El
rey pensó que nada tenía que perder y su avidez le
dijo
que por qué no probar. Llamó a uno de sus asistentes
y
le ordenó que trajera una bolsa de monedas de oro. Una
vez
la tuvo en sus manos, la abrió y comenzó a echar
monedas
en la escudilla. Ante su sorpresa, no pudo llenarla.
Exigió
que le trajeran entonces un saco lleno de
ellas
y comenzó a verterlas sobre la escudilla, pero ésta
seguía
vacía. Trajeron varios sacos de monedas de oro y
sucedió
lo mismo. El monarca ordenó que trajeran todos
los
tesoros del reino y todos los engulló la escudilla.
Desesperado,
preguntó:
—¿Por
qué no logro llenar tu miserable escudilla?
El
pordiosero se encaró al monarca y le dijo:
—Eres
más mendigo que yo, mucho más.
El
rey estaba estupefacto. Entonces el mendigo dio la
vuelta
a su escudilla y resultó que ésta, por el otro lado,
era
un cráneo humano.
—¿Te
das cuenta, señor? Así es el ser humano. Por
mucho
que le des, nunca está satisfecho y continúa sintiéndose
interiormente
vacío. Nada puede saciar su voracidad;
nada
puede llenar su vacío interior.
—¡Eres
un mago! –vociferó el monarca–. Te haré
ahorcar.
—Te
equivocas, señor. No soy más que un pobre
ermitaño,
sólo eso, pero este cráneo-escudilla sí es mágico,
porque
fue el cráneo de un gran demiurgo. Él refleja
perfectamente
cómo es la cabeza del llamado ser humano:
siempre
pidiendo más, ansiando más, esperando más. ¿De
qué
sirve ser un monarca si tu mente es mucho más pobre que
la
de un mendigo?
Cincuenta
cuentos paraMeditar y Regalar
Entonces
el rey tuvo un destello de comprensión profunda.
Efectivamente,
él había sido siempre el más mendigo
de
los mendigos.
Una
de las raíces latentes más persistentes y nocivas
de
la mente es la avidez en todas sus formas, que da por
resultado
el apego y el aferramiento, la voracidad y la
insatisfacción.
Por
apego, la persona es capaz de recurrir a la explotación
y a
la usura, a la violencia y al engaño. Es una
energía
muy destructiva. Del mismo modo que una
hoguera
no se extingue arrojándole cada vez más leña o la
sed
no se sacia ingiriendo más y más pescado en salazón,
así
la avidez no tiene fin y la persona quiere poseer siempre
más
de lo mismo y al mismo tiempo de todo.
El
entendimiento profundo de la transitoriedad, la
completitud
interior y la madurez emocional, la práctica
de
la meditación, el recordatorio de la muerte, y el despliegue
de
las mejores energías de compasión y generosidad
van
mitigando el apego y la avidez. El apego es una
atadura
mental terrible e identifica a la persona de tal
modo
con el objeto de apego que ésta deja de ser ella misma
y
se enceguece. El apego es manantial de miedo y de
sufrimiento.
El que se libera de la avidez, se libera también
de
mucho miedo y de mucho dolor.
Cuentos para Meditar
y Regalar
Ramiro A. Calle
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