Por Jennifer Hoffman
Nos hemos dedicado tanto a ser
fuertes y a apoyar a los demás, asegurando que todos tengan lo que necesitan
para sentirse sanos, íntegros y totales y nos preguntamos cuando nos toca a
nosotros. Muchos de nosotros hemos tenido contratos álmicos importantes que
cumplir en la primera parte de nuestra vida y la sanación ha sido el punto
focal para cumplimentarlos. A través de nuestros esfuerzos de sanación hemos
ayudado a otros a liberar su pasado e inventar su futuro, preparándolos para el
trabajo que tenían que desempeñar en su vida.
Ahora que este trabajo ha terminado
es tiempo que nosotros ‘nos inventemos a nosotros mismos’ de ser cuidadores y
sustentadores para ser fuertes, exitosos y poderosos en nuestras propias vidas.
¿Cómo hacemos eso y qué significa? Es una pregunta difícil de responder porque
significa redefinir cómo nos vemos a nosotros mismos y qué hacemos con nuestro
tiempo, energía y dones. Una lectora una vez me escribió: “Nunca he creado nada
que valiese la pena en mi vida. Mi camino es el de ayudar a los demás a tener
éxito.” Ella escribía que había dedicado su vida a empoderar a otros y a
asegurar el éxito de ellos y se preguntaba cuando sería capaz de hacer algo
para sí misma.
Pero había estado haciendo algo para
sí misma, buscando la felicidad en el éxito de los demás. Estoy segura que los
demás han apreciado su ayuda y querido preguntarle si ella podría disfrutar del
mismo nivel de aprecio si estuviese alimentando sus propios sueños, metas y
deseos. También pudiese temer al fracaso y a la falta de confianza. Dirigir
estos esfuerzos hacia su propia vida donde, en su mente, los riesgos son
mayores y el éxito no está asegurado, necesitará de coraje y puede ser
que enfrente aquello que siempre ha temido: no ser capaz de tener éxito (no
creo que eso sea cierto pero ella tendrá que resolverlo por sí misma)
Ella se parece a alguien que conocí
hace algunos años, una mujer que era una ‘zurcidora’, ella remendaba los
agujeros en las prendas de la gente y las hacía lucir como nuevas. En aquellos
días teníamos que vestir prendas elegantes (y medias largas de nylon) para
trabajar y yo tenía varios trajes de lana. Un día vi un pequeño agujero hecho
por una polilla en una de mis chaquetas de lana y no quería deshacerme de todo
el conjunto debido a ese pequeño agujero. Alguien me sugirió que se lo llevara
a la zurcidora que arreglaría el agujero por un precio menor del que
correspondía a reemplazar el traje. Así que le llevé mi chaqueta a su taller y
ella me dijo que no había problema para arreglar el agujero y que la chaqueta
quedaría como nueva.
Unas semanas después recogí mi
chaqueta bellamente reparada. El agujero había desaparecido y parecía nueva. Yo
le pregunté cómo lograba eso y ella con orgullo me mostró su área de trabajo y
me explicó su técnica. Trabajando con agujas pequeñas y una lupa poderosa, ella
sacaba los hilos del dobladillo de la prenda y los utilizaba para rellenar el
agujero, haciendo corresponder el estampado y el tejido para que la prenda
luciera nueva. Ella estaba orgullosa de su trabajo y lo había estado
desarrollando durante décadas. De hecho, ella era muy respetada y las personas
de los alrededores le enviaban sus prendas para remendarlas.
Pero el esfuerzo se reflejaba en su
cuerpo. Su espalda estaba encorvada de los muchos años de inclinarse sobre su
trabajo, sus manos estaban nudosas de artritis y su vista era pobre. Ella
utilizaba lentes gruesos y su piel estaba pálida porque estaba siempre bajo
techo. Le pregunté por qué ella hacía este trabajo y me contestó que su padre,
que había sido sastre, la había enseñado, diciéndole que las personas siempre
necesitarían de alguien que reparara sus prendas y que con este oficio ella
siempre tendría trabajo. Cuando le pregunté si hubiese querido hacer otra cosa
sus ojos se nublaron y dijo que siempre quiso ser una bailarina. Pero añadió, su
padre no lo aprobaba así que ella hizo lo que el quiso que ella
hiciera.
