por cristinalaird
El 23 de Octubre 2025, Neptuno retornó a Piscis por última vez en nuestras vidas, (aunque tengas un día de vida), ya que no retornará a este signo por otros 165 años. Dará los últimos chapuzones en las aguas que rige y lo hace hasta el 27 de Enero del 2026, cuando se fundirá con el Fuego de Aries por los próximos 13 años. Saturno, a su vez, después de haber probado el calor extremado de Aries, retornó a Piscis para terminar asuntos pendientes el 1 de Septiembre y también será forzado a re-entrar el impulso marciano de Aries el 15 de
Febrero del 2026 para finalmente formar esta histórica conjunción a 0º de Aries, con su hijo Neptuno. Algo que no ocurre desde hace más de diez mil años. La última conjunción de estos dioses en este signo fue en 1703, pero no a 0º.Meditando
sobre qué es lo que me dejan estos dos superpoderes transitando las aguas de la
disolución, de la fantasía y el engaño, recuerdo la propuesta de Yuval Harari,
acerca del poder del Cuento. Y me pregunto cuales son los orígenes de estas
grandes historias que hemos y seguimos creyéndonos, algunas que resuenan a
verdad y otras que son grandes mentiras y me pregunto cual es la mayor mentira
que nos hemos inventado. Según Harari, la mayor mentira o mejor dicho el cuento
más grande es el del valor del dinero.
Pero para
mí, quizás la mayor mentira que nos contamos (no Ellos, Todos nosotros) y que
seguimos repitiendo, es que estamos separados.
Separados
de la Naturaleza, de los otros, del pulso vivo que sostiene el mundo. Esa
ilusión de separación permitió la dominación, el miedo, la explotación… y la
sensación de que el sentido de la vida debía buscarse afuera, en lugar de recordarse adentro. Sobre todo de que el enemigo está siempre
afuera.
Pero cuando
el velo se adelgaza, debido a nuestra extraordinaria creatividad
humana, en el amor, en el arte, en la naturaleza, en esos instantes
donde el tiempo se disuelve, vislumbramos la verdad: la conciencia no es una
llama aislada, sino parte de un mismo fuego, descripto a la perfección en la
obsesión de Vesta, de mantener la llama encendida.
Aunque
también el relato que controla, a veces necesario, nació de la imaginación
humana ya que como lo habrá pensado Moisés en el monte Sinai, cuando llevaba
600 mil o dos millones, (dependiendo cual cuento crees), de gente asustada y
desesperada, ante la necesidad de mantener algún orden, como hombre sabio que
sin duda habrá sido, en su conversación con Dios, éste «le dictó» los Diez
Mandamientos.
Aún así tal
vez la forma más sutil y duradera de dominación sea el control por el relato.
Cada
sociedad vive dentro de una historia: un mito sobre lo que es real, lo que es
posible, lo que vale, quién pertenece, quién manda. Y cuando esa historia se
vuelve invisible, por tanta repetición, se convierte en un hechizo.
Quienes la narran, sacerdotes, reyes, gobiernos, y ahora medios y algoritmo, no
necesitan imponer la obediencia; basta con que su versión de la realidad
parezca “natural”.
Las
historias más comunes ( que por supuesto yo, de la generación Plutón en Leo,
algo de esto aunque no todo, también me lo he creído, por un tiempo) son:
el progreso
es consumo, el poder es orden, la seguridad es obediencia, el dinero manda y el
éxito es lo único importante.
Entonces lo
vivimos como si fuera verdad, olvidando que no es más que un relato.
Controlar la historia es controlar la imaginación y sin la imaginación no hay
futuro.
Pero hubo
una era Mítica, donde el relato era comunión:
Al
principio, las historias eran puentes, no cadenas.
Y eso es lo que deberían ser.
El mito explicaba el pulso del Cosmos: por qué llovía, por qué aullaba el lobo,
por qué soñaba el ser humano, como nos curaban las plantas y como el espíritu
de los animales, nos enseñaban a sobrevivir. Narrar el mito era participar del mundo, no dominarlo. Aquí casi no
había control: la historia servía al equilibrio. El narrador, el chamán, el
vidente, eran Guardianes de la memoria, no dueños de la verdad. Muy conscientes
de lo que hoy Rupert Sheldrake llama «la resonancia mórfica» o de lo afirma el
Pansiquismo, que Todo en el universo tiene consciencia.
A medida
que crecieron las civilizaciones, el mito se endureció hasta volverse ley. Los dioses vivos del bosque y del cielo fueron
reemplazados por panteones organizados, y luego por un solo Dios. Así surgió la
casta sacerdotal: los intérpretes de la voluntad divina. El relato se convirtió
en autoridad.
Y aquí la
fe, que antes era conexión, se transformó en obediencia al dogma.
Y la culpa, esa delicada autoconciencia humana, se convirtió
en arma. Sino siento culpa soy mala persona.
Particularmente en las dos religiones que emanaron en el principio de la era de
Piscis.
“Obedece,
reza y serás salvado; duda y pecarás.” (Nos dijeron y nos siguen diciendo).
