Centro Holística Hayden

Escuela de Autoconocimiento personal y espiritual

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29 de junio de 2019

EL AZUL INFINITO


Vivimos en un planeta en el que su azul y su gran belleza inunda nuestra alma y nos hace conscientes de nuestra propia divinidad. En este mundo azul la inteligencia divina dejó huellas, senderos para que el alma humana, encarnada en la materia, pudiera elevarse y encontrarse a sí misma como su Yo Soy inmortal. Si te puedes extasiar ante la majestuosidad de una montaña, la luminosidad de un amanecer, la belleza de un árbol, el azul del cielo, el mar, la lluvia, los pájaros, los ríos, si las maravillas de la naturaleza mueven tu corazón y lo estremecen, permanece vigilante, porque se está abriendo una puerta.

La belleza, esa parte femenina de la Voluntad de Dios nos ubica en el presente. Cuando quedas absorto ante la majestuosidad de un paisaje, en ese preciso momento se detiene el pensamiento y aparece el presente, libre de pasados y futuros. La belleza, la más excelsa cualidad de Dios Madre, nos libera del vaivén del pensamiento cuando nos dejamos impregnar por ella.
No quieras cancelar tus sentidos en un esfuerzo por alcanzar el mundo superior ni quieras escapar de ellos por inanición. No es posible. Los sentidos son también divinos, sólo hay que dirigirlos hacia lo superior y cultivar en ellos el gusto por lo divino. Tomemos por ejemplo la vista; si miras el cielo azul y te sumerges en su magia, consciente de que entras al Reino, ese sentido se convierte en una puerta que te permite entrar. Si tocando la textura de una hoja piensas que tocas a la “Madre Divina”, que esa hoja es parte de su piel como lo son todas las manifestaciones de la naturaleza, también se abre una puerta. Y así con el murmullo del viento que es el canto de las sílfides, con el gusto de los vegetales y frutas, con el aroma de las flores. Si cultivas en los sentidos ese poder de percibir la vida divina oculta en la materia, en vez de ser tus carceleros se convierten en tus libertadores. Créeme, todo es divino, sólo que no lo percibimos porque nuestra mente está condicionado por una cultura materialista que cierra la puerta al mundo sutil y divino; y se traga la llave.
No es lo mismo ver una montaña por la televisión que estar en ella No es lo mismo ver un partido de tenis, que jugarlo. Nuestra cultura virtual nos está cerrando la puerta en su tonta pretensión de sustituir la vivencia, el sentir, el percibir a Dios Madre, sentir su magnetismo, que es su regalo etérico que no se puede sustituir, ¡por una imagen en una pantalla! Si eres de los que viven sentados frente a una pantalla en sus momentos de ocio, ¡apágala y sal al aire libre! No te pierdas la vida, camina descalzo en la tierra, siente la brisa del aire en tu rostro, organiza un viaje a la montaña, al mar, al campo, con el sólo propósito de estar allí en contemplación de lo divino. Los árboles saben el camino al cielo, también las montañas, los ríos, el mar. ¡Pregúntales!
Nuestro destino está marcado por el azul porque vivimos en el planeta azul. La mente limpia es como el cielo azul sin nubes. Ese mismo cielo que en las altas cumbres es aún más azul en su profundidad y su magnetismo. Ese azul nos sumerge en el Ser.
Estando en la sabana en donde se encuentra Urulú, la montaña sagrada de los aborígenes de Australia, se me grabó en el alma su cielo azul. Debido a que se podía observar completamente los 360 grados del horizonte, se revelaba como una gigantesca cúpula azul. Por primera vez sentí que ese azul tan amado era la piel externa de la Madre Tierra, sentí su redondez y supe que vivimos dentro de ella. Allí, dentro de esa esfera azul estamos tú y yo, estamos todos. Ella nos envuelve permitiéndonos vivir la experiencia en la materia. Pero no nos encarcela, porque en las noches el azul desaparece, la puerta se abre de par en par y podemos ver el universo. Podemos ver la Luna, podemos ver a Venus, la estrella del amanecer, a Marte, Júpiter y hasta Sirio y las grandes constelaciones. Cuando la mente desaparece, aparece la inmensidad inconmensurable del espacio infinito. Así el azul nos marca la ruta y nos conecta con el Universo.
Sumérgete en el azul infinito. Asciende a una montaña, ve a la orilla del mar para que te impregnes de lo ilimitado. Has de ese cielo azul tu morada y desciende cuando quieras y tus asuntos lo requieran sabiendo que puedes volver. Cuando no asciendes eres como el sapo que ve el cielo desde el hueco del pozo en donde se encuentra y cree que lo está viendo todo. Sal del pozo y asciende al azul de tu alma.  Así expandes tu conciencia, sales de los puntos de vista y entras en la “visión” que todo lo abarca. 
Vivamos el presente intensamente sumergidos en el azul del cielo. Busquemos los espacios superiores de nuestra conciencia para encontrarnos con nuestra esencia inmortal.

Bajo el azul del cielo, con amor y por amor,

Carmen Santiago - fdnpcaracas@yahoo.es

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