por cristinalaird
A medida que
Mercurio ralentiza su paso en alineación con la Luna Llena en Acuario de hoy en
preparación para retomar su moción directa, me inspira a decir algunas palabras
sobre lo que sobrecoge mi alma estos días.
Hay un sonido que no llega a los oídos, pero resuena en los huesos, decía yo en mi artículo de la Conjunción Eris-Kirón. Rescato aquí alguna de sus partes, para continuar esta conversación que no debemos detener. Que no puedo callar.
Es el sonido de las voces enterradas—no porque fueran falsas, sino porque resultaban incómodas.
Voces que desestabilizan y alteran el orden. Voces que se niegan a ser amables. Voces que gritan después de siglos de silencio.
Kirón cojea
por los cielos, cargando una herida que no puede sanar solo, pero sin
victimarse, Kirón se hace cargo de ella y nos ayuda a comprender que este dolor
viene de lejos y de antes. Esta herida, arraigada en la naturaleza humana, no
nos deja vivir en armonía.
Eris, feroz hermana del caos, no toca la puerta: la derriba, a veces sólo con
una pregunta. Y Sedna ahora en Géminis en conjunción a Urano, duerme bajo aguas
heladas, con los dedos cortados, su historia olvidada—hasta ahora.
Ante el
inminente reconocimiento del poder de las redes sociales, amadas y despreciadas
con la misma intensidad, en el tema de la situación en Gaza, en cierta forma es
una bendición. Sin ella, impulsada por la conjunción Urano-Sedna en Géminis, el
paso de Júpiter por Géminis todo el año pasado, no nos enteraríamos de lo que
vive el pueblo palestino en Gaza y la zona del West Bank.
El tema de
los refugiados e inmigrantes (Eris) en el mundo entero, y las guerras en
Ucrania y ahora Gaza, están representados casi literalmente en esta gran
conjunción Eris-Kirón en Aries.
A medida que
el cielo forma una conjunción entre estos marginados celestes, se nos formula
una pregunta que atraviesa la cultura, la política y el tiempo mismo:
¿Qué hacemos con quienes se niegan a seguir en silencio? Qué
hacemos con aquellos que tienen derecho a existir, pero nos incomodan? Quién
tiene derecho a qué en este espacio que llamamos Tierra, único hogar para las
especies vivas, mucho más allá de las divisiones y fronteras creadas por los
humanos y sus conveniencias políticas y económicas?
En 2025 y a
comienzos de 2026, somos testigos de una conjunción poco común y profundamente
potente entre Kirón y Eris—arquetipos que, al unirse, exponen la herida de la
exclusión y amplifican las voces que los sistemas han reprimido durante
demasiado tiempo.
Kirón, el
sanador herido, señala lo que duele en la psique colectiva. No es la víctima,
sino el maestro que ha sufrido. Eris, diosa de la discordia, es la agitadora
cósmica. Ella encarna la voz disonante, la que queda fuera de la historia, el
“otro” que no acepta ser ignorado. Juntos, forman un espejo y un altavoz para
un dolor que exige ser reconocido.
Ahora más que nunca, se nos pide comprender que nos dice Eris, más allá de
Plutón, más allá de las memorias de la Humanidad.
Estar
divididos es sólo el síntoma de algo mucho más profundo. La diversidad no es un
fallo del sistema de defensa y la medicina no es que pensemos todos igual. La
verdadera respuesta es aceptar la riqueza de nuestra diversidad sin matarnos en
el proceso.
Estos
patrones míticos no son abstracciones: están tomando forma en las instituciones
actuales.
Tomemos el
caso de universidades de élite en EE.UU.—Harvard, MIT, Columbia—que en los
últimos meses se han visto envueltas en controversias sobre la libertad de
expresión y sobre quién puede hablar y qué verdades se consideran aceptables.
Bajo presión política, particularmente desde sectores afines al presidente
Trump, estas instituciones enfrentan una creciente exigencia de trazar límites
más estrictos al discurso público.
Y esto no es un dilema exclusivo de Norteamérica: es una pandemia mundial.
La ironía es
profunda. Estas mismas universidades fueron exaltadas como baluartes del
pensamiento crítico, donde desafiar al sistema era una virtud intelectual. Hoy,
esas virtudes están siendo atacadas.
Las voces estudiantiles que claman por justicia cultural, descolonización o
reconocimiento de desigualdades estructurales, son vistas no como ciudadanos
comprometidos, sino como amenazas.
