Richard Heinberg
Los solsticios son
acontecimientos de carácter cósmico -terrenal de intrínsico significado, que
representan al mismo tiempo, símbolos poderosos de los más profundos procesos
de transformación en la psquis humana colectiva.
En el corazón de los antiguos
festivales de los Solsticios, existía un profundo respeto por los ciclos.
Cada ciclo, un día, un
año, una vida, o la vida de una cultura, tiene un principio, un medio y un
final; y casi cada ciclo va seguido de otro.
La sabiduría consiste
en conocer nuestra posición en cualquier ciclo determinado, y qué clase de
acciones (o de abstención de acciones), son las adecuadas para esa fase.
Lo que es
constructivo en un momento dado, puede ser destructivo en otro.
Fue este tipo
de sensibilidad hacia los ciclos del cambio lo que sirvió de base para la
antigua filosofía china del I Chin, el Libro de los Cambios.
Leemos
por ejemplo el hexagrama llamado Fu ,( El Retorno, o el Punto
Crucial ):
El tiempo de la oscuridad ya ha pasado.
El solsticio de invierno nos trae la victoria de la
luz...
Después de un tiempo de desmoronamiento, viene un
punto de cambio.
La poderosa luz que se había desvanecido retorna.
Hay movimiento, pero es producido a la
fuerza...
el movimiento es natural, y surge espontáneamente.
Por esta razón, la transformación de lo viejo,
resulta fácil...
La
idea del RETORNO se basa en el curso de la naturaleza.
El movimiento es cíclico, y el curso se
completa. Por eso no es necesario acelerar nada artificialmente.
Todo viene por
sí mismo en su momento adecuado.
Este es el
significado del cielo y de la tierra....
El solsticio de invierno
se ha celebrado siempre en la China como la época de descanso del año...
En el invierno la energía de la
vida...está todavía bajo tierra.
El movimiento está sólo en su
principio; por eso tiene que fortalecerse con el descanso, para no disiparlo si
se utilizara prematuramente...
El retorno de la salud
después de la enfermedad, ...el retorno de la concordia después de un
alejamiento.
Todo tiene que tratarse
tiernamente y con cuidado al principio, para que el retorno pueda conducir a un
florecimiento.
Mientras algunos ciclos son obvios en el
desarrollo humano, en las estaciones, y en los movimientos del Sol y de la
Luna, otros son más sutiles. Además, tendemos a ser conscientes de los
ciclos según la atención que les prestemos, y la consonancia que sentimos con
ellos.
Como hemos vistos, las culturas antiguas participaban en
los ciclos de las estaciones que daban forma a su vida diaria y a su
calendario anual.
Nosotros en el mundo industrial moderno,
tenemos un conocimiento científico mucho más preciso de los movimientos de
los planetas y de los ciclos bioquímicos en la fisiología de la planta, del
animal y del hombre. Y sin embargo nuestro conocimiento es estéril .
Observamos la danza de la vida sus rigurosos detalles, pero hemos olvidado cómo
movernos a su ritmo.
Los pueblos antiguos creían que resulta
peligroso y estúpido ignorar los ciclos. Tal vez estamos descubriendo la
verdad de esa sabiduría a golpes.
En gran parte de los asuntos humanos nos hemos
convencido de que solo puede existir un crecimiento constante, e
interminable. Nuestra población sólo puede extenderse. La
tecnología tiene que proliferar y hacerse más compleja.
En cada caso, hemos decidido que la contracción es
igual al desastre. Y sin embargo, una mayor expansión y crecimiento
significan el desastre también.
¿ Es posible que nuestro dilema
sea en parte el resultado de nuestra ignorancia de los ritmos naturales?.
RENOVACIÓN MUNDIAL
Incluso en las más diversas
culturas, el Solsticio se ha equiparado a la idea de una renovación del mundo,
el concepto de que, a intervalos periódicos las cosas en la naturaleza y del
hombre llegan a un punto final y de un nuevo principio.
El Solsticio mismo es este punto, pero es también
un símbolo de puntos de cambios todavía más importantes.
Las comunidades, las culturas y las
civilizaciones germinan, florecen y mueren . Pero esto es un hecho
cuyas implicaciones parecemos querer ignorar muchas veces.
Durante siglos, los profetas de la religión nos han
estado advirtiendo de que el mundo está a punto de finalizar. Tenían
razón generalmente.
Muchos mundos han terminado. La Edad Media
era un mundo, que terminó y también la China imperial.
La América Precolombina fue un mundo que nuestros
arqueólogos están todavía comenzando a apreciar; su final fue registrado por
algunas de las personas que contribuyeron a producirlo.
Nuevos mundos se han iniciado también.
Podríamos citar la aurora de la era industrial, la era colonial, la era
electrónica, etc., todo dentro de los últimos cinco siglos.
