La tierra de Capricornio es tierra profunda, suelo originario, primera piedra; tierra firme donde establecer con fundamento nuestra vida. Su reino simbólico abarca los profundos sustratos minerales, el granito, el basalto, la roca que eleva montañas. Una materia arquetípica dura y durable como las piedras vueltas pirámide en México y Egipto, o los megalitos que replican el danzar de los solsticios en la cósmica ronda de Stonehenge
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Polvo eres, y en polvo te convertirás, dice una tremenda verdad terrestre; la piedra, en cambio, resiste, dura. Machu Picchu dura. Capricornio ama la montaña, la piedra, y el permanecer. Por eso, su impulso en el alma incita a labrar de la existencia una obra sólida y serena, una gran piedra tallada para servir y perdurar. Capricornio rige ese sentir subterráneo que nos impele a labrar a conciencia las grandes obras que la vida misma nos entrega, como la de cuidar y formar a nuestros hijos; o las grandes obras que el corazón necesita, como el servicio a la comunidad. Anima misteriosamente el impulso que nos lleva a realizar obras trascendentes, sin importar sean famosas o modestas, profesionales o espontáneas, se desplieguen como misiones públicas o como misiones íntimas. Pues lo que el alma aprecia, al final del día, es su calidad de obras donde ejercemos nuestros mejores talentos para aportar a la construcción de un mundo más sensato y contento.
La materia misma nos ofrece un símbolo preciso de esta noble transformación de la persona en ser humano con el poder de aportar luz a su entorno. Ciertos minerales, sometidos a las inconcebibles presiones y temperaturas de los procesos geológicos, transforman su arquitectura molecular, volviéndose durísimos y transparentes: cristalizan, se convierten en piedras preciosas, en joyas. La oscura densidad de los carbonatos revela en el proceso una estructura de perfección geométrica capaz de dar brillante paso a la luz, y ofrece ese fruto máximo, invulnerable, luminoso, que es el diamante.
Con similar alquimia, la tierra produce el relámpago azul del zafiro, la profundidad de la esmeralda, que parece guardar en su verde fulgor al paraíso, y la concentrada sangre del rubí, donde la pasión se inmortaliza con rojo resplandor.
En nuestro interior se encuentra esa misma transparente geometría, esperando, intocada, que la iluminemos para darle vida. Capricornio simboliza, como un sabio maestro, la sutil inteligencia que guía este proceso evolutivo.
No hay ser humano que desconozca el imperativo a concretar en el mundo el potencial creador oculto en la joya ignorada. Pero cuando se ha nacido bajo el signo de Capricornio, ese apremio del alma se instala, como una fatalidad, en el centro mismo del darse cuenta. ¿Posibilidad de destino liviano para Capricornio? Nunca; incluso los más escépticos nativos del signo así lo presienten. Pues, aunque presuman de insalvable recelo con la simbología astrológica, a su pesar sospechan más responsabilidad que privilegio en esta arcana identidad cósmica. Asociándola, oscuramente, con la certeza de vivir inquietos hasta no encontrarse haciendo aporte sólido, decisivo, a su entorno, su mundo.
Cuando hacemos la lista de los notables de cualquier institución, comunidad, ciudad, país, confirmamos gravitación mayoritaria de Capricornios. Hombres y mujeres cuya perseverante excelencia en algún rol social les ha traído respeto, reconocimiento, prestigio, poder. Son jueces, médicos, ingenieros, estadistas, educadores, deportistas, militares, empresarios, líderes de las más variadas agrupaciones.
Si un Capricornio aún no ha llegado a esa cumbre, más temprano que tarde llegará. Porque, en caso contrario, una implacable, secreta acusación de mediocridad u holgazaneo lo atormentará sin clemencia.
Definitivamente, para Capricornio la vida no es vida sin un Everest por delante. Alcanzar la cima –hacer cumbre, en el decir de los montañistas– se vuelve el único propósito; preparar el ascenso, la obsesión de cada día. La hazaña elegida nunca podrá coronarse en un dos por tres, en alas del puro impulso. Para que el desafío interese, ha de requerir coordinación, estrategia, planificación, tenacidad, logística, largo alcance. El entusiasmo también estará presente, como motor indispensable, pero su ardor desaprensivo, óptimo para los cien metros planos, no basta para sostener esta maratón sembrada de obstáculos.
Namaskar
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