¿Cómo se ayuda a un amigo en crisis?
Ese fue el título de un artículo de opinión que leí en el New York Times a principios de año. Fue escrito por el columnista David Brooks, y relataba —de manera dolorosa y conmovedora— la experiencia que tuvo al ver a su amigo de la infancia luchar contra una depresión severa, una enfermedad que lo llevó a perder la vida por suicidio. El sello distintivo de este período para él fue la experiencia que tuvo de no saber cómo estar presente para su amigo
que estaba sufriendo. Tenía dificultades para encontrar las palabras adecuadas, para encontrar el enfoque correcto de apoyo, y estaba desconcertado por la sensación de impotencia que esto le causaba. Quería ayudar desesperadamente, así que ¿por qué no podía?Después de la muerte de su
amigo, otro amigo que tenían en común le escribió, y este pasaje de esa carta
se me ha quedado grabado:
“La verdadera amistad ofrece
una profunda satisfacción, pero también impone vulnerabilidades y obligaciones,
y fingir que no es así es devaluar la amistad”.
Mientras contemplo esto e
incluso mientras escribo este blog ahora, tengo muchos amigos que están
sufriendo un dolor inimaginable frente a una tragedia sin sentido. Si bien no
es lo mismo que ver a un amigo sucumbir lentamente a una enfermedad mental, se
siente igual de insostenible. ¿Cómo hacemos para cuidarnos unos a otros cuando
no tenemos idea de cómo hacerlo? ¿Cuándo la oscuridad a la que se enfrentan no
tiene precedentes para ambos? Es fácil hacer lo que David Brooks finalmente
hizo por defecto: actuar como si todo estuviese bien con la esperanza de
inspirar a la otra persona a ver que también va a estar bien. Hay mérito en eso
y, sin embargo, no es de apoyo. Es una buena persona, es increíblemente atento
y quiere estar presente para su amigo, pero en realidad termina —como nos pasa
a muchos de nosotros— estando dentro del contexto de lo que nosotros
querríamos.
Tiene sentido, ¿cierto?
Imaginamos lo que nosotros querríamos si estuviésemos luchando, y lo damos. A
veces, esto puede ser bueno y puede ser de gran apoyo, en especial si hemos
pasado por una experiencia similar. Pero la mayoría de las veces, no es la mejor
manera de ser un amigo. Y frente a los enormes desafíos que enfrentan tantas
personas en nuestra comunidad, amigos y familiares por igual, ¿cómo lo hacemos?
La respuesta es la empatía y
la vulnerabilidad radical.
Hace casi quince años, Brené
Brown subió al escenario de TED para compartir sobre la vulnerabilidad, y desde
entonces esta charla ha sido vista más de veinte millones de veces. Es #5 en la
lista de las charlas TED más vistas de todos los tiempos. También dio una
charla sobre el poder de la empatía y cómo la vulnerabilidad es una pieza
necesaria para poder empatizar. Esta charla —que se ha convertido en una conversación animada muy
reconfortante entre un oso y una gacela— también ha sido vista más de veinte
millones de veces. Señalo la popularidad de estos videos porque la
vulnerabilidad real y la empatía real son algo que muchos de nosotros tememos
en distintas medidas, pero a juzgar por el número de visualizaciones de dos
videos relacionados con estos mismos temas, queremos ser vulnerables. Y creo
que comienza por reconocer nuestro deseo de realmente dar la cara por nuestros
amigos que están sufriendo.
Después, también tenemos que
reconocer la vulnerabilidad requerida para hacer esto. En ese mismo video,
Brené señala que, a fin de empatizar genuinamente con alguien, tenemos que
conectarnos con una parte de nosotros mismos que entiende el dolor. Que entiende
el miedo, la pérdida y el dolor. Esto es difícil para todos nosotros, pero es
esencial si de verdad queremos ofrecer un espacio a nuestros amigos que están
sufriendo, aun si lo que están pasando es algo para lo que no tenemos
contexto. Tenemos que intentarlo.
Lo que me lleva a la pieza
final: deshacerse del miedo a equivocarse. Recuerdo que después de dar a luz a
mi hijo Josh, comencé a aislarme porque cada vez que estaba cerca de otras
personas, podía sentir que no sabían qué hacer. Me hizo sentir diferente e
incómoda, y aunque tenían buenas intenciones —no querían hacer o decir algo
incorrecto—, me hizo sentir todavía menos apoyada. No fue hasta una
conversación con una recién conocida que finalmente se convirtió en una de mis
mejores amigas que esto cambió. Ella me escuchó atentamente durante una
conversación sin poner ninguno de sus propios sentimientos sobre la situación.
Sin lástima, sin objeciones. Ella simplemente hizo el espacio.
Me di cuenta de que todo lo
que necesitaba era que me escucharan y me vieran plenamente en mi experiencia.
No necesitaba que nadie la resolviera porque, al final, no había nada que
resolver. Sin embargo, cuando vemos a alguien que amamos luchando, todo lo que
queremos es resolverlo. Queremos remediarlo. Y ese deseo, por muy bien
intencionado que sea, es una forma de miedo. Desafiar este miedo significa
entrar en el área más vulnerable para todos nosotros: la aceptación de que no
podemos salvar a nuestros seres queridos del dolor, solo podemos estar a su
lado, podemos tomarlos de la mano y podemos ser lo suficientemente valientes
como para tan solo presenciar, escuchar y verlos en su experiencia sin tratar
de mejorarla o cambiarla.
La amistad es poder para
nosotros. La amistad son los compañeros, son los maridos, son las esposas, es
la comunidad. Si todos podemos esforzarnos todavía más en los momentos que un
amigo está pasando por un momento difícil, especialmente ahora durante este
momento de crisis, nuestras vidas serán mejores por ello, y aún más que eso, el
mundo será mejor por ello.
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