Hoy en día estamos viviendo en un
mundo que está en proceso de muerte y de renovación. En nuestro caso,
como hemos logrado una especie de civilización global, esta muerte y este
nacimiento, están en una escala que es difícil de comprender.
Sin embargo, desde una perspectiva
histórica suficientemente distante, puede ser posible ver esta transformación
tempestuosa y gigantesca, como el final de un gran ciclo, tal vez compuesto de
muchos ciclos, cuyo principio se remonta a muchos milenios hasta los orígenes
de la agricultura, del gobierno centralizado y de la religión organizada.
Los antiguos en su sabiduría, creían que los
principios que funcionaban en el nacimiento y la muerte de las eras del mundo,
tienen su analogía en el principio y el final de ciclos mucho más pequeños,
como los limitados por la aurora y el crepúsculo, y los Solsticios de verano y
de invierno.
Nos decían que la alegría y el duelo son
aspectos necesarios de la vida.
Quizás quisiéramos que la juventud
durara siempre, pero no es así; y la madurez, incluso la muerte comportan su
significado esencial propio.
Cuando llega el momento de la
desintegración y la muerte, es importante reconocer el hecho, hacer el duelo, y
dejarse ir, para dar lugar a un espacio abierto en el que dar la bienvenida a
una nueva vida.
Nuestra civilización ha avanzado mucho
en algunas direcciones.
Como un viejo y honorable general, tenemos
muchas victorias que contar: hemos conseguido un control extraordinario sobre
la naturaleza; hemos creado una temible fuerza militar; hemos
desarrollado una economía de mercado abstracta y flexible que es capaz de
producir y transferir riquezas en cantidades y velocidades que superan la
imaginación.
Pero hay un límite natural a las conquistas
ulteriores en estas líneas. El mundo en el que tenían sentido estas
hazañas está llegando a su fin. Si somos sabios, lo reconoceremos y
haremos un duelo, dejando espacio para algo nuevo.
Mucha gente se toman en broma el
término Nueva Era, porque aparentemente, creen que la época actual de alguna
manera continuará indefinidamente.
El motivo por el cual unas personas
que han crecido entre los furibundos y acelerados cambios políticos,
económicos, sociales, y tecnológicos del siglo veinte, puedan tener esta opinión,
es un tema de discusión posiblemente dentro de un contexto exploratorio del
fenómeno psicológico de la negación.
La existencia de una Nueva Era es algo fuera
de toda duda, sólo su carácter es cuestionable.
Como sabían bien los antiguos, la salud de un
ciclo que nace, está extraordinariamente condicionado por la manera en que
termina el ciclo anterior; depende de que haya sido de una forma suave o
violenta, con compasión o animosidad, con valentía o con
miedo.
DEJARSE IR DEL PASADO: DAR LA BIENVENIDA A LO
NUEVO.
El deseo y la necesidad
teóricos, de dejarse ir del pasado y de dar la bienvenida a lo nuevo, es algo
tan obvio que necesita pocos comentarios.
Todos sabemos que el mundo está
cambiando constantemente y que tenemos que adaptarnos si queremos sobrevivir.
También sabemos que el cambio, en
forma de nacimiento, muerte, formación y disolución de relaciones aprendizaje,
envejecimiento etc., es inevitable en nuestra vida personal, y que, en la
mayoría de los casos, resistirse a este cambio es algo inútil y estúpido.
En sus festivales y ritos de
transición, los pueblos antiguos se despedían ritualmente de las personas, de
las relaciones y de las experiencias que se terminaban, y se abrían a recibir
cualquier cosa que la vida pudiera depararles a partir de entonces.
En su mayoría hemos perdido estos
rituales, con la pequeña excepción del Día de Año Nuevo y sus resoluciones a
medias, la graduación de la escuela, y la boda.
Podría entonces, parecer paradójico, a
primera vista, que fueran los antiguos, con sus constantes ritos de cambio, los
que vivieron en sociedades estables con un ritmo ordenado y natural; mientras
que nosotros, con tan pocos ritos, vivimos en un torbellino de metamorfosis
social, económica y tecnológica.
Muchas veces el cambio nos abruma.
Por ejemplo , tendemos a aceptar, sin pensarlo, la introducción de tecnologías,
relativamente pocos probas, que alteran el tejido mismo de nuestra vida, desde
la televisión, a los ordenadores, y a la ingeniería nuclear o biológica.
Teóricamente, tendríamos que poder
retrasar o controlar estas innovaciones tecnológicas de tan gran alcance,
someterlas a escrutinio y ponernos de acuerdo en si seguir adelante con ellas,
esperar hasta comprender mejor sus efectos secundarios o desecharlas totalmente.
Sin embargo,ejercemos muy pocas veces este control teóricamente posible.
Consideramos la innovación tecnológica
casi como una fuerza de la naturaleza; sus implicaciones para nuestros hijos y
para los hijos de nuestros hijos son apenas un tema de discusión. Nos es
aparentemente imposible " decir no" cuando se trata de la tecnología.
