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24 de agosto de 2021

Cerrando la Brecha de Género La Fusión de lo Masculino y lo Femenino

por Steve Taylor, Ph.D 

A lo largo de casi toda la historia registrada, y en la mayoría de las culturas en toda Europa, Medio Oriente y Asia, ha habido un enorme abismo entre hombres y mujeres. Han tenido un estatus social muy diferente, roles muy diferenciados y personalidades aparentemente distintas. Es casi como si hombres y mujeres hubieran sido miembros de diferentes especies con muy poco en común, como si hubieran sido metidos en un mismo saco por error.

En casi todos los casos, el estatus de las mujeres ha sido y sigue siendo en muchas culturas mucho más bajo que el de los hombres. Se daba por sentado que las mujeres eran inferiores intelectual y moralmente; que eran, en palabras del filósofo misógino Schopenhauer, "infantiles, tontas y miopes, algo intermedio entre el niño y el hombre". [1] Hasta tiempos recientes, en la mayoría de los países de Europa, Medio Oriente y Asia, las mujeres no podían adquirir

propiedades ni heredar tierras ni riquezas, y con frecuencia eran tratadas como meras posesiones. En algunos países, podían ser confiscadas por prestamistas o recaudadores de impuestos para ayudar a saldar deudas (esto fue, por ejemplo, una práctica común en Japón desde el siglo VII d.C. en adelante). En la sociedad "ilustrada" de la antigua Grecia, donde supuestamente se originó el concepto de democracia, las mujeres no tenían propiedades ni derechos políticos, y se les prohibió salir de sus hogares después de que oscureciera. Del mismo modo, en la antigua Roma, las mujeres no podían participar en eventos sociales (excepto como "damas de compañía") y solo se les permitía abandonar sus hogares en compañía de su marido o de algún familiar varón.

En partes de Medio Oriente, estas actitudes han persistido hasta nuestros días, y es solo recientemente que el estatus de las mujeres ha comenzado a elevarse ligeramente. En los últimos años, Qatar y Bahrein, por ejemplo, le han dado a las mujeres el derecho al voto y a presentarse a las elecciones, y el parlamento kuwaití aprobó recientemente una ley que otorga a las mujeres los mismos derechos políticos que a los hombres.

Dondequiera que el estatus de las mujeres sea bajo, los deberes y roles de los hombres y mujeres generalmente se definen notoriamente. En la mayoría de las culturas, prácticamente han vivido en dos mundos diferentes: los hombres en el mundo externo del trabajo, la cultura y la política, y las mujeres en el mundo interno del cuidado infantil, la cocina y la limpieza. En algunas sociedades como la Antigua Grecia o Roma o la actual Arabia Saudita, las mujeres estuvieron/están efectivamente prisioneras en el mundo interno durante gran parte del tiempo. Y simultáneamente, los hombres fueron excluidos del territorio de las mujeres (al menos en cierta medida). Hasta hace poco, se les negaba el acceso al nacimiento de sus propios hijos y, por lo general, solo desempeñaban un papel menor en el cuidado de los niños.

Tradicionalmente, los hombres y las mujeres también han tenido distintos tipos de mentalidades. Muchos estudios han demostrado que las mujeres tienen una mayor capacidad de empatía que los hombres, que tienen una fuerte tendencia al cuidado y la compasión, y a formar relaciones. Típicamente, los hombres tienden a tener cerebros predominantemente "sistematizadores", y a ser más autónomos y menos empáticos. En un estudio, por ejemplo, se ha demostrado que las mujeres son significativamente mejores en "leer" las emociones de las personas simplemente mirándolas a los ojos. Otra investigación ha demostrado que las amistades de las mujeres tienden a basarse en la ayuda mutua y en el hecho de compartir sus problemas, mientras que los hombres generalmente desarrollan amistades basadas en intereses compartidos, como deportes y pasatiempos. [2]

