Hablando sobre
las cualidades de los grandes Avatares que han encarnado para conducir a la
humanidad el Maestro Tibetano nos dice que “son intermediarios divinos y pueden actuar
de esta manera porque se han emancipado completamente de toda limitación y sentimiento
de egoísmo y separatividad, y ya no son – de acuerdo a las comunes normas
humanas – el centro dramático de sus propias vidas, como lo somos la mayoría de
nosotros.”
El centro
dramático de nuestras propias vidas… es como para pensarlo… Somos el Alma. Lo repetimos y lo repetimos en
nuestras oraciones, en nuestras meditaciones, cuando hablamos de la enseñanza
y, sin embargo, en la vida de todos los días solemos colocarnos en ese centro
dramático y desde allí miramos el mundo, hacemos nuestros juicios y decidimos
nuestras acciones.
Como ese centro
dramático es el que no nos deja ser feliz vamos a mirarlo más de cerca y ver
cuáles son sus elementos constitutivos. Primero; ese centro dramático tiene
memoria. Y no sólo tiene la memoria de lo que te ha pasado en tu presente
encarnación, sino que tiene memorias grabadas de lo que te ha podido ocurrir en
otras vidas y también de experiencias que pertenecen a tu cuadro familiar y
hasta nacional. Memorias de tu abuelo, de tu abuela y toda la línea de antepasados.
Te digo más, la
sustancia de la que se compone tu cuerpo físico, emocional y mental tiene un
programa que responde a un Universo anterior, sí, a una pasada encarnación de
nuestro Logos Solar. La Señora Blavatsky lo expresó así cuando dijo que este
Universo se construyó en base a una sustancia karmática. Si a la palabra Karma
le das el significado de “memoria” o “programa” lo vas a entender mejor.
Llegamos
entonces al segundo elemento: ese centro tiene el programa de la
autosatisfacción. Busca vehementemente satisfacer sus deseos y cuando se le
pasa la mano nos mete en verdaderos problemas. Surge el apego con toda su
secuela de sufrimiento y empezamos a ser prisioneros de nuestros gustos y
disgustos.
El tercer
elemento proviene de los otros dos y es la tendencia natural al egoísmo que nos
hace mirar el mundo a través de las creencias (memorias en tu cuerpo mental) y
sentimientos (memorias en tu cuerpo emocional) con el resultado de que no vemos
el mundo como es sino como somos nosotros. Cada uno en su eterno monólogo.
Se dice que
toda la creación tiene un doble y simultáneo flujo de energías, unas que
descienden y otras que ascienden y la tercera energía es el equilibrio entre
las dos. Las energías que descienden van de lo sutil a lo denso y las que
ascienden, de lo denso a lo sutil. La clave es mantener el equilibrio entre
estas dos corrientes, fluyendo libre, en el libre fluir de la vida para poder
recibir el abundante prana y permanecer conectados con nuestra mente superior
que sabe que somos el Alma.
El centro
dramático de nuestras vidas tiende a sacarnos del estado de flujo y nos lleva
de una a otra polaridad. Todo el tiempo somos o “anti” o “pro”. Si estamos muy
activos respondiendo a la intensa actividad de la mente concreta una capa oscura
comienza a acumularse entre la mente superior y la concreta. Allí está toda la
basura creada por ese centro dramático en forma de odios, rencores,
depresiones, apegos, miedos, etc. Como está dentro de nosotros lo proyectamos
afuera sin darnos cuenta. Y entonces creemos que la causa de nuestro
sufrimiento es ajena a nosotros.
Recuperar el
flujo es recuperar la vida, es tener una actitud neutral que nos permita fluir
sin ser arrastrados por esos estados emocionales y mentales de agitación y
prisa. Es buscar el equilibro entre el
dar y el recibir, entre el espíritu y la materia, entre el ying y el yang; y
ser testigos de nuestra propia vida buscando mirar los acontecimientos desde
una perspectiva que se encuentre libre de ese centro dramático.
El Maestro D.K.
nos dejó una fórmula que dice: “…que cumpla mi parte en el trabajo Uno,
mediante el olvido de mí mismo, la inofensividad y la correcta palabra.”
Ése mí mismo del que hay que olvidarse es ese centro dramático que nos mantiene
dando vueltas alrededor del ombligo cuando es mucho más bonito dar vueltas por
el corazón, y desde allí la inofensividad y la correcta palabra fluyen sin
impedimentos.
El ideal de la
fraternidad humana que Cristo expresó con el mandamiento “Ama a tu prójimo como a ti mismo”
solo puede darse cuando te liberas de ese centro dramático y dejas de ser el
personaje principal de tu vida para dejarle el lugar al Alma, tu verdadero Ser,
cuya naturaleza es el amor y su ley, el dar y darse en bien de los demás.
Amigo, amiga,
te invito a que reflexiones sobre esto que te escribo. Porque no hay palabras
para expresar la magnífica realidad que nos espera cuando nos independizamos
del centro dramático, no hay palabras… Puedes comprenderlo si te aquietas, te
introduces en ti, buscas, no el centro dramático sino el centro de luz que hay
en tu corazón, ese milagro de la vida que guarda el secreto de tu verdadera
naturaleza, y allí te quedas por unos instantes, sintiendo que eres ese rayo de
luz, ese sol. Allí está el enlace directo superior, allí comprendes que no eres el pequeño yo del
centro dramático de tu vida sino la vida misma que se hizo consciente, que es
inmortal y eterna. Y entonces puedes decir con toda tu fuerza. “Yo
Soy la brillante y radiante Presencia de Dios, atemporal, eterna, pura y
perfecta. Yo Soy el Océano de Luz Purísima donde tiene su vida todo lo que
contacte mi ser”.
Reflexionemos
juntos para descubrir la luz del mundo que está en nuestros corazones.
Juntos, siempre
juntos.
Con amor,
Carmen Santiago
No hay comentarios:
Publicar un comentario