
superior (también llamada, Sí-Mismo, Atmán interior,
o Cristo Interior) permanecen en la más completa inconsciencia para
la inmensa mayoría de las personas. Y, por consiguiente, son esas mismas
entidades autónomas, las que se proyectan al exterior, invistiendo al
compañero, al amante, a la pareja, con ese halo de numinosidad que proviene de
dichas imágenes arquetípicas. Por tanto, en realidad, el único responsable de
lo que a uno le sucede y, por ende, de lo que atrae, es uno mismo. Pues es uno
mismo quien ha proyectado en el otro algo que, en verdad, pertenece a sí mismo.
Por no hablar de que, al así hacerlo, uno mismo induce en el otro cierto tipo
de comportamiento o comportamientos. Khalil Gibrán lo expresa de un modo
poético cuando dice, en el capítulo El Crimen y El Castigo, del libro
titulado El Profeta, lo siguiente:
"Si alguno de vosotros trajera a juicio a la mujer infiel, haced
que pesen también el corazón de su marido en la balanza y midan su alma con
medidas... Sólo así sabréis que el erecto y el caído no son sino un sólo
hombre, de pie en el crepúsculo, entre la noche de su yo pigmeo y el día de
su dios personal."
De ahí que, en realidad, lo que diferencia una relación madura de
otra inmadura es el nivel de consciencia de ambos involucrados. Y es,
precisamente, esa consciencia de que algo Trascendente e Inmanente a ambos
miembros de la pareja los ha unido con un propósito determinado, el que marca
la gran diferencia. Una vez se es consciente de eso, ya no cabe culpar al otro,
en este caso, a la pareja, de los conflictos que uno mismo ha de superar [3].
Eso sí, en este caso, con la colaboración de la pareja, tal y como viene
representado en AVATAR, entre Neytiri y Jake Sully. Éste, gracias a la ayuda
recibida por su amada Neytiri, se convierte en el héroe acuariano (prometeico)
capaz de unificar a todas las tribus, para hacer frente a los espurios
intereses corporativistas, de un Sistema basado en el materialismo más voraz, y
que tiene claras analogías con el Sistema Político-Económico-Financiero
(institucional, si se prefiere) que actualmente impera en la Civilización
Occidental.
El viaje al mundo de Pandora
La película "Bailando con Lobos" muestra cómo un
yanki, aislado de sus compatriotas, consigue acceder a una tribu sioux, conocer
sus costumbres, hasta el punto de integrarse en ella, como un miembro más de
esa tribu, y, con ello, transformar su consciencia "hilotrópica",
lineal u horizontal, para entendernos, en una consciencia "holotrópica",
es decir, capaz de contemplar y de dirigirse hacia la Totalidad. Y, en efecto,
esa misma transformación le acontece a Jake Sully, el protagonista de AVATAR,
al acceder al Mundo de Pandora y convivir con los Na´vi. En ambas películas fue
determinante, en el proceso de integración en la tribu, la relación de pareja
entre los protagonistas y las respectivas indígenas.
En este mismo sentido, cabe mencionar una película, bastante más
antigua, del año 1970 creo recordar, que se titula "Un hombre llamado
Caballo". En esa película se ve cómo el protagonista sufre una
iniciación, en el marco de un ritual indio. Y esa iniciación tiene que ver con
su acceso al mundo de los ancestros, al más allá espiritual, que la psicología
analítica denomina lo Inconsciente Colectivo, contactando, por lo tanto, con la
corriente espiritual que recorre todo tiempo y lugar.
