El otro
día estaba pensando en qué es la paz y comprendí algo: la paz es el perfume de
Dios. Cuando Dios está cerca de ti, hueles ese perfume. Y es exquisito,
maravilloso. Los sentidos bailan, y en ese momento la vida se completa. Ese
precioso aroma, ese maravilloso perfume, es lo que el corazón desea. Una, y
otra, y otra vez.
Ya que he hablado del perfume, voy a dedicar unos minutos a hablar de Dios. Una persona con la que hablé recientemente sacó a relucir los problemas que hay con todas las religiones. Le dije: “Perdona. Dios no es el problema. El problema son las definiciones de Dios”.
Mira la flor que se abre en este jardín
de la vida. Porque eso es lo que eres, eso es quien tú eres. Y si deseas paz en tu vida, no es una casualidad. Si necesitas plenitud en tu vida, tampoco es casualidad. Sé que hay personas que dicen: “¿Paz? ¿Cómo puede haber paz?”. ¿Acaso tienes alguna otra opción? Yo hablo de algo que es real, que es viable y puede durar todo el futuro previsible. Se llama paz.
La
guerra no es una opción viable, porque si la gente sigue peleando, sólo quedará
una persona. Una. Y eso será porque se escondía.
Así
pues, ¿qué es esa paz de la que hablo? ¿Qué es esa plenitud? La paz de la que
hablo es la que reside en ti, en tu corazón. Porque la realidad de tu
existencia no es la que tú crees.
Seguro
que hay médicos que están pensando: “¿Qué quieres decir? Yo he trabajado mucho.
Fui a la Universidad y después hice prácticas como interno. He hecho esto y lo
otro, y ahora tengo éxito en mi profesión. ¿Cómo puedes decir que no soy todo
eso?”. Porque llegará un día en el que aunque vaya a verte una persona enferma,
no podrás ayudarla.
Se ha
dicho que este cuerpo está hecho de polvo y un día volverá a ser polvo. Sé que
a nadie le gusta pensar en eso.
A mí
tampoco. Pero me sitúa en mi lugar.
Algunos
dicen: “Eso es imposible”. Y yo digo: “Tú tienes tus razones por las que no
puede haber paz, y no sé cuántas son. ¿Cinco, seis? Yo tengo 7.000 millones de
razones por las que debe haber paz”. En realidad, 6.880 millones. Acabo de
comprobarlo en mi computadora. 6.880 millones de personas. Ése es el número de
personas vivas en la Tierra actualmente.
El día
en que empieces a aceptar la dulce –dulce- realidad de tu existencia, es cuando
comprenderás la importancia de la paz. Ese día empezarás a comprender la
sencillez de estar vivo. Ese día entenderás qué es lo esencial en todo esto.
¿Por qué
no entendemos lo que vale una persona hasta que se va? ¿Por qué no comprendemos
el valor del aliento hasta que ya no podemos tomar ninguno más? ¿Cuál es el
valor del aliento? Su valor es que hace que tú seas tú, en lugar de polvo.
¿Es eso
algo valioso? Sí. ¿Y qué es? Un regalo.
¿De
quién? De Dios. De aquel que no puede ser definido, de ese Dios. Así que mi
pregunta es: en ese aliento, ¿has olido el perfume de Dios? ¿Quieres hacerlo?
¿Sería importante para ti sentir la presencia de la paz en ese aliento?
Hasta
ahora sólo has entendido las preguntas. Es todo lo que entiendes. De hecho, no
tienes respuestas para esas preguntas. Sólo has entendido las preguntas, y
estás muy orgulloso de ti mismo. “Entiendo la pregunta”. Sí, pero ésa es la
pregunta. ¿Tienes la respuesta? ¿Has sentido esa paz en tu vida? No con tu
intelecto, sino en tu corazón.
¿Has
comprendido que en esta vida lo esencial no son las definiciones, que esta vida
no es un enigma?
¿Por qué
no presentarlo tan sencillo como es? No me gusta la sofisticación innecesaria
cuando se trata de cosas que pueden ser sencillas. A veces, cuando estoy
cocinando pasta, pienso: “¿Cuánto tarda en hacerse esta pasta? ¿Cinco minutos?
¿Diez? ¿Es fresca o empaquetada? ¿Dónde está el envoltorio? En la basura. Tengo
que encontrarlo”. No, toma un poco de pasta, deja que se enfríe y pruébala:
“¡Aún no está lista!”. Eso me gusta. Así debería ser la comprensión.
El amor
hay que sentirlo, no puede ser una definición en palabras. Bebe hasta que se
sacie tu sed. Come hasta que se satisfaga tu hambre. Duerme hasta que estés
descansado. Busca hasta que encuentres paz, y entonces, comprende.
