por Mónica Cavallé Extracto de: la sabiduría recobrada - filosofía como terapia
Encuentra tu ser real. ¿Quién soy yo?
es la pregunta fundamental de toda filosofía [...]. Profundiza en ella.
Nisargadatta (1)
La filosofía perenne ha distinguido,
básicamente, tres niveles en la consideración del "yo" o "sí
mismo":
a) El primer nivel corresponde a lo
que denominaremos Yo universal. Este Yo universal es el único y más radical Sí mismo,
la base y la realidad íntima de todos los yoes individualizados.
Es idéntico al Tao, al Ser (2), a la esencia de
toda cosa.
Quien se conoce a Sí mismo, conoce todas las criaturas.
Maestro
Eckhart (3)
El pensamiento de la India denomina a
este Yo universal y único (al que aludiremos con las
expresiones "Yo" o "Sí mismo") Atman.
b) El segundo nivel que distingue la
filosofía perenne en la consideración del "yo" corresponde al yo particular o sí mismo individual.
Este es el sentido del "yo" con el que aludimos a nuestra
individualidad psicofísica, a este organismo concreto, a nuestra persona
particular. La filosofía sapiencial nos enseña que el yo particular no es esencialmente diverso
del Yo universal, de un modo análogo a como una ola no es
distinta del océano, a como un color no es distinto de la luz, sino solo una
modificación de esta última, o a como la imagen del Sol que se refleja en el
agua no es disociable del auténtico Sol. En otras palabras, si cada individuo
puede sentir y decir "yo", es en virtud del único Sí mismo.
Nuestra idiosincrasia individual viene
dada por las particularidades de nuestro organismo psicofísico. Es este el que
hace que tengamos unos rasgos y un temperamento específicos, un modo único de
ser; no hay dos individuos iguales. Pero nuestra estructura psicosomática ―nos
enseña la sabiduría― es una faceta de la expresión del Tao, y lo que la vivifica, piensa y actúa en ella es
el Tao. Nuestra mente es un centro focal de la
Inteligencia única. Nuestro cuerpo es una célula del cuerpo total del cosmos.
Aquello que dice "yo" cuando decimos "yo" es el único
"Yo", pues el sentido de ser, de presencia lúcida, de identidad, que
nos permite exclamarlo es el Ser, la Conciencia y la Identidad única del Tao.
El Yo universal es
"Yo" en sentido propio. Cada individuo es "yo" en un
sentido derivado cuya validez es estrictamente pragmática: la expresión
"yo" es algo así como el nombre propio con el que cada cual designa a
su cuerpo-mente particular; es como un dedo que señalara hacia nuestra persona.
Ahora bien, nuestro "Sí mismo" es más originario que nuestro cuerpo y
nuestra mente. De hecho, ¿no sentimos siempre que somos "Yo" y que
somos Idénticos a nosotros mismos (nuestro sentido de identidad esencial), a
pesar de que nuestro cuerpo y los contenidos de nuestra vida psíquica no han dejado
de cambiar? ¿Y no compartimos con todos los hombres ese sentido de ser y de ser yo, de identidad, de ser
siempre auto-idénticos?
El yo superficial
c) La sabiduría distingue un tercer
nivel en la consideración del yo: el ego o yo superficial. El yo superficial es
el sentido del yo que resulta de la identificación exclusiva con
aquello que hay de estrictamente particular en nosotros: nuestro cuerpo y
nuestra mente.
El ego hace acto
de presencia en el momento en que el Ser transpersonal e ilimitado se
identifica con un organismo limitado. Nuestro cuerpo-mente, nuestro yo particular, es como una ola en el océano único de la
Vida. El yo superficial es la vivencia separada de nosotros
mismos derivada de identificarnos de modo absoluto con esa ola cambiante,
olvidando su raíz universal, el Océano del que es expresión.
La palabra que mejor define al yo superficial es la palabra identificación. El yo superficial se
identifica con ciertos objetos, rasgos, atributos, etcétera, y cree ser
"yo" en virtud de esas identificaciones. Se confunde con su vida
física y psíquica, y se confunde e identifica también con aquellas cosas,
personas, situaciones y circunstancias que siente que son una prolongación de
su vida física y psíquica. El yo superficial afirma: Yo
soy este cuerpo, estos pensamientos, estas emociones, estas experiencias, esta
biografía, estas sensaciones, estas creencias, estos logros, etcétera.
La identificación del yo superficial con todos esos atributos
particulares es una identificación mental; adopta la
forma de un pensamiento cuyo contenido es "yo soy esto, yo soy aquello", o
bien "esto es mío" ("mi esposa, mis hijos, mi estatus, mi trabajo, mis conocimientos, mi carrera...").
El Yo universal es
el sentido "Yo" en nosotros, el sentido puro de ser, de identidad, de
lucidez, que nos permite exclamar "Yo" y sentir "Yo soy".
