Centro Holística Hayden

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11 de mayo de 2025

EL LADO OCULTO DEL SANADOR CONTAMINADO

Una moraleja sobre el precio invisible de sanar "sin sanar primero.”

Había una vez, en una tierra donde el cielo siempre brillaba azul, un sanador famoso llamado Elian. La gente venía desde tierras lejanas para tocar su mano, escuchar sus palabras y recibir su energía. Decían que Elian tenía dones: podía aliviar dolores, calmar corazones rotos y hasta limpiar las energías de una casa infestada de sombras.

Pero Elian tenía un secreto.

Cuando llegaba la noche y las puertas de su santuario se cerraban, Elian quedaba solo consigo mismo. Miraba sus manos, esas que todos veneraban, y sentía un vacío que no entendía. “¿Por qué, si sano a tantos, me siento cada vez más débil?” se preguntaba. Empezó a soñar con rostros que no conocía: rostros oscuros, de ojos hambrientos, que le susurraban mientras dormía.

El espíritu del árbol antiguo

Una noche, Elian caminó hasta el bosque, buscando respuestas. Se sentó bajo un árbol milenario, famoso por ser el guardián de los secretos de los sabios. El árbol, al sentir su presencia, abrió su voz grave:

— Elian, tú das lo que no tienes. Has olvidado limpiarte. Has dejado que el poder te suba a la cabeza. Tu corazón está contaminado.

— ¡No puede ser! —respondió Elian—. Yo hago el bien. Yo sano. Yo sirvo.

— ¿Sirves… o te sirves? —preguntó el árbol—. Cuando das energía sin limpiar tu alma, transmites tus propias sombras. Cuando cobras sin medir, sin respeto, te vendes a ti mismo. Cuando buscas aplauso, alimentas tu ego, no tu luz.

Elian bajó la cabeza. Sabía que el árbol decía la verdad. Empezó a recordar pequeños momentos: cuando había sentido orgullo al ser llamado “maestro”, cuando había dejado que el dinero lo emocionara más que la sanación, cuando había trabajado aun estando emocionalmente roto solo por no perder fama.

El espejo de los siete rostros

El árbol, con un movimiento de sus ramas, le mostró un espejo dividido en siete partes:

1. El rostro espiritual: su canal bloqueado por orgullo.

2. El rostro filosófico: su bien contaminado por ego.

3. El rostro psicológico: sus heridas no sanadas que se proyectaban en otros.

4. El rostro metafísico: su karma multiplicado por transmitir energía envenenada.

5. El rostro esotérico: las puertas abiertas a entidades oscuras.

6. El rostro mercantil: su transformación en producto de mercado.

7. El rostro humano: el vacío que crece cuando olvidas por qué empezaste.

— Cada rostro que ves es una grieta. Si no las cierras, no solo caerás tú: caerán contigo los que tocas —advirtió el árbol.

La elección final

Elian pasó la noche entera llorando bajo el árbol. Al amanecer, el espíritu del árbol habló por última vez:

— Todo sanador debe saber que no basta con aprender técnicas, símbolos o rituales. Es su alma la que sana, y un alma contaminada solo puede transmitir su propio veneno. Limpia primero tu corazón; lo demás vendrá solo.

Elian regresó a su santuario distinto. Cerró las puertas por un tiempo. Aprendió a meditar, a pedir ayuda, a enfrentar sus propios miedos. Aprendió a decir “no” cuando estaba agotado, a cobrar justo, a no buscar ser admirado, sino ser útil. Poco a poco, el vacío se llenó no con aplausos, sino con una paz nueva.

Y cuando volvió a sanar, su energía ya no era solo fuerte, sino limpia.

Moraleja:

El verdadero sanador no es el que sabe más, ni el que tiene más seguidores, ni el que da sin parar. Es aquel que recuerda que antes de poner sus manos sobre otros, debe limpiar su propia alma. Porque un sanador contaminado, aunque no lo sepa, multiplica el sufrimiento que dice querer sanar.

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