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14 de marzo de 2011

El esoterismo del Génesis de Moisés

El Génesis es el nombre de toda la primera parte del Sepher, en el cual Moisés expuso los principios teogónicos, cuyos diez primeros capítulos son de un alcance profundo en lo que concierne a la Cosmogonía...

El esoterismo del Génesis de Moisés

Por : S. Raynaud de la Ferrière

Desde los inicios de la Biblia se designan los símbolos a fin de tener a la disposición las fórmulas para interpretar correctamente los textos, que fueron compuestos sobre bases esotéricas y según la manera de escribir de los antiguos Iniciados.

El Génesis (recopilación del Bereschith de Moisés) es el nombre de toda la primera parte del Sepher en el cual Moisés expuso los principios teogónicos. Sus diez primeros capítulos son de un alcance profundo en lo que concierne a la Cosmogonía, la cual se encuentra establecida como

sigue:

1er Capítulo: es el de la principiación; todo se presenta en la posibilidad de ser.

2do Capítulo: el de la distinción, donde el Principio pasa de la potencia al acto.

3er Capítulo: el de la extracción, en el cual tiene lugar una gran oposición.

4to Capítulo: la multiplicación divisional, que aparece cuando se divide el Todo en partes.

5to Capítulo: la comprensión facultativa.

6to Capítulo: la medida proporcional.

7mo Capítulo: la consumación de las cosas y ruptura del equilibrio; es el Universo renovable.

8vo Capítulo: acumulamiento de las especies, las cosas divididas regresan a su Principio.

9no Capítulo: la restauración cimentada cuando nace un nuevo movimiento.

10mo Capítulo: es el del poder agregativo y formador: son las Fuerzas que se despliegan actuando.

El Bereschith, que es en realidad una colección del Zohar, es el “Génesis” y puede dar lugar a numerosas interpretaciones, como casi todos los textos sagrados antiguos entre los que ignoran cómo fueron compuestos por los Antiguos Sabios.

Se sabe que primitivamente la Escritura entera no formaba más que un solo bloque, un solo versículo ininterrumpido, sin puntuación ni diferenciación, ya que en cierto modo todas las frases no formaban más que una sola palabra. Así se afirmaba simbólicamente la Unidad indivisible de la Ley y el flotar constante del Logos. En el capítulo sobre Filosofía Científica (Propósito Psicológico No III) hemos examinado ya la cuestión del Origen a la luz del texto original de la Biblia: Bereschith bara Elohim eth ha-Schamaim v’eth ha-Aretz, que ha sido traducido incorrectamente por: “Al comienzo Dios creó el Cielo y la tierra”. Debería enunciarse: “En el Principio emanó del Dios de dioses el elemento de arriba y el elemento de abajo”, aunque para poder asir todo el alcance de esta frase se requiere todavía un estudio.

La palabra Bereschith (el Principio) puede ser separada y formar bara-schith que significa “Él creó Seis” (seis zonas, seis planos, seis regiones, seis dominios) y el Zohar (en la sección Bereschith) atestigua que Elohim constituye el Séptimo Palacio, es decir, la síntesis de las otras seis esferas de la Naturaleza. La palabra Bereschith con que comienza la Sagrada Escritura está escrita con una Beth mayúscula, lo cual indica ya una relación esotérica, pero también puede ser comprendida como Bereschith, que significa entonces: “por el segundo…” (Beth) “…comienzo” (reschith). La traducción sería entonces “por el segundo comienzo Elohim operó la Obra de la creación”, como está indicado en el Zohar, libro que sin embargo los primeros compiladores de la Biblia no creyeron tener que consultar previamente.

La significación de Be-reschith sería, pues, que hubo dos comienzos, unidos, juntos, ya que como el Zohar lo explica (I Fol. 1 y 15): son dos puntos, uno oculto y el otro visible y conocido.

Como no existe separación entre ellos, se hace mención del singular: “reschith”. Recordemos que “bara” puede significar “creó” en lenguaje corriente, pero con un alcance mucho más profundo cuando se analiza la creación bajo el ángulo del Sello de Salomón. El Zohar indica que la creación estaba primeramente cerrada por la palabra “bara” y fue abierta y fecundada por la palabra “Eber”, principio sagrado sobre el cual reposa el mundo.

“Bar” es hablar o explicar, de manera que la palabra “bara” hace alusión sobre todo a la acción de romper el silencio y significa formar, moldear, dar una nueva forma utilizando un elemento pre-existente. Como se remiten a la traducción de la Versión de Los Setenta donde el término “bara” se traduce como “epoiese”, que significa “Él hizo”, los intérpretes modernos le han dado el sentido de creación ex nihilo.