Los hombres también parecen tener una mayor necesidad de poder y estatus que las mujeres. La investigación ha demostrado que los hombres y las mujeres tienen diferentes estilos al hablar. Las conversaciones entre mujeres suelen durar más, debido a su uso de "canales de apoyo", como asentir, sonreír y otros gestos. Si no están de acuerdo, tienden a expresar su opinión indirectamente en lugar de hacer una declaración, lo que le ayuda a evitar la confrontación. Por otro lado, los hombres tienden a ser más directos y obstinados. Utilizan más imperativos y tienden a "debatir" más. [3] Como dice el psicólogo Simon Baron-Cohen, "los hombres pasan más tiempo usando el lenguaje para demostrar su conocimiento, sus habilidades y estatus." [4]

Hombres y mujeres en sociedades indígenas

Sin embargo, en la mayoría de las culturas indígenas de América, Australia, África, Oceanía y otras áreas, estas distinciones entre lo masculino y lo femenino apenas parecían existir.* En estas culturas, el estatus de las mujeres generalmente era igual al de los hombres. En la América precolonial, por ejemplo, las sociedades matrilineales y matrilocales (donde las propiedades se transmitían por el lado femenino de la familia, y los hombres se iban a vivir con la familia de la novia después del matrimonio) eran comunes. Las mujeres ahí suelen tener un alto grado de autoridad: a menudo tienen la tarea de designar nuevos jefes, por ejemplo, y cuando se concertaban acuerdos entre grupos indígenas y los primeros europeos, los documentos tenían que ser firmados por las mujeres, ya que las firmas de los hombres no tenían ningún poder. Además, las mujeres nativas americanas generalmente eran libres de poner fin a sus matrimonios en cualquier momento. Una mujer de la cultura Pueblo, por ejemplo, podía divorciarse de su marido simplemente colocando sus pertenencias fuera de su puerta, momento en el que él volvería a casa de su madre. En el África precolonial, las mujeres a menudo eran jefas y líderes de las aldeas, y los consejos o comités a menudo tenían miembros femeninos. [5] Del mismo modo, en Tahití, las mujeres podían convertirse en jefas, eran libres de practicar deportes con hombres y tenían una gran libertad sexual. [6]

En estas culturas, los roles de hombres y mujeres también eran más flexibles e intercambiables. Los hombres y las mujeres de la cultura esquimal Copper del norte de Canadá, por ejemplo, a menudo cambiarían sus roles, de modo que las mujeres saldrían a cazar mientras que los hombres se quedarían para cocinar y cuidar a los niños. En África precolonial, el concepto de domesticidad femenina no existía, y las mujeres eran extremadamente activas en asuntos económicos. Como escriben los historiadores Lamphear y Folola, por ejemplo, "las mujeres dominaban áreas importantes de la economía, controlando muchas facetas de las producciones agrícolas, el flujo del comercio y una amplia variedad de industrias y artesanías". [7] Los antropólogos también han encontrado que los tahitianos no tenían un "esquema de género", es decir, ningún rol establecido para hombres y mujeres y que los hombres frecuentemente hacían tareas domésticas y se encargaban del cuidado de los niños. [8]

En estas culturas, las diferencias entre la psique masculina y femenina tampoco parecen ser tan fuertes. El antropólogo Robert Levy, por ejemplo, encontró que "los hombres en Tahití no eran más agresivos que las mujeres, ni las mujeres más amables o más maternales que los hombres". [9] En general, los hombres de las culturas indígenas parecen haber sido más "femeninos" en nuestro sentido del término. Al parecer, tenían una mayor capacidad para la empatía y no parecían poseer el impulso típicamente "masculino" de estatus y poder.

[ * ] Siempre es un tema difícil si es que se debe utilizar el tiempo pasado o presente cuando se habla de pueblos indígenas, ya que muchas de sus culturas se han visto seriamente interrumpidas. La mayoría de los antropólogos de los que he tomado mi evidencia de los pueblos indígenas basaron sus observaciones en épocas anteriores, cuando sus culturas estaban menos alteradas, por eso en este artículo usaré principalmente el tiempo pasado.