Lo
esencial en tu vida debería ser sentir lo que es bueno, lo que es hermoso,
porque eso es lo que hay dentro de ti. Sí, eres polvo, polvo ordinario, hasta
que la lluvia del aliento cae sobre ese polvo. Cuando la lluvia del aliento cae
sobre él, ya no es polvo, es un jardín.
Y cuando
la lluvia de la vida, del aliento, deje de caer sobre ese polvo, se convertirá
en un desierto otra vez.
Quizá
hayas oído hablar de una rana que vive en el desierto bajo unos lagos secos. Es
fascinante. ¿Cómo puede sobrevivir tanto tiempo? Los científicos han dicho que
cambia su metabolismo, que hace esto y aquello. Yo digo: “¡Eh, ranita! ¿Cómo
sabes que volverá a llover? Porque en eso se basa toda tu estrategia. Tu
estrategia, esa evolución por la que pasaste, no estaba basada en: ‘Podré hacer
esto y lo otro, podré cambiar mi metabolismo, podré cubrirme los ojos, podré
ralentizar mi corazón’. No, la estrategia era: ‘Tendré que esperar, pero la
lluvia llegará’. Y la lluvia llega”.
Eso es
comprensión. Independientemente de cuántos años de evolución tardó en llegar a
la conclusión de que eso se podía hacer de forma segura, la rana aguanta hasta
el final, porque la lluvia llegará. ¿Sabes que la lluvia también tiene que
llegar a tu vida? ¿Sabes que esa lluvia hará que tu jardín florezca y que
puedas comprender, conocer? Hará posible no sólo que imagines el perfume de
Dios, sino que lo huelas claramente. Claramente. Conocer. En eso consiste
conocer, en comprender la oportunidad de estar vivo.
Te
sugiero que uses una balanza totalmente distinta para pesarte. Hasta ahora, has
tenido una que alguien te dio. Tú estabas en un lado, y en el otro intentabas
poner pesos para equilibrarla. Te sugiero que tomes una balanza diferente, la
balanza de la comprensión. Si quieres, empieza a ver lo bueno que reside en tu
corazón.
Quizá
durante toda tu vida la gente te ha estado diciendo lo incompleto que eras. Yo
te digo que eres completo.
Tal vez
la gente intentaba decirte lo irreal que es todo. Yo te digo que es posible que
todo lo demás sea irreal, pero tú eres real. Y ahora mismo está lloviendo en
este jardín.
Llueve,
y llueve, y llueve como no te puedes imaginar.
Empezó a
llover hace mucho tiempo y no ha parado aún.
Te
sugiero que tomes algunas semillas y las plantes.
Ahora es
el momento; plántalas. Plántalas mientras llueva y observa cómo se transforman
en flores del corazón, flores de claridad.
Todos
tenemos esos jardines, está lloviendo a cántaros y es la lluvia más dulce. Un
día dejará de llover. Pero, hasta entonces, planta esas semillas de la
comprensión, de la claridad. No tengas miedo. La gente se esfuerza mucho para
poder ir al cielo. Yo les digo que hay un problema con ese asunto del cielo.
¿Sabes cuál es? Que antes te tienes que morir.
Morir es
algo muy serio; no hay marcha atrás. La gente dice: “He tenido una experiencia
cercana a la muerte”.
Bueno,
sí, cercana a la muerte, pero la muerte es definitiva.
Puedes
plantar esas semillas, aquí, mientras estás vivo. Puedes alabar de la forma más
maravillosa a ese Dios indefinible, poesía que brota de un corazón pleno. Eso
es lo que puede pasar. La gratitud por esta vida se puede sentir aquí y ahora.
Es posible.
El
aliento está entrando y saliendo. Llueve, llueve y llueve. Es todo lo que tengo
que decir. Si quieres saber más, es posible. Si quieres encontrar la paz que yo
he encontrado, puedes hacerlo. Es sencillo. Cuando oscurece, enciende la
lámpara. Pero tienes que saber dónde está la lámpara y cómo encenderla mientras
aún haya algo de luz. No vas a buscar a tientas en la oscuridad la lámpara y el
encendedor. Eso se llama sabiduría. Permanece quieto y comprenderás.
Porque,
a pesar de todo el movimiento de este mundo, hay una quietud magnífica dentro
de ti. No tienes por qué dejar tu religión para encontrar paz; ni renunciar a
tu familia o a tu trabajo. ¿Por qué? Porque la paz ya está en tu interior.
Abre la puerta. Olfatea, y
apuesto a que, si lo haces desde el fondo de tu corazón, vas a oler una
fragancia que es al mismo tiempo la más magnífica, la más nueva y la más
familiar. Puede que enciendas incienso para que tu casa huela bien, pero hay un
incienso que ya está encendido en la casa de tu cuerpo; huélelo. Es el perfume
de Dios. Huélelo. Y siéntete satisfecho, siéntete pleno.
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