Las reacciones al descubrimiento de los vínculos que existen entre los alfabetos de la antigüedad y los elementos modernos han sido variadas pero predecibles. Para algunos, la revelación del nombre de Dios en el interior del código de la vida tiene implicaciones de tal magnitud que se sienten absolutamente abrumados. Las respuestas iniciales han sido desde la incredulidad hasta la curiosidad, llegando al temor reverente y al asombro. Siempre hay preguntas y un deseo de saber más. ¿Cómo pudimos pasar por alto algo tan importante durante tanto tiempo?
Para otros, el descubrimiento ofrece un bien recibido des-canso, pues confirma a nivel científico lo que ellos ya sospechaban en su corazón y experimentaban en la vida. Por encima de las diferencias de la cultura, la raza, la religión, las actividades o las creencias, el mensaje nos recuerda que somos parte de algo que rebasa las diferencias que podríamos imponernos.
En retrospectiva, el código de la vida es simple y
directo. En nuestro mundo de separaciones, un mundo en el que reducimos el estudio
de la naturaleza a ciencias que aparentemente no se relacionan, se han perdido
las conexiones y se ha oscurecido el mensaje. El descubrimiento de que el
nombre de Dios está en el interior de nuestro cuerpo nos muestra el beneficio
de unir diversas formas de conocimiento en una sola comprensión. Al cruzar los
límites tradicionales que definen el lenguaje, la historia y la religión, se
nos muestra el poder de una visión del mundo más grande e integrada. Tal vez en
la simplicidad del código, el mensaje tiene esa misma sencillez.
La perfección del
alma
¿Qué revela el mensaje que está en el interior de
nuestro cuerpo sobre nuestro papel en la creación? En los capítulos anteriores,
se describió cómo los textos de la antigüedad relacionaron el nombre de Dios
con la forma en que su presencia se dio a conocer en un momento dado del
tiempo: el Dios de la Misericordia, el Dios de la Creación, y así
sucesivamente. El libro del Génesis proporciona algunas de las claves más
poderosas para comprender nuestro papel en el destino de nuestra especie. En
hebreo, su idioma original, el texto revela que durante al acto de la creación,
Dios detuvo el proceso antes de que estuviera completo (Génesis 17:1). La
traducción de este incidente dice así: “Yo soy Dios el Creador, que ha hablado
lo suficiente. Camina en mi presencia y liega a ser perfecto” [el autor añadió
las itálicas]. El nombre que se atribuye a este aspecto de Dios es ShaDaY, una
contracción de dos palabras hebreas, She-amar Day, que podrían traducirse como
“El que dijo suficiente•, detente'} En una sola frase, se nos muestra el
potencial que el nombre de Dios nos permite en nuestro cuerpo, y tal vez nos
indique la razón de que el mundo y nuestra existencia en ocasiones parezcan no
ser perfectos.
Como el nombre ShaDaY representa sólo un aspecto de
Dios, su nombre personal permanece sin cambio; Dios se sigue identificando como
YHVH. Cuando aplicamos la gema- tría en un capítulo anterior, convertimos las
letras de YHVH al código numérico del alfabeto hebreo. El proceso reveló que el
nombre de Dios es el número 26, que redujimos a 8 sumando los dígitos 2 y 6, Y
aplicamos el mismo procedimiento a los valores de nuestro ADN; YHVG, sin
embargo, produce un número que, aunque es similar, es un poco menor.
El código numérico oculto del ADN de la humanidad
arroja estas cifras: 10 + 5 + 6 + 3, es decir, 24. La suma de 24 es el valor
codificado de 6. Este valor declara y confirma en números, lo que los textos ya
revelaron en palabras. Aunque compartimos los atributos del nombre de Dios, la
última letra de nuestro cuerpo físico, Giró, nos recuerda que no somos iguales
a Dios (ver la Figura 7.1).
Fig. 7.1: Comparación del nombre de Dios como elemento de nuestro mundo, y nuestro nombre como aparece en el código en nuestras células. Como nos dice la tradición, aunque tenemos una relación con Dios, nuestro ser físico, (el carbono) no nos permite ser como Él.
Las palabras de Génesis 17:1 son muy precisas.
Implican que el acto de la creación se detuvo sólo en Jo que concierne a lo que
llegaríamos a ser. En términos modernos, esto podría interpretarse como una
declaración que se relaciona menos con nuestra perfección física y que tal vez
se relaciona más con las cualidades sutiles a las que aspiramos como seres
humanos. Aunque como cuerpo estábamos completos en el momento en que Dios detuvo
el proceso (es decir, en nuestra forma física), se nos dejó la elección de los
atributos no físicos y espirituales que nos permitirían lograr nuestro
potencial y alcanzar la “perfección”. Al ordenarle a la humanidad que
"llegara a ser perfecta”, Dios nos dio el mandato de cambiar, de
evolucionar y de participar en la tarea de completar el mundo y nuestra
esencia: el mandato de ser co-creadores.
Evolución de la esencia
La historia escrita que se revela en la mayoría de los
textos de la | antigüedad y el descubrimiento de restos humanos modernos i que
ahora se sabe datan de hace 160,000 años (Capítulo 2) | sugieren que nuestra
forma física ha cambiado muy poco des- j de nuestros inicios. Aunque los
fósiles encontrados ofrecen i evidencia física de una progresión evolutiva, la
diversidad de ^ nuestro pasado sugiere que hubo muchas curvas en el camino.} En
su contribución a la Edición Especial de la revista Scientific \ American (vol.
15 no. 2, de julio de 2003) Ian Tattersall y Jay Matternes hablan de este
fenómeno: “La historia de la evolución humana no ha sido la lucha lineal de un
solo héroe. Más ' bien ha sido la historia de ajustes de la naturaleza:
repetidos experimentos de evolución. Nuestra historia biológica ha sido una
historia de sucesos esporádicos más que de incrementos graduales”. Tal vez el
mayor misterio de nuestra evolución esté en el hecho de que en algún momento
entre esos “sucesos es¬porádicos” adquirimos las características que nos dan un
lugar aparte entre todos los seres vivos.