Ella nunca le preguntaba a la gente
cómo es que ellos echaban a perder sus prendas, simple y calladamente reparaba
el daño y las devolvía luciendo nuevas. Yo me preguntaba cuánta gente
apreciaría su habilidad y dedicación y si estarían conscientes de cuánto
trabajo le llevaba reparar el daño que ellos habían provocado, fuese accidental
o por descuido, o cómo la zurcidora había dedicado gran parte de su vida a
hacer esto por los demás. ¿Quién lo haría por ella? ¿Quién estaba allí cuando
ella necesitaba un remiendo en su vida?
Al conocerla mejor ella me contó
algunos detalles de su vida. Nunca se había casado o había tenido hijos, había
cuidado de su padre después de su viudez hasta que él murió y había heredado su
sastrería. El taller de costura, los clientes y el trabajo eran su vida. Me
preguntaba si ella alguna vez se habría detenido a pensar de qué manera
ella tan penosa y cuidadosamente reparaba los contratiempos de los demás y si
ella hubiese querido un día decidir que deseaba hacer otra cosa. ¿Pensaría
cuánto había hecho por los demás y que vendría un día en el cual sería tiempo
de reinventarse a sí misma y comenzar a vivir su vida de manera diferente?
Aunque era tarde para ser bailarina quizás todavía podía aprender a bailar.
Aunque la zurcidora falleció, he
pensado en ella muchas veces a lo largo de los años. Uno de los regalos que me
dio además de remendar mi chaqueta fue el de recordar detenerme antes de asumir
la tarea de remendar a los demás. ¿Es esto algo que debía hacer o podía dar un
paso atrás dejando que ellos ‘remendaran’ sus propios agujeros? A veces los
demás necesitan aprender a resolver sus propios problemas aun cuando uno crea
que pueda hacerlo más rápida, fácil y eficientemente. ¿Pero es eso lo que
quiero hacer y mientras invento el futuro de ellos o reinvento la vida de
ellos, qué está sucediendo con la mía?
Es difícil para nosotros ser
‘egoístas’ centrándonos en nosotros mismos y tenemos muchas opiniones negativas
respecto a esos conceptos, pero lo que estos significan verdaderamente es que
debemos enfocarnos en nosotros mismos, preguntando qué es lo que está bien para
nosotros, cuestionando cómo cada situación se aplica a nuestra propia senda de
vida. Cuando permitimos que el enfoque de nuestras acciones se dirija primero
hacia nosotros mismos consideramos nuestras necesidades en lugar de
apresurarnos a cuidar de los demás. Es una gran sensación la que produce el
remendar la vida de los demás pero puede convertirse en un hábito en el que
podemos caer y del cual es difícil salir. Tenemos que recordar que todos son
poderosos – todos tenemos la misma fuente de poder aun cuando pensemos que los
demás no están actuando de manera poderosa o utilizando el poder de ellos con
sabiduría.
Como el comentario de la persona que
crea para los demás lo que ella no crea en su vida, podemos apoyar y estimular
a los demás durante un tiempo pero eventualmente debemos regresar a nuestro
centro y preguntarnos por qué debemos hacer por los demás lo que no hacemos por
nosotros mismos. Podemos ser zurcidores eternos, reparando el daño, los
agujeros y las fisuras de los demás, o podemos reinventarnos y crear todo
lo que queremos en nuestra vida y entonces dejar que los demás iluminen su
propia vida partiendo de nuestra luz que refulge con tanto brillo. Esto
sucede cuando ellos están listos para hacer brillar su luz también porque están
listos para remendar sus vidas, reinventarse a sí mismos y creer que son
merecedores y que pueden tener un nuevo futuro poderoso y
empoderado.
Traducción: Fara González
Derechos de autor © 2014 por Jennifer
Hoffman. Todos los derechos reservados. Pueden citar, traducir, reimprimir o
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