Cómo sobrevivir en nuestro futuro con las lecciones de nuestro pasado
Con las recientes celebraciones de fin de siglo todavía fres-cas en nuestra mente, muchos científicos, organizaciones e individuos que se preocupan por la humanidad, están planteando la única pregunta de la que dependen muchas otras: ¿sobreviviremos otros cien años como especie? De manera específica, ¿sobreviviremos otro siglo modificando genéticamente nuestros alimentos, realzando nuestro cuerpo y creando industrias que acaban con la vida en los océanos, ríos vs bosques? Quizá lo más importante es si nos atreveremos a continuar desatando el aplastante poder de la naturaleza como el arma más letal que se ha conocido en la historia de la humanidad.
Hasta mediados del siglo XX, no tenía sentido plantear
esas preguntas. En la actualidad, eso ha cambiado. Como resultado de
innovaciones científicas que se desarrollaron durante la Segunda Guerra
Mundial, lo que incluye las de la física cuántica, la genética y la electrónica
miniaturizada, nuestra: opciones tecnológicas tienen ahora consecuencias que
durarán cientos de años y a lo largo de muchas generaciones.
La pregunta sobre nuestro futuro se relaciona menos con
el desarrollo de estas tecnologías en sí, y más con la sabiduría necesaria para
utilizarlas en nuestra vida. Sólo porque tenemos la capacidad de modificar los
patrones climáticos en vastas regiones de la Tierra y de crear nuevas formas de
vida, poi ejemplo, ¿tenemos derecho de hacerlo?
¿Qué nos da el
derecho de jugar a ser Dios?
Desde mediados de la década de 1970 hasta el principio
de la década de 1990, tuve el privilegio de trabajar entre los científicos e
ingenieros más brillantes desarrollando algo de la tecnología más avanzada que
se haya registrado en la historia, Para las corporaciones y las universidades,
esta fue una época de gran dinamismo; Estados Unidos estaba re-definiendo su
dependencia del petróleo extranjero y estaba luchando para conservar su
superioridad durante la Guerra Fría y el programa espacial. No es sorprendente
que un periodo de investigación tan intensa estuviera acompañado de una
profunda introspección. En un sentido muy real, los científicos estaban
explorando los límites de sus recién descubiertas capacidades para alterar la
vida y nuestro planeta a un nivel que a lo largo de la historia se le había
dejado a Dios y a la naturaleza.
La responsabilidad que acompaña a un poder tan
asombroso fue lo que encendió los candentes debates sobre nuestro derecho ético
y moral de utilizar ese tipo de tecnologías; debates en los que participé con
entusiasmo siempre que tuve oportunidad. Los argumentos que encendían las
discusiones que empezaban frente a máquinas que expenden comida y junto a bebederos, y que continuaban en los baños o
en las cafeterías, por lo general seguían dos escuelas de pensamiento.
Una manera de pensar afirmaba que nuestra capacidad
para “torcer" las fuerzas de la naturaleza era en sí la licencia para
explorar esas tecnologías al máximo. En otras palabras, como tenemos la
capacidad de modificar patrones climáticos y crear nuevas formas de materia y
de vida, deberíamos hacerlo para ver hasta dónde nos lleva la tecnología. Esta
línea de razonamiento a menudo llevó a otro nivel de justificación que sugiere
que, si no se suponía que deberíamos hacer estas cosas, nunca habríamos
descubierto los secretos que las hicieron posibles.
Una segunda escuela de pensamiento que era más
conservadora, sugería que sólo porque tengamos la capacidad de diseñar la vida
y la naturaleza, eso no necesariamente significa que tengamos derecho a ejercer
nuestro poder. Para quienes apoyaban esta línea de razonamiento, las fuerzas de
la naturaleza representan “leyes" sagradas que no deberían manipularse.
Argumentaban que diseñar a la medida los códigos genéticos de nuestros hijos
antes de nacer, y ajustar los patrones climáticos a nuestras necesidades es
“territorio vedado”, y viola un antiguo y tácito deber sagrado. Aunque no
necesariamente se dice con estas palabras, el cruzar la línea entre usuario y
creador, nos coloca en una posición en la que estamos compitiendo con el poder
de Dios.
Entonces la cuestión se relaciona con lo que nos da el
derecho de hacerlo. Este argumento a menudo estuvo acompaña-do por la metáfora
de los números en el velocímetro de un coche. Sólo porque el velocímetro marca
velocidades hasta las 160 millas por hora, ¡esto no necesariamente significa
que uno deba conducir su vehículo a tal velocidad!
Quizás es precisamente esta metáfora del velocímetro
lo que ilustra una tercera línea de razonamiento. Si el velocímetro indica que
el vehículo puede viajar a 160 millas por hora» es muy probable que alguien
intente hacerlo en algún momento. Al parecer es algo inherente a la naturaleza
humana llegar a los límites y llevar las
capacidades al extremo. Sin embargo, la clave es que cuando lleguemos a estos límites, también
tengamos el poder para determinar el tiempo, el lugar y las condiciones de la
prueba que vamos a realizar.
Podríamos encontrar un tramo desierto de carretera con
buena superficie, en un día en que el clima es seco y las posibilidades de
tener un accidente son mínimas. O podríamos actuar impulsivamente y poner a
prueba los límites del vehículo en una autopista con mucho tráfico, poniéndonos
en peligro y poniendo en riesgo la vida de otros. En cualquiera de estos
escenarios, se están poniendo a prueba los límites. En uno se hace con
responsabilidad, y en el otro con descuido. Tal vez los mismos principios se
aplican a la forma en que llegamos a los límites de manipular las fuerzas de la
creación.
Durante el tiempo en que trabajé en la industria de la
defensa, no era extraño que las conversaciones se centraran en el desarrollo de
tecnologías relacionadas con armamento. Al final de la Guerra Fría, cuando los
arsenales de las grandes potencias se estaban reduciendo, estas discusiones
invariablemente llevaban a la pregunta sobre qué tecnologías reemplazarían a
las armas nucleares en el futuro. Se hablaba de poderosos rayos láser
instalados en la superficie de la tierra que podrían hacerse rebotar contra
espejos en órbita para destruir objetivos en la Tierra, de bombas de neutrones
diseñadas para acabar sólo con la vida, dejando los edificios, automóviles y
hogares intactos. Una década antes, hablar de tales escenarios, que en ese
momento se abordaban con seriedad, habría parecido ciencia ficción.
Además de hablar de armas ofensivas con bases
externas, en ocasiones también se hablaba de tecnologías defensivas internas.
Por ejemplo, en caso de que un poder hostil liberara un arma biológica contra poblaciones
que no estaban preparadas, ¿podríamos crear un cambio interno en nosotros que
nos hiciera inmunes a esa bacteria o virus? Como ya existe la tecnología que se
describe en estos escenarios y en muchos otros que no podríamos describir con
justicia en este libro, el debate no se centraba en si esto era o no posible,
sino en que se debiera o no desarrollar.
Por ejemplo, si re-diseñamos nuestro ADN como respuesta
a una amenaza biológica cercana, ¿cómo afectaría esa elección a la habilidad de
nuestro cuerpo para protegernos de nuevas amenazas futuras? ¿Cuáles son las
consecuencias a largo plazo de cambiar la fórmula genética de poblaciones
enteras, una fórmula que ha requerido de miles de años para alcanzar el código
exitoso que tenemos hoy en día? ¿Es posible que sin darnos cuenta amenacemos la
supervivencia de nuestra especie por ignorar la forma de aplicar lo que se cree
es una medida que salvaría vidas sin comprender plenamente sus consecuencias?
Durante los días de la Guerra Fría, ésta era la clase de
pre-guntas que casi diariamente hacían quienes eran responsables de hacer
realidad ese tipo de posibilidades. Más de una década después del fin de la
Guerra Fría, siguen siendo algunas de las preguntas más urgentes a que se
enfrentan las sociedades presentes que se basan en la tecnología, preguntas que
deben responderse a medida que continuamos nuestra búsqueda en el territorio
inexplorado de diseñar la naturaleza y la vida. Hoy en día, nos encontramos en
un mundo en el que hemos confiado a la ciencia y a los científicos la tarea de
guiarnos en nuestro viaje de exploración, un viaje en el que existen pocas
probabilidades de echar marcha atrás. Nuestra esperanza es que mientras
aprendemos a controlar las fuerzas de la creación, sobrevivamos al proceso de aprendizaje.
Cabe la posibilidad
de que existan diez mil civilizaciones inteligentes: ¿Dónde están?
¿Es posible que, en algún lugar del cosmos, o incluso
en ej. pasado remoto de la Tierra, otras civilizaciones hayan tenido
experiencias similares y se hayan planteado preguntas parecidas sobre su
progreso? ¿Es posible que las opciones tecnológicas de sociedades del pasado
remoto hayan tenido consecuencias tan devastadoras que esas civilizaciones ya no
existan?