Tattersall y Matterness hablan en su artículo de
nuestro carácter único diciendo que el Homo sapiens encarna características que
“indudablemente son inusuales” y añaden: “Sin importar qué sea ese algo’, se
relaciona con la forma en que interactuamos con el mundo externo: tiene que ver
con la conducta. Tales observaciones sugieren que es obvio que ha ocurrido
cierta forma de evolución física. Las cualidades de nuestra especie que han
sufrido los mayores cambios podrían ser los atributos intangibles que nos hacen
únicos, como la forma en que manejamos la vida y en que nos tratamos unos a
otros; nuestra expresión del amor, de la compasión, y nuestros poderes de
discernimiento que brotan de pensamientos, sentimientos y emociones.
A través de las características de sentimientos y emociones
que nos apartan de otras formas de vida,2 es claro que hemos
“evolucionado" para llegar a ser más que los ancestros que nos precedieron
hace cientos de miles de años. Esta comprensión apoya la evidencia física
relacionada con nuestra evolución. Nuestra capacidad de trascender el daño que
causan las desilusiones de la vida o de perdonar a aquellos que han traicionado
nuestra confianza, por ejemplo, nos permiten re- definir lo que estas
experiencias significan en nuestra vida. Conforme cambiamos nuestra percepción,
en un sentido muy literal re-definimos también a nuestro cuerpo. La capacidad
de mejorar las funciones inmunes, de cambiar el nivel de nuestras hormonas y
alterar el ritmo cardiaco, la respiración y el metabolismo, con sólo cambiar la
forma en que nos sentimos, está bien documentada en la literatura científica y
médica.3
Sin embargo, la afirmación de la versión del Génesis
que encontramos en la Tora: "Ahora caminen frente a mí y lleguen a ser
perfectos” podría no ser una observación sobre nuestra imperfección, sino una
invitación a trascender los retos que cada uno de nosotros enfrenta en la vida.
Así, cumplimos nuestro destino de una mayor perfección, un destino que sólo
está a una letra de distancia del espejo de la imagen de Dios.
Aunque exteriormente reconocemos la posibilidad de nuestra
relación con un poder superior, ¿es posible que con el paso del tiempo y en
nuestra lucha por sobrevivir, hayamos olvidado el significado implícito en esa
relación? Si creemos que nuestra familia humana es el resultado de una mezcla
“casual” de moléculas que tuvo como resultado nuestra especie inteligente y
compleja, entonces tiene sentido que estemos solos en el cosmos y que nuestra
supervivencia realmente se base en el más fuerte y el más apto. Si por el
contrario, descubrimos que nuestra familia global fue “creada”, que somos el
producto intencional de una inteligencia superior, entonces el sentido de
nuestro papel en la creación también debe cambiar. Quizás nuevas claves, como
las que encontramos al leer el ADN humano como un lenguaje original, puedan
ayudarnos a comprender mejor la naturaleza de nuestra evolución. Al final,
podríamos encontrar que la respuesta a nuestro misterio está en el corazón de
nuestro mapa genético.
El misterio del Genoma Humano: ¿Qué nos hace
diferentes?
En junio de 2001, se alcanzó un hito en lo que las generaciones
futuras podrían reconocer como uno de los mayores logros en la historia de la
ciencia. Después de 20 años de investigación, en el esfuerzo de cooperación más
grande de su clase, se completó el tan esperado primer trazo del genoma humano,
la fórmula química del cuerpo humano.
“Trazar el mapa del genoma humano se ha comparado con
llevar al hombre a la luna, pero creo que es más que eso”, declaró el Dr.
Michael Dexrer, director de Wellcome Trust, que financió la porción del
proyecto que correspondió a Gran Bre¬taña.5 Al comentar más a fondo la
importancia de la creación del primer mapa genético humano, Dexter especuló que
además de ser un logro clave en nuestro periodo de vida, podría ser “el logro
extraordinario... en la historia de la humanidad”. Pero además de responder
preguntas sobre nuestra naturaleza genética, el terminar el primer mapa
genético reveló una sorpresa que pocos esperaban.
Para asombro de los equipos que informaron los descubrimientos,
se anunció que el mapa genético parece tener menos genes de los esperados.
Cuando se inició el proyecto casi dos décadas antes, se creía que se requerían
unos 100,000 genes para definir el cuerpo humano. Entre los primeros hallazgos
que se informaron en 2001, estaba el descubrimiento de que los humanos sólo
tienen más o menos una tercera parte de los genes que se calcularon
originalmente.
Según Craig Venter, presidente de la empresa que
dirigió a uno de los equipos que trazaron el mapa: “Sólo tenemos 300 genes típicos
en el genoma humano, que no están presentes en el ratón”.6 Francis Collins,
jefe del grupo norteamericano del proyecto, comentó sobre las implicaciones de
estos descubrimientos: “Nos fue difícil explicar el mecanismo de control ¡genético!
cuando pensábamos que eran 100,000 genes. Ahora sólo tenemos una tercera
parte”.7 Dando un paso más con respecto a los hallazgos de su equipo, Venter
dijo: “Esto me dice que no es posible que los genes expliquen todo lo que nos
hace ser lo que somos. 8
Sin reducir en forma alguna la importancia de los
logros del Proyecto del Genoma Humano, sus hallazgos se agregan a la creciente
sospecha de que todavía falta algo en nuestra comprensión de los organismos
vivos. En algún punto del trayecto de los descubrimientos que han llevado a las
sofisticadas explicaciones de la vida que tenemos en la actualidad, al parecer
un dato clave se ha pasado por alto, se ha omitido, o simplemente se ha olvidado.