Sin embargo, y sin desmerecer para nada la calidad de ambas películas,
ninguna de ellas introduce lo que, en mi opinión, es un tema novedoso y, sobre
todo, muy actual: la crisis energética planetaria, que, en la película AVATAR,
padece la Tierra. Y, precisamente, es una buena representación de la crisis
planetaria actual. La crisis económico-financiera global no es sino un
epifenómeno más, como lo es la grave crisis ecológica mundial (el incremento
vertiginoso del calentamiento global y el deterioro de la capa de ozono, son
los fenómenos más conspicuos). Es decir, que esas crisis, son manifestaciones
de un Ocaso de Occidente. De un continuo y progresivo deterioro de los pilares
espirituales sobre los que descansa Occidente, a semejanza de un tumor maligno
que en su metástasis los va corroyendo por dentro. Es así que, esas crisis a
las que me he referido, no son sino manifestaciones del proceso de muerte-renacimiento
al que se ve abocada nuestra cultura, es decir, una de las expresiones más
conspicuas del final de una Era, la de los peces. Un final que es, al tiempo,
también un principio de una nueva Era, la del aguador que abrevará con el aqua
sapientiae a aquellos que colaboraren con la inevitable transformación
que se está gestando. Y, así, vemos en AVATAR, la necesidad de conseguir un LAPIS,
una preciada piedra llamada "unobtainium" que, según parece,
posee propiedades extraordinarias, únicas e imposibles de obtener en el mundo
terrestre. Una especie de "oro de los alquimistas". Y esa
"unobtainable" (inaccesible o inalcanzable) piedra es la que, según
parece, salvaría la Tierra de la crisis energética, en la que está sumida. Mas,
como dirían los alquimistas, ese LAPIS, esa piedra preciosa, que es
un tesoro difícil de alcanzar, no es el oro vulgar (es un "aurum non
vulgi"). Además, sabemos que, antes de que se adoraran a las Vírgenes
Negras en la Edad Media, se adoraban las piedras sagradas. Estas piedras, normalmente
de color negro o gris oscuro, son una manifestación de la Diosa Madre. Y,
dichas piedras sagradas, en el Mediterráneo antiguo y en el Próximo Oriente,
recibían nombres como el de omphalos o el de betel.
Este último nombre procede de la palabra baytili que significa
"la casa de dios". Y, baytili se asemeja mucho a Naytiri, que
es el nombre de la Na´vi que inicia a Jake en el Mundo de Pandora. Y, como muy
bien viene representado en AVATAR, el verdadero problema, el mal que padecen
los humanos, es su distanciamiento para con la Naturaleza (tanto exterior, hoy
denominada Medio Ambiente; cuanto, interior, o sea, lo instintivo y, en último
término, ese Mundo Interior que es el Sistema Psíquico). Resulta que ese LAPIS difícil
de obtener, el yacimiento del valioso mineral, está justo en el lugar en que
los Na´vi están asentados. O sea, que se halla en el Mundo de
Pandora, que, además, resulta ser, en realidad, una luna de un mundo recién
descubierto. Y, como es bien sabido, la Luna es un símbolo de la antigua Diosa,
como lo es la propia piedra salvífica. Y, fíjense en el detalle, encima
coincide que el principal yacimiento está enclavado en el lugar del Gran Árbol,
que es el símbolo más importante del lugar, y aquello que más aprecian los
Na´vi. Ese Gran Árbol es, desde luego, un símbolo del Gran Árbol del Mundo, que
es el Axis Mundi, el Ombligo del Mundo, el Árbol
de la Sabiduría o del Conocimiento del Bien y del Mal. Un símbolo del
Gran Espíritu divino. Desde luego, si entramos a investigar el simbolismo del
Poblado de los Na´vi, hallamos resonancias con el Paraíso
bíblico, tal y como se narra en el Génesis, del que fueron
expulsados Adán y Eva. Y, precisamente, porque Adán, acicateado por Eva, comió
la manzana del Gran Árbol del Conocimiento. La manzana es un símbolo de la
sabiduría agrícola. Sin embargo, en este caso, se trata de una suerte de
retorno al Paraíso Perdido, del que la humanidad fue expulsada. He ahí la gran
diferencia, y lo que de más novedoso y actual tiene esta película. Puesto que
lo que refleja, de un modo simbólico, es la necesidad del ser humano moderno de
retornar al Paraíso, un Paraíso que está enclavado en lo más recóndito de
Sí-Mismo. O sea, que Jake Sully, el héroe solar acuariano, protagonista de la
película, inicia un viaje a la Luna (el mundo de la Diosa Madre). En cierto
sentido, esta película está muy relacionada con mi libro "El Retorno al
Paraíso Perdido", donde describo, en lenguaje psicológico, ese viaje a
la Luna, un viaje a las entrañas o al útero de la Diosa, necesario para que se
produzca una renovación o, mejor, un renacimiento de la personalidad del héroe
de la película (Jake Sully).