En 1961, el astrónomo Frank Drake formuló la ya famosa
ecuación Drake, en la que calcula que es posible que se hayan formado diez mil
civilizaciones inteligentes en los últimos 13 ó 14 cientos de millones de años
en la historia del universo. Tomando en cuenta esa cifra, los científicos e
investigadores sí están haciendo la pregunta obvia: Si existe la posibilidad de
que hayan existido tal cantidad de civilizaciones inteligente^ ¿dónde están? Si
sólo una fracción de esas diez mil civilizaciones hubieran existido en
realidad, es razonable suponer que hayan descubierto los principios universales
de la naturaleza que gobiernan el tiempo, el espacio y la materia. También es
razonable esperar que hayan incorporado esos principios a su estilo de vida,
como nosotros lo hemos hecho. Por estas razones, es muy lógico suponer que se
detectarían en la Tierra señales de comunicación que fueran evidencia de esas
tecnologías; Hasta la fecha, no se han recibido tales señales.
Carl Sagan, astrónomo y colega de Drake, especuló que
podría haber dos razones para la ausencia de tales señales en la actualidad.
Primero, sugirió la posibilidad de que seamos una de las primeras
civilizaciones en alcanzar el punto de la evolución en que tenemos la capacidad
de utilizar las fuerzas de la naturaleza, un periodo que él describe como “adolescencia
tecnológica”. Debido a evidencia arqueológica que posiblemente no estuvo al
alcance de Sagan en su tiempo, esta posibilidad ahora parece nula,1
La segunda posibilidad es que otras especies
inteligentes hayan existido en el pasado, hayan seguido un camino similar al
nuestro, y ya no existan. Sagan sugirió que la razón por la cual no detectamos
evidencias de estas formas de vida avanzadas, es que no sobrevivieron a su
curva del aprendizaje y se destruyeron debido al mal uso de las fuerzas de la
naturaleza. Si este fuera el caso, entonces podríamos estar en el punto crítico
de la historia de nuestra especie: estar en peligro de cometer los mismos
errores y sufrir las mismas consecuencias. Esta posibilidad ilustra otra
consideración.
Si en realidad estamos viviendo un periodo de adolescencia
tecnológica, entonces debemos madurar a través de ella y llegar a las
responsabilidades que tales poderes nos permiten. De manera similar a la
experiencia universal de los niños cuya transición a la edad adulta implica el
paso por la adolescencia, debemos encontrar la forma de navegar a través de los
cambios de nuestra vida y sobrevivir a la transición. Como lo confirmarán los
padres de los jóvenes, cuando sus hijos entran a la pubertad, la transición
marca un periodo de confusión a ajustes.
Aparentemente de un día para otro, los cuerpos de los niños
florecen hacia la edad adulta, lo que va acompañado de las presiones y
responsabilidades que definen a un adulto en nuestra sociedad. A su manera,
cada joven debe encontrarle sentido a lo que le está ocurriendo, y debe hacerlo
pronto si quiere sobrevivir.
De manera muy similar, durante el periodo colectivo de
nuestra adolescencia tecnológica debemos encontrar una manera de equilibrar el
poder de nuestros descubrimientos con los valores de la vida y la naturaleza. Y
también de manera similar, debemos hacerlo rápido. Refiriéndonos de nuevo a la
analogía del niño que se transforma en adulto, un riesgo de la pubertad es que,
para muchos jóvenes, su periodo de cambios va acompañado de un sentimiento que
podría describirse como “invulnerabilidad”. Junto con sus recién descubiertos
poderes, su sensación de ser indestructibles con frecuencia los lleva a ser
descuidados al poner a prueba los límites de la autoridad y de la razón. Lo triste
es que se cree que ese sentimiento de ser invencibles es el factor clave de los
accidentes automovilísticos, la principal causa de muerte entre los jóvenes en
la actualidad. Accidentes que se atribuyen al hecho de que el conductor se
arriesgó demasiado.2
Los paralelos entre la adolescencia de los jóvenes y
nuestra adolescencia tecnológica ciertamente merecen nuestra consideración.
Ahora, nuestra supervivencia es más que una mera discusión filosófica; tiene
que ver con nuestra capacidad de reconocer las opciones que afirman o niegan la
vida en nuestro mundo.
Reflejando la magnitud de la crisis a la que nos enfrentamos
como familia global, la futurista Bárbara Marx Hubbard habla de la urgencia de
esta lección en términos muy sencillos, describiendo nuestra situación como
algo en que “¡si no aprendemos” -que todos estamos relacionados, conectados, y
que todo es un cuerpo viviente], no podremos respirar!” 3
Nuestra mayor
amenaza
En su informe del año 2000 sobre el Estado del Mundo,
el Instituto Worldwatch [Vigilantes del Mundo] observó: “Amenazas sin
precedente a la estabilidad de nuestro mundo natural nublan la promesa
brillante de un nuevo siglo".4 Casi siempre, las amenazas que se mencionan
en el informe brotan de avances científicos recientes, y de la manera en que tecnologías
poderosas han entrado sin freno a nuestras vidas. Desde temas relacionados con
proporcionar suficiente alimentación y construir economías viables, hasta la
incertidumbre de tecnologías basadas en los genes y la proliferación de armas
que pueden hacer inhabitables regiones enteras del planeta durante cientos de
generaciones, es obvio que la humanidad lleva un curso destructivo en lo que se
refiere a la supervivencia de nuestra especie.
A finales del siglo XX, muchos científicos, investigadores
y organizaciones, consideraban que la década de 1990 fue el punto en que
terminó un ciclo y la vieron como una oportunidad para evaluar nuestros errores
al igual que nuestros logros como comunidad global. En junio de 1995, durante
una conferencia en Killarney, Irlanda, el psiquiatra pionero Stanislav Grof
presentó un trabajo que reflejaba la preocupación de muchos individuos en
relación a las condiciones de deterioro que amenazan a nuestro mundo.5 Entre
los peligros inmediatos que menciona Grof están los relacionados con “la contaminación
del suelo, el aire y el agua debido a las industrias; la amenaza de desperdicios
y accidentes nucleares; la destrucción de la capa de ozono; el efecto
invernadero; la posible pérdida de oxígeno en el planeta debido a la
deforestación irresponsable y el envenenamiento del plancton de los océanos; y
los peligros de aditivos peligrosos en nuestros alimentos y bebidas”.6 Reflejando
los sentimientos de muchos otros científicos, cual-quiera de las amenazas que
menciona Grof es suficiente para indicar la presencia de un peligro real ¡jara
los sistemas vitales de la Tierra. El hecho de que todos estén presentes en el mismo
momento histórico, plantea la posibilidad de una amenaza que es casi
inimaginable.
En su artículo clásico sobre la Búsqueda de
Inteligencia Extraterrestre (SETI),7 Carl Sagan describe una serie similar de
escenarios que, si no se ponen bajo control, cada uno de ellos contribuirá al
colapso global de las sociedades, tal como- las conocemos. “Hay quienes al
contemplar nuestros problemas globales en la Tierra, nuestros antagonismos
nacionales, nuestros arsenales nucleares, nuestras crecientes poblaciones, la
disparidad entre los pobres y los adinerados, la escasez de alimentos y
recursos, y las alteraciones que sin darnos cuenta hacemos al entorno natural
de nuestro planeta, llegan a la conclusión de que vivimos en un sistema que
está destinado a un colapso inmediato”.8 Continúa sus observaciones sobre el
“estado del mundo” con otro punto de
vista que se basa en los mismos datos: “Hay otros que creen que nuestros problemas tienen solución, que la humanidad todavía está en su infancia y
que algún día creceremos”.9 ;
Es interesante que cuando examinamos muchas de las
condiciones que se han identificado como nuestras mayores amenazas, descubramos
un factor común que las une. Este factor es la humanidad. Cada una de las
situaciones que citan Sagan, el Instituto Worldwatch, Grof y otros, describe
escenarios potencialmente catastróficos. Además, cada uno de ellos describe a
la humanidad como la única fuente de la amenaza.
Tomando en cuenta esas estadísticas, es obvio que en
el presente ¡la humanidad representa el mayor peligro para la supervivencia de
nuestra especie! También es obvio que sólo nosotros tenemos el poder de
garantizar la supervivencia de nuestra especie y el hecho de que nuestro mundo
sea habitable para las generaciones futuras.
En una escena que podría ser una de las más proféticas
de la película Contacto, la Dra. Arroway se encuentra siendo cuestionada por un
panel internacional de expertos para determinar quién representará mejor los
valores de los ciudadanos de la Tierra en caso de un contacto extraterrestre.