El yo superficial es el acto de identificación en
virtud del cual pensamos: "yo soy esto, yo soy aquello". El énfasis ya no se cifra en el sentido
puro de ser, sino en el hecho de ser esto o de ser aquello.
El yo superficial existe
en virtud de un acto mental de identificación. En otras palabras, su naturaleza
es psicológica: es un pensamiento o
conjunto de pensamientos, una idea o imagen del yo. Es la auto-imagen que
el individuo se forja y mediante la cual se afirma; la idea que tenemos de nosotros mismos al
identificarnos con cierta apariencia externa, rol social, experiencias,
creencias, logros, etcétera. El ego se alimenta
de identificaciones y se sustenta en ellas, en concreto, con todo aquello que
supuestamente le reafirma como tal "yo", proporcionándole la
sensación de estar vivo como un ente separado.
De cara a comprender la naturaleza de
esta "identificación", quizá sea conveniente advertir, en este punto,
que no es lo mismo ser uno con algo
que identificarse con ello. No es lo mismo, por
ejemplo, asumir plenamente el propio cuerpo que identificarse con él, pues la
identificación lo es siempre con una imagen, con una
idea. Identificarse con el cuerpo no es estar plenamente presentes en él, completamente
integrados en nuestra vivencia corporal, sino ubicar nuestra identidad en una
"imagen" o "auto-imagen" física. Así, nuestro organismo es
algo mudable, está en permanente transformación. Pero la "imagen" del
propio cuerpo es estática, fija; la identificación con ella no permite fluir
con los cambios corporales, sino que los frena, los resiste, los fuerza o los
distorsiona.
Tampoco debemos confundir el hecho de
identificarse con una imagen propia con el de tener una auto-imagen.
Necesitamos para funcionar en el mundo tener ideas orientativas sobre
nuestro yo particular, sobre cómo somos en tanto que
individuos. Pero ello no ha de conllevar que compendiemos en dichas ideas
nuestra identidad esencial, ni que interpretemos el cuestionamiento de estas como
un cuestionamiento de nuestro yo real, como un ataque dirigido contra él.
El yo particular es lo que somos en el mundo, nuestra
apariencia. El Yo universal es lo que somos
en esencia. El yo superficial no es lo que
somos ni en apariencia ni en esencia, sino "lo que creemos ser".
El yo particular está
en conexión con la totalidad de la Vida, como la ola lo está con el océano y el
reflejo con lo reflejado. El yo superficial, en
cambio, puesto que resulta de la identificación mental con ciertos objetos, rasgos
y atributos, se desgaja de esa totalidad y se cree algo limitado y separado,
una realidad clausurada que se erige a sí misma como un absoluto.
El yo superficial genera
división y dualidad, separación radical entre "lo que es yo" y
"lo que no es yo" y, con ello, conflicto. Se vivencia necesariamente
como algo que ha de ser defendido y afirmado sin tregua, pues las ideas que lo
definen son continuamente cuestionadas, fortalecidas o debilitadas por el
exterior, y en cada cuestionamiento siente peligrar su identidad. La actitud
del yo superficial es siempre defensiva u ofensiva,
pues experimenta como una amenaza todo lo que cuestiona su auto-imagen, y como
positivo todo lo que la confirma o afianza; cree que su identidad, seguridad y
afirmación personal dependen del mantenimiento y engrandecimiento en el tiempo
de sus imágenes sobre sí.
El yo superficial cifra
su identidad en algo tan nimio como una "idea". Una idea tan voluble
que a lo largo de nuestra vida no ha dejado de cambiar ―¿qué tienen en común los
"contenidos" que supuestamente definían nuestro yo en la infancia, en
la adolescencia, en la primera madurez ... ?― Una idea tan vacua que depende de
algo tan débil, frágil, evanescente y engañoso como nuestra memoria, pues es la
memoria la que ha de sostener dicha idea en el tiempo.
Ahora bien, el yo superficial no consiste solo en una idea de
"lo que creo ser", también es una idea de "lo que creo que he de
llegar a ser". La auto-imagen del yo superficial incluye
también una imagen "ideal" del yo. Como ha descrito con justeza Antonio
Blay (4), desde el momento
en que el yo se identifica con una idea, la vivencia que tiene de sí es
necesariamente limitada: soy esto, pero no soy aquello; esto es mío, pero eso otro no lo es; tengo
ciertas cualidades, pero también ciertos defectos ... . Puesto que esta
idea, que confunde con su identidad, es limitada, no responde a la intuición de
Plenitud que todo ser humano, más o menos veladamente, reconoce como su
naturaleza profunda y su destino.