Venter reiteró esta idea cuando se le pidió que hablara sobre la importancia de
estos sorprendentes descubrimientos. “Creo que es claro que todos nuestros comportamientos,
nuestro tamaño y nuestras funciones tienen un componente genético, pero los genes
sólo -explican una parte del proceso”.9
Quizá en los primeros años del siglo XXI, sólo estamos
empezando a comprender las implicaciones de tales hallazgos, y de lo profético
que es en realidad el comentario de Venter. A lo largo de siete milenios de historia,
nuestras prácticas espirituales, nuestras tradiciones religiosas y la
literatura sagrada nos han aconsejado reconocer que la vida humana es mucho más
que huesos, carne, músculo y pelo; mucho más de lo que es obvio a primera
vista. Ahora, con el uso de sofisticados instrumentos y gracias a las mentes
más privilegiadas de nuestros tiempos, un estudio de dos décadas de duración
para trazar el mapa del código genético humano ha llegado precisamente a la
misma conclusión: “Estamos aquí como especie11, observó Venter, “porque tenemos
una adaptabilidad que llega más allá del genoma”.10
Con sólo 300 genes que nos separan del ratón del
campo, ¿qué nos hace tan diferentes? Al final, podríamos descubrir que la
respuesta a esta pregunta es precisamente la clave que está en el corazón de
nuestras creencias y tradiciones religiosas más preciadas. Casi a nivel
universal, los relatos antiguos nos dicen que al primer ser de nuestra especie
se le infundió lo que se ha descrito como una “chispa” especial, un filamento particular
de esencia espiritual que nos une eternamente con otros miembros de nuestra
especie y con nuestro Creador. Esta chispa es lo que nos aparta de todas las
demás formas de vida. Tal vez es la misma fuerza que hace que nuestro código
genético también sea diferente.
La fuerza que está en todas partes, todo el tiempo, y
responde a la emoción humana.
En años recientes, algunos científicos han sugerido
que nuestro mundo moderno ha superado la necesidad de una espiritualidad
basándose en explicaciones sobre los misterios de la vida. En la revista
noticiosa alemana, Der Spiegel, el renombrado físico teórico Stephen Hawking
ilustra este punto de vista diciendo: “Lo que hice fue mostrar que es posible
que la forma en que empezó el universo se determine mediante las leyes de la
ciencia... Esto no prueba que no exista un Dios, sólo Índica que Dios no es
necesario”.11 Descubrimientos recientes en el campo de la física cuántica que
está evolucionando a gran velocidad, sugieren ahora que las “leyes de la
ciencia’’ que menciona Hawking y el “Dios” de las tradiciones espirituales
podrían de hecho estar relacionados en formas sorprendentes e inesperadas. ¡Al
final, podríamos descubrir que se refieren precisamente a la misma fuerza!
Desde los estudios que documentan que es posible que
muchos átomos coexistan exactamente en el mismo lugar y en el mismo instante
del tiempo sin chocar unos con otros,12 hasta el anuncio de la Universidad
Nacional de Australia relacionado con la teletransportación de un rayo de luz (desmantelando
el rayo en una ubicación y volviendo a ensamblarlo en otra),13 y el fenómeno de
los “protones gemelos” (dos unidades de luz creadas a partir de un progenitor)
que reflejan su comportamiento mutuo incluso cuando se les separa a distancias
de muchas millas,14 en los últimos diez años del siglo XX fue obvio que los
fundamentos mismos de nuestra visión del mundo estaban cambiando en forma
dramática.
¿Qué podría explicar tales observaciones? Nuevas investigaciones
empezaron a implicar que todos los sucesos de la creación, desde sustancias
subatómicas diminutas hasta las enormes y distantes galaxias, se relacionan de
alguna manera. Al reconocer la existencia de una forma de energía antes
desconocida, los científicos se encontraron repentinamente en el territorio
inexplorado de un mundo donde la línea divisoria entre la ciencia tradicional y
el mundo místico de las fuerzas invisibles era menos claro.
A este campo de energía nunca antes reconocido, se le
han dado nombres como “Mente de Dios", “Mente de la Naturaleza” y
“Holograma Cuántico”, y se describe como una fuerza que está en todas partes
todo el tiempo, que ha existido desde el Principio y que demuestra una
inteligencia que responde a nuestras emociones más profundas. En términos
modernos, tales descripciones parecen sorprendentemente similares a las
referencias antiguas de Dios.
Tal vez el poder de los nombres sólo sea el principio
de una clave relacionada con la magnitud de los descubrimientos que esta fuerza
todavía no ha revelado. Las implicaciones de una fuerza tan sutil y siempre
presente, ofrece claves que posible-mente expliquen misterios como átomos que
están en dos lugares a la vez, comunicación entre átomos a grandes distancias,
y la salud de nuestros cuerpos.15 Al mismo tiempo, el reconocer ese campo,
ofrece un muy necesario puente entre la ciencia moderna y las descripciones
antiguas de una fuerza de este tipo.
A la luz de los nuevos descubrimientos en el campo cuántico,
ha surgido la disposición a regresar a la sabiduría que se preserva como los
relatos más antiguos de la creación. Aunque los lenguajes obviamente pertenecen
a otras épocas, los temas que describen son extraordinariamente similares a las
revelaciones científicas de finales del siglo XX. Muy similar a la
con-sideración actual de que una sola fuerza unificadora es la clave para el
estudio de la física, el principio de una sola fuerza todopoderosa en la base
de la vida establece una continuidad entre los relatos más antiguos y más
diversos sobre los orígenes de la vida. Con este poder en mente, una visión más
cuidadosa de los textos editados y restaurados de la antigua literatura
cristiana, hebrea y gnóstica, ofrece indicios adicionales sobre la esquiva
distinción que nos aparta de otras formas de vida.
"y el hombre
llegó a ser un alma viviente"
Una de las primeras claves, sobre el misterio de
nuestro carácter único es la distinción que estos textos hacen entre el cuerpo
humano y la chispa de la esencia de Dios que anima a ese cuerpo. En versos que
se encuentran en las versiones restauradas de las traducciones bíblicas, se nos
ofrecen claves sobre este misterio como afirmaciones que declaran que “YaHWeH
... formó al espíritu humano...”16 y el Señor YaHWeH declaró: “Pondré en ti mi
espíritu...”17 Aunque tales relatos podrían ser exactos, carecen del tipo de
detalles que nos ayudan a darle sentido a nuestra misteriosa existencia. Sin
embargo, en los textos gnósticos “perdidos” que ya se han mencionado, se nos da
una comprensión más profunda de las sutilezas del alma humana y cómo empezó a
existir.
