Salió de la taberna dando tumbos y de vuelta a casa tenía que pasar por las puertas de un cementerio, en
donde
se podía ver un cartel que decía:
«Toque
la campana para avisar al vigilante».
Era
de madrugada y el beodo se puso a tocar sin parar la campana, formando un gran
escándalo. Al poco tiempo llegó el vigilante, malhumorado, y se dirigió al
borracho para pedirle explicaciones:
—¿Por
qué demonios tiene que tocar la campana a
esta
hora de la noche?
Y
el hombre ebrio, muy indignado, replicó:
—¿Y
por qué tiene este cartel que obligarme a que
toque
la campana para avisar al vigilante?
Reflexión
Una
de las funciones más preciosas de la mente
humana
es el discernimiento. Discernir quiere decir desvelar, y el discernimiento bien
ejercitado y claro es el que nos ayuda a ver las cosas como son, a desvelar su
esencia y a proceder en consecuencia. Cuando la conciencia está embotada y el
discernimiento tiende a distorsionar, la persona no ve las cosas como son y se
halla incapacitada así para llevar a cabo la acción diestra. Para esclarecer la
mente es necesario aprender a detenerla, calmarla y esclarecerla, y tal es la
misión y objetivo de la meditación: detener, calmar y esclarecer. Del sosiego y
la claridad mentales surge el discernimiento y brota la sabiduría. De ese modo
la persona puede emprender la acción diestra, lo que no quiere decir que no
pueda equivocarse, pero si lo hace, incluso de esa equivocación hace un
aprendizaje y transforma el error en aliado. De la ofuscación mental sólo puede
surgir ofuscación mental y por tanto se desencadena la acción inapropiada y
guiada por la confusión y el desorden. En la senda hacia la completa evolución
de la conciencia, es necesario trabajar sobre la mente para ordenarla, desarrollarla
y purificarla. El desarrollo de la conciencia suscita sabiduría y de la
sabiduría nace la compasión.
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