La insatisfacción que genera este
contraste hace que el yo superficial necesite,
imperiosamente, aferrarse a otra idea: a una imagen "ideal" de sí
mismo que confía en hacer realidad en el futuro; la imagen de la plenitud que
ansía y que se compone de aquellos rasgos que neutralizan lo que ahora percibe
como una limitación (por ejemplo: la fortaleza o el poder, para el que se ha
sentido o se siente débil; la inteligencia y el conocimiento, para el que se
siente mentalmente inferior; o sencillamente, un ideal de mejoramiento y
engrandecimiento del yo que habrá de lograrse a través de una disciplina moral,
espiritual, etcétera). El ego siente, de
este modo, que es esencialmente ese yo que va mejorando, logrando más cosas,
siendo cada vez superior, más "alguien". El movimiento o la tensión
entre esas dos ideas ―entre "lo que cree ser" y "lo que cree que
ha de llegar a ser"― definirán el argumento de su existencia. El yo
sufrirá, se deprimirá, se alegrará o se motivará por meras imágenes, por algo
que nada tiene que ver con lo que realmente es, con su verdadera
Identidad. (5)
[...] en el fondo tú no eres tú [lo
que crees ser], pero tú no lo sabes.
Ibn
'Arabi (6)
Es a este yo superficial ―por otra parte, a lo que casi
siempre se alude cuando se exclama "yo"― al que se refiere Albert
Einstein cuando afirma:
El auténtico valor de un ser humano
depende, en principio, de en qué medida y en qué sentido haya logrado liberarse
del yo. (7)
Retorno a la Fuente
Nuestro Yo profundo, el Tao, es plenitud de Ser. Esta plenitud sin forma se
expresa y se celebra a sí misma a través de la creación de formas ―las
distintas realidades que componen el espectáculo de la vida―, de un modo
análogo a como el artista celebra un estado interior de plenitud traduciendo
dicho estado al plano material, al plano de las formas. Su plenitud íntima, en
el momento de la inspiración, es completa. No busca completarla mediante su
creación. Sencillamente, siente el impulso de re-crearla en un plano diverso al
nivel interior en el que dicha plenitud es ya una realidad actual.
El Tao es la Forma (que plasma todas
las formas), pero en sí mismo no tiene forma.
Lao
Tsé (8)
Este movimiento de expresión o
manifestación del Tao ―que tiene su origen en lo
que, siguiendo con la metáfora de la creación artística, podríamos denominar su
"Idea creadora" (9)― es el origen de
la vida cósmica y lo que define su dinámica intrínseca: el crecimiento, el
desarrollo creciente. Cada realidad particular, también el hombre en su
individualidad psicofísica, es una faceta de esa Idea creadora en expresión.
El Tao ―veíamos en
el capítulo anterior― actúa infaliblemente en el cosmos. Las cosas que nos
rodean no pueden dejar de ser lo que son, ni de obedecer esa única Ley.
El Tao actúa en la
naturaleza. Ahora bien, en el ser humano opera de un modo especial: al
individuo, le habla; no le impele, sino que le
invita; no le fuerza, sino que, delicadamente, le inclina o le sugiere.
Precisamente por esto el ser humano es co-creador.
El sublime Uno, cuyo oráculo está en
Delfos, ni revela ni oculta, sino que sugiere, indica, da a entender.
Heráclito,
fragmento 93
[...] La acción del Tao se manifiesta en el mundo animal, mineral y
vegetal como instinto y ley. En el ser humano, en virtud de su naturaleza
auto-consciente, como inclinación de su voluntad y como conocimiento o
comprensión. La persona no solo obra y actúa según los dictados del Tao, sino que participa de modo consciente de ese
obrar. Es invitado a comprender y a querer esa Ley, que es la ley de su propio
Ser; es invitado a elegirla y a aceptarla, es decir, a elegirse y a aceptarse a
sí mismo. Puede ser conscientemente co-creador, colaborador con la Inteligencia
que le permite ser lo que es. Esta Inteligencia es su más íntimo Yo y, por
ello, no es una fuerza o una voz que lo enajene; es la voz de su verdad íntima,
de su propia realidad.
El Tao habla
delicadamente: sugiere, invita. Respondemos activamente a esta invitación
cuando nos mantenemos vigilantes, atentos, a la escucha.
Notas:
Yo soy Eso,
pág. 59
Ambos términos son intercambiables, si
bien el término "Yo universal" añade un matiz: se tratra del Ser al
que accedemos ahondando en nosotros mismos, en nuestra propia subjetividad.
Tratados y sermones, pág. 219
Cfr.
su libro Ser, cap. 3
Cfr. Ser, pág. 95
Tratado de la Unidad, 1.7.1.
Mis ideas y opiniones, pág. 10
Tao Te King,
XIV
Recordemos la caracterización
tradicional de la Realidad última como Mente universal, y del mundo como
ideación suya.
Fuente:
Mónica Cavallé, La sabiduría recobrada - Filosofía como
terapia (Kairós, 2012)
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