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9 de julio de 2014

La Zurcidora – Una Historia Sobre Sanación y Propósito

Por Jennifer Hoffman

Nos hemos dedicado tanto a ser fuertes y a apoyar a los demás, asegurando que todos tengan lo que necesitan para sentirse sanos, íntegros y totales y nos preguntamos cuando nos toca a nosotros. Muchos de nosotros hemos tenido contratos álmicos importantes que cumplir en la primera parte de nuestra vida y la sanación ha sido el punto focal para cumplimentarlos. A través de nuestros esfuerzos de sanación hemos ayudado a otros a liberar su pasado e inventar su futuro, preparándolos para el trabajo que tenían que desempeñar en su vida.  


Ahora que este trabajo ha terminado es tiempo que nosotros ‘nos inventemos a nosotros mismos’ de ser cuidadores y sustentadores para ser fuertes, exitosos y poderosos en nuestras propias vidas. ¿Cómo hacemos eso y qué significa? Es una pregunta difícil de responder porque significa redefinir cómo nos vemos a nosotros mismos y qué hacemos con nuestro tiempo, energía y dones. Una lectora una vez me escribió: “Nunca he creado nada que valiese la pena en mi vida. Mi camino es el de ayudar a los demás a tener éxito.” Ella escribía que había dedicado su vida a empoderar a otros y a asegurar el éxito de ellos y se preguntaba cuando sería capaz de hacer algo para sí misma.

Pero había estado haciendo algo para sí misma, buscando la felicidad en el éxito de los demás. Estoy segura que los demás han apreciado su ayuda y querido preguntarle si ella podría disfrutar del mismo nivel de aprecio si estuviese alimentando sus propios sueños, metas y deseos. También pudiese temer al fracaso y a la falta de confianza. Dirigir estos esfuerzos hacia su propia vida donde, en su mente, los riesgos son mayores y el éxito no está  asegurado, necesitará de coraje y puede ser que enfrente aquello que siempre ha temido: no ser capaz de tener éxito (no creo que eso sea cierto pero ella tendrá que resolverlo por sí misma)

Ella se parece a alguien que conocí hace algunos años, una mujer que era una ‘zurcidora’, ella remendaba los agujeros en las prendas de la gente y las hacía lucir como nuevas. En aquellos días teníamos que vestir prendas elegantes (y medias largas de nylon) para trabajar y yo tenía varios trajes de lana. Un día vi un pequeño agujero hecho por una polilla en una de mis chaquetas de lana y no quería deshacerme de todo el conjunto debido a ese pequeño agujero. Alguien me sugirió que se lo llevara a la zurcidora que arreglaría el agujero por un precio menor del que correspondía a reemplazar el traje. Así que le llevé mi chaqueta a su taller y ella me dijo que no había problema para arreglar el agujero y que la chaqueta quedaría como nueva.   

Unas semanas después recogí mi chaqueta bellamente reparada. El agujero había desaparecido y parecía nueva. Yo le pregunté cómo lograba eso y ella con orgullo me mostró su área de trabajo y me explicó su técnica. Trabajando con agujas pequeñas y una lupa poderosa, ella sacaba los hilos del dobladillo de la prenda y los utilizaba para rellenar el agujero, haciendo corresponder el estampado y el tejido para que la prenda luciera nueva. Ella estaba orgullosa de su trabajo y lo había estado desarrollando durante décadas. De hecho, ella era muy respetada y las personas de los alrededores le enviaban sus prendas para remendarlas.   
Pero el esfuerzo se reflejaba en su cuerpo. Su espalda estaba encorvada de los muchos años de inclinarse sobre su trabajo, sus manos estaban nudosas de artritis y su vista era pobre. Ella utilizaba lentes gruesos y su piel estaba pálida porque estaba siempre bajo techo. Le pregunté por qué ella hacía este trabajo y me contestó que su padre, que había sido sastre, la había enseñado, diciéndole que las personas siempre necesitarían de alguien que reparara sus prendas y que con este oficio ella siempre tendría trabajo. Cuando le pregunté si hubiese querido hacer otra cosa sus ojos se nublaron y dijo que siempre quiso ser una bailarina. Pero añadió, su padre no lo aprobaba así que ella hizo lo que el quiso que ella hiciera.      