Entre el tesoro de documentos que se recuperaron en la
Biblioteca Nag Hammadi, había un extraño texto de los Mándennos, la única secta
gnóstica que sobrevivió hasta tiempos modernos. Los textos Mandeanos distinguen
a la “humanidad” como una forma de vida ajena a este mundo y se concentran en
el carácter único de nuestra experiencia en la Tierra. Empiezan su narración
describiendo la creación de Adán en un texto titulado Creación del mundo y del
hombre ajeno a él.
El texto hace una distinción inequívoca entre el
cuerpo de Adán y el alma que entra en ese cuerpo después de que se ha formado.
Sólo después de que se infunde en Adán la misteriosa fuerza de la “vida” su
cuerpo despierta y él se anima. Haciendo eco a otros textos gnósticos que
describen la creación de Adán como un esfuerzo colectivo entre los ángeles de
los cielos, el manuscrito empieza diciendo que, bajo la dirección de Dios,
“ellos crearon a Adán y lo acostaron, pero no había en él un alma. Cuando
crearon a Adán, no pudieron introducir en él un alma”.18 Sólo después de que
“el resplandor de la vida habló en él [Adán], abrió los ojos del cuerpo”.19
Otro texto gnóstico, conocido como La Htpóstasis de
los Arcantes, es una interpretación mística de los primeros libros del Génesis.
Se cree que data del tercer siglo de nuestra era.20 La narración contiene una
descripción adicional de la creación de Adán que distingue claramente la
esencia viviente del espíritu de Adán como algo distinto a su cuerpo y separado
de él. “Y el Espíritu llegó... descendió y vino a vivir dentro de él, y ese
hombre llegó a ser un alma viviente. Lo llamó Adán...”21
Para ver con más claridad la naturaleza precisa del
espíritu de Adán, exploraremos los fundamentos de las tradiciones hebrea y
cristiana, por ejemplo, en el Talmud.
La humanidad tiene
la sabiduría de los ángeles en cuerpos de la Tierra
La Haggadah, por ejemplo, además de afirmar que la humanidad
fue creada específicamente como un puente entre los mundos del cielo y de la
Tierra, describe con precisión qué cualidades de los ángeles del cielo y de las
criaturas de la Tierra se unieron para crear la especie humana. De manera
específica, hemos heredado cuatro cualidades de los ángeles que contribuyen a
nuestra naturaleza única.22 Y son:
•
nuestro “poder del habla”,
•
nuestro “intelecto analítico”,
•
nuestra capacidad de “caminar erectos”, y
• la
“mirada” de nuestros ojos.
Nuestro “poder del habla” representa un doble poder
que no compartimos con ninguna otra forma de vida en la Tierra. La ciencia ha
demostrado que la vibración afecta muy profundamente a nuestro mundo físico.
Desde la magnitud de la fuerza que acaba con ciudades enteras durante un
terremoto, hasta la fuerza menor que sana nuestro cuerpo mediante una emoción
poderosa, los efectos son el resultado de la vibración. El habla nos permite
hacer audibles nuestras vibraciones. Con nuestra habilidad de “hacer vibrar” el
diafragma en nuestro abdomen y hacer salir la cantidad exacta de aire entre los
músculos de nuestras cuerdas vocales, creamos las poderosas vibraciones que
sanan nuestro cuerpo y cambian al mundo. Además, con nuestras palabras,
preservamos el recuerdo del pasado y compartimos con otros las experiencias que
mueven nuestras almas.
Lo que nos permite elegir cuándo y cómo compartir nuestras
creencias con otros utilizando nuestro poder del habla, e incluso decidir si
vamos a compartirlas, es el poder de nuestro “intelecto analítico”. A través
del intelecto, podemos considerar las consecuencias de nuestras acciones antes
de actuar, en lugar de vivir en un estado perpetuo de reacción, intentando
“arreglar” las elecciones que lamentamos.
Gracias al don de “caminar erectos”, damos libertad al
uso de nuestras manos y brazos, permitiendo la movilidad necesaria para llevar
a cabo las acciones que consideramos dignas de dedicarles nuestro tiempo.
Gracias a nuestra postura erecta, hemos tenido la habilidad de construir
nuestro mundo, de expresar nuestras emociones más profundas y de cuidar de
otros y de nosotros mismos en una forma que no se ha otorgado a ninguna otra
criatura sobre la Tierra. Desde la perspectiva de que la vida es un reflejo de
nuestra capacidad consciente, nuestra postura erecta también podría verse como
una metáfora de nuestra capacidad de “erguirnos” y “elevarnos por encima” de
las tribulaciones y desafíos con que nos reta la tierra que pisamos.
La “mirada de nuestros ojos” es tal vez el más
elocuente de los dones que nos otorgaron los ángeles. Se dice que con lo» ojos
se nos dieron “ventanas del alma”. Cuando miramos a alguien a los ojos, ocurre
mucho más que un simple proceso de luz y óptica. A través de la manera en que elegimos
para mirar a otros y la forma en que permitimos que otros nos miren,
intercambiamos cantidades enormes de información sobre nuestra actitud mental,
nuestra salud, nuestros sentimientos y deseos de una manera que es exclusiva de
nuestra especie. Con el don de la “mirada” que nos dieron los ángeles, cada uno
de nosotros tiene el poder de sanar o destruir, de amar u odiar, con el mensaje
que transmitimos.
Para equilibrar los rasgos que compartimos con los ángeles,
también tenemos cuatro características que hemos heredado de “las bestias del
campo”23:
1.
"Comemos y bebemos”.
2.
“Segregamos el material de desperdicio de nuestro cuerpo”.