Como parte del proceso de selección, se le presenta un escenario hipotético. Si
se le diera la oportunidad de hacerle una sola pregunta a la civilización
supuestamente avanzada que ella espera encontrar, ¿cuál sería esa pregunta?
Después de una breve pausa, ella responde con aire pensativo que les
preguntaría cómo sobrevivieron a su periodo de adolescencia tecnológica sin
destruirse.
Los paralelos entre este tema de la película Contacto
y los sucesos que están ocurriendo en nuestro mundo en la actualidad son
evidentes. Aunque la motivación no es un contacto extraterrestre, como
civilización estamos luchando precisamente con las mismas preguntas y
preocupaciones que la Dra. Arroway presenta ante el panel. ¿Cómo vamos a
sobrevivir a las capacidades y al inmenso poder que la ciencia y la tecnología
han desatado, en especial tomando en cuenta nuestra diversidad y tantas ideas
diferentes sobre el aspecto que debe tener nuestro mundo?
Este tema no es nuevo en la historia de la humanidad.
Es importante notar que los registros más antiguos de la civilización humana no
nos hablan de milagros y de la belleza de la vida. Por el contrario, en ellos
se nos ofrece una visión momentánea de la lucha antigua y siempre humana con el
poder y su uso para respaldar creencias e ideas. En la actualidad, además de
los problemas ambientales que son el resultado de la evolución de la industria,
nos enfrentamos a una crisis que tal vez podría ser más fundamental para
nuestra supervivencia.
Junto con los peligros que ahora amenazan al mundo de
la naturaleza, vivimos bajo la sombra siempre creciente de tecnologías
relacionadas con armas que tienen el poder de destruir la civilización y hacer
que nuestro planeta sólo sea habitable para las formas de vida más sencillas
durante cientos de años. La decisión de explorar tales tecnologías, la precisión
con que se han creado las armas que son resultado de ellas, y la, facilidad con
la que se justifica su uso en la actualidad, y con la que algunos incluso creen
que es posible sobrevivir a ellas; crea lo que indudablemente es la mayor
amenaza a nuestra: supervivencia hoy en día.
De la ignorancia a
la intención
Cómo encontrar nuestro camino estando al borde de la
destrucción.
La destrucción de los sistemas que apoyan la vida en
nuestro planeta: los océanos, la atmósfera, los ríos, los lagos y los bosques,
ha sido ante todo el resultado de nuestra ignorancia en el pasado con respecto
al daño que los combustibles fósiles y las sustancias químicas pueden causar a
nuestro mundo. Aunque siempre ha habido “personas informadas” que tienen acceso
a los peligros de tecnologías específicas, y aunque es indudable que el poder y
la ambición han tenido un papel importante en la forma en que se aplican las
nuevas tecnologías, la mayoría de la población general no se ha dado cuenta de
las consecuencias que podría tener el apoyar a las industrias que acaban con
nuestros recursos.
La familia norteamericana promedio que trata de encontrar
el equilibrio entre dos carreras profesionales, juntas de padres de familia y
prácticas de fútbol, ha dejado en manos del gobierno y de la industria la
responsabilidad de mantener bajos los niveles de radiación en las plantas
nucleares y asegurarse de que el agua, el vapor y los residuos de las minas y
fábricas no sean un riesgo. Como consumidores, pocas personas han visto más
allá de los anaqueles de los centros comerciales y supermercados de su
vecindario e investigado de dónde vienen en realidad los productos que les
facilitan la vida.
Desde esta perspectiva, el daño que nuestro planeta ha
experimentado podría verse como algo que en gran medida no fue intencional,
sino el producto secundario y la consecuencia de nuestros cambiantes puntos de
vista sobre el progreso, la economía y nuestra relación con el mundo. Ahora que
se ha identificado el peligro de los productos que acaban con el medio
ambiente, y que las predicciones científicas y las de las culturas antiguas se
han validado, podemos trabajar juntos para cambiar y “corregir los errores”.
Aunque ésta no es una excusa que justifique los efectos catastróficos que han
ocurrido {como derrames de petróleo, fusiones accidentales del núcleo de reactores,
explosiones en plantas químicas y desechos tóxicos), ayuda a distinguir con
claridad la amenaza de las tragedias ambientales, la creciente amenaza de armas
de efectos masivos y la amenaza de las ideas que llevaron a su creación.
El mundo sigue en
guerra
Para muchas personas, el final de la Guerra Fría a
finales de la década de 1980 marcó el principio de una paz relativa en el
mundo. Por primera vez en casi una generación, la constante amenaza de una
guerra nuclear parecía desaparecer y el mundo dejó escapar un suspiro de alivio
cuando Estados Unidos y Rusia crearon nuevas relaciones y exploraron nuevas
formas de trabajar juntos en la era posterior a la Guerra Fría. Aunque en esa
época no se libraron “guerras declaradas” a escala mundial, la paz relativa era
precisamente eso: relativa. Además de la tan visible lucha por territorios
entre Israel y Palestina en el Oriente Medio, a finales de la década de 1990,
al menos otras 20 naciones se vieron involucradas en guerras.10 Aunque a menudo
sólo se les ha llamado “conflictos”, estas hostilidades han tenido como
resultado los mismos sufrimientos y las mismas víctimas que son el rasgo
característico de las guerras declaradas.
Algunos de estos conflictos que han recibido poca atención
de los medios noticiosos, brotaron de desacuerdos muy antiguos y han continuado
durante décadas, mientras que otros son relativamente recientes. Estos
conflictos ya han cobrado millones de víctimas. Para 1999, la guerra en Sudán
entre los musulmanes del norte y los cristianos del sur ha causado aproximadamente
1.9 millones de víctimas, muchas entre la población civil.11 A finales del
siglo XX, casi la mitad de las guerras no declaradas del mundo se libraban en
el continente africano, además de lo que quedaba de “puntos conflictivos” como
Bosnia, Kosovo, Macedonia, Chechenia, Azerbayán, Tayikistán, Kashmir, India,
Filipinas, Indonesia, Tíbet y el Medio Oriente. Desde guerras civiles y luchas
por independencia, hasta purgas étnicas, el periodo que muchos percibieron como
tiempo de paz, en realidad ha sido todo menos pacífico.
Después de los trágicos sucesos del 11 de septiembre
de 2001, la amenaza del terrorismo ha concentrado la atención mundial en países
y ciudades que muchos occidentales nunca habían escuchado nombrar antes. De
pronto, regiones como Kabul y Tora Bora en Afganistán se volvieron nombres
familiares, cuando las tropas estadounidenses se desplegaban en las montañas
que forman la frontera con Pakistán. Apoyándose en el principio de la seguridad
preventiva, en unos cuantos meses, la búsqueda de terroristas se concentró en
países musulmanes, y cambió el panorama de la paz mundial de una manera sin
precedente en la historia reciente.
En las palabras del profesor de Harvard, Samuel P. Hunington,
“Los ingredientes de un posible choque de civilizaciones están presentes”,12
Quizá más que nunca en cualquier
momento de la historia reciente, el mundo parece estar
dividido en cuanto a la manera de enfrentarse a las amenazas que se perciben
contra los intereses nacionales, la seguridad de los continentes, y en el caso
de países como Israel, la supervivencia misma de su estilo de vida.
En el contexto de un mundo de este tipo, la tecnología
se ha convertido en un factor dominante en la paz mundial. La capacidad de las
armas convencionales y un sofisticado arsenal de armas nucleares que representó
una ventaja para los poderes occidentales durante gran parte del siglo pasado,
es tecnología que ha caído en manos de quienes estos poderes consideran sus
enemigos. Aunque es posible que la Guerra Fría haya terminado oficialmente a
finales de la década de 1980, las armas que se desarrollaron a partir de la
ciencia de la Guerra Fría siguen estando presentes.
¿Por qué ahora?
A finales de la última década, se sabía que el “club
nuclear” (naciones que admiten oficialmente que han desarrollado y acumulado
armas nucleares) tenía siete miembros: Estados Unidos, Rusia, China, Francia,
Inglaterra, India y Pakistán. Corea del Norte está entre los países que
activamente participan en programas para el desarrollo de armas nucleares, y posiblemente
haya otros. En el punto crítico de la Guerra Fría, el arsenal de armas
nucleares creado entre Estados Unidos y la antigua Unión Soviética, ¡comprendía
casi 70,000 cabezas nucleares dispersas en América del Norte, Europa y Asia!13
Estas estadísticas incluían armas que estaban
activamente desplegadas, al igual que las reservas para reabastecer suministros
en tiempo de guerra. Después de los tratados que se diseñaron para reducir esa
enorme cantidad de cabezas nucleares,
las naciones empezaron a reducir los arsenales que
podrían haber destruido muchos planetas del tamaño de la Tierra. Según el
Consejo para la Defensa de Recursos Naturales, hoy en día, a principios del
siglo XXI, el arsenal nuclear del planeta es aproximadamente la mitad de lo que
era en el punto crítico de- la Guerra Fría, con unas 36,000 cabezas
nucleares.14 Sin embargo, el Consejo ha informado que estas cifras no incluyen
los arsenales de países nucleares no declarados, pero que se sabe existen, como
Israel.