Ya no fue
necesario el látigo: bastaba con colonizar la conciencia. Sufrir se volvió
santo, en vez de parte de la naturaleza humana en su lucha por sobrevivir,
desear se volvió peligroso ( y si en cierta manera aún lo es). Nos inventamos
cómo Hércules en sus 12 labores no hizo otra cosa que luchar contra el deseo,
matando, domesticando y aprendiendo a cabalgar diferentes bestias. Así nacieron
cárceles interiores más duraderas que cualquier muro. Y así llegó la Era
Racional–Industrial, el relato como progreso. Ésto, que comenzó hace unos 250
años es lo que parece estar en crisis hoy. Un ciclo completo de Plutón el ahora
llamado «planeta enano».
Cuando la
ciencia destronó a los dioses, pareció que la humanidad se liberaba. Pero el
mito solo cambió de traje. El nuevo relato dijo: Solo existe la materia. El mundo es una máquina. El progreso es
salvación. La enfermedad es el síntoma, aunque nos detuvimos
ante el analizar «síntoma de qué».
Los reyes y
los papas fueron reemplazados por naciones, mercados y hoy por algoritmos,
todos exigiendo fé en los números. Y la culpa mutó: ya no por los pecados del
alma, sino por no producir, no consumir, no triunfar, no
manejar la IA.
El confesionario se volvió oficina, espejo de autoexigencia. Pregúntale a los
asiáticos que acuden a trabajan en ella de 9 a 9, seis días a la semana. Hasta
camas y gimnasios son creados en las oficinas, para que el empleado viva allí
sin tener que volver a casa. Producir, producir.
Y hoy: en
la era digital, nos encontramos con el relato como simulación. Hoy, el relato
se fragmenta a la velocidad de la luz. Cada uno vive en su pequeño mito
programado: personalizado, monetizado, viral.
El control mítico se volvió algorítmico. Creemos elegir, pero los hilos
invisibles del sistema escriben el guion y la mayoría de nosotros culpamos a
unos «Ellos» invisibles que manejan estos hilos, lo que nos rinde antes de que
siquiera lo intentemos. Elimina la Esperanza y de ello nace la Desidia: «No hay nada que yo puede hacer para cambiar todo esto»
La fé sigue
existiendo, solo que ahora está puesta en lo intangible: en la red, la marca,
los datos.
Y la culpa persiste, transformada en ansiedad: no soy
suficiente, no soy visible, no estoy actualizado. No tengo suficientes seguidores. ahh, los
seguidores son hoy el barómetro de nuestro valor.
Pero quizás
la enseñanza de Saturno y Neptuno por las aguas Piscianas nos han llevado a
algunas de nosotras y nosotros a la Era del Recuerdo, y al relato como
Liberación.
Bajo todo
ese ruido, algo despierta. La humanidad recuerda que el relato es también una
tecnología sagrada. Cuando se narra con consciencia, no esclaviza: cura.
La
Astrología, el Mito, la Poesía, la Música… son lenguajes antiguos que nos
devuelven a la memoria de lo vivo. Nos recuerdan que podemos elegir historias
que unan, que dignifiquen, que Re-encanten el mundo y nuestra vida.
El antídoto
al control por el relato no es el silencio, sino el relato consciente, el que RE-conecta al alma humana
con el cosmos que la sueña.
En mi
comprensión de la Astrología, la carta natal, no determina, simplemente te
ayuda a hacer consciente el relato en el que has nacido. Las diferentes
historias de las que emerges toman vida en cada arquetipo que te habla desde tu
psique y tu resonancia mórfica. Cada planeta conlleva una historia que debemos
descubrir y podemos hacerlo en cuatro pasos:
1.-
Recuerda, 2.- Acepta, 3.-Transforma y por sobre todo 4.- Honra.
Honrar a
nuestros antepasados y las historias de las que emanamos, para poder realmente
liberarnos de las garras de esas historias es nuestro trabajo y para terminar:
Empédocles,
filósofo griego, poeta, místico y sanador, contaba que fue Afrodita quien formó
el ojo humano y encendió en él un fuego divino para que pudiéramos ver. Ese
fuego interior, decía, se encuentra con la luz exterior, y en ese encuentro nace la visión. No vemos porque la luz entra, sino porque dos fuegos se reconocen.
Él afirmaba
que los humanos vivíamos bajo la influencia de dos fuerzas cósmicas
fundamentales:
El Amor
(Afrodita) que
une, mezcla, armoniza
La
Discordia (Eris) que
divide, separa, desintegra
Toda
creación, toda descomposición y renacimiento surgen de la danza perpetua entre
estas dos energías femeninas. Así, Empédocles veía la existencia como un ritmo
cíclico, como nosotras las y los astrólogos, un pulso eterno donde Amor y
Discordia tejen y destejen la trama del mundo, y donde cada ser es una
configuración temporal de esos elementos en tensión. Quizás ahora que Kirón
viaja de la mano de Eris, tenemos la gran oportunidad de tomar consciencia de
esta herida eterna y encontrar la formar de curar o por lo menos Re-conocer.
Y tal vez eso mismo ocurre ahora, cuando Saturno y Neptuno se abrazan
por última vez en Piscis: el ojo del alma vuelve a encenderse antes
de entrar en Aries.
Saturno, el que da forma al ojo, al límite, al contorno; Neptuno, la llama
invisible que lo habita y lo disuelve. Si Saturno sin Neptuno se vuelve ciego
de certeza y Neptuno sin Saturno se extravía en el mar de espejismos, su unión
restablece el antiguo misterio:
solo el Amor, Afrodita, el poder creativo de lo Femenino, puede dar forma a la
Luz.
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