3.
“Propagamos nuestra especie”.
4.
“Morimos”.
Es obvio que los autores de estos textos creían que,
como descendientes de Adán, tenemos la chispa que nos une con nuestro Creador
de una manera que no compartimos con ninguna otra especie.
Tal vez algunos de los detalles más importantes
relacionados con la naturaleza del alma en sí también se encuentren en la
Haggadah. Con títulos como Los Ángeles y la creación del Hombre y La creación
de Adán, los textos ofrecen una narración que describe cómo era Adán después de
recibir la esencia de Dios como su alma. Al describir las cualidades de la
chispa de Dios, el texto hace una referencia clara e inequívoca al género del
alma de la humanidad. “Pues Dios dio forma a su alma con especial cuidado. Ella
es la imagen de Dios, y así como Dios llena el mundo, el alma llena al cuerpo
humano” [el autor añadió las itálicas] .24
En este pasaje se nos dan dos claves importantes sobre
la naturaleza de Dios. Primero, se nos dice que el cuerpo de Adán estaba
impregnado con una fuerza que, por su diseño, era fe-menina. Aunque esto no
impide que otros aspectos espirituales de Adán sean masculinos, la frase afirma
claramente que la esencia que se infundió en el primer ser de nuestra especie
era femenina. En segundo lugar, contrario a las interpretaciones tradicionales
que identifican a Dios como “Él”, el pasaje implica que la naturaleza femenina
de alma de Adán es, al menos en parte, idéntica a la de su Creador.
Aunque estos textos podrían ser la fuente de
cuestionamientos sobre el género de Dios en la Tierra, a partir de estos ejemplos
es obvio que el “espíritu” de Dios es una fuerza distinta y separada que se
introdujo en Adán después de la creación de su cuerpo. En vista de que las
traducciones tradicionales de la Biblia no cuentan con este nivel de detalle,
nuestra comprensión de la naturaleza del cuerpo y el espíritu por lo general se
limita al pasaje familiar de la versión bíblica del Génesis: “El Señor formó al
hombre del polvo del suelo e insufló en sus narices aliento de vida y resultó
el hombre un ser viviente”.25
Es obvio que esta frase también describe el momento de
la creación de la vida humana, pero combinada con los pasajes más antiguos y
más específicos, contribuye a nuestra comprensión general del carácter único de
la esencia de nuestra existencia. A través del poder misterioso del alma, se
nos ofrece la oportunidad de mejorar nuestra vida y dejarles un mundo mejor a
nuestros descendientes de una manera que no está al alcance de ninguna otra
criatura sobre la Tierra.
¿Qué significa el
hecho de tener el nombre de Dios en nuestro cuerpo?
Quizá la razón de nuestro carácter único sea que
nuestros cuerpos están diseñados específicamente como recipientes de la
“chispa” de Dios. Aunque toda vida está hecha de elementos que equivalen al
nombre de Dios, los textos antiguos son muy claros cuando dicen que Dios sólo
infundió su espíritu personal en la vida humana. La Haggadah apoya esta
distinción, especificando que el hombre es la única criatura bajo el cielo en
cuya formación intervino Dios a nivel físico y personal.
“El Hombre es el único que fue creado por la mano de
Dios”.26
El texto continúa diciendo: “Todas las demás criaturas
fueron creadas por la palabra de Dios”. Con esta distinción, el cuerpo de cada
ser humano se describe como un “microcosmos, todo el mundo en miniatura”. Por
otra parte, el texto identifica al mundo que nos rodea como un espejo de
nuestra naturaleza colectiva: “El mundo es un reflejo del hombre".27 No
fue sino hasta finales del siglo XX que la ciencia moderna confirmó que el
mundo que nos rodea en efecto refleja nuestros estados emocionales más
profundos.28 De nuevo, se nos ofrece, con palabras de otras épocas, un concepto
poderoso.
Si nos aventuramos más allá de la sabiduría
convencional que sugiere que pasajes como los de la Haggadah son sólo metáforas
del pasado, veremos que nos presentan una nueva manera de comprender lo que
significa llevar el nombre de Dios en cada una de las células de nuestro
cuerpo. El común denominador de las descripciones antiguas es que a Adán, como
el primero de nuestra especie, se le infundió un don que no tiene igual en todo
el universo.
Con el primer acto de la creación de la vida humana,
Dios compartió parte de sí mismo al “infundir su aliento” en nuestra especie.
Al hacerlo, asumimos el papel de “recipientes”, dotados de manera única con el
espíritu divino. Hasta la fecha, seguimos teniendo ese papel, pues el antiguo
secreto de la creación de este recipiente se ha preservado y se ha transmitido
en el milagro de cada vida humana. Quizá la respuesta al misterio de lo que nos
hace diferentes permanece oculta dentro de la diminuta molécula que contiene el
código de la vida misma: nuestro ADN.
Desde esta perspectiva, nuestro código genético podría
considerarse una antigua fórmula que define la calidad del recipiente que es
necesario para llevar la esencia de Dios. Con frases cuyo significado es muy
claro, muchas tradiciones espirituales señalan que nuestros cuerpos son
estructuras construidas para contener el cielo en el ámbito de la Tierra. Así
como los templos físicos se construyen para albergar en su interior un espacio
sagrado, los textos hebreos, gnósticos y cristianos se refieren a nuestro
cuerpo como el “templo” que alberga la santa esencia de Dios.
En el Nuevo testamento vemos referencias de nuestro papel
como templos que al principio aparecen en forma sutil. A medida que se
desenvuelve el misterio de las enseñanzas, esta referencia se vuelve más
directa. El Evangelio de Juan dice que Jesús “habló del templo de su cuerpo”.29
En el tercer capítulo de Ja Carta a los Corintios, la referencia es más
directa, aunque se presenta como una pregunta que se hace a quienes escuchan:
“¿No saben que son el templo de Dios, y que el espíritu de Dios habita en
ustedes?”30 En el sexto capítulo de esta misma carta, el tema se convierte en
una declaración directa: “Tu cuerpo es el templo del Espíritu Santo que está en
ti”}1 [El autor agregó las itálicas]. Habiendo marcado la distinción entre el
cuerpo del hombre y el Espíritu Santo que mora en su interior, tanto los textos
canónicos como los gnósticos están de acuerdo en que sólo la forma humana posee
la capacidad de albergar al espíritu de Dios.
