Vivimos en un planeta en el que su azul y su gran
belleza inunda nuestra alma y nos hace conscientes de nuestra propia divinidad.
En este mundo azul la inteligencia divina dejó huellas, senderos para que el
alma humana, encarnada en la materia, pudiera elevarse y encontrarse a sí misma
como su Yo Soy inmortal. Si te puedes extasiar ante la majestuosidad de una
montaña, la luminosidad de un amanecer, la belleza de un árbol, el azul del
cielo, el mar, la lluvia, los pájaros, los ríos, si las maravillas de la
naturaleza mueven tu corazón y lo estremecen, permanece vigilante, porque se
está abriendo una puerta.
La belleza, esa parte femenina de la Voluntad de
Dios nos ubica en el presente. Cuando quedas absorto ante la majestuosidad de
un paisaje, en ese preciso momento se detiene el pensamiento y aparece el
presente, libre de pasados y futuros. La belleza, la más excelsa cualidad de
Dios Madre, nos libera del vaivén del pensamiento cuando nos dejamos impregnar
por ella.
No quieras cancelar tus sentidos en un esfuerzo por
alcanzar el mundo superior ni quieras escapar de ellos por inanición. No es
posible. Los sentidos son también divinos, sólo hay que dirigirlos hacia lo
superior y cultivar en ellos el gusto por lo divino. Tomemos por ejemplo la
vista; si miras el cielo azul y te sumerges en su magia, consciente de que
entras al Reino, ese sentido se convierte en una puerta que te permite entrar.
Si tocando la textura de una hoja piensas que tocas a la “Madre Divina”, que
esa hoja es parte de su piel como lo son todas las manifestaciones de la
naturaleza, también se abre una puerta. Y así con el murmullo del viento que es
el canto de las sílfides, con el gusto de los vegetales y frutas, con el aroma
de las flores. Si cultivas en los sentidos ese poder de percibir la vida divina
oculta en la materia, en vez de ser tus carceleros se convierten en tus
libertadores. Créeme, todo es divino, sólo que no lo percibimos porque nuestra
mente está condicionado por una cultura materialista que cierra la puerta al
mundo sutil y divino; y se traga la llave.
No es lo mismo ver una montaña por la televisión
que estar en ella No es lo mismo ver un partido de tenis, que jugarlo. Nuestra
cultura virtual nos está cerrando la puerta en su tonta pretensión de sustituir
la vivencia, el sentir, el percibir a Dios Madre, sentir su magnetismo, que es
su regalo etérico que no se puede sustituir, ¡por una imagen en una pantalla!
Si eres de los que viven sentados frente a una pantalla en sus momentos de
ocio, ¡apágala y sal al aire libre! No te pierdas la vida, camina descalzo en
la tierra, siente la brisa del aire en tu rostro, organiza un viaje a la
montaña, al mar, al campo, con el sólo propósito de estar allí en contemplación
de lo divino. Los árboles saben el camino al cielo, también las montañas, los
ríos, el mar. ¡Pregúntales!
Nuestro destino está marcado por el azul porque
vivimos en el planeta azul. La mente limpia es como el cielo azul sin nubes.
Ese mismo cielo que en las altas cumbres es aún más azul en su profundidad y su
magnetismo. Ese azul nos sumerge en el Ser.
Estando en la sabana en donde se encuentra Urulú,
la montaña sagrada de los aborígenes de Australia, se me grabó en el alma su
cielo azul. Debido a que se podía observar completamente los 360 grados del
horizonte, se revelaba como una gigantesca cúpula azul. Por primera vez sentí
que ese azul tan amado era la piel externa de la Madre Tierra, sentí su
redondez y supe que vivimos dentro de ella. Allí, dentro de esa esfera azul
estamos tú y yo, estamos todos. Ella nos envuelve permitiéndonos vivir la
experiencia en la materia. Pero no nos encarcela, porque en las noches el azul
desaparece, la puerta se abre de par en par y podemos ver el universo. Podemos
ver la Luna, podemos ver a Venus, la estrella del amanecer, a Marte, Júpiter y
hasta Sirio y las grandes constelaciones. Cuando la mente desaparece, aparece
la inmensidad inconmensurable del espacio infinito. Así el azul nos marca la
ruta y nos conecta con el Universo.
Sumérgete en el azul infinito. Asciende a una
montaña, ve a la orilla del mar para que te impregnes de lo ilimitado. Has de
ese cielo azul tu morada y desciende cuando quieras y tus asuntos lo requieran
sabiendo que puedes volver. Cuando no asciendes eres como el sapo que ve el
cielo desde el hueco del pozo en donde se encuentra y cree que lo está viendo
todo. Sal del pozo y asciende al azul de tu alma. Así expandes tu
conciencia, sales de los puntos de vista y entras en la “visión” que todo lo
abarca.
Vivamos el presente intensamente sumergidos en el
azul del cielo. Busquemos los espacios superiores de nuestra conciencia para encontrarnos
con nuestra esencia inmortal.
Bajo el azul del cielo, con amor y por amor,
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