En una época en la que hay cada vez más diferencias y
una creciente tensión entre países nucleares vecinos, la amenaza de esos
arsenales no puede ignorarse. Aunque después del final de la Guerra Fría se
inició la destrucción de un porcentaje de armas nucleares, el proceso parece
haber perdido velocidad. Al comentar esta falta de continuidad, Joseph
Cirincione, Director del Proyecto de No-Proliferación del Legado Carnegie para;
la Paz Internacional (Non-Proliferación Project ar the Carnegie Endowment for
International Peace) declaró: “Una de las cosas sorprendentes es que el desarme
nuclear potencialmente se ha detenido”. Con respecto al estado actual de las
armas, nucleares que aún quedan en el mundo actual, Jorgen Wouters informó al Noticiero
ABC que "las potencias más importantes todavía poseen más que suficientes
armas nucleares de la Guerra Fría para destruir al planeta muchas veces”.15
Además de los arsenales nucleares de las potencias que
se han enemistado, el número creciente de armas químicas y biológicas se suman
a la ya formidable amenaza de guerra que tendría consecuencias a nivel
mundial.16 Aunque la existencia de toxinas biológicas y agentes químicos
diseñados para la guerra se declaró ilegal en los Protocolos de Ginebra de 1925
y más tarde en la Convención de Armas Químicas [Chemical Wea- porn Convention,
CWC] de 1993,17 hoy en día plantea una mayor amenaza de guerra que en cualquier
momento de los últimos 100 años.
Es obvio que existen las condiciones para una
catástrofe causada por la guerra y para las muertes que serían consecuencia de
ella, en proporciones épicas inimaginables. También es claro que es
virtualmente imposible prepararse y defenderse de cada una de las múltiples
amenazas que se conocen. Es muy probable que ya existan otras amenazas en la
colección mundial de armamentos que todavía no se han dado a conocer
públicamente.
En el contexto de los arsenales en constante
desarrollo y la creciente tensión entre las potencias mundiales-, a menudo me
he preguntado: “¿Por qué ahora? ¿Por qué ofrecer hoy este libro que describe el
mensaje de nuestras células?”. Si alguna vez exploráramos el poder de un
principio que pudiera unificar las diversas ideas étnicas, religiosas y
políticas, ésta es la generación en que deberíamos hacerlo. Ante un arsenal
global de armas con un poder destructivo sin precedente, y ante la decisión de
utilizarlas para poner en vigor políticas que se basan en nuestras diferencias,
éste es el momento apropiado para ofrecer el mensaje de nuestras células.
En una entrevista que Alfred Werner le hizo a Albert
Einstein en 1949 y que se publicó en la revista Liberal Judaism, le preguntó
cómo pensaba que serían las armas de una tercera guerra mundial en la era
nuclear. Su respuesta fue un escalofriante recordatorio del camino peligroso en
el que nos encontramos en la actualidad, al igual que de la responsabilidad que
cenemos como civilización para asegurarnos de que esas especulaciones nunca se
hagan realidad. Con la sencillez y el candor que leerán característicos,
Einstein respondió: “No sé si la Tercera Guerra Mundial se librará algún día,
¡pero puedo decir que lo que usen en la Cuarta van a ser piedras!".'*
En los primeros años del siglo XXI, estamos en una
encrucijada peligrosa como civilización global. Ya no es una decisión
americana, rusa, china o europea el retroceder del borde del conflicto global.
A causa de la globalización y de la difusión de la tecnología, un conflicto en
cualquier lugar del mundo debe evaluarse en términos mundiales.
A medida que las naciones de la Tierra adoptan
creencias religiosas e ideas políticas, las guerras civiles, las guerras religiosas
y las guerras económicas, sin importar lo justas que parezcan, reducen el
potencial de regiones y continentes enteros en formas que hace sólo un cuarto
de siglo habrían sido imposibles.
Teniendo tecnologías que pueden incapacitar a los
ejércitos más capaces, causar destrozos en la base misma de la vida; destruir
ciudades y naciones y acabar con poblaciones enteras el futuro de nuestra
especie depende ahora de la habilidad colectiva para superar nuestras
diferencias. En lo que podría llegar a ser una gran ironía de la historia
humana, un crecimiento corpus de evidencia sugiere que esta tal vez no es la
primera vez que la humanidad se ha enfrentado a la posibilidad de sil propia
destrucción con el uso de armas que tienen el poder eliminar civilizaciones
enteras de la faz de la Tierra.
Aunque no se reconoce en la historia convencional,
algunos de los registros más antiguos de nuestro pasado detalla precisamente un
escenario de ese tipo, y la batalla que acabó con dos vastos imperios en una
época antes del inicio de la historia. Un creciente corpus de evidencia
arqueológica que se considera anómala en los estudios tradicionales, muestra indicios
de que al menos algunos de los documentos podrían ser1 los últimos rastros de
hechos históricos reales. Si estos hechos ocurrieron, entonces hoy en día
podríamos estar contemplando la experiencia moderna de una lección muy antigua,
y una nueva oportunidad para elegir un nuevo resultado.
Lecciones de
nuestro pasado
El Mahabharata, que se ha llamado el poema épico
nacional de la India, y también Ja Biblia Hindú, es una obra literaria sin
paralelo en cuanto a su extensión y su tema. También podría ser la descripción
de una guerra con tecnología tan avanzada y con consecuencias tan devastadoras,
que aceptar el relato como un hecho histórico sería casi impensable. Aunque el
relato antiguo describe sobrevivientes de la última batalla, no hubo una
victoria real. El precio que pagaron las sociedades en guerra que describe el
Mahabharata, tuvo como resultado una destrucción de proporciones bíblicas,
incluyendo la pérdida de innumerables vidas, la esterilidad de la tierra y la
destrucción de una civilización avanzada que data de antes de la historia.
El relato se escribió originalmente en el antiguo
lenguaje sánscrito, hace de 2500 a 3000 años. Contiene aproximada-mente 100,000
versos y el tema central del poema épico es una lucha entre dos reyes, el Rey
Pandu y el Rey Dhritarashtra, que terminó en una gran batalla que pudo haber
ocurrido hace de 8000 a 10,000 años; ¡mucho antes de épocas en que la historia
tradicional registra la existencia de grandes civilizaciones y tecnología
sofisticada! Es interesante que la última batalla que se describe en el
Mahabharata, también haya marcado el fin del último ciclo de la cosmología
hindú, el Dvuparayuga, y el principio de la última gran era del mundo. Vivimos
en esa era actualmente, el tiempo de Kali Yuga,
La descripción de armas y tácticas de guerra que encontramos
en el poema épico hindú ha captado el interés de historiadores y generales en
el pasado. Esas mismas descripciones están- ahora captando la atención de
científicos e investigadores. Se desarrolla en los valles cercanos a lo que, en
la actualidad en Delhi, India; los versos del Mahabharata detallan el uso de un
arma que causa la total destrucción de grandes regiones de la Tierra y de toda
la vida que las habitaba. El arma misteriosa se introduce y se descarga en la
batalla, se le describe como un “arma desconocida, el relámpago de hierro... un
solo proyectil con todo el poder del universo”,19 El impacto tuvo como resultado
“una columna incandescente de humo y fuego, tan brillante como 10,000 soles...”20
Los versos describen la total devastación que el arma
dejo tras de sí. “La Tierra tembló, quemada por el terrible calor del arma. Los
elefantes ardieron en llamas... En una enorme región, los animales cayeron al
suelo y murieron. Las aguas hervían, y las criaturas que vivían en ellas
también murieron”. En los últimos sucesos de la batalla, el texto describe el
horrible destino de los seres humanos atrapados en la senda de tal destrucción.
“Los cadáveres estaban tan quemados que eran imposible reconocerlos. El pelo y
las uñas se les cayeron”.22 Detalles adicionales describen cómo “las vasijas se
rompían sin causa. Las aves, perturbadas, volaban en círculos y se volvieron
blancas”.25
Si la tecnología que se describe aquí y sus efectos
fueran relatos exactos de lo que ocurrió hace muchísimo tiempo, obviamente se
trata de un arma que no se parece a nada de lo que según se sabe haya existido
en ninguna época de la historia; es decir, hasta que se introdujeron armas
atómicas en el mundo a mediados del siglo XX. Hasta hace poco, la magnitud de
la destrucción que se describe en los versos del Mahabharata era inconcebible
como efecto de una sola arma. No obstante, al detonarse, en 1945 la primera
bomba nuclear que se usó en la guerra, la posibilidad de una catástrofe de tal
magnitud se convirtió en una realidad moderna.