Ella nunca le preguntaba a la gente cómo es que ellos echaban a perder sus prendas, simple y calladamente reparaba el daño y las devolvía luciendo nuevas. Yo me preguntaba cuánta gente apreciaría su habilidad y dedicación y si estarían conscientes de cuánto trabajo le llevaba reparar el daño que ellos habían provocado, fuese accidental o por descuido, o cómo la zurcidora había dedicado gran parte de su vida a hacer esto por los demás. ¿Quién lo haría por ella? ¿Quién estaba allí cuando ella necesitaba un remiendo en su vida?

Al conocerla mejor ella me contó algunos detalles de su vida. Nunca se había casado o había tenido hijos, había cuidado de su padre después de su viudez hasta que él murió y había heredado su sastrería. El taller de costura, los clientes y el trabajo eran su vida. Me preguntaba si ella alguna vez se  habría detenido a pensar de qué manera ella tan penosa y cuidadosamente reparaba los contratiempos de los demás y si ella hubiese querido un día decidir que deseaba hacer otra cosa. ¿Pensaría cuánto había hecho por los demás y que vendría un día en el cual sería tiempo de reinventarse a sí misma y comenzar a vivir su vida de manera diferente? Aunque era tarde para ser bailarina quizás todavía podía aprender a bailar.

Aunque la zurcidora falleció, he pensado en ella muchas veces a lo largo de los años. Uno de los regalos que me dio además de remendar mi chaqueta fue el de recordar detenerme antes de asumir la tarea de remendar a los demás. ¿Es esto algo que debía hacer o podía dar un paso atrás dejando que ellos ‘remendaran’ sus propios agujeros? A veces los demás necesitan aprender a resolver sus propios problemas aun cuando uno crea que pueda hacerlo más rápida, fácil y eficientemente.  ¿Pero es eso lo que quiero hacer y mientras invento el futuro de ellos o reinvento la vida de ellos, qué está sucediendo con la mía?

Es difícil para nosotros ser ‘egoístas’ centrándonos en nosotros mismos y tenemos muchas opiniones negativas respecto a esos conceptos, pero lo que estos significan verdaderamente es que debemos enfocarnos en nosotros mismos, preguntando qué es lo que está bien para nosotros, cuestionando cómo cada situación se aplica a nuestra propia senda de vida. Cuando permitimos que el enfoque de nuestras acciones se dirija primero hacia nosotros mismos consideramos nuestras necesidades en lugar de apresurarnos a cuidar de los demás. Es una gran sensación la que produce el remendar la vida de los demás pero puede convertirse en un hábito en el que podemos caer y del cual es difícil salir. Tenemos que recordar que todos son poderosos – todos tenemos la misma fuente de poder aun cuando pensemos que los demás no están actuando de manera poderosa o utilizando el poder de ellos con sabiduría. 

Como el comentario de la persona que crea para los demás lo que ella no crea en su vida, podemos apoyar y estimular a los demás durante un tiempo pero eventualmente debemos regresar a nuestro centro y preguntarnos por qué debemos hacer por los demás lo que no hacemos por nosotros mismos. Podemos ser zurcidores eternos, reparando el daño, los agujeros y las fisuras de los demás, o podemos reinventarnos y crear todo lo  que queremos en nuestra vida y entonces dejar que los demás iluminen su propia vida partiendo de nuestra luz que refulge con tanto brillo.  Esto sucede cuando ellos están listos para hacer brillar su luz también porque están listos para remendar sus vidas, reinventarse a sí mismos y creer que son merecedores y que pueden tener un nuevo futuro poderoso y empoderado.  

Traducción: Fara González


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