por Pilar Jericó
Empieza a ser consciente de que tu cerebro
está lleno de trampas.
No todo es lo que parece. En 1974, los
psicólogos Amos Tversky y Daniel Kahneman publicaron dicho ejercicio en la
revista Science, lo que dio pie a toda una corriente de investigación sobre
cómo opera nuestra mente y los engaños en los que caemos.
Kahneman ganó el Premio Nobel de Economía en
2002 gracias a este trabajo (Tversky había muerto unos años atrás). Llegaron a
la conclusión de que todos tenemos dos formas de pensar, dos sistemas
operativos.
El sistema 1, o reactivo, está
relacionado con el pensamiento rápido y automático. En él se conforman los
juicios y las ideas prestablecidas. En esta fase también se procesan las
decisiones intuitivas o las del experto, quien después de muchos años de
trabajo es capaz de reconocer algo a golpe de vista. El sistema reactivo es
también el encargado de responder cuando la persona está en pleno secuestro
emocional, es decir, cuando vive una emoción con mucha intensidad, lo que le
dificulta ver las cosas con claridad.
El sistema 2, o consciente, está
relacionado con el pensamiento lento, el que necesita tiempo para elaborar la
conclusión. Se activa cuando la atención es plena. Es el encargado de los
cálculos complejos y de la concentración. Entra en acción cuando el sistema 1
está atascado o cuando se activa en nosotros una alerta que nos despierta del
modo automático.
Todos tenemos estos dos sistemas, pero lo más
curioso es que el sistema 2 está normalmente en un segundo plano. Como reconoce
Kahneman en su interesantísimo libro "Pensar rápido, pensar
despacio", nuestro cerebro es perezoso por pura supervivencia. Consume en
torno al 20% de la glucosa y del oxígeno que está en nuestro cuerpo, a pesar de
que suponga menos del 5% de su masa. Para evitar un consumo excesivo activamos
el modo automático, el sistema 1 o reactivo. En otras palabras, respondemos y
actuamos según lo primero que se nos viene a la cabeza, sin elaborarlo
demasiado.
Este hacer sin pensar nos lleva a poner
etiquetas a las personas que vemos o acabamos de conocer. Nos dejamos arrastrar
por su estilo a la hora de vestir, por su forma de ser, por su tendencia sexual
y por tantos otros sesgos inconscientes que evitan que tomemos decisiones más
reflexivas e inteligentes. Diversas investigaciones han demostrado que la gente
que se mueve por el sistema 1 suele tomar decisiones más egoístas, más
superficiales y, por supuesto, utiliza un lenguaje más sexista. Pero no está
todo perdido. Tenemos la capacidad de evitar caer en los brazos del sistema
reactivo a la primera de cambio. La clave consiste en reflexionar antes de
tomar una decisión importante o cuando hemos conocido a alguien.
En el fondo, es despertar al sistema 2,
prestar una mayor atención. Por eso no es de extrañar que muchas empresas
punteras que buscan diversidad e innovación formen a sus empleados en cómo
evitar los sesgos inconscientes. Este trabajo lo podemos realizar nosotros
mismos teniendo presente cómo opera nuestro cerebro, siendo conscientes de que
está lleno de trampas.
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