La relación entre la catastrófica batalla del
Mahabharata y el poder de la devastación nuclear no ha pasado sin ser notada en
tiempos recientes. Después de la detonación exitosa de la primera bomba atómica
del mundo en el campo de pruebas de Trinidad en 1945, el físico Robert Oppenheimer
citó directamente al Bhagavad-Gita, una porción del Mahabharata, Refiriéndose
al papel de creador y destructor que tiene el Dios hindú Shiva, Oppenheimer
citó la declaración de Shiva tomada del poema épico al contemplar la furia de
la explosión: “Ahora he muerto, yo el destructor de los mundos”.24
Es interesante que además del poema épico de la India,
algunas otras culturas antiguas, incluyendo las de los nativos de América del
Norte y los Dzyan del Tíbet, describen una época de gran destrucción en nuestro
pasado. Cada una atribuye la devastación que resultó de ella a una lucha entre
el bien y el mal y a la lucha de la humanidad por alcanzar poder. ¿Sería
posible que, en un periodo de nuestro pasado remoto, hayan existido en la
Tierra tecnologías nucleares, incluyendo las que se construyen para la guerra?
¿Podría una civilización avanzada haber ascendido en la escala de la evolución
tecnológica miles de años antes del inicio de la historia convencional, sólo
para desintegrarse en las ruinas de su propia destrucción?
Un creciente corpus de evidencia, y un creciente
número de científicos, están empezando a considerar con seriedad es-tas
preguntas. Ya en 1909, cuando los científicos empezaban a entender el poder que
podría desatarse de átomo, el físico l'rederick Soddy, comentó: “Creo que han
existido civilizaciones en el pasado que conocían la energía atómica, y que por
el mal uso que hicieron de ella fueron totalmente destruidas".
Si en realidad una civilización antigua poseyó la
ciencia y la tecnología para dominar el poder del átomo, y de hecho la usó en
la guerra, deberíamos ver hoy en día evidencias dé la destrucción resultante.
Aunque por todo el mundo se han recibido informes de descubrimientos anómalos
como cumbres de montañas quemadas, arena de antiguos desiertos fusionada como
grande placas de vidrio, y antiguos esqueletos radioactivos,26 quizá los
hallazgos más elocuentes se están excavando cerca del legendario sitio de la
batalla que se describe en el Mahabharata A principios del siglo XX, los
arqueólogos empezaron excavar los restos de una civilización desconocida en el
valle del río Indus, en el norte de la India y Pakistán. Aunque él sabía que
tribus nómadas habían habitado esa zona durante miles de años, estudios
históricos habían vinculado un desarrollo organizado en esa región a las
invasiones arias en el año 1500 antes de nuestra era. Con el descubrimiento de
dos ciudades importantes, Harappa y Mohenjo Daro, esa fecha se fijó en el año
3000 antes de nuestra era.
El arqueólogo británico Sir John Marshall, excavó la
anti; gua ciudad de Mohenjo Daro por primera vez en la década de 1920, y
posteriormente, en 1946,27,28 Sir Mortimer Wheelei llevó a cabo más
excavaciones. Éstas revelaron un centro urbano excepcionalmente bien
planificado, con una sofisticación que no se ve en muchas de las ciudades y
aldeas de nuestros días. Los arquitectos de Mohenjo Daro construyeron su ciudad
siguiendo un plano cuadrado definido por avenidas de 1C metros de ancho. Muchas
de las estructuras tenían agua corriente y sistemas cerrados de drenaje, al
igual que grandes áreas cerradas que se cree eran baños públicos o rituales. Además
del diseño avanzado de las ciudades, los habitantes de Indus utilizaban una forma
de escritura ahora olvidada que, si conoce como Escritura del Valle del Indus,
que nunca se hi traducido ni descifrado. Al no poder leer lo que sus habitantes
dejaron tras de sí, sólo contamos con los artefactos físicos para conocer la
historia de Harappa y Mohenjo Daro.
Tal vez el mayor misterio que nos dejan las ciudades
anti-guas es por qué se olvidaron, ¿Qué causó su abandono? Los descubrimientos
de Wheeler podrían darnos cierto indicio. Cuando la excavación llegó al nivel
de las antiguas calles, los trabajadores encontraron varios esqueletos humanos
contorsionados y en posturas extrañas; algunos de ellos todavía estaban tomados
de las manos, como si algún desastre inesperado los hubiera sorprendido. Los
informes sobre otras excavaciones en el área describen los hallazgos: “En
algunos sitios, se encontraron en las escalinatas grupos de esqueletos en
posturas que indican que estaban huyendo”.29 ¿Qué les pasó a estas personas, y
por qué sus esqueletos están tan intactos? ¿Qué circunstancias impidieron que
los animales salvajes, el deterioro o los saqueadores movieran los cuerpos
después de su muerte?
Tal vez la respuesta a estas preguntas esté en descubrimientos
que recibieron menos publicidad de esqueletos similares encontrados cerca de la
ciudad actual de Delhi. Al hacer las excavaciones preparatorias a la
construcción de un complejo habitacional, los trabajadores informaron haber
encontrado algo que no debería haber estado allí. En una zona en la que ya se
había detectado un número alarmante de casos de cáncer y defectos congénitos,
descubrieron una gruesa capa de ceniza radiactiva bajo la superficie de la
tierra.30
Investigaciones posteriores revelaron que la ceniza
cubría un área de aproximadamente tres millas cuadradas (a modo de comparación,
la zona de devastación más grande en la ciudad japonesa de Hiroshima cubrió
aproximadamente cuatro millas cuadradas). En su libro Riddlesof AndentHistory
[Acertijos de la historia antigua}, el arqueólogo ruso A. Gorbovsky dice que se
encontró al menos un esqueleto humano en esa zona ¡con un nivel de
radioactividad aproximadamente 50 veces mayor que el que debería haber tenido a
causa de radiación natural!51 ¿Qué podría explicar estos hallazgos anómalos de
una civilización que liego a la cumbre y luego pereció casi 2000 años antes del
tiempo de Jesús de Nazaret?
Es obvio que todavía debe llevarse a cabo mucha
investigación adicional en este sitio y otros similares. A partir de ella
podremos confirmar los hallazgos y desentrañar los secretos, j que plantean
para nosotros esos restos. Incluso sin haberse realizado un estudio específico,
estos hallazgos contribuyen a un i creciente corpus de evidencia que indica que
algo sucedió hace mucho tiempo que tuvo efectos tan devastadores que toda una|
civilización desapareció.
¿Los descubrimientos de Wheeler, Marshall y otros
revelan la evidencia y las repercusiones de una civilización avanzada y de su
incapacidad para sobrevivir a su “adolescencia tecnológica”? Los efectos de una
explosión nuclear están muy bien documentados en la actualidad. Con la
similitud entre esos efectos y los hallazgos en estos sitios antiguos, los
paralelos son claros, y las comparaciones inevitables. Cuando combinamos la
evidencia tangible de hoy con los escritos del pasado, surge en nuestra mente una
pregunta: Si como humanidad, ya hemos seguido la senda de autodestrucción y
hemos acabado, con toda una civilización por el mal uso del poder, ¿estarnas,
en peligro de cometer de nuevo el mismo error?
Al alinearse las naciones una contra otra debido a antiguas
luchas relacionadas con territorios, linajes y creencias religiosas y
políticas, ¿es posible que esas diferencias lleven al mundo a otro conflicto
global en nuestra época? ¿Permitiremos que las diferencias entre el capitalismo
y el socialismo; la diversidad entre los valores cristianos, hebreos y
musulmanes; y las perspectivas conflictivas sobre lo que significa la palabra progreso
dividan al mundo de manera aparentemente irreconciliable? Al considerar el
poder destructivo de los arsenales nucleares, químicos y biológicos que hay en
el mundo, ¿podemos permitirnos el riesgo de no encontrar la respuesta a esa
pregunta?
