El Centro de Kabbalah
¿Alguna vez has notado que
cuando intentas dar consejos, a veces termina saliendo mal? ¿O la persona
discute contigo, se enoja por haber ofrecido tu opinión o no termina aceptando
tu consejo en absoluto?
"ASEGURARNOS DE QUE NUESTRA MENTE Y NUESTRO CORAZÓN ESTÉN EN EL
ESTADO APROPIADO".
La mayoría de estos
problemas provienen de nuestro ego. Se siente bien pensar que tenemos todas las
soluciones. Nos damos palmaditas en la espalda porque estamos “ayudando”. Nos
hace sentir en control, experimentados y sabios. Nos consideramos como Oz el
Poderoso con las respuestas a los problemas de todos. Pero si este fuese
realmente el caso, dar consejos siempre resultaría sin ningún inconveniente.
Una vez que indagamos, es evidente que en realidad estamos haciéndonos sentir
bien a nosotros mismos y no a la otra persona.
He aquí las preguntas más
importantes para hacernos a fin de asegurarnos de que nuestra mente y nuestro corazón
estén en el estado apropiado antes de ofrecer consejos:
¿La persona de verdad me está pidiendo consejos?
Cuando alguien se acerca a
nosotros con una preocupación, es natural que queramos resolverle su problema.
Después de todo, queremos ayudar, y pareciera que acuden a nosotros por esta
precisa razón. Pero no siempre es el caso.
Muchas veces la gente acude
a nosotros para desahogarse y compadecerse, no para obtener soluciones. En
estas situaciones, quieren que comprendan sus miedos o frustraciones. Quieren
escuchar que les digan: “¡Vaya! ¡No puedo creer que te haya ocurrido eso! ¡Lo
lamento mucho!”.
Cuando en lugar de ello les
decimos lo que debería hacer para solucionar su problema, se podría sentir como
si estuviéramos menospreciando su situación y ofrecer consejos podría sonar un
poco altivo. Lo que ellos escuchan de nuestra parte es: “¿Por qué estás
haciendo un gran asunto de esto? Lo podrías solucionar fácilmente si tan solo
hicieras esto”. Esto nos hace sonar como insensibles sabelotodos. Si alguien
acude a nosotros en busca de apoyo, es importante que lo escuchemos y
ofrezcamos la calidez que busca en lugar de soluciones.
Entonces, ¿cómo sabemos cuándo
alguien en realidad está buscando nuestra opinión? Esto nos lleva a la segunda
pregunta:
¿Escuché genuinamente?
Alguien que quiere nuestra
opinión dirá: “¿Qué crees que deba hacer?” o “¿Crees que hice lo correcto?”.
Esta es la señal de que quieren nuestra ayuda.
Y para poder dar
soluciones, tenemos que asegurarnos de que primero hayamos escuchado genuinamente
el problema. A veces nos enredamos tanto en ofrecer una respuesta que no
estamos prestando toda nuestra atención a lo que la persona está diciendo.
Podríamos asumir que sabemos a dónde va su historia o pensamos que lo hemos
descifrado todo antes de que terminen de hablar. En el proceso, quizá nos
perdamos información vital o hagamos grandes suposiciones que están
completamente erradas.
Es importante que no
estemos distraídos y que no interrumpamos. Dejemos que la otra persona termine
de hablar, incluso si eso significa que su historia se extienda mucho más de lo
que nos gustaría. Una vez que le hayamos dado toda nuestra atención, ellos
pueden ofrecernos la suya.
¿Soy la persona apropiada para dar consejos?
Solo porque alguien nos
pida consejos no quiere decir que debemos tener la solución. Hay veces en las
que las personas están pasando por algo con lo que no nos relacionamos o en lo
que tenemos muy poca experiencia. En estos casos, el mejor consejo que podemos
dar es que encuentren a alguien más que pueda ayudarlas más de lo que nosotros
podríamos. Es válido decir: “La verdad no he pasado por algo como eso. No estoy
seguro de qué deberías hacer. ¿Conoces a alguien que haya pasado por una
situación similar a quien puedas preguntar?”.
Del mismo modo quizá hayan
otras razones por las cuales no somos la persona indicada para esta tarea.
Quizá estamos muy vinculados con la situación y sentimos que no podemos ser
objetivos. O quizá no nos sentimos cómodos ofreciendo nuestra opinión sincera a
alguien que no conocemos muy bien. No se puede esperar que tengamos las
respuestas todo el tiempo.
¿Los estoy facultando para que tomen su propia decisión?
Recuerda que un consejo es
tan solo una opinión, por muy bien informada que pueda ser. Quizá pensemos que
nuestra solución es una respuesta infalible a la situación de la otra persona,
pero no hemos caminado en sus zapatos. Incluso si hemos tenido una situación
similar, hay una multitud de diversos factores que tienen que ver con tomar una
gran decisión.
Nuestro trabajo como
consejeros es informar y motivar a la otra persona a que tome su propia
decisión. Podemos decir: “Esto es lo que me ocurrió a mí, y esto es lo que creo
que deberías hacer”. Podemos darle información, sugerencias y quizá hasta
investigar a fin de ayudarla, pero no podemos obligarla a que tome nuestro
consejo.
Si nos enoja la idea de que
la otra persona no siga nuestro consejo, entonces el consejo no proviene del
verdadero altruismo. Alguien podría estar profundamente agradecido con nuestra
ayuda y, aún así, tomar otra decisión. Eso no significa que nuestras opiniones
fueron descartadas o invalidadas.
Dar buenos consejos consiste en dejar de lado
a nuestro ego. Se trata de concentrarnos en la otra persona en lugar de
nosotros mismos. No se trata de saberlo todo o tener todas las respuestas, sino
de ofrecerle a la otra persona las herramientas que necesita para tomar su
propia decisión. Nuestra experiencia y conocimiento puede ser increíblemente
valioso para alguien, pero saber cómo y cuándo dar consejos es la diferencia
entre ayudar a alimentar a nuestro ego o ayudar incondicionalmente.
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