Cuando Jesús dijo que debemos “ser como niños para entrar en el reino de los cielos” (Mateo 18:3), no se refería a la inmadurez. Se refería a la confianza. A la pureza de corazón. A la capacidad de asombro. A la capacidad de creer sin necesidad de controlarlo todo.
Los niños viven con las manos abiertas, no con los puños cerrados.
Perdonan con facilidad. Ríen con facilidad. Creen en lo imposible.
El despertar en el que nos encontramos no se trata de adquirir más
intelecto, sino de volver a la simplicidad… la que lleva la fe como una
antorcha.
Para ver el cielo (en la Tierra), debes desaprender el cinismo del mundo
y recordar la inocencia con la que viniste aquí.
No infantiles. Sino como niños. Esa es la clave.
ZF
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