Por Juan Ángel Moliterni
Cada acción, pensamiento y sentimiento viene motivado por una intención,
y esa intención es una causa que existe al tiempo que un efecto. Si
participamos en la causa, no nos es posible no participar en el efecto. Por
este camino más profundo, somos responsables de cada una de nuestras acciones,
pensamientos y sentimientos o, lo que es lo mismo, por cada una de nuestras
intenciones. Nosotros participaremos del fruto de cada una de nuestras
intenciones.
Por tanto, es prudente que lleguemos a ser conscientes de las numerosas
intenciones que informan nuestra experiencia, con el fin de clasificar qué
intenciones producen qué efectos, y para elegir nuestras intenciones de acuerdo
con los efectos que deseamos provocar. Ésta es la manera en que, cuando somos
niños, aprendemos nuestra realidad física, y en que perfeccionamos nuestro
conocimiento de esa misma realidad cuando nos hacemos adultos. Aprendemos el
efecto que provoca llorar cuando tenemos hambre, y repetimos la causa que
provoca el efecto deseado. Aprendemos el efecto que provoca meter los dedos en
un enchufe, y ya no repetimos la causa que produce ese efecto. Aprendemos
también el funcionamiento de las intenciones y de sus efectos a través de
nuestras experiencias en la realidad física, pero el hecho de aprender que las
intenciones producen efectos específicos, y cómo son tales efectos, significa
un avance muy lento cuando nuestro aprendizaje debe hacerse solamente a través
de la densidad de la materia física.
Por ejemplo, la cólera provoca interacciones de distanciamiento y
hostilidad. Si nos vemos obligados únicamente a través de la experiencia
física, debemos experimentar 10, 50 ó 150 veces las circunstancias que nos
llevan al distanciamiento de los otros y a las interacciones hostiles, antes de
que lleguemos a comprender que es precisamente la orientación hacia la cólera
por nuestra parte, la intención de hostilidad y de distanciamiento, y no ésta o
aquellas acciones determinadas, la que produce el efecto no deseado. Ésta es la
manera habitualmente utilizada por el ser humano dotado de cinco sentidos como
medio de aprendizaje. Es la dinámica del karma.
El karma no es una dinámica moral. La moralidad es una creencia humana.
El Universo no juzga. La ley del karma gobierna el equilibrio de energía entre
nuestro sistema de moralidad y el de nuestros vecinos. Sirve a la humanidad
como un maestro impersonal y universal de la responsabilidad. Con el fin de
llegar a ser una totalidad, el alma debe equilibrar su energía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario