En esto coinciden
los psicólogos modernos y los maestros espirituales antiguos: es en nuestras
relaciones cercanas donde se revela nuestra verdadera personalidad y a
través de las cuales se zanja el camino hacia la felicidad y la realización.
Podemos incluso, como sugiere John Welwood en Science and Non Duality, entender nuestras
relaciones como "un crisol del alquimia", esto es un horno o un
instrumento químico en el cual se producen diferentes reacciones para purificar
un metal, para llevarlo hacia la naturaleza del oro. De alguna manera,
purificando nuestras relaciones, trabajándolas para llevarlas a un oro
simbólico o a un diamante psicológico es como nos transformamos a nosotros
mismos y logramos la gran obra alquímica.
Igualmente podemos aplicar la
noción de Carl Jung de que debemos de hacer consciente todo lo inconsciente
para individuarnos y liberarnos de las influencias profundas de lo que
reprimimos. Así la relación que atraviesa un proceso de alquimia, es capaz de
rever, aceptar y resignificar los traumas, miedos, inseguridades y defectos de una
persona. El inconsciente se vuelve como una tierra espesa y honda que
revela contener piedras preciosas. El aceptar nuestra sombra y asimilar los
factores que preferimos esconder de nuestra personalidad se vuelve una fuente
de energía creativa y ligereza ante las diversas situaciones.
Otra metáfora interesante
sugerida por Welwood es la de la tierra de los osarios como es concebida en el
budismo tántrico y en algunas sociedades tradicionales de Asia. Estos son los
lugares donde se llevan los cuerpos de los muertos para que sean devorados por
los buitres. Para algunos meditadores, este es el lugar ideal para practicar ya
que tienen imágenes claras de los principios filosóficos que enarbolan, como la
impermanencia. Todas las cosas están siendo consumidas por un fuego, enseñó
Buda. La vida y la muerte están siempre en contacto, en una perenne
transformación. Nuestras relaciones son en cierta forma este osario, esta
tierra tremenda de transformación, de la muerte y la vida, la alegría y el
sufrimiento... y siempre la impermanencia. Todos nuestros seres queridos
morirán. La belleza que nos sedujo desaparecerá. Tendremos que quererlos en la
enfermedad pero también dejarlos ir.
El provocador maestro budista
Chogyal Trungpa Rinpoche (citado por Welwood) sugiere que es en este terreno
donde la vida y la muerte ya no se ocultan (son funerales a cielo abierto, pero
también alumbramientos de nueva vida) donde podemos enfrentar nuestros patrones
neuróticos y aprender a liberar una mente compasiva. "Grandes áreas de
nuestra vida están dedicadas a intentar evitar nuestras verdaderas
experiencias. En esta tierra de osarios, es donde tenemos una gran oportunidad
de explorar esa área que existe en nuestro ser que hemos intentado evitar. Esto
puede ser muy macabro, pero también muy excitante".
Al final, es sólo en este terreno de muerte visible
donde es posible dar a luz nueva vida, nuevos mundos, nuevas conciencias. Así
que las relaciones que sacan a la superficie la suciedad, el pus, los traumas,
los miedos, están al menos por un camino de posibilidad de transformación. En
vez de reaccionar con inmediato rechazo a este tipo de relaciones que exigen
que salgamos de la zona de confort, debemos de ser capaces de aceptarlas y
entregarnos a ellas como quien hace minería profunda, bucea o recorre una
cueva.
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