La sociedad que busca vivir sin controversia recurre a callarlas. Y sin pensar,
en que todo está perfecto en el sistema educativo, callarlas no es la solución.
Si
silenciamos al diferente, al que cuestiona, al que confronta las mentiras del
status quo, entonces también estamos silenciando al artista. El arte que en mi
forma de ver la vida, es la única medicina, existe para cuestionar, para
hacernos pensar, ver la verdad en todas sus variedades y más. Aferrarse a la
norma revela miedo: miedo a la muerte y miedo a la vida.
Si no exponemos la falsedad del status quo—o nuestra propia verdad—sino
creamos, no evolucionamos, no vivimos: estamos muertos en vida. Muchos y muchas
caminan por su propia vida sin haber realmente nacido como individuos,
simplemente cumpliendo un papel impuesto por su entorno, su familia, su
cultura, su religión.
En términos
míticos, los que alzan la voz para confrontar el sistema, son voces
Erisianas—disruptivas, caóticas, marginales. Son Kirónicas—heridas,
persistentes, buscadoras de reconocimiento. Y cada vez más, son también
Sednianas—femeninas, ancestrales, sumergidas… y ahora imposibles de ignorar.
La pregunta
que enfrentan las universidades no es solamente política o administrativa: es
moral.
Si la educación deja de ser un espacio donde las voces incómodas pueden hablar,
pierde su alma.
Se convierte no en un foro de múltiples verdades, sino en una máquina de
consenso. Si la misma ciencia no confronta sus verdades con la mente abierta a
los errores cometidos, es negar nuestra humanidad.
La
conjunción Kirón–Eris en Aries también ocurría al final de los 60s y
particularmente en 1970/71/72, años de extrema creatividad y revolución.
En un mundo
Kirónico y Erisiano, las heridas se sanan no al suavizarlas, sino al
nombrarlas.
En un mundo Sedniano y Uraniano, la evolución colectiva no nace del confort,
sino de reintegrar aquello que fue enterrado bajo siglos de hielo.
Gaza: la herida
expuesta
Nada evoca
más el arquetipo de esta conjunción que el drama palestino en Gaza.
Kirón se manifiesta en la herida histórica, transmitida de generación en
generación, inscrita en la memoria corporal y en las ruinas. Kirón nos dice que
el conflicto en Gaza e Israel no comenzó un 7 de Ocubre, sino mucho antes.
Eris emerge como la voz que irrumpe, incómoda para el mundo, denunciando
injusticias que demasiados prefieren no ver.
Sedna se reconoce en el sufrimiento femenino y familiar, en las pérdidas sin
nombre, en las historias que se hunden antes de poder ser contadas.
Y Urano aparece en la inmediatez de las imágenes, en la ruptura de la
indiferencia, en el despertar forzado que no admite vuelta atrás.
El mundo
observa, pero gran parte del mundo calla.
El silencio internacional ante el sufrimiento civil en Gaza es también parte de
la historia que la conjunción Kirón–Eris viene a revelar: lo que no se quiere
escuchar, lo que se prefiere enterrar bajo un discurso de “orden” o
“equilibrio”, aun cuando ese orden signifique la perpetuación del dolor y la
exclusión.
No se trata
de elegir un bando político, sino de reconocer un patrón arquetípico:
Cuando una herida histórica no es reconocida, se reabre una y otra vez. Cuando
una voz se niega a ser silenciada, su grito crece hasta convertirse en trueno.
Cuando la diferencia se percibe como amenaza, la violencia reemplaza al
diálogo.
Gaza, en
este sentido, no es sólo un lugar: es el espejo de todas las heridas que el
mundo prefiere ignorar.
Cuando Kirón
se encuentra con Eris, y Urano despierta a Sedna, no se nos pide restaurar el
orden, sino recuperar la verdad.
No se nos pide silenciar el conflicto, sino escuchar profundamente lo que
revela. Porque lo que reprimimos siempre regresa. Y a veces, el grito es el
comienzo de la toma de consciencia, de la sanación.
Las voces de
Eris, Kirón, Sedna y Urano se están filtrando por las grietas del sistema.
Y lo que antes se veía como amenaza puede volverse medicina—si tenemos el
coraje de escucharlo.
En Youtube
puedes ver un documental llamado: «Donde los olivos lloran», no te lo pierdas.
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