La mente humana está imbuida de apegos y aversiones. La aversión es la
otra cara del apego. Nos pasamos pensando en lo que nos gusta y en lo que
rechazamos. Y en ese juego intelectual podemos pasar la existencia sin darnos
cuenta que existe otra realidad mucho más universal y más esplendorosa. De eso
se trata el sendero espiritual, de descubrir esa otra realidad que es nuestro
patrimonio, perdida en los pliegues del tiempo y oculta por los apegos y las
aversiones.
Siempre he pensado que el arte de vivir es un fluir libre. Y este fluir nos permite captar el verdadero sentido de la vida. Es de sabios recibir lo que la vida nos trae y aceptar lo que nos pasa. Es hacer lo mejor que se puede con lo que se tiene. Y la clave está en ese fluir, esa sensación de que podemos danzar al ritmo de la existencia sin quejarnos ni aferrarnos a nada. En la existencia transitoria todo llega y todo pasa. Nada es permanente. El Tiempo es una rueda inmortal que no se desgasta. Y si aprendemos a danzar libres en ese fluir podemos percibir la eternidad de nuestro espíritu. Ése es nuestro reto. Y nuestro mayor impedimento: el apego y las aversiones.
La fuerza misma del apego puede ser transformada en voluntad porque el apego es la pequeña voluntad humana al servicio del propio interés. Cuando colocamos la voluntad al servicio de los demás estamos recuperando la voluntad divina, el Plan de Dios para nuestro mundo. "Padre, no se haga mi voluntad sino la Tuya." Cuando el deseo se transforma en voluntad, se cumple el propósito y se entiende mejor la vida.
La aversión es la otra cara del apego, su aspecto negativo. La práctica de la neutralidad supera la aversión. Observar la existencia como si uno fuera un testigo nos ayuda grandemente a desarrollar ese punto de vista neutral tan importante para enfrentar los problemas y vivir armoniosamente todos los acontecimientos que la vida nos trae. La vida te da sorpresas, unas buenas, otras malas, pero todas pueden vivirse en armonía si somos testigos y no involucramos ni el apego ni la aversión.
El deseo es el motor de la acción. Es la fuerza de voluntad al servicio del propósito. Es bueno o malo de acuerdo a la intención que lo mueve. Desear llegar a ser un servidor de la humanidad es ponerse en armonía con el Plan de Dios. Ese deseo impulsa la correcta acción. Desear hacer el bien, también. Desear los bienes materiales nos entrampa y nos esclaviza. Tener los bienes materiales y disfrutar de ellos sin apego, nos puede dar cierta felicidad. Cuando nos apegamos, nos esclavizamos. Cuando el deseo se convierte en apego, entra el egoísmo y lo daña todo. Es el querer poseer lo que se desea. El apego es la fuerza negativa del deseo. Y es muy poderosa, porque, como el deseo, contiene la fuerza del Primer Rayo de Dios, la Voluntad.
Cuídate de tus apegos y tus aversiones. Primero identifícalos. Si quieres dañar una buena relación, siente apego. La otra persona, si es madura, sentirá que la invades, que la aprisionas y de seguro querrá poner distancia... Identifica tus aversiones. Trabájalas. Busca permanecer neutral ante aquello que no soportas y te hace poner distancia.
El arte de danzar al ritmo de la vida requiere el desarrollo de estas dos maestrías. Alcanzarlas nos trae la verdadera libertad. Si estas apegado a tus hijos, serás el padre o la madre invasora cuando ellos se independicen. Si los amas sin apegos, serás el consejero ideal. Si estas apegado a tu profesión, cuando tengas que retirarte sentirás que se te acaba la vida, si te gusta tu profesión y no sientes apegos, cuando te retires, encontrarás un nuevo interés que llenará tus días.
El último apego, el más difícil de superar, es el apego al cuerpo, que se traduce en el deseo de vivir en el cuerpo y en la Tierra y ocasiona el miedo a la muerte. El Maestro Kumar nos dice que cuando se supera este apego, el ser humano permanece en una luz dorada y el tejido de luz dorada se convierte en su vestidura.
Cuando busco una imagen para expresar el libre fluir de la vida viene a mi mente una mano abierta. Con ella recibimos y también dejamos ir. Con ella acariciamos y expresamos nuestro amor. Con una mano cerrada no podemos recibir ni sostener y con el puño podemos pegar y agredir.
Mantén tus manos abiertas para dar y recibir. Fluye libre en la vida sabiendo que nada posees y, sin embargo, en este eterno danzar, todo lo tienes. Porque la única posesión verdadera es aquella que siente tu corazón. Es lo vivido y no lo tenido lo que es verdaderamente tuyo. Que vivas intensamente cada momento y sepas que no hay nada más valioso para dar que darte a ti mismo en bien de los demás.
Unidos permanecemos, en la eternidad del tiempo, en el recinto del corazón.
Carmen Santiago
No hay comentarios:
Publicar un comentario