Centro Holística Hayden

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10 de agosto de 2020

Los secretos del libro de la naturaleza

La naturaleza es el gran libro que hay que aprender a leer. 

Es la gran reserva cósmica con la que tenemos que estar en comunicación.  ¿Cómo establecer esta conexión? Es muy simple: se trata del secreto del amor.  Si amamos la naturaleza, no para nuestro placer o distracción, sino porque ella es el gran Libro escrito por Dios, brota en nuestro interior un manantial que limpia todas nuestras impurezas, liberando los canales que están obstruidos y provocando un cambio, gracias al cual alcanzaremos la comprensión, el conocimiento. Cuando viene el amor, los seres y las cosas se abren como flores. Por eso, si amamos la naturaleza, ella hablará en nosotros, porque también nosotros formamos parte de ella. 

A medida que cambian nuestras ideas sobre la naturaleza, modificamos nuestro destino. 

Si pensamos que la naturaleza está muerta, disminuye la vida en nosotros; si pensamos que está viva, todo lo que contiene, piedras, plantas, animales, estrellas..., vivifica nuestro ser y aumenta la fuerza de nuestro espíritu. 

La naturaleza se manifiesta de muchas maneras: mediante el buen tiempo, la lluvia, la niebla, la nieve... La sucesión de estaciones - primavera, verano, otoño e invierno - y los cambios que ello comporta son como un lenguaje que hay que descifrar. Existe el día y la noche, la actividad y el reposo, la vigilia y el sueño; en todos los niveles encontramos las mismas alternancias. El día no representa otra cosa que la actividad, y la noche el reposo. Evidentemente, durante la noche, cuando dormimos, también realizamos un trabajo, pero se trata de un trabajo diferente que no tiene lugar en el consciente, sino en otra región que llamamos subconsciente.

Así pues, el día corresponde al consciente y la noche al subconsciente. El primero es el despertar y la actividad, y la segunda, el sueño y la pasividad. También podemos decir que el día representa el consumo - pues con la actividad se sobreentiende que hay gasto -, y la noche la recuperación, el restablecimiento. El consumo - o gasto de energía no dura mucho si no hay una recuperación, es decir, si no restablecemos nuestras fuerzas y recargamos nuestras baterías.

Ahora bien, para recargarse hay que limpiarse y, precisamente, la actividad que realiza durante la noche el subconsciente está ligada a otras muchas, siendo la primera de todas ellas la limpieza: ciertos elementos perjudiciales y tóxicos desaparecen a fin de que la vías respiratorias, circulatorias y eliminatorias se liberen y todos los fluidos sanguíneos, nerviosos, etc..., puedan circular de nuevo.

El hombre realiza un gasto considerable de material y energía para estar activo, consciente y vigilante. 

No podéis imaginaros la cantidad de energía que consume el cerebro para mantenerse consciente, así como para permanecer despierto, ¡la energía que precisa, es increíble! Si se agotan las fuerzas y los materiales que le permiten mantenerse despierto, el hombre suele dormirse durante el día para poder recuperar lo que le falta, y a veces le bastan dos o tres minutos para sentirse restablecido y con las baterías recargadas.

El día y la noche los encontramos en todas partes y bajo diferentes formas. ¿Qué son la primavera y el verano? El día. ¿Y el otoño y el invierno? La noche. De noche la naturaleza entra en reposo, acumulando nuevas fuerzas para que la primavera y el verano den otra vez sus frutos.

Por este motivo en los árboles y las plantas la actividad cambia segúnlas estaciones. Durante el otoño e invierno, el trabajo tiene lugar en las raíces y no alcanza al tronco ni a las ramas: el árbol no tiene hojas, flores, ni frutos. Corresponde al trabajo del subconsciente. Mientras que durante la primavera y el verano, la actividad cobra fuerzas y se sitúa más arriba, lo que corresponde al trabajo del consciente. Luego, una vez más, la actividad vuelve a disminuir y así sucesivamente.

