El poder de la acción
La inercia y la ignorancia se sustentan
mutuamente; la inercia fomenta la ignorancia y la ignorancia sostiene la
inercia. Cuando nos despertamos, es necesario que nos activemos utilizando la
mente, los sentidos y el cuerpo. Se nos sugiere que llevemos adelante la
actividad con equilibrio, comenzando en orden, de modo que cerremos en paz la
actividad del día. “Comenzada en orden, llevada adelante en equilibrio y
cerrada en paz, para ser retomada nuevamente al día siguiente”, es la clave
para el discipulado.
Postergar el trabajo indica inercia. La
incapacidad de ser puntual es también un indicador de inercia. Ralentizar el
ritmo de trabajo es también inercia. Al mismo tiempo, se debe evitar tanto la
precipitación como la laxitud en el trabajo. Las personas afectadas por la
inercia aplazan el trabajo hasta el último minuto y luego se apresuran para
hacerlo. Esto puede resultar en cometer numerosos errores, lo que también
produce una falta de memoria.
A menos que el trabajo fluya ininterrumpidamente
como un arroyo, el flujo del pensamiento no estará ordenado. Cuando el
pensamiento fluye ordenadamente, la mente adquiere el aplomo necesario, y se
eleva para recibir pensamientos intuitivos.
Al cometer continuamente errores, rectificarlos
y ajustarlos, ni el trabajo ni el trabajador pueden progresar. Muy pocas veces
los humanos reconocen el poder de la acción. Cuando la acción se asocia con la
buena voluntad, su calidad tiende hacia la esfera de lo divino. La acción adecuada
es la base del desarrollo de pensamientos con fines superiores.
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