La historia ha demostrado que, en el fragor del
conflicto, el “poder” a menudo se convierte en una justificación para el uso de
cualquier medio que se considere necesario para proteger valores y creencias
profundamente arraigadas. El Mahabhamta es la historia de una poderosa arma
letal, usada como último recurso, por un ejército que creía que si no salía
victorioso de la batalla perdería su civilización y su estilo de vida. Si en la
actualidad se manifestara un escenario similar, las generaciones futuras
podrían leer sobre nuestra época en un poema épico sobre la gran guerra del
siglo XXI, justificada por creencias similares. Si la literatura de la India es
de hecho un registro exacto de sucesos históricos, entonces la humanidad ha experimentado
las consecuencias de esta manera de pensar en ci pasado, y difícilmente
sobrevivió a ellas. La próxima vez podríamos no ser tan afortunados.
En ocasiones se pasa por alto la simplicidad del
origen de lo que parecen ser los muchos y complejos temas de donde brotan los
problemas mundiales hoy en día. La fuente de la mayor amenaza a nuestra
supervivencia es la forma en que percibimos nuestra diversidad. La mayoría de
los conflictos actuales se basan en diferencias entre los pueblos, las razas,
las religiones y las creencias. Algo real o que puede percibirse, es que, en el
siglo XXI, reconocer un principio único que trascienda nuestras diferencias,
unificando a personas de todas las creencias y profesiones, se convierte en un
elemento estratégico al igual que en una comprensión espiritual. La naturaleza
universal del hecho de que d nombre de Dios se manifieste en las células de
nuestro cuerpo podría llegar a sqr el fundamento de ese principio.
Más allá de
nuestras diferencias
Supervivencia a
través de la unidad
La historia y las experiencias de quienes nos han
precedido pueden en ocasiones ser nuestros mejores maestros en lo que concierne
a cómo proceder cuando entremos al territorio inexplorado de las ideas nuevas.
Aunque los tiempos han cambiado y ahora contamos con factores de ciencia y
tecnología que nuestros antepasados no podían siquiera imaginar hace 100 años,
en muchos aspectos los principios de enfrentar los cambios son los mismos.
Ya sea que hablemos de las comunidades de nativos de
Norte América que trataban de preservar su estilo de vida en el siglo XVII, o
de nuestra familia global que trata de sobrevivir a las amenazas del siglo XXI,
en los niveles más básicos, la experiencia es la misma: estamos hablando de
honrar la vida. Una de las mayores lecciones de la historia nos ha enseñado que
la unidad y la cooperación ofrecen una mayor oportunidad de supervivencia de la
que alguna vez podría lograrse mediante competencias y conflictos.
Durante la colonización de América del Norte por los
europeos, las comunidades indígenas que habían sido indiferentes y en ocasiones
hostiles hacia sus vecinos, vislumbraron muy bien la necesidad de superar sus
dificultades. Cuando los primeros exploradores y colonizadores llegaron a las
costas de lo que en la actualidad es el noreste de Estados Unidos, las tribus y
las familias que habían vivido en esas zonas durante muchas generaciones, por
lo general los recibieron de buen agrado. Los diarios de los colonizadores de
Jamestown, Virginia, que fue el primer asentamiento permanente de europeos en
América del Norte, atribuyen su supervivencia al devastador invierno de 1607 a
1608, un invierno para el que no estaban preparados, a los consejos y el apoyo
de los nativos que los ayudaron.
Sin embargo, pronto fue obvio que los dos estilos de
vida eran incompatibles; el estilo de vida de los nativos nunca podría
sobrevivir a la visión del mundo de los europeos. Para las comunidades
indígenas que habían equilibrado con éxito las necesidades de la vida diaria
con los ciclos de la naturaleza durante cientos de años, la sola idea de que la
tierra pudiera reclamarse como propia era tan inconcebible como la idea de la
propiedad del aire que los rodeaba y de la lluvia de los cielos. Como el
concepto de que la naturaleza podía “poseerse” era tan ilógica, muchos nativos
no tomaron en serio la amenaza que representaban los colonos europeos.
Simplemente no entendían lo que les estaba pasando a ellos y a su cultura.
No obstante, un puñado de líderes de esas tribus
empezó a comprender gradualmente la naturaleza de la inminente amenaza. Aunque
es posible que estos visionarios no comprendieran plenamente las intenciones de
los colonos que llegaban a sus tierras, sí reconocían que las diversas tribus
tenían que cooperar y unificar su voz para preservar su estilo de vida o se
perdería para siempre. ¡Sabían que su supervivencia dependería de su habilidad
para hacer eso! Pero lamentablemente, cuando los líderes fueron testigos de las
consecuencias de que sus comunidades no fueran capaces de unificarse,
organizarse y actuar, ya era demasiado tarde.
Quizá uno de los ejemplos más desgarradores de esa lección
de unificación para el mayor bien, son los relatos de la tribú Narragansett y
de su líder el Jefe Miantonomo. El jefe reconoció que la amenaza que
representaba la colonización de Norteamérica iba más allá de los miembros de su
tribu, y se extendía a las tribus vecinas, con las cuales su tribu había tenido
conflictos y tensiones en el pasado. Se puso en contacto con los pueblos Mohawk
y propuso una alianza para crear lo que el historiador lan K. Steele ha llamado
“un movimiento unificado de resistencia amerindia”32 Se dice que, en 1642, el
jefe dijo:
Debemos ser uno como los ingleses, de lo contrario
desapareceremos dentro de poco, pues como ustedes saben, nuestros padres tenían
muchos ciervos y pieles, nuestros campos y bosques estaban llenos de ciervos y
de pavos, y nuestros lagos llenos de peces y aves. Pero estos ingleses, al
apoderarse de nuestra tierra, cortan los pastos con sus guadañas y los árboles
con sus hachas; sus vacas y caballos comen el pasto y sus cerdos echan a perder
las playas donde viven nuestras almejas. Nos vamos a morir de hambre [el autor
añadió las itálicas].33
Desafortunadamente, otra lección de la historia nos muestra
cómo los esfuerzos bienintencionados en un área de la vida no siempre resuelven
los problemas en otras áreas. Durante la guerra entre las tribus que se estaba
librando al mismo tiempo que los indios perdían su estilo de vida ante los
europeos, el Jefe Miantonomo fue capturado por miembros de la tribu Mohegan
quienes lo pusieron bajo la custodia de los ingleses como “rebelde”. Pero como
este problema no estaba dentro de i la jurisdicción de las Colonias Británicas,
los ingleses pensaron que no tenían derecho legal para juzgar su caso. Como
solución, pusieron al jefe en manos de la Tribu Unca, quienes lo ejecutaron,
siendo los ingleses los testigos que confirmaron el castigo.
Este relato ilustra la urgente necesidad de hacer a un
lado nuestras diferencias individuales y unificarnos ante una amenaza común.
Aunque no existe garantía de que el genocidio de aproximadamente 20 millones de
nativos norteamericanos pudiera haber sido diferente, existe la posibilidad de
que un esfuerzo combinado de los nativos durante los primeros años de la
colonización habría marcado una diferencia en cuanto a la forma en que ésta se
llevó a cabo. Es indudable que la colonización de América del Norte se habría
realizado, a pesar de los esfuerzos a favor de los habitantes originales. La
ola de descontento que invadió a Europa en el siglo XVII y la tecnología que
permitió la colonización del “Nuevo Mundo”, generó un dinamismo que no habría
sido posible detener.
Sin embargo, la forma en que ocurrió y se desarrolló
podría haber sido otra si se hubiera tomado en cuenta la presencia de los
50,000 habitantes nativos de Virginia en 1607. Respaldados por la fuerza de su
numerosa población, de su conocimiento sobre cómo sobrevivir en la tierra
“nueva”, y con el poder de una sola voz, es posible que los pueblos nativos
hubieran persuadido a los colonos a trabajar con ellos y no contra ellos, en
cuanto a la forma en que se llevó a cabo la colonización.
Debido a luchas entre las tribus y a diferencias de
opinión, de valores y de metas, no se formó a tiempo una voz unificada. Para
cuando las tribus de América del Norte se dieron cuenta de lo que le estaba
ocurriendo a su estilo de vida, estaban tan debilitados por enfermedades
introducidas por los europeos, como la viruela, y tan abrumados por armas avanzadas
como rifles y artillería (al igual que por los caballos, carretas y fuertes),
que lo único que pudieron hacer fue resistir.
Aquí la clave es que al no ser capaces de sobreponerse
a sus diferencias locales y unificarse en nombre del bien común, los habitantes
originales de Norteamérica perdieron lo que amaban y consideraban valioso: su
cultura, la tierra que habían servido durante cientos de generaciones, y finalmente,
gran parte de su estilo de vida. Aunque ya muy tarde, la realidad de esta
tragedia se reconoce en la actualidad. Ahora se está restaurando lo que aún
queda de este estilo de vida tan vasto y antiguo, y se está preservando en los
territorios más prístinos, rudos y hermosos que todavía quedan en Norteamérica,
Además, un, creciente número de personas que no están satisfechas con las
formas convencionales de medicina, de culto y de estilo de" vida, se están
acercando a las costumbres antiguas considera-1 das sagradas por los primeros
habitantes de América.