A la luz científica actual, podemos comprender que del estado de equilibrio primitivo (Absoluto), ha debido surgir un elemento que ha resplandecido rompiendo ese equilibrio. En seguida, en un proceso determinado por ciertas necesidades ineluctables, como la propagación de una onda que se expande en olas concéntricas, el aflujo divino, la Shekina, se trasmite al organismo universal como a través de arterias, por intermedio de los sephiroths (los chakras en el sistema Yoga). El término “Bar” es equivalente a enseñanza (“Naschqov-bar” significa: abrazar la enseñanza) y es igualmente sinónimo de Sabiduría. En arameo “Bar” es “hijo”. Así, Bar-Abbás quiere decir Hijo de Dios, en el sentido de “dedicado a Dios”, como Brahmacharya, en sánscrito.

Es sobre todo en el simbolismo expresado en gráficas que se encuentran reunidos los valores esotéricos, como, por ejemplo, en uno de los más célebres Sellos situado en la base de todo el ocultismo: el Sello de Salomón, o llamado también la Estrella de David que está formada por dos triángulos entrelazados, uno apuntando hacia arriba y el otro hacia abajo (el Principio de arriba y el Principio de abajo: el Cielo y la Tierra: Ha-Shamaim y Ha-Aretz). Es la estrella de seis ramas que representa el Universo y sus dos ternarios:

3 Planos: divino, astral, material.

3 Cuerpos: físico, alma, Espíritu.

Estos son: el elemento de Involución del Macrocosmo (Triángulo con la punta hacia abajo) y el principio de Evolución del Microcosmo (triángulo con la punta hacia arriba), por medio de los cuales la Esencia Divina se desata de su Fuente para recorrer un ciclo antes de reintegrarse en el Absoluto. Ese emblema explica las palabras de Hermes en la Tabla de Esmeralda, cuando dice: “Él sube de la tierra al Cielo y, de inmediato, desciende a la tierra y recibe la fuerza de las cosas superiores e inferiores”.

Ese símbolo representa también las virtudes de poder y gloria asperjadas en los círculos generadores: son los Eons (en griego, “los siglos de los siglos”) del versículo oculto del PATER de San Juan que recitan los Sacerdotes Ortodoxos. Es, en cierta forma, la perfección del Universo en la obra mística de los SEIS días explicada desde el comienzo de la Biblia, mientras que la palabra “bara” quiere decir SEIS al mismo tiempo que CREAR, lo cual es muy significativo. De ese modo, toda la creación, tanto mental como material, está ya mencionada por el Sello. Por otra parte, se asigna al mundo (siempre en el primer versículo del Génesis) el Alto y el bajo, aquello que fue erróneamente traducido por el “Cielo” y la “tierra”.

Jeroglífico del mundo, en el Sello de Salomón se descubren las 7 luces y el misterio de los 7 días, ya que los seis puntos de la estrella representan los seis días de la actividad divina, mientras que su centro, donde se mantiene el elemento iniciático, representa la 7ma etapa, la etapa del reposo de la Naturaleza, y que Dios ha escogido para santificar su Nombre Adorable. Es como un yentram, una especie de mandala, un objeto de concentración usado frecuentemente en Magia ceremonial, así como en la confección de talismanes y Pántaclos. Muchos israelitas continúan usándolo, fijado a una cadenita alrededor del cuello; es el Shadai, que se encuentra también en numerosas estancias judías.

El Shadai (que debería escribirse cabalísticamente “SaDaI”, a fin de resaltar las letras claves) equivale a los tres nombres compuestos por el nombre divino. Es un poco como los Shem-Ham-Phorasch, que corresponden a los 3 sephiroths principales (Kether-Hochmah-Binah). Ese Gran Nombre, como dicen los cabalistas, se compone de 3 palabras: “Ieve-Eloenou-Ieve”. Los Shem-Ham-Phorasch son los 72 nombres de Dios que fueron extraídos del “Éxodo” y que corresponden a las nueve Jerarquías celestes (9 x 8). Son así semejantes a los 72 atributos de Dios, que fueron extraídos del Libro de los “Salmos” y con el mismo procedimiento con el que se componen los nombres de los 72

Ángeles que ocupan los 72 grados de la escala de Jacob. Es el emblema de la fuerza, de la plenitud y de la universalidad del Fuego Celeste o de la Luz increada que anima y fecunda todo el espacio, en griego será el: “ebdomekontadyogrammaton”.