El género en tiempos prehistóricos

Existe cierta evidencia de que los hombres y las mujeres estaban también en una posición mucho más cercana en tiempos prehistóricos. Hasta donde podemos decir, en todo el mundo en los tiempos prehistóricos, el estatus de las mujeres era tan alto como el de los hombres. Las obras de arte, los ritos funerarios y las convenciones culturales de las sociedades humanas del Paleolítico y los primeros períodos Neolíticos de la historia (es decir, la Edad de Piedra y la primera parte de la Nueva Edad de Piedra) muestran una completa falta de evidencia del dominio masculino.

De hecho, es la forma femenina la que parece haber sido venerada durante estos períodos. Las representaciones del cuerpo femenino parecen haber sido la forma principal en las obras de arte durante la prehistoria. Los arqueólogos han descubierto decenas de miles de figurillas (o estatuillas) femeninas en toda Europa, el Medio Oriente y Asia, que generalmente muestran mujeres con senos y caderas agrandados. También hay muchos grabados y tallas de vaginas y tumbas con forma de úteros con pequeñas aberturas "vaginales". Esta veneración de lo femenino ha llevado a algunos estudiosos a sugerir que muchas sociedades prehistóricas adoraban a una diosa (en mi opinión, sin embargo, esto es poco más que una suposición, creo que es más probable que los pueblos prehistóricos no fueran teístas, sino que sentían una fuerza espiritual omnipresente como muchos pueblos indígenas contemporáneos).

La arqueóloga Marija Gimbutas dedicó gran parte de su vida a excavar y reconstruir una civilización "antigua europea" que floreció alrededor del 7000 al 3000 a.C. (y más tarde en algunas áreas más aisladas, como Creta). La "Vieja Europa", como la llamaba, se extendía desde Italia en el este hasta Rumanía en el oeste, y desde Grecia en el sur hasta Polonia en el norte. Había muchas ciudades con hasta varios miles de habitantes, que eran muy hábiles en ingeniería, en la artesanía y el arte. Algunos de sus templos tenían varios pisos, sus casas tenían hasta cinco habitaciones con muebles, construyeron los primeros sistemas de drenaje y carreteras del mundo, y elaboraban artesanías como cestería y alfarería, y artes como la escultura y la pintura.

Aún más importante, sin embargo, la vieja cultura europea parece haber estado libre de la agresión, el conflicto y la opresión patológica que caracterizaron a las civilizaciones posteriores. Algunos observadores han sugerido que su cultura (y la de Catal Huyuk, una cultura primitiva similar en la actual Turquía) era matriarcal, pero la verdad parece haber sido que los términos matriarcado y patriarcado no tenían ningún significado, ya que ninguno de los dos sexos intentó oprimir al otro. Parece haber habido una completa igualdad entre los sexos. Al igual que muchas culturas indígenas, las antiguas sociedades europeas eran, frecuentemente, matrilineales y matrilocales, y sus obras de arte a menudo muestran a las mujeres como sacerdotes o en otros puestos de autoridad. Tampoco hay diferencias en tumbas masculinas y femeninas, en términos de su tamaño o posición.

Culturas igualitarias similares se han encontrado en todo el mundo durante este período. Según el historiador y geógrafo James DeMeo, en el norte de África durante el sexto milenio a.C., las comunidades eran "cooperativas, productivas y de carácter pacífico, sin estratificación social y sin un gobierno por parte de un hombre fuerte". [10] Sus obras de arte contienen muchas escenas de baile y música, y muestran a mujeres jugando un papel activo. En la China antigua, las mujeres parecen haber sido las cabezas de los clanes, y los niños parecen haber tomado los apellidos de sus madres. Como señala otro erudito, Brian Griffith, "la antigua palabra para el nombre de la familia (xing) es un compuesto de símbolos para mujer y oso, lo que sugiere un típico totem-clan matrilineal." [11]

El cierre de la brecha de género

Si este es nuestro pasado, parece que estamos comenzando a dar un giro completo. En mi opinión, uno de los cambios culturales más significativos de los últimos 300 años ha sido el cierre de esta brecha entre lo masculino y lo femenino, en términos de estatus de hombres y mujeres, roles de género e incluso sus personalidades.