Esta alternancia la encontramos en cada mes, en donde también encontramos el día y la noche: durante catorce días la luna crece, lo cual corresponde al día, y luego, durante los otros catorce días, la luna mengua, lo cual corresponde a la noche. Cuando la luna está creciente, la actividad se desplaza hacia lo alto, hacia el cerebro, y el hombre puede permitirse el gastar y producir más, ser más activo y enérgico. Cuando la luna está menguante, la actividad se desplaza hacia el vientre, el estómago, y los órganos sexuales; en este momento el hombre ya no es tan poderoso con su cerebro, pero si lo es con el subconsciente, es decir, es más sensual, come más, duerme más...

Así pues, un mes consta de quince días de claridad y quince de oscuridad. También en una jornada hay un día y una noche, e incluso en una hora encontramos el día y la noche.

El día es la vigilia, la actividad y el consumo de La alternancia del día y la noche nos enseña que el hombre debe vivir en los dos mundos, es decir, desarrollar su intelecto y distinguir bien los detalles en el plano físico, pero sin permanecer exclusivamente en dicho plano, ya que entonces nunca llegaría a ser completo al faltarle la inmensidad del corazón y del alma. 

El hombre sabio sabe que debe comulgar con la colectividad de las almas del universo y trabajar al mismo tiempo en el plano físico. Vive en el plano divino y en el físico al mismo tiempo; así se beneficia de la riqueza de ambos mundos. 

En mi opinión un materialista no es un hombre inteligente, porque no ha estudiado bien las cosas: ha contado sólo con su intelecto, y como éste es el asesino de la realidad, la verdadera realidad se le escapa.

Pero no me interpretéis mal, no quiero restarle importancia al sol. 

 

Nuestro sol está unido al sol espiritual, y a través de él podemos comunicar con este sol espiritual. Del mismo modo, nuestro sol, el intelecto, está unido al sol del plano causal, que es la sabiduría universal, el conocimiento absoluto. Así pues, nuestro sol es una etapa, una puerta, un grado. Sin embargo, no se os ocurra decir: «Si esto es así, ya no iré al sol porque oculta la realidad». No la oculta, sólo lo hace para aquéllos que no saben ir más allá.

Si el día pone de manifiesto la importancia de la tierra, de los detalles, de lo pequeño, la noche pone de manifiesto su insignificancia. ¿Tenéis problemas, inquietudes? Contemplad las estrellas por la noche y sentiréis que, poco a poco, todo lo negativo empieza a desaparecer, que os volvéis nobles, generosos, indulgentes y que incluso os reís de las ofensas y vejaciones que os hacen. Cuando el hombre consigue desligarse de esta ínfima realidad que es la tierra y se lanza a la inmensidad, se convierte en algo grande y se fusiona con el Espíritu cósmico.

Pero, a continuación, tiene que regresar y reemprender sus tareas, ya que no puede desaparecer del todo porque debe permanecer en la tierra y cumplir con sus obligaciones. 

Si no disponéis de tiempo para contemplar las estrellas, cuanto menos, antes de dormiros, confiaros al Señor y decidle: «Señor, haz que comprenda y que pueda visitar los esplendores de tu Creación». Así, durante la noche iréis muy lejos y no permaneceréis estancados en la tierra.

El hombre no está hecho para quedarse agazapado en la tierra, sino para, viajar a otros planetas, a otras estrellas, pues para el alma no hay obstáculos. 

Evidentemente el cuerpo es demasiado denso y no puede volar por el espacio, pero para el alma no hay impedimentos, ni barreras. Para que pueda viajar sólo necesita que sus ataduras con el cuerpo no sean muy fuertes.

El alma permanece prisionera y no puede emprender el vuelo si los apetitos, los deseos y las ansias la retienen al cuerpo físico.

 

Omraam Mikhaël Aïvanhov

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