Era un hombre que nunca había hecho nada por los demás, que siempre había sido muy egoísta y que sólo se había ocupado de sí mismo.
Se
hizo mayor, un día se sintió indispuesto y entonces se dirigió a Dios para
rogarle:
—Señor,
déjame tratar de cooperar con el mundo, ayudar a mi familia y cambiarme a mí
mismo.
Y
Dios repuso:
—Ya
no hay tiempo para eso. Ojalá me lo hubieras pedido años antes.
Reflexión
La
vida es corta. Transita sin cesar. Tempus fugit.
Todo fluye. Se nos escapa la existencia sin darnos cuenta, salvo que estemos muy atentos y receptivos. Era Ramaprasad Sen el que decía: «Considera, alma mía, que no tienes nada que puedas llamar tuyo. Vano es tu errar sobre la Tierra. Dos o tres días y luego concluye esta vida terrena; sin embargo, todas las personas se jactan de ser dueñas aquí. La Muerte, dueña del tiempo, vendrá y destruirá tales señoríos». No hay tiempo que perder. Los sabios hindúes nos dicen que la vida dura menos que un guiño en el ojo del Divino. Hay que procurarle un sentido.
Más
allá de si tiene un sentido último, cada uno puede conferirle a la vida el
sentido, el significado y el propósito que uno quiera. Los hay que hacen de su
vida un erial, ¡qué terrible! Otros, por fortuna, un vergel para ellos mismos y
los demás. Se nos han entregado unos instrumentos vitales (cuerpo, mente y
energía), y van a acompañarnos un número limitado de años en este escenario
vital. ¿Qué vamos a hacer con esos años? Podemos ser egoístas y posesivos o
desprendidos y generosos; podemos ser hostiles o cooperantes, narcisistas o
humildes, malevolentes o amorosos.
Cada uno es el responsable de sus actos y las consecuencias habrán de seguirnos. Podemos llenar nuestra mente de estados aflictivos y nuestro corazón de emociones insanas, o, por el contrario, embellecer la mente, suscitar emociones beneficiosas y enviar nuestros pensamientos amorosos en todas las direcciones. ¿Qué vamos a hacer con nuestra vida? Somos seres en evolución de instante en instante, y si nos lo proponemos podemos mejorar y madurar, porque están a nuestra disposición las enseñanzas y métodos que los grandes maestros espirituales nos han legado. No lo dejes demasiado. Empezamos a cambiar y mejorarnos ahora o nunca, pues de otro modo incurrimos en la «enfermedad del mañana» y la vida se consume sin haber hecho nada por nuestro mejoramiento humano ni por los demás.
Ramiro A. Calle
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