La física moderna concibió el mundo como un conjunto de cosas separadas
siendo el ser humano el más separado de todos. Pero en el siglo XX, con
la observación del comportamiento del mundo subatómico se desarrolló la física
cuántica que poco a poco nos ha ido sacando de ese aislamiento para situarnos
en un mundo interconectado, con la conciencia como parte integral e influyente
del tejido de la vida. No somos entes separados, sino mas bien, somos parte
fundamental de los procesos físicos. Nuestra relación con la materia es
crucial. Todos nosotros estamos conectados unos con otros y con el mundo desde
el fundamento mismo de nuestro ser.
Existe un “campo” en el universo cuántico en donde las partículas
subatómicas tienen su actividad, desde allí aparecen y desaparecen. Podemos
llamarle también el trasfondo de la existencia, en donde se da toda la
actividad del universo y constituye el depósito de toda la energía posible.
La Escrituras Sagradas nos dicen que este Universo es un universo
mental. Pero, ¡ojo!, que no es un universo intelectual. Esa Mente de la
que nos hablan las Escrituras es la inteligencia que mueve las partículas
atómicas y subatómicas y todo lo que existe y las conjuga en una danza
maravillosa que da por resultado todo lo que vemos. La Conciencia es parte
integrante de esa gran Mente. El ser humano es un emergente de esa Gran
Conciencia y por medio de su instrumento, la mente humana, puede intervenir, e
interviene en el resultado de su expresión. Somos creadores, a pesar de que no
estemos conscientes.
La espiritualidad es la búsqueda de la conexión con “aquello” que es
eterno en cada uno de nosotros, que no muere con la muerte y que tiene
encerrado en sí, todas las posibilidades imaginables. Al entrar en
contacto con “aquello” estamos en contacto directo con el “campo”. Los
científicos descubrieron que ese “campo” sigue las leyes de la física cuántica
por lo que en cada partícula está retratado todo el campo; como una fotografía
holográfica. Esto nos explica el porqué esos seres especiales que entran en
contacto directo con su divinidad, pareciera que ya no tuvieran que estudiar
porque el contacto con el “campo” les permite acceder a todo el conocimiento.
En sentido poético podemos decir que las “Escrituras Sagradas” se abren ante
ellos. De ahí su profunda sabiduría.
Todo está conectado con todo. No hay una hebra suelta en el gran tejido
de la Vida. Por lo que todo influye en todo. Tu pensamiento influye en los
acontecimientos. Los pensamientos humanos influyen en su historia. Entonces
cabe preguntar, ¿qué hemos hecho mal para que en este momento estén sucediente
esas guerras inmorales en donde se matan miles de civiles inocentes ante
la mirada de todos?
Es indudable que las guerras son una expresión de la visión que hemos
tenido del mundo desde que Newton concibió el Universo como una gran máquina,
Descartes nos convenció que estamos separados de la naturaleza y del cuerpo y
Darwin nos hizo creer que la vida es cuestión de supervivencia, que no tiene
nada que ver con la interdependencia y el compartir sino con el ganar, con
llegar primero. El hombre es una máquina superviviente. En una concepción así
del mundo, la guerra pasa a ser el instrumento para logar el dominio y
triunfar.
Ahora sabemos que esta concepción está errada. Creemos en el nuevo
paradigma que la ciencia nos ofrece, sin embargo, no lo reflejamos en la
conducta. Seguimos inmersos en un sistema que responde al viejo paradigma pero
nos gusta hablar del nuevo. Hemos hecho del hablar sin actuar en consonancia,
un hábito. Condenamos las guerras pero no hacemos nada para evitarlas. Sin
armas no hay guerras. ¿De dónde salen? ¿Quién las vende?... En medio de esta
diatriba de creer una cosa y actuar de otra, nos hemos dejado dominar por un
sistema de hipocresías que gobierna el mundo con sus falsos valores.
Cuando la conexión de cada ser humano con su verdad interna sea la
tónica de la época ya no habrá guerras. La medida del alejamiento de ese
contacto la tenemos en toda esa violencia que parece ahogar nuestros más caros
anhelos. Porque si nos reconociéramos en lo que en verdad somos, si tuviéramos
la experiencia de sentir que no solo estamos aquí sino que estamos presentes en
cada ser humano, no podríamos herirnos ni dañarnos.
Entra en ti, busca esa verdad con pasión. Inténtalo una y otra vez.
Invoca, pide ayuda, manda un SOS al “campo”, di que quieres el contacto,
reconoce que Dios está en todas partes, y que está en tu corazón. Ubícate allí
y desde allí busca eliminar todo el ruido externo, escucha la canción del alma
que se expresa en el latido de tu corazón y entra en el silencio. De acuerdo a
tus creencias, utiliza el método que te sea más adecuado. Yo creo mucho en el
ritmo y sé que si se hace rítmicamente, a la misma hora todos los días y si
creas un espacio en tu hogar lleno de armonía desde donde puedas silenciar los
ruidos externos, es más fácil. También tienes toda la naturaleza que vive el
tiempo presente intensamente. Si te conectas con ella, puedes compartir esa
vivencia.
Algunos rezan, otros invocan, otros ponen toda su atención en la
respiración o en los amados Maestros. Hay muchos métodos, todos son buenos, lo
importante es la constancia. Y el convencimiento que no hay nada más importante
en la vida que ese contacto. Que allí están todas las respuestas que buscamos.
Convéncete que lo que hagas con tu vida influye en el todo, porque la conexión
ya no es cuestión de fe sino una realidad probada bajo estrictos métodos
científicos.
Todo cambia cuando percibimos la vida desde la unidad. Este sistema de tenencias,
separaciones, diferencias, competencias y luchas tendrá que ceder su lugar a
otro más cónsono con la realidad descubierta y entonces, sólo entonces,
cambiaremos la historia.
Desde las profundidades del alma,
Carmen Santiago
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