Vivimos en una época donde se glorifica la maternidad, pero se desdibuja la paternidad.
A las madres se les exige todo; a los padres, muchas veces, nada.
Y así, entre aplausos selectivos y silencios convenientes, crecen
generaciones enteras de hijos heridos… emocionalmente desorientados.
Porque el padre ausente no solo deja un espacio vacío.
Deja una grieta.
Una fisura profunda en la identidad, en el carácter, en la brújula
interna de quien debió haber sido formado por su voz, su presencia y su
ejemplo.
Desde una mirada sistémica y psicoafectiva, el padre no es un rol
secundario:
Es eje, estructura y guía.
La madre da la vida.
El padre la proyecta hacia el mundo.
En la vida de una hija, el padre es el primer espejo masculino.
Cuando ese espejo está roto o ausente, la mujer crece con hambre de
amor, repitiendo vínculos de abandono, confundiendo control con protección,
manipulación con ternura.
En los hijos varones, la ausencia paterna deja otra herida:
La del extravío.
Pierden contención, estructura, el modelo de fuerza bien canalizada.
Y donde no hubo una figura paterna amorosa y firme, se busca la ley en
la calle, en las pandillas, en el crimen.
Medicina y nutrición Ayurveda
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