El estatus de la mujer comenzó a crecer a fines del siglo XIX. Cuando estalló la Revolución Francesa en 1789, los revolucionarios presentaron una lista de sus agravios a los Estados Generales, 33 de los cuales eran demandas de más derechos por parte de las mujeres. En el mismo año se ratificó la constitución estadounidense, y su uso de los términos "personas" y "electores" en lugar de "hombres" implicó el reconocimiento de los derechos de las mujeres, así como el de los hombres. Bajo la influencia de estos cambios, aparecieron los primeros panfletos feministas más importantes del mundo. En 1792 se publicó en Inglaterra la Vindicación de los derechos de las mujeres de Mary Wollstoncraft, y dos años más tarde apareció en Alemania On the Civil Improvement of Women (Sobre la Mejora Civil de las Mujeres) de Theodore Gottlieb von Hippel. Durante las siguientes décadas, las mujeres obtuvieron el derecho a tener sus propias posesiones independientemente de sus maridos, a ganar sus propios salarios, a formar parte de jurados, a ingresar en profesiones como leyes y medicina y a ingresar en la educación superior. En 1893 Nueva Zelanda se convirtió en el primer país en otorgar derechos de voto a las mujeres, y Australia lo hizo en 1902. Las mujeres de América y Gran Bretaña tuvieron que sufrir durante más tiempo, pero finalmente se les otorgaron estos derechos en 1928 y 1920 respectivamente. Por supuesto, incluso en la actualidad, las mujeres no tienen una igualdad completa con los hombres (los salarios de los hombres son aún más altos, por ejemplo), pero se han logrado avances masivos.

Particularmente en las últimas décadas, también ha habido una difuminación de las distinciones de género. Según Riane Eisler, la década de 1960 fue un período en el que "las mujeres y los hombres desafiaron frontalmente los estereotipos restrictivos de género sobre la dominación masculina y la subordinación femenina". [12] Los hombres se volvieron cada vez más femeninos, tanto en términos de su apariencia como en su actitud. Y ahora, al comienzo del siglo XXI, tenemos las nociones populares del "hombre nuevo", que ayuda con el cuidado de los niños y las tareas domésticas, y del "amo de la casa" que está feliz de encargarse de las tareas domésticas mientras su esposa sigue una carrera. Y al mismo tiempo, por supuesto, cada vez más mujeres rechazan su viejo esquema de género y asumen roles tradicionalmente "masculinos". Hombres y mujeres han entrado en los dominios del otro, por lo que ya no es fácil distinguirlos como áreas separadas. Nos hemos acercado a los roles de género intercambiables en las culturas que no han caído [en el egocentrismo].

Y, hasta cierto punto, estos cambios de rol han venido acompañados, al parecer, de un cambio en el carácter. La fuerte distinción entre la psique masculina y la femenina también parece desvanecerse. El "hombre nuevo" tiene una psique más típicamente femenina; él es más sensible y empático, menos agresivo y dominante.