Expandiendo la descripción de nuestros cuerpos como
estructuras que albergan la esencia de Dios, la Cábala nos invita a profundizar
el misterio aún más, al describir cómo los recipientes de la luz de Dios (las
‘vasijas” que se describen en el Capítulo 5), se hicieron pedazos y cayeron a
las regiones espirituales inferiores de la Tierra. Aquí en las regiones
terrenas donde conviven las tinieblas y la luz, las vasijas tomaron nueva forma
y pudieron comunicar su luz al mundo de los humanos.
Como una expresión del poder de la creación, sólo nosotros
participamos en los sucesos de nuestro mundo, creamos la calidad de nuestra
vida, y tenemos el discernimiento para elegir la manera de ser mejores. Sólo en
nuestro mundo los días tienen propósito, un principio y un fin, y se les puede
juzgar como un éxito o un fracaso. En cada momento del día, afirmamos o negamos
el don de nuestro carácter único según la manera en que vivimos nuestra vida.
Al enfrentarnos a los retos más grandes de la historia, el mensaje que está en
el interior de nuestras células es un recordatorio de nuestro poder y de
nuestro carácter único.
Una gran ironía de nuestra época histórica es que la
misma tecnología que posee el poder de destruir todo lo que hemos logrado,
también posee el poder de revelar que nuestras vidas son una expresión de algo
vasto y maravilloso. Las palabras que están en el interior de cada una de nuestras
células nunca se han sometido a las ediciones, omisiones o interpretaciones a
las que han sido sometidos los textos convencionales. El mensaje permanece
intacto, como era el primer día de nuestra existencia.
Cuando los sucesos de nuestras vidas nos ponen pruebas
que rebasan la razón, el mensaje del interior de nuestras células permanece
como un símbolo viviente e inmutable, una piedra de toque que nos recuerda que:
·
No estamos solos
·
Estamos aquí con un propósito como resultado de un
acto intencional de creación
·
Estamos unidos uno a otros y a toda vida de manera inextricable
·
Compartimos una característica única: la esencia de
Dios, de tal manera que eso nos aparta de todos los demás seres vivos de la
Tierra.
¿Es la vida una
elección o una casualidad?
En el hecho de reconocer las mínimas posibilidades de
que la" vida se originara por casualidad, podríamos captar el significado
del mensaje del interior de nuestras células. En el Capítulo 1, se da una
definición de sistemas de vida desde el punto de vista de la química, y se
describe la vida como “un patrón de comportamiento que ciertos sistemas
químicos alcanzan cuando llegar a cierto nivel de complejidad’’.32 En una
porción posterior del mismo texto, los autores profundizan su definición y
sugieren que la vida es el resultado de "sistemas químicos complejos y
organizados que se propagan, crecen, metabolizan, usan su entorno y se protegen
de él, y evolucionan y cambian en respuesta a modificaciones a largo plazo en
el entorno”.35 Aunque definiciones de la vida de aspecto tan estéril podrían
describir lo que hace la vida, no abordan la manera en que la vida llegó a
existir.
El que la vida haya surgido por casualidad o mediante
una serie intencional de sucesos ordenados, ha sido tema de controversias desde
el nacimiento del método científico hace aproximadamente 400 años. Ésta es la
cuestión: ¿Reacciones químicas at azar, en el interior de la “sopa” prístina de
la creación, dieron origen a las primeras células vivientes? ¿O intervino una
fuerza diferente, que aún no se ha identificado, y que desempeñó el papel de
organizar las sustancias químicas del mundo para formar la vida de nuestros
cuerpos?
En el momento de escribir este libro, no existe una
teoría viable que describa el origen químico de la vida; la creación de la vida
a partir de materia carente de vida nunca se ha documentado científicamente en
condiciones de laboratorio. De hecho, los científicos reconocen que la
posibilidad de que la vida surgiera meramente al azar es, en el mejor de los
casos, mínima. Francis Crick, que recibió el Premio Nobel, comentó sobre las
numerosas y diversas condiciones complejas que deberían existir para que
apareciera el primer destello de vida. “Un hombre honesto, armado con todo el
conocimiento disponible a la fecha, sólo podría decir que, por el momento, el
origen de la vida parece ser, en cierto sentido, casi un milagro, tomando en
cuenta las numerosas condiciones que tendrían que haberse satisfecho para
ponerla en marcha”.54 En cuanto a casualidades y probabilidades, la posibilidad
de que esto sucediera es prácticamente nula.
El notable astrónomo británico, Sir Fred Hoyle, y la
asuró- noma y matemática de la Universidad de Cardiff, en Gales, Chandra
Wickramasinghe nos dan un contexto para apreciar la magnitud real de esta
imposibilidad. Suponiendo que algunos de los factores que apoyan a las formas
de vida más simples hayan existido en algún momento del pasado remoto, se
calcula que las posibilidades de que una combinación aleatoria de moléculas
produjera incluso la forma de vida más simple, serían más o menos de 1 a 10 a
la 40,000 (¡es decir 1 seguido de 40.000 ceros!).35 Aunque redujéramos esta
cifra con un factor de la mitad, la posibilidad de que elementos combinados al
azar produjeran una vida compleja en los 4.5 billones de años que se calcula
tiene la Tierra, es mínima.
