por Ismael Cala
Si alguien me hubiera dicho hace unos años que la meditación iba a
convertirse en un hábito de mi día a día, no le habría creído. Lo cierto es que
es una práctica que he tardado en comprender y de la que ahora soy un total
defensor. Como explicaba el escritor Og Mandino: “La meditación y la oración
alimentan el alma”. Sus beneficios incluso son reconocidos por estudios
científicos.
Por ejemplo, el psiquiatra Andrew Newberg denomina neuroteología a la
disciplina que equilibra las neuronas y las religiones. En su opinión, ese
proceso destaca la liberación de emociones trascendentales, gracias a la
estimulación repetitiva de rituales como la oración o la meditación.
Newberg considera que la religión proporciona una conexión superior.
Durante un estudio de la Universidad Thomas Jefferson, en Filadelfia, inyectó
un rastreador r
adiactivo a un monje budista para descubrir el movimiento del
cerebro con la meditación. Así, Newberg llegó a la conclusión de que nuestro
cerebro es capaz de producir “espiriteria”, las experiencias trascendentales en
un cerebro emocional.
La meditación no tiene por qué estar asociada a la religión. Este hábito
puede suponer un cambio en nuestras vidas a nivel profesional y personal. El
líder espiritual Osho destaca: “La meditación es vida, no es sustento. No tiene
nada que ver con lo que tú haces, tiene todo que ver con quién eres”.
Principalmente, tiene una implicación en la salud. El Colegio Médico de
Wisconsin ha determinado que la meditación puede reducir a la mitad el riesgo
de sufrir un paro cardíaco o cerebral, además de beneficiar en la disminución
de la presión sanguínea. J. David Creswell, de la Sociedad Internacional de
Psiconeurología, asegura que practicarla durante un período constante puede
aumentar el positivismo y fomentar la conciencia plena (mindfulness).
Precisamente, tras 15 años estudiando la relación entre la neurobiología y la
meditación, el doctor Fadel Zeidan ha determinado que este hábito protege el
cuerpo ante el dolor.
Meditar se convierte así en una inversión en nosotros mismos. Mejoramos
la atención, la memoria, las relaciones sociales, la resiliencia, el optimismo…
Mantener esta rutina profundiza en nuestro interés por el crecimiento personal.
La clave es la voluntad y la disciplina.
Al terminar mis ejercicios de meditación, estoy más centrado. Me ayudan
a rendir más en el trabajo y a tener una visión más optimista. Tan sólo 20
minutos al día pueden marcar la diferencia.
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