Se podría argumentar que estos cambios son solo el resultado de mejoras sociales y culturales. La anticoncepción y los avances tecnológicos, como la lavadora, la aspiradora y otros dispositivos de ahorro de mano de obra, han permitido a las mujeres escapar de sus tareas domésticas e ingresar en el viejo ámbito masculino. Sin duda esto es cierto hasta cierto punto, pero creo que los cambios son un signo de algo más significativo. Son parte de un cambio general que ha tenido lugar durante los últimos 300 años aproximadamente, un movimiento colectivo más allá de la separación y el egocentrismo del ego. Un signo de esto ha sido una creciente capacidad de empatizar con otros seres humanos y otras criaturas que, nuevamente durante la última mitad del siglo XVIII, llevaron al movimiento por los derechos de los animales, al movimiento antiesclavista, a un trato más humano a los discapacitados y a las personas que no tienen hogar, a la abolición de las formas brutales de castigo como las marcas con hierro candente y la flagelación pública. Otro signo ha sido un nuevo sentido de los derechos de las personas y la injusticia de los privilegios, que durante el siglo XIX condujo al surgimiento del socialismo y la difusión de la democracia. Y más recientemente, ha habido una nueva apertura hacia el cuerpo humano y la sexualidad, una nueva actitud reverencial hacia la naturaleza y un aumento masivo en el interés por la espiritualidad y el autodesarrollo.

En mi opinión, todo esto sugiere que el antiguo ego humano fuerte (principalmente el ego masculino) está siendo lentamente trascendido, que los muros de separación que han dividido a los seres humanos unos de otros (y de otros seres, de la naturaleza e incluso de sus propios cuerpos) han comenzado a desvanecerse. Y este cambio psicológico colectivo es, creo, un movimiento evolutivo, que tal vez se produce en respuesta a nuestra actual terrible situación. Después de todo, el ego masculino excesivamente desarrollado es el principal responsable de esta situación y, a menos que el comportamiento patológico que brota de éste sea refrenado, seguramente nos destruiremos como especie.

El principal proceso que tiene lugar aquí es la "feminización" de los hombres. El ego masculino, que ha sido la raíz de la guerra, el conflicto y la opresión social a lo largo de la historia registrada, ha comenzado a suavizarse. La psique masculina ha comenzado a moverse hacia lo femenino; después de miles de años de dualidad, el hombre y la mujer han comenzado a fusionarse. Y esto parece completamente natural, ya que el desarrollo espiritual tanto para el individuo como para nuestra especie es, en esencia, un movimiento más allá de las divisiones. A medida que crecemos espiritualmente, vamos más allá de las distinciones de la nacionalidad, la raza y el género. En lugar de estar encerrados en nuestro mundo personal de deseo y miedo, nuestro sentido de identidad se extiende para incluir a los seres humanos, a otras criaturas y a todo el cosmos. La separación superficial de la diferencia física da paso a una identidad subyacente, y nos damos cuenta de que, en el centro de nuestro ser, no tenemos identidad de ningún tipo. No somos ni hombres ni mujeres, ni humanos ni animales, sino espíritu.

Notas / Referencias:

Schopenhauer, A. (1930) The Essays of Schopenhauer. London: Walter Scott Press, p.65

Baron-Cohen, S. (2003) The Essential Difference: Men, Women and the Extreme Male Brain. London: Allen Lane.

Wareing, S. (1999) "Language and Gender." In Thomas, L. & Wareing, S. (Eds.), Language, Society and Power. London: Routledge.

Baron-Cohen, op. cit., p.52.

Lamphear, J. & Falola, T. (1995) "Aspects of Early African History." In Martin, P. & O'Meara, P. (Eds.), Africa. Bloomington, Indiana: Indiana University Press.

Service, E.R. (1978) Profiles in Ethnology. New York: Harper and Row.

Lamphear, J. & Falola, T., op.cit., p.95.

Wade, C. & Tavris, C. (1994) "The Longest War: Gender and Culture." In Lonner, W.J. & Malpass, R. (Eds.), Psychology and Culture. Boston: Allyn and Bacon.

In ibid., p. 124.

DeMeo, J. (1998) Saharasia. The 4000 BCE Origins of Child Abuse, Sex-Repression, Warfare and Social Violence in the Deserts of the Old World. Oregon: OBRL, p.225.

Griffith, B. (2001) The Gardens of their Dreams: Desertificaiton and Culture in World History. London: Zed Books, p.167.

Eisler, R. (1987). The Chalice and the Blade. London: Thorsons, p.199.

(Traducción de Tarsila Murguía)

Fuente
Wake Up World

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