Alejandro Lodi
(Enero 2019)
“Lo que nos ocupa
es esa abuela,
la conciencia que
regula el mundo…”.
Lo que nos ocupa es esa
abuela. Luis Alberto Spinetta.
Reproducimos hábitos del mundo.
Sin ejercicio consciente, esas costumbres controlan nuestras decisiones. Es
decir, moldes de la percepción que otorgan formato a nuestras acciones mientras
creemos elegir con libertad. Voces internas configuradas en el pasado que nos
hacen actuar mientras creemos responder a genuinos deseos.
Esos hábitos y costumbres derivan
de tres fuentes:
.- De condicionamientos
inconscientes generados en nuestra historia personal. Modelos, normas, valores, supuestos familiares en
los que hemos crecido y desde los que hemos desarrollado la experiencia de
madurar un yo y ser conscientes de nosotros mismos.
.- De estructuras de poder y
visiones de las relaciones sociales que caracterizan a nuestra época. Ideas, creencias, diseños mentales de la realidad y
de la sociedad, contemporáneas al momento de la cultura en el que hemos
conformado una identidad personal que se lanza a la conquista de su lugar en el
mundo.
.- De los arquetipos del
inconsciente colectivo, que superan a nuestra familia y a nuestra época. La traza psíquica universal que parece ser el
sustrato profundo de nuestra experiencia particular y en el que desarrollamos
nuestras conciencias individuales desde la alborada de la humanidad.
Mantener contacto con la
evidencia de estas tres vertientes de condicionamientos suele ser desolador.
Sentimos que es muy poco lo que puede hacerse para alterar la fatalidad de
reaccionar mecánicamente -por sumisión o rebelión- a esos formatos de cómo se
debe vivir. Por lo común, esos programas psíquicos (personales, sociales y
universales) se reproducen en modos toscos y regresivos. Pero, no obstante,
muchas veces adquieren (y este es el espanto) envases encantadores que
promueven la muy contundente sensación de experimentar autenticidad, de
inaugurar lo inédito, de ser la vanguardia del progresismo, del nuevo mundo y
de la nueva humanidad.
En esos instantes de contacto
consciente (y de horror) con la fatalidad de la repetición participamos de una
cruda vivencia de lo profano: estados de conciencia (en general, súbitos) en
los que “vemos” los velos que el mundo (las construcciones humanas) teje sobre
nuestra percepción, “vemos” las convincentes realidades imaginarias que
nuestra conciencia ordinaria confunde con la sustancia misma de la vida.
Sin duda, en la atención
perceptiva consciente que permite “ver” esos velos y esas realidades
imaginarias asistimos a un fugaz resplandor de lo sagrado. Tan cierto como que,
a pesar de ese testimonio, seguiremos luego involucrados y actuados por el
profano orden de las construcciones humanas (esa abuela, la conciencia del
mundo), tomando por reales a sus representaciones, manteniéndonos en la
literalidad de las manifestaciones de los símbolos del universo, viviendo en
esa realidad (de modelos y de ideas, de normas y de rebeliones, de amores y de
odios) que ya sabemos que no es la realidad. No podemos renunciar a la epifanía
de la que fuimos testigos y no podemos renunciar a habitar un mundo de velos.
¿Cómo responder a ese espanto?
No hay comentarios:
Publicar un comentario