Y, otro asunto muy, pero que muy actual. El Mundo de Pandora,
especialmente el lugar en que habitan los Na´vi, su hábitat, demuestra ser un lugar
muy especial. Un lugar en el que todo está conectado con todo, en el que existe
una increíble interrelación de interdependencia entre las distintas
manifestaciones de la Vida. Lo importante no es su riqueza específica, ni tan
siquiera su biota. No. Lo importante, y he aquí lo actual, donde se
manifiesta el arquetipo acuariano, es que se trata de un Mega-Sistema que bien
podría denominarse GAIA. Por tanto, vemos ahí la influencia de la Hipótesis
GAIA que enunciara James Lovelock y que defendiera también la bióloga
Margullis. Y GAIA es el nombre que recibía la antigua Diosa Madre,
esposa-hermana-amante de héroes (dioses o semidioses) como Dioniso, Attis,
Mitra, Krishna o Cristo, por lo que es muy oportuno el nombre de Pandora, para
ese Nuevo Mundo que, como he comentado antes, es, además, una Luna de un
planeta recién descubierto.
Asimismo, vemos con claridad las dos perspectivas que el psiquiatra
Stanislav Grof denomina "orientación hilotrópica de la consciencia"
y "orientación holotrópica de la consciencia". O, dicho de
otro modo, paradigma cartesiano versus paradigma sistémico o integral. El
primer paradigma es lineal, analítico, orientado hacia los objetos del mundo
exterior, lo tangible, lo que se puede ver y tocar (las partes materiales); es,
también, reduccionista, mecanicista, materialista e instrumentalista,
interesado en el Dinero y el Poder, en la película. El segundo paradigma es
holístico, ve las relaciones de interdependencia, los patrones o principios
universales que subyacen a la realidad material, y, por tanto, contempla los
estados no ordinarios de consciencia (es decir, estados que conectan con
realidades que se encuentran en el "Más Allá"). Aquellos que han
despertado, como le sucedió a Jake Sully y, antes que a éste, a la Dra. Grace
Augustine y el grupo de científicos que ella lidera, a la realidad de Pandora,
están en condiciones de adoptar una perspectiva integral o sistémica, al tiempo
que simbólica, y se dan cuenta de que el verdadero tesoro, el Lapis
Philosophorum muy difícil de obtener, no reside en el "oro
metal", en el mineral, sino en el propio entorno de Pandora, en la
realidad subyacente a lo estrictamente material: la interrelación e
interconexión de todos los elementos y de todos los seres que habitan en
Pandora.
Del análisis simbólico precedente se desprende que la película tiene
mucho de actualidad. Uno más de los signos que muestran esa actualidad lo
hallamos en que contiene una amalgama sincrética, de símbolos tomados de muy
diversas tradiciones. Muy probablemente, James Cameron, no haya sido plenamente
consciente de todo este simbolismo que encierra su película cuando la realizó,
así como tampoco cuando escribió el relato corto que luego llevó a la gran
pantalla. Sin embargo, el proceso creativo acaba manifestando lo que, en la
corriente subterránea de lo Inconsciente Colectivo, está gestándose desde hace
bastantes años.
No hay comentarios:
Publicar un comentario