Tal vez nuestra relación cultural
fundamental con el cambio en sí se haya vuelto disfuncional. Tenemos
pocos medios sociales para expresar el dolor, ya sea por una pérdida personal o
por nuestras pérdidas colectivas, - la pérdida de una tierras, de unos estilos
de vida y de unas tradiciones que están desapareciendo totalmente con la
avalancha de transformación tecnológica y económica del planeta.
E igual que parecemos incapaces de dar por
concluido el pasado, parecemos ser igualmente incapaces de formular ninguna
visión coherente del futuro, y solemos carecer, tanto de la valentía como de la
imaginación, para iniciar unos cambios que, obviamente, son necesarios en nuestra
vida personal y en nuestras instituciones, cambios que ayudarían a erradicar el
racismo, la violencia, el daño a la naturaleza y la extrema desigualdad
económica.
Sería simplista por mi parte sugerir
que los problemas del mundo quedarían resueltos si celebramos los solsticios
todos juntos.
Pero tal vez podríamos empezar a
reenfocar nuestra actitud hacia el cambio en estas ocasiones, conservándolas
como oportunidades para dejarnos ir ritualmente de unas ideas y estilos de vida
que están claramente poniendo en peligro las generaciones futuras, y
comprometiéndonos con una acción personal y social tan desesperadamente
necesaria.
LOS
SOLSTICIOS DE LA HISTORIA
Nuestra actual
situación global, se corresponde de alguna manera, análogamente, con los
Solsticios de verano y de invierno.
Igual que en la mitad del
verano, cuando la duración de la luz diurna alcanza su punto máximo, nuestra
dominación tecnológica de la naturaleza y el mismo número de la población
humana global, se hallan cerca de su cénit.
Las tendencias
actuales no pueden continuar mucho más, más de, ( digamos, unas cuántas
décadas ).
Tanto la
densidad de la población como el ritmo de desgaste de los recursos, disminuirán
en el siglo próximo, ya sea con un plan deliberado o como resultado del hambre
y del deterioro del medio ambiente.
Entre
tanto, igual que en la mitad del invierno, cuando el Sol se halla bajo, en
el cielo, las energías vitales innatas del planeta han entrado dentro de la
tierra ( figurativamente, si no literalmente ); y la luz espiritual de las
culturas indígenas del mundo es tenue y está próxima al horizonte de la
extinción.
Históricamente, es en conjunciones como éstas, cuando las culturas experimentan
una transformación fundamental.
Es
posible, por ejemplo, encontrar numerosas analogías entre nuestra
civilización y la de Roma en la época de su caída.
Igual que nosotros, los romanos se enfrentaban con crisis de
sobrepoblación y de desgaste de la riqueza; como nosotros se veían
sometidos a una burocracia gubernamental irresponsable.
La población de la ciudad
llegó a alcanzar un millón; como cifra máxima, un nivel que solo podía
sostenerse con una colonización extensiva con la esclavitud , la agricultura
intensiva, con proyectos de obras´públicas y un programa de bienestar.
Virtualmente
todo el mundo conocido era saqueado sistemáticamente para poder mantener el
poder y la comodidad de los ciudadanos romanos ricos. Pero el proceso no
podía continuar indefinidamente.
El sistema agrícola
de Italia experimentó una caída progresiva, el sistema militar empezó a
consumir más riquezas de las que podía producir mediante nuevas conquistas, y
la burocracia de Roma fue creciendo en proporciones desmesuradas. Durante
los cuatrocientos años posteriores a la caída de la ciudad, su población
descendió hasta llegar solamente a unos treinta mil habitantes.
Mientras la
caída del Imperio Romano producía un caos general y daba lugar a las llamadas
Épocas Oscuras, los pueblos de toda Europa, del norte de África y del Próximo
Oriente, se liberaban del yugo del imperialismo; en consecuencia recuperaron un
modo de vida descentralizado, y en muchos casos más productivo y estable.
Durante siglos
posteriores, las ciudades medievales estuvieron gobernadas de un modo relativamente
democrático por cofradías de artesanos, y sirvieron como baluarte contra las
luchas por el poder centralista de la iglesia y de la nobleza.
Es del
todo probable que algo similar ocurra globalmente en las próximas décadas o
siglos, aunque naturalmente, la enorme diferencia en escala entre el Imperio
Romano y los imperios industriales de la actualidad, deformen la analogía en
muchos aspectos. Sí así fuera, es posible que la humanidad pueda
recuperar parte de su anterior sentido del carácter sagrado de la naturaleza, y
que las culturas humanas puedan reconquistar parte de su variedad, fuerza y
confianza en sí mismas. Pero también es posible, que el mundo pueda
simplemente desembocar en el caos.
Por eso es tan importante plantar las semillas
de una cultura sostenible ahora.
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