El fantástico Palais Idéal Cheval, no está en un rincón de sudeste asiático o la India sino, sorpréndanse, en Francia, en Châteauneuf-de-Galaure (departamento del Drôme). Y lo mejor de todo es que su autor fue un simple cartero.
Se llamaba Ferdinand Cheval y todos los vecinos lo consideraban un tanto pirado, algo así como el tonto del pueblo, especialmente a partir de un día de 1879 en que encontró una piedra de forma poco habitual y, según cuenta él mismo en su diario, tuvo una especie de súbita
inspiración, decidiendo construir personalmente un espectacular edificio: «Mi pie tropezó contra una piedra que casi me hizo caer. Quería saber de qué se trataba. Era una piedra de tropiezo de una forma tan inusual que puse en mi bolsillo para admirarlo a mis anchas. Al día siguiente volví al mismo lugar y encontré otras aún más hermosas. Pensé: ya que la naturaleza quiere hacer la obra, yo me encargo de la arquitectura».Desde entonces, cada vez que terminaba su jornada laboral empleaba el camino de vuelta en recoger más piedras con las que llenaba primero sus bolsillos y luego carretillas enteras. Por las noches se ponía manos a la obra en el jardín, mezclando los cantos con cal y cemento para dar forma a su sueño. Cheval carecía de formación artística pero la cosa fue tomando forma poco a poco, merced a un trabajo sin medios mecánicos, de forma totalmente artesanal.
Así pasaron treinta y tres años; el edificio estuvo concluido en 1912 tras el empleo de miles de
sacos de cal y millones de rocas. El resultado fue esa especie de hermoso
palacio indio o camboyano en el que también hay numerosos elementos cristianos,
ya que, en realidad, aunque se inspire en Asia no se ajusta a ningún canon concreto. Montones de esculturas
recubren sus fachadas con temática diversa, desde fauna variada a personajes de
mitologías internacionales o protagonistas de destacados hechos históricos.
Cuando el Palace Idéal estuvo
terminado, Cheval tenía ya setenta y ocho años y pretendía convertirlo en
su mausoleo. Pero las
autoridades francesas no lo autorizaron y el incansable tipo se lanzó a
construir una tumba en
el cementerio de Hauterives. Empleó en ello otros ocho años y allí descansa
desde 1924. Entretanto, el palacio se convirtió en un atractivo turístico para
el lugar y, en 1969, el ministro de Cultura André Malraux lo declaró Monumento Histórico.
Entre 1983 y 993 fue sometido a una
restauración para su posterior donación
al municipio por parte de la nieta de Cheval, que no tenía
herederos. Hoy, abierto al público, lo visitan unos ciento cincuenta mil
curiosos anuales. Lo mejor de todo probablemente sea una frase que decora uno
de los muros y que serviría perfectamente de epitafio de su autor: «1879-1912. 10000 días, 93000 horas, 33
años de sacrificios. Si hay alguien más obstinado que yo, que se ponga a
trabajar”.
Autor de la entradaPor Jorge Álvarez
Fecha de la entrada15 Ago, 2014
CategoríasEn Arte
Foto Benoît Prieur (Agamitsudo) en Wikimedia Commons
Fuentes
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