La historia del Jefe Miantonomo y la colonización
inicial, de Estados Unidos es sólo una de muchas historias que podrían
contarse. La razón para ofrecer este ejemplo en particular es que ilustra en
forma gráfica una poderosa lección de supervivencia de la que podemos aprender
hoy. La lección es simplemente ésta: Para la supervivencia de su grupo, a las
familias, comunidades y naciones les conviene ver más allá de las diferencias
que amenazan su estilo de vida y trabajar en cooperación para superar aquello
que amenaza su existencia.
El mismo principio podría aplicarse a mayor escala a
todo el planeta. Aunque esta observación podría parecer obvia a nivel
intuitivo, la historia está llena de ejemplos en los que no se reconoció este
principio tan fundamental de supervivencia. Además de que parece apoyarse en el
sentido común, vemos evidencia directa del poder de la unidad y la cooperación
en ejemplos tomados de otras especies.
La naturaleza:
Modelo de unidad y cooperación
Aunque la teoría de la evolución en sí ha sido objeto
de fuertes críticas, las observaciones hechas por Darwin al desarrollar su
teoría se han convertido en ejemplos clásicos de estudios sobre el
comportamiento social. Aunque las especies son diferentes, los principios son
similares en los insectos, los animales y los humanos. A diferencia de la
conclusión que Darwin parece haber sacado sobre la fuerza y la supervivencia en
El origen de las especies, sus obras posteriores describieron estrategias de supervivencia
basadas en la unidad y la cooperación más que en “la supervivencia del más
apto”. En su siguiente libro, La descendencia del hombre, Darwin resumió estas
observaciones diciendo: “Las comunidades que incluían el mayor número de
miembros simpatizantes florecían mejor y tenían mayor des-cendencia”,34
A principios del siglo XX, el naturalista ruso Peter
Kropotkin reforzó las últimas obras de Darwin con sus observaciones, ilustrando
cómo había encontrado que la cooperación y [a unidad eran las claves del éxito
y la supervivencia de una especie. En su libro Ayuda mutua: un factor de
evolución, Kropotkin describe con elocuencia los beneficios que experimenta el
reino de los insectos debido a la capacidad instintiva de las hormigas para
vivir en sociedades de cooperación, no de competencia.
Sus maravillosos nidos, sus construcciones, superiores
en tamaño relativo a las del hombre; sus caminos pavimentados y sus galerías
subterráneas abovedadas; sus espaciosos salones y graneros; sus campos de cultivo,
sus métodos de cosechar y “cultivar” semillas; sus métodos racionales para
cuidar de sus huevecillos y larvas y de construir nidos especiales para criar a
los áfidos que Linneaus describe pintorescamente como “las vacas de las
hormigas”; y finalmente su valentía, ánimo e inteligencia superior., todas
estas cualidades son el resultado natural de la ayuda mutua que practican en
todas las etapas de su vida laboriosa.35
El Dr. John Swomley, profesor emérito de ética social
en la Escuela de Teología de St. Paul, en Kansas City, deja en claro que nos
conviene encontrar formas pacíficas y de cooperación para construir las
sociedades globales de nuestro futuro. Citando la evidencia presentada por
Kropotkin y otros, Swomley afirma que la razón de insistir en la cooperación
más que en la competencia es más que un simple beneficio de una sociedad
próspera. De manera sencilla y directa, afirma que la cooperación es "el
factor clave en la evolución y en la supervivencia”.36,; En un artículo
publicado en febrero de 2000, Swomley cita a: Kropotkin, quien dice que la
competencia dentro de una especie “siempre daña a la especie. Se crean mejores
condiciones' al eliminar la competencia mediante ayuda mutua y apoy0 mutuo”.37
En el discurso introductorio del Simposio sobre
Aspecto Humanísticos y Desarrollo Regional, que se llevó a cabo en Birobidzhan,
Rusia en 1993, Ronald Logan, copresidente del simposio, presentó el fundamento
para que los participantes vieran a la naturaleza como el modelo de las
sociedades prósperas. En una referencia directa a Kropotkin, declaró: “Si le
preguntamos a la naturaleza: ‘¿quiénes son los más apeos, los que siempre están
en guerra unos con otros, o los que se apoyan entre sí, de inmediato vemos que
los animales que adquieren hábitos de ayuda mutua son sin duda los más aptos.
Tienen más oportunidades de sobrevivir, y alcanzan en sus respectivas clases,
el desarrollo más alto de inteligencia y de organización corporal”,
Posteriormente en el mismo discurso, Logan citó la
obra de Alfie Kohn (No Contest: The Case Against Competition. Sin pugna el
argumento contra la competencia), describiendo claramente lo que revelaron sus
investigaciones sobre el grado de competencia que es benéfico para los grupos.
Después de analizar 400 estudios sobre la cooperación y la competencia, Kohn
llegó a esta conclusión: “La cantidad ideal de competencia... en cualquier
entorno, el salón de clase, el centro de trabajo, la familia, el campo de
juego, es cero... Competir siempre es destructivo” (Noetic Sciences Review, primavera
de 1990).39
Se reconoce ampliamente que la naturaleza es un
terreno de pruebas para experimentos sobre unidad, cooperación y supervivencia
entre los insectos y los animales. A partir de las lecciones de la naturaleza,
se nos muestra, sin lugar a dudas, que la unidad y la cooperación son
ventajosas para los seres vivientes. Estas estrategias, corroboradas por el
tiempo y tomadas del mundo que nos rodea, podrían a la larga guiarnos a un
modelo a seguir para nuestra propia supervivencia. Sin embargo, para aplicar
una estrategia de este tipo, debe tomarse en cuenta otro factor que existe en
nuestro mundo y no está presente en el mundo animal. Como individuos y como
especie, por lo general debemos saber “a dónde vamos” y lo que podemos esperar
cuando lleguemos allí. Antes de cambiar nuestro estilo de vida, necesitamos
saber que el resultado vale la pena y que tenemos algo a qué aspirar.
Un futuro en el que
podamos creer
Algunos de los científicos, futuristas y visionarios
más brillantes de nuestros tiempos han especulado sobre lo que logra- riamos
como especie si continuáramos al ritmo actual de avance: tecnológico
ininterrumpido durante décadas o incluso siglos.
Aunque cada visión es diferente, todos pronostican una
época en que las condiciones que han causado los mayores. sufrimientos a la
humanidad sean sólo recuerdos del pasado*: Ven un mundo en desarrollo donde las
enfermedades se han eliminado, donde los periodos de vida se miden en cientos
de; años, y donde incluso la inmortalidad es posible. Nos ven evolucionando
para convertirnos en una especie interplanetaria y galáctica, donde los viajes
espaciales, los viajes en el tiempo y tecnología al estilo de Star Trek son
habituales. Casi a nivel universal, estos futuristas consideran los aspectos
más oscuro del mundo como obstáculos temporales, escalones que deben; subirse y
que nos llevan a la época que ellos han vislumbrada En su libro Visiones,
Michio Kaku describe su perspectiva de lo que nuestro futuro podría ofrecernos
como planeta, partir de las entrevistas que hizo a más de 150 científicos
diferentes campos a lo largo de un periodo de diez años, Kaku describe una era
de posibilidades que parece tan fantástica que es casi demasiado buena para ser
verdad. Al mismo tiempo advierte que un futuro de suministros ilimitados de
energía de inmortalidad, de cooperación global y de viajes en “wormholes” [un
tipo de estructura que algunos científicos creen que podría existir, y que
conecta partes del espacio y tiempo que normalmente no están conectadas], sólo
es posible si sobrevivimos a la presente crisis de las economías basadas en combustibles
extraídos de fósiles y a la tendencia a usar la tecnología- para nuestra
destrucción.
Para proporcionar un marco de referencia sobre cómo se
desenvolvería ese futuro, Kaku habla del intento del astrónomo ruso, Nikolai
Kardashev, de clasificar el desarrollo de las civilizaciones por su capacidad
para dominar los elementos de la naturaleza como fuentes de energía. Clasifica
el grado de tales logros en un amplio esquema que se basa en eres niveles que
él llama civilizaciones Tipo I, Tipo II y Tipo III.40 Las características clave
que identifican cada tipo de civilización se basan en la cantidad de energía
que consumen y la fuente de su energía. La diferencia en el consumo de energía
de cada tipo es aproximadamente diez billones de veces más que el nivel
anterior, y esa diferencia puede “superarse” en periodos relativamente cortos.
