Por Alicia Sánchez Montalbán para Ananda Sananda
Desde pequeños nos han enseñado que tenemos que usar la lógica,
razonarlo todo. Hemos crecido aprendiendo a usar el hemisferio izquierdo del
cerebro para aplicar sus capacidades en cada área de nuestras vidas. Pero,
¿qué sucede con nuestra parte creativa, intuitiva y sensitiva? ¿Es, de
verdad, un área menor dentro del organismo perfecto que somos?
El cuerpo humano posee todas las herramientas que necesitamos para
desenvolvernos en el mundo. De manera autónoma se encarga de digerir, latir o
metabolizar, entre otras muchas funciones. Cada pieza está en su sitio y cumple
una función necesaria. ¿Por qué, entonces, consideramos que el área derecha de
uno de los órganos más importantes del cuerpo humano -el cerebro- es poco
importante?
La educación que hemos recibido, los cánones sociales, las creencias de
miles de personas nos llevan a pensar que debemos usar la lógica antes de tomar
una decisión sobre cualquier asunto, y es cierto. Pero ésa es una verdad
incompleta.
Antes de decidir también debemos tener en cuenta lo que nos indican las
emociones que se despiertan en nuestro interior y la intuición y, después, usar
la creatividad para idear nuevas formas y maneras, más acordes con nuestro
sentir personal.
La verdad de cada ser humano se encuentra en su corazón, porque en él está la
luz que lo guía.
Miramos a nuestro alrededor y nos descubrimos rodeados de personas que
son profundamente infelices con sus vidas; algunas de ellas, presas de la
desesperación o de la amargura. Se percibe una gran insatisfacción personal en
el ambiente.
Buscamos remedio en las consultas de psiquiatras y psicólogos que
intentan encontrar la causa en nuestras mentes, pero la causa de la infelicidad
que nos adormece no está allí.
Se halla en la desconexión que existe dentro de nosotros mismos.
Desconectados de nuestras emociones, para no sentir.
Desconectados de nuestros deseos, para no frustrarnos.
Desconectados de nuestro corazón, para acallar la voz que, desde
adentro, clama por un cambio en nuestras vidas.
Detrás del empeño de acallar la voz interior se encuentra el miedo: ¿Y si no soy lo
suficientemente válido? ¿Y si no sale bien lo que deseo? ¿Y si los demás me
señalan con el dedo por mostrarme diferente a ellos? ¿Y si pierdo lo que tengo?
Dudas y temores que nos apartan de nuestra verdad, aquello que sentimos,
deseamos e intuimos como cierto. Las ideas que brotan en el interior para crear
nuevas maneras, nuevos caminos, nuevos retos, son cercenadas por la voz que
hemos aprendido a escuchar desde pequeños y que se impone por encima de
cualquier otra cuando llega el momento: Eso es una tontería. No saldrá bien.
No es posible. No tiene sentido…
¿Cuántas ideas hemos dejado en el camino?
Debemos aprender a usar nuestras capacidades en armonía y equilibrio, lograr
que trabajen en equipo, permitiéndonos expresarnos tal como somos, confiando en
lo que sentimos, en nosotros mismos.
Si desconfío de lo que sé que es bueno para mí y lo relego a un segundo
plano, porque no es lo socialmente correcto, fomento mi desconexión interior y
empiezo a confiar más en lo de afuera que en lo de adentro. Pero los demás no
tienen mi verdad. La tengo yo, y si no me escucho ni me atiendo estaré abonando
el terreno para la insatisfacción y el descontento.
¿Por qué desoír la voz del corazón y silenciar las emociones? Las
emociones son nuestro GPS. Nos indican el rumbo constantemente. Aquello que
me aburre o debilita mis fuerzas no es mi camino. Lo que me entusiasma o me
enardece sí lo es.
¿Qué sucedería en el mundo si todas las personas se hicieran caso a sí
mismas? ¿Existiría realmente tanta desolación, tanta envidia, tanta
infelicidad?
En todas las religiones se habla de la inmortalidad, del alma, de la
otra vida… Pero las hemos descartado porque ninguna de ellas nos ofrece una
idea clara de la verdad. No nos dan respuestas válidas a las decenas de
preguntas que nos hacemos si nos paramos a pensar en el origen de la vida o en
su sentido. Pero, si todas coinciden en el mismo punto, en que tenemos un alma,
¿no será que hay algo de cierto en ello?
Lo que yo creo es que tenemos un alma, que es inmortal. Y esa alma posee
todas las respuestas que necesitamos en nuestras vidas para avanzar. Esa alma
posee toda la sabiduría, todo el conocimiento.
Es normal que, si vivimos apartados de ella, desconectados de ella, el
mundo se vuelva un lugar incomprensible y, a veces, inhóspito.
El alma habita en el corazón. Por eso es el corazón el que tiene todas
las respuestas, el que conoce el camino, el que dispone del mapa de ruta que
nos devolverá la paz interior y la felicidad que tanto anhelamos.
Existe una conexión directa entre el corazón y el hemisferio derecho del
cerebro, porque es a través de él como el alma se expresa. Lo que intuimos,
sentimos o ideamos en esos momentos de inspiración o creatividad es la voz del
alma mostrándonos el camino.
Cuando avanzamos en la vida desoyendo esa voz vamos a la deriva. El
hemisferio izquierdo no posee el mapa de ruta. El derecho, sí, porque está en
contacto directo con el corazón.
¿Por qué no buscar el equilibrio entre ambos? ¿Por qué no fomentar la
comunicación interna antes de dar un paso en el mundo? ¿No avanzaríamos así con
más coherencia, con auténtica cordura?
La parte lógica y racional es de gran utilidad para desenvolvernos en la
vida, pero lo es de verdad cuando actúa al servicio de la voz del corazón, y no
al contrario. Hacer caso, únicamente, de la primera, sin tener en cuenta lo que
indican las emociones, nos conducirá exactamente hacia el lugar del que
queremos huir, porque tarde o temprano tendremos que ocuparnos de la
insatisfacción interna, que probablemente tomará la forma de tristeza, rabia o
depresión en el peor de los casos. Emociones. Pero emociones de baja vibración.
¿Por qué no fomentar, mejor, las otras? Las que nos llevan a vibrar en
la alegría, la satisfacción y la plenitud interior.
Si el camino que recorremos nos lleva siempre al mismo callejón sin
salida, ¿por qué no cambiar el rumbo? ¿Por qué no darle una oportunidad a la
voz del corazón?
Prestarle atención, confiar en ella, hacerle caso, y utilizar nuestras
maravillosas capacidades racionales para abrirle camino a esa voz. Usarlas para
encontrar el modo más apropiado de llevar a cabo lo que nos pide el corazón.
Creo sinceramente que ése es el paso evolutivo que más nos ayudará a
recuperar los valores que hemos perdido, y también la ilusión.
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