En su texto clásico Molecular Biology ofthe Gene36 [Biología
molecular del gen], James Watson describe el carácter único y el misterio de
las células vivas. “Debemos admitir de inmediato que la estructura de la célula
nunca se entenderá como se
entiende la estructura de las moléculas de agua o de
glucosa. No sólo permanecerá sin solución la estructura exacta de la mayoría de
las macrocélulas que se encuentran en el interior de la célula, sino que sus
ubicaciones relativas en ellas sólo, podrán conocerse vagamente.37
Al parecer hay algo relacionado con el proceso que se
realiza en el interior de la milagrosa fábrica de cada célula de nuestro cuerpo
que desafía toda explicación mediante la sabiduría convencional moderna. A
partir de tales observaciones, empezamos a percibir lo poco probable que sería
que fuéramos el resultado de una “casualidad" en la creación. Por tanto,
el mensaje en clave que está en el interior de cada una de nuestras células
adquiere un significado aún mayor.
El orden como señal
de inteligencia
En k naturaleza, el orden se ve a menudo como una
señal dé inteligencia. La existencia de patrones predecibles y repetible^ que
puede describirse mediante fórmulas universales, es un ejemplo de lo que
queremos decir con la palabra orden. Durante entrevistas cándidas en sus
últimos años, Albert Einstein compartió su creencia en un orden que subyace a
la creación, al igual que su sentir sobre el origen de ese orden. Durante una
conversación de ese tipo, mencionó en confianza: “Veo un patrón, pero mi
imaginación no puede dar formal al creador de ese patrón... todos danzamos al
ritmo de una melodía misteriosa, producida en la distancia por un flautista
invisible”.58 En nuestra búsqueda del sentido de nuestra vida, la presencia
misma de orden se ve en ocasiones como una señal de que algo más grande está
“allá fuera”.
Es precisamente este tipo de orden lo que se observó,
por ejemplo, en las 60,000 imágenes fotografiadas durante la Mi¬sión Viking a
Marte en 1976. El descubrimiento de lo que al parecer eran estructuras
artificiales en la superficie del planeta, provocó una controversia que todavía
existe en la actualidad.39 Aunque las estructuras piramidales de dos, tres,
cuatro y cinco lados, ubicadas a lo largo de zanjas de millas de longitud, son
obvias para los expertos, la pregunta permanece: ¿Son producto de la
naturaleza, o son restos de una construcción intencional de épocas remotas?
Aunque la solución a este misterio podría requerir una misión con tripulantes
humanos que diera una respuesta definitiva, la presencia de principios
matemáticos clave en las propias estructuras40 ciertamente sugiere que son producto
de un diseño premeditado.
De manera similar, el descubrimiento de orden en el fundamento
de la vida podría considerarse una señal de inteligencia en el interior de esa
vida. La revelación de que los cuatro elementos de la vida representan las
letras clave de un alfabeto antiquísimo, al igual que el hecho de que ese
alfabeto forme un mensaje, muestra con mayor magnitud el grado de orden en que
se basa la vida. Si a estos poderosos indicadores de una fuerza de intención
añadimos el hecho de que se ha reconocido que cada célula de nuestro cuerpo
lleva precisamente el mismo mensaje, tal vez la importancia de este código
llegue a ser mayor que el descubrimiento en sí.
La presencia del nombre de Dios, escrito en clave en
cada célula de la vida, no sólo preserva un mensaje especial, sino que el
mensaje en sí tiene su propio significado.
El misterio de que
"Dios sea Uno"
Desde el punto de vista histórico, venimos al mundo
como resultado de la unión entre un hombre y una mujer, nuestra madre y nuestro
padre. Por elección o por casualidad, la mezcla del ADN que aporta cada uno de
sus cuerpos tiene como resultado una nueva vida dentro del vientre materno. Uno
de los misterios de la vida que en la actualidad se ha intensificado con el advenimiento
de la clonación humana, es si el óvulo y el espermatozoide son lo único que se
requiere para crear la vida humana. ¿Son suficientes, o se necesita algo más?
De manera específica, ¿cuál es la fuerza invisible que
“ordena” a las células que crezcan y se dividan precisamente en la forma
correcta y en el momento preciso para producir un niño o niña saludable? ¿Quién
es exactamente el “flautista” que mencionaba Einstein como la fuente de nuestra
“melodía” cósmica? Un examen más cuidadoso del nacimiento, desde la perspectiva
numérica de épocas remotas podría darnos una clave.
Al igual que Adán, la siguiente “ecuación” que
representa la unión del padre y la madre para producir un cuerpo humano, sólo
está completa cuando se le agrega el valor numérico de Dios. En el Capítulo 4
se dijo que la palabra hebrea para el primer hombre de nuestra especie, “Adán”
(escrita sin la segunda vocal), es ADM. Aplicando los valores numéricos específicos
de cada letra, resulta lo siguiente:
A D M
(Alef) = 1
(Dalet) = 4 (Mem) = 40
Al sumar estos valores individuales se produce un
nuevo valor combinado de 45, y cuando se suman el 4 y el 5 que lo componen, dan
como resultado el valor que representa a Adán: 9.
1 + 4 + 40 = 45
4+5 = 9
En términos numéricos, el 9 es Adán. Con el lenguaje
de los números, podemos ahora explorar la relación de Adán con su padre y su
madre. Para determinar como se relacionan el padre y la madre con el 9 de Adán,
sin embargo, primero es también necesario encontrar sus valores ocultos.
La palabra hebrea que significa madre se escribe EM.41
E M
(Alef) = 1 (Mem) = 40
Al sumar estos valores individuales se produce el
valor combi-nado de 41, que puede reducirse a 5. Un proceso similar para la
palabra "padre”, que en hebreo se escribe AV,42 tiene este resultado:
A V
(Alef) = 1 (Vet/Bet)
= 2
1
+ 2 = 3
Al sumar estos números se crea el valor de 3. Con las palabras
madre, padre y Adán transformadas al lenguaje común de los números, podemos
comparar “manzanas con manzanas” y examinar las palabras a un nivel más
profundo.
Como Adán (la humanidad) es el resultado de la unión
del padre y la madre, esperaríamos que su nombre tuviera un valor equivalente a
los otros dos combinados. Sin embargo, esto no ocurre si sumamos el 3 del padre
y el 5 de la madre. El resultado de esta simple operación es 8, uno menos que
9, el valor numérico de Adán. Este aparente misterio se resuelve con un solo
pasaje de la Tora y con la visión profunda del Rabino Benjamín Blech.