En este esquema sencillo y directo, Kardashev
contempla civilizaciones que, desde una perspectiva global, superan su
adolescencia tecnológica, las guerras y las inevitables diferencias, de tal
manera que no se destruyan a sí mismas durante largos periodos. Esos enormes
lapsos de tiempo permiten la longevidad de las civilizaciones cuya duración
podría medirse en periodos de miles de años, no de cientos de años.
Kardashev describe el primer nivel de progreso como
civilización Tipo 1. La característica que la define es que han do-minado los
poderes de la naturaleza y toman su energía del planeta mismo. Utilizando el océano,
el viento y las tecnologías de las profundidades de la tierra, trascienden las
limitaciones de los combustibles derivados de fósiles y los riesgos y peligros
de las economías impulsadas por energía nuclear. Los vastos suministros de
energía que están disponibles para la civilización Tipo I eliminan la necesidad
de competir o de pelear en guerras debido a fuentes limitadas de combustibles.
Al mismo tiempo, su tecnología hace que la energía para las necesidades básicas
de la vida esté ampliamente disponible para una población que se supone está en
crecimiento.
Las civilizaciones Tipo II se caracterizan por su
capacidad para llegar más allá de su propio planeta y tomar energía del sol más
cercano. Habiendo logrado periodos de vida más lar-os, los requerimientos de
energía de las civilizaciones Tipo II los obligarán a salir del planeta en
busca de suministros nuevos e ilimitados de energía. Dominar la energía de su
sol requeriría tecnologías más sofisticadas que la de colectar pasivamente sus
rayos, como lo hacemos hoy en día. Algunos teóricos sugieren que como
civilización Tipo II» viajaríamos activamente al sol con colectores que reflejan
cantidades masivas de radiación solar a ciertos lugares de la Tierra, diseñados
para convertirla en energía utilizable.
Entre los beneficios que disfrutaría una civilización
Tipo II, Kaku describe un mundo que ya no es vulnerable ante las fuerzas de la
naturaleza. Con la tecnología para regular el clima y hacer ajustes planetarios,
la longevidad de esa civilización permitiría que se llevaran a cabo
preparativos que involucraran ciclos planetarios que durarían siglos.
Los avances más sofisticados que se describen en el
esquema de clasificación de Kardashev son los de las civilizaciones Tipo III.
Habiendo avanzado más allá del tipo de energía que se toma del propio sol, una
civilización Tipo III se expande en su búsqueda de energía hacia otras
estrellas, y quizás incluso llegue al material de que está hecha la galaxia en
sí, al expandirse y convertirse en una civilización galáctica. En la visión di
Kaku, la ciencia de una civilización Tipo III podría incluso dominar la evasiva
energía Planck, lo que permitiría la apertura del espacio/tiempo para crear
vías cortas entre las estrellas 3 galaxias mediante wormholes. Tanto la vida
como la civilización serían inmortales, habiendo superado las limitaciones de
deterioro “natural” y la posibilidad de que fenómenos “al azar puedan
destruirlos. A pesar de lo fantásticos que parecen hoy estos escenarios, muchos
científicos, investigadores y visíonaríos creen que tales tecnologías y futuros
no sólo son posibles sino que son nuestro destino.
La clave para alcanzar tales niveles de avance es
vivir a través del presente.
Debemos sobrevivir a nuestra curva de aprendizaje y
encontrar la manera de superar las diferencias que nos han separado en el
pasado.
Dentro de este esquema de clasificación, la humanidad
tiene que alcanzar al menos el primer nivel, ¡la civilización Tipo II
Basándonos en las condiciones de nuestro mundo y en el desarrollo de la ciencia
y la tecnología, a principios del siglo XXI se nos clasifica como una
civilización Tipo 0. Todavía tenemos combustibles derivados de fósiles, cuyo
uso amenaza a nuestro medio ambiente. AI mismo tiempo, el hecho de poseer estos
combustibles ha definido a la población de nuestro mundo como los que “tienen”
y los que “no tienen”, y ha justificado todo tipo de conflictos a lo largo de
gran parte de la era industrializada.
Una característica de las civilizaciones Tipo 0 es su
incapacidad para unir sus conocimientos colectivos formando una sabiduría que
beneficie a la especie como tal. Como lo expresa Kaku: “En la Tierra, todavía
somos una civilización Tipo 0: todavía estamos irremediablemente fracturados en
naciones pendencieras y celosas, y profundamente divididos según posturas raciales,
religiosas y nacionales”. Como un rayo de esperanza, identifica una tendencia
adicional que se está construyendo en nuestro tiempo. Al enfrentarnos a guerras
civiles, étnicas y religiosas, estamos dependiendo cada vez más unos de otros
mediante la globalización de las economías mundiales. Él cita la formación de
organizaciones comerciales, como la Unión Europea, como evidencia de esta
tendencia.
¿A dónde nos llevarán estas tendencias? En un sentido
muy real, la respuesta a esa pregunta se está creando en este momento, a medida
que buscamos nuevas forman de salvar nuestras diferencias y unir nuestras
creencias sobre el aspecto que debería tener nuestro mundo.
Si los logros de los últimos 200 años son una
indicación d< lo que es posible para nuestra especie, entonces el futuro
ciertamente tiene una promesa que en la actualidad muchos sólo pueden imaginar
en sus sueños. La clave para superar los sufrimientos y las tragedias que parecen
prevalecer, es que debemos vivir lo suficiente para construir el mundo que
tantos han vislumbrado. Debemos sobrevivir a lo que tal vez es el periodo di
mayores cambios que nuestra especie haya experimentado jamás. Debemos cooperar
y salvar nuestras diferencias. Dentro de cada célula viviente de cada vida se
preserva el mensaje que nos da una razón para creer en nuestro futuro, y la
clave para salvar las diferencias que harán posible esas civilizaciones futuras.
Quizás la autora y visionaria Jean Houston describe
mejor la magnitud de nuestra época histórica. Al hablar del grado di los
cambios que enfrentamos en la actualidad y lo que podriamos esperar para el
futuro, Houston nos dice con la elocuencia que se ha convertido en la
característica de su obra; lo único esperado es lo inesperado. Todo lo que era,
ya no es todo lo que no está empezando a ser. Nuestra era es una era de cambios
cuánticos, probablemente es la era que más ha destruido y reconstruido en la
historia del mundo. Y nosotros somos quienes debemos seguir adelante”.42
RESUMEN
• Con el fin del milenio todavía fresco en la memoria,
los científicos se preguntan si sobreviviremos o no otros cien años desatando
los poderes de la naturaleza a través de armas y tecnología, sin entender plenamente
las consecuencias de hacerlo.
La ecuación de Drake calcula que se podrían haber
desarrollado unas 10,000 civilizaciones inteligentes a lo largo de la historia
de nuestro universo, que se extiende de 13 a 14 mil millones de años. Muchos se
preguntan: ¿Dónde están esas civilizaciones? Carl Sagan especuló que tal vez no
hayan sobrevivido a su adolescencia tecnológica.
¿Indican los descubrimientos arqueológicos de una gran
ciudad que data de hace ocho mil a doce mil años, que existió en la Tierra una
civilización avanzada antes de que se iniciara la historia? ¿Los restos de
esqueletos humanos radiactivos, vasijas derretidas y arena fundida y convertida
en vidrio apoya la teoría de que esta civilización se destruyó con armas atómicas,
como lo sugiere la gran batalla descrita en el antiguo poema épico hindú, el
Mahabharata? De ser así, ¿estamos cometiendo los mismos errores?
Con al menos 20 guerras civiles, religiosas y políticas
en marcha hoy en día, la “paz” que siguió a la Guerra Fría ha sido sólo una paz
relativa. La tensión global y los arsenales cada vez más grandes de armas de
efectos masivos hacen que un conflicto planetario de resultados catastróficos
sea más probable ahora que en ningún momento en los últimos cien años.
Ejemplos de las tradiciones de los nativos americanos
y observaciones de la naturaleza muestran claramente que la unidad y la
cooperación ofrecen una mejor posibilidad de supervivencia que la competencia y
la agresión. 1.a unidad y la cooperación se
consideran ahora ventajas estratégicas, al-igual que
verdades espirituales. El mensaje de nuestras células ofrece una razón para
creer que tal unidad es posible.
• Los futuristas vislumbran una época en nuestro futuro
no muy distante en la que la enfermedad y el sufrimiento actual sea cosa del
pasado. La clave para llegar a esa época es que nosotros, como civilización,
sobrevivamos lo suficiente como para lograr la comprensión científica y
espiritual que serían necesarias para hacerlo.
Fuente: Libro CODIGO DE DIOS
El secreto de nuestro pasado, la promesa de nuestro
futuro.
GREGC BRADEN
Link para descargar el libro
https://es.pdfdrive.com/el-codigo-de-dios-gregg-braden-e33968108.html
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