Aunque muchos investigadores interpretan los pasajes
de las tradiciones antiguas como metáforas, muy a menudo las referencias de la
Tora son específicas. El Rabino Blech señala que el Génesis declara con toda
claridad, por ejemplo, que Dios tiene un valor numérico. “El Señor es nuestro
Dios, El Señores Uno"43 [el autor añadió las itálicas]. Para algunos eruditos,
ésta es una declaración directa de que el valor numérico de Dios es el 1. Pero
en el 1 hay un misterio aún más profundo.
Cómo completar La
ecuación de la vida
En el alfabeto hebreo, el número 1 se relaciona con la
primera letra del alfabeto, Alef (א). Las razones más profundas y los
temas complejos que están detrás de la creación de la propia Alef se han
sometido a estudios completos y ciertamente merecen una exploración más
profunda. Para los propósitos del misterio de que a las palabras padre y madre
les falte un número para coincidir con el número de “Adán”, limitaremos nuestro
análisis. Al examinar el origen de Alef se resuelve el misterio del pasaje que
dice “El Señor es Uno”.
Como revela el Rabino Blech, la antigua letra Alef está
de hecho formada por la unión de dos letras separadas, una de ellas se usa dos
veces. En la esquina superior derecha y en la i inferior izquierda de Alef, se
encuentra la letra más pequeña que es la primera letra del nombre de Dios, Yod י. Estas Yod están
divididas por la letra inclinada Vav (ו ). Si
consideramos en forma separada cada una de las letras que forman a Alef,
resolvemos el misterio.
En la forma usual de analizar las letras hebreas como
números, cada Yod recibe el valor de 10, mientras que a Vav se le asigna el
valor de ó. Si sumamos estos valores individuales (10 + 10 + 6) obtenemos un
nuevo valor de 26; ¡exactamente el mismo valor que tiene el antiguo nombre de
Dios; YHVH! Además de representar directamente al número 1 en el alfabeto
hebreo, Alef es también una referencia indirecta y en clave al nombre personal
y a la presencia de Dios. “Uno” es literalmente igual a “Dios”.
Aplicando la regla de relaciones numéricas que exploramos
en el Capítulo 4, dos palabras cuyos valores se relacionan tienen cambien una
relación natural. Desde esta perspectiva, “Dios” es el valor que falta en la
ecuación de padre y madre para que su resultado sea Adán. Además de la unión
entre las cantidades terrenas que aportan el hombre y la mujer, el espíritu de
Dios debe estar presente en Adán (la humanidad) para que esté completo.
LA ecuación de la
vida
Madre + Padre +
Dios = Adán
5 + 3 + 1 = 9
Más que un mensaje agregado a la vida como algo posterior
al hecho, el que el código sea la vida nos dice que Dios existe como nuestro
cuerpo. Lo que vemos como átomos de carbono, oxígeno, hidrógeno y nitrógeno, el
“material” con que se hace ía vida, es Dios. Aunque tai vez el código no describa
con precisión quién es Dios, nos dice en términos utilizados por nuestra
ciencia, que no podemos separarnos, ni apartar a ninguna otra forma de vida en
este mundo, de la presencia de un poder superior.
Con Ja familiar elocuencia que caracteriza al poeta
William Blake, él resume nuestra relación con Dios en unas cuantas palabras:
“Dios es el hombre y existe en nosotros y; nosotros en
él”. Además de describir nuestra relación con Dios, Blake agrega que Dios
existe como la humanidad para que la humanidad pueda hacer las elecciones cotidianas
que la acercan más a la perfección del Creador. “Dios llegó a ser como
nosotros, para que nosotros fuéramos como él”. Al aceptar la sabiduría efe esta
declaración, se nos concede el poder de trascender los retos de nuestra vida y
las diferencias que alguna vez nos han dividido.
RESUMEN DEL
CAPÍTULO 7
• En
el lenguaje original de la Tora, se nos dice que Dios detuvo la creación antes
de que estuviera completa y ordenó a la humanidad que “caminara en su presencia
y llegara a ser perfecta” (Génesis 1:17). Los eruditos sugieren que esta
declaración podría referirse menos a nuestra perfección como cuerpos y más al
hecho de que la esencia espiritual que está en el interior de nuestros cuerpos
desarrolle su potencial.
• Un
análisis de los valores numéricos que representan el ADN de nuestras células
(YHVG) y los valores que representan el nombre de Dios (YHVH) revela que,
aunque compartimos los atributos del nombre de Dios, no somos iguales a Dios.
•
Muchos científicos, incluyendo a los responsables del descubrimiento del código
genético, sugieren que la probabilidad de que la vida haya surgido “por casualidad”
sería casi un milagro. Al parecer existe una fuerza de la vida que la ciencia
no ha sido capaz de explicar hasta la fecha.
La aparición de orden en la naturaleza, que podría
describirse mediante fórmulas matemáticas universales, podría verse como la
señal de una inteligencia subyacente.
El hecho de que el código de la vida contenga un grado
tan alto de orden y el hecho de que en su interior exista un mensaje, sugieren la
presencia de una inteligencia de mayor magnitud.
En la ecuación hebrea para la vida, la simple unión de
“madre” y “padre” no es suficiente para producir el nombre de “Adán”, el
primero de nuestra especie. Falla algo. Sólo cuando se suma a la ecuación la presencia
numérica de Dios, las cifras se equilibran y la fórmula está completa.
"Los pueblos no pelean porque sean malvados.”
La guerra se libra ante todo a causa de lo que es
central... el pan.
Ayuda a los necesitados. Alimenta a los hambrientos.
Alivia el dolor de quienes sufren hambre... Este es el
medio para evitar la guerra y asegurar la gran bendición de la paz".
-RABINO
BENJAMÍN BLECH
Fuente: Capítulo Siete del libro Código de Dios
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