Shem Ham Phorasch significa: “la palabra está bien pronunciada”, y era la respuesta que daban los asistentes una vez que el Sacerdote Judío había enunciado correctamente el nombre divino de Ieve, es decir, según las reglas de la Santa Qabbalah.

Es en ese mismo orden de ideas que la Iglesia Católica anima a sus fieles a usar el escapulario. Ese pequeño retazo de tela representa los vestidos del religioso que son reducidos y destinados a los laicos que se han afiliado a una orden religiosa, pero que continúan viviendo en la mundanidad. Más tarde su uso se ha vulgarizado para todas las personas. Esos dos pedacitos de tela, unidos por pequeños cordones pasados alrededor del cuello, reposan, uno sobre el pecho y el otro sobre la espalda, en la misma forma que los talismanes o los Sellos con los cuales se arman los oficiantes de Magia contra posibles “choques de regreso” durante sus operaciones.

Al mismo título que la Estrella de David llevada al cuello por los judíos, o los amuletos de ciertas tribus o los fetiches de los brujos, el uso de medallas y escapularios se debe a razones profundas que los Dignatarios de la Iglesia no ignoran. El culto a las reliquias e imágenes entró en uso en el 788. En fin, todo ello se relaciona con el viejo totemismo, del cual hemos tenido ya la ocasión de constatar su valor particular y su alto interés.

Esas representaciones talismánicas tienen el poder de concentrar los efluvios divinos, como un imán de la Shekina (palabra hebrea a menudo traducida por estancia, pero que en realidad es la Gracia). La Shekina designa a la divinidad como asistente de los hombres por su gracia y su presencia saludable “I’ Schem ihoud god’ sho b’riq ou Shekinthe” (Por la unidad del Santo bendito y de Su Shekina).

Esa esencia divina es el equivalente del Deva de los Hindúes; la Shekina es el soplo, el espíritu, la inmanencia de Dios en el Universo, y muchos la consideran incluso como una entidad.

A veces se le llama Fuente de Vida, ya que es por medio de ese canal que el hombre se mantiene en contacto con el mundo divino. La Shekina es el lazo (qescher) vivificador que se presenta en los cuatro mundos (Atziluth-Briah-Ietzirah-Assiah). Es el vestido precioso y resplandeciente que se manifiesta por los Sephiroths.

Un poco como la Shakti en la Yoga, que debe recorrer las seis etapas (los 6 planos del árbol sefirótico en Qabbalah simbolizados por los chakras en Yoga) que son los seis grados iniciáticos antes de alcanzar la Maestría (el 7mo grado).

Ese Magisterio es obtenido por los Avatares (esos Espíritus Superiores o Emanaciones directas de Dios), por los Budas (Seres Supremos que han alcanzado la conciencia Buddhica), por los Cristos (Iluminados e impregnados por la Gracia) y por todos los Grandes Instructores que han llegado al estado de realización de la Conciencia Universal. Ese estado de Hijo de Dios les es posible a todos los hombres que puedan contemplar la Verdadera Luz (“A todos los que creen, ella les ha dado el poder de convertirse en niños de Dios”. Juan I-12). De ahí, esa expresión Lumen de Lumine que San Juan señala en su primer capítulo (versículos 4 al 10) en la traducción latina del texto griego: To phos to alethinon.

Es la verdadera Luz que anima todo, una especie de Luz Elemental, la misma Luz de la cual se hace mención al principio del Génesis (I-3) y que es como la primera manifestación divina, el nombre mismo del Todo-Poderoso que se materializa: “La vida era la Luz de los hombres” (E zoé en to phos tón anthropon). Esta Vida (esencia del Verbo, extracto del Logos) será la Luz que da acceso a la Vía (una existencia más elevada). Es la realización de la Shekina de los hebreos, el ascenso del Kundalini de los hindúes, el Tao de los chinos, el Camino Iniciático en general.

La única verdad está ahí, al comienzo, en el Origen, en la Fuente; todo el resto es ilusión (maya de los yoghis, scheqer de los cabalistas). El padre de la Mentira es S’Chitan, el cual se debe aproximar al Ouroboros de los egipcios, y que gracias a “En to pan” podrá ser ligado a la Verdad, de la misma manera que el mundo del espejismo, scheqer, es ligado a Dios por el “lazo” qescher. Este lazo “qescher”, es el anagrama de scheqer, el mundo de la diferencia y de la multiplicidad, aquel del error.

A pesar de todo nuestro progreso científico, siempre en crecimiento, jamás será posible captar el conjunto del Universo por métodos puramente físicos: es preciso recurrir a un sistema de realización supra-normal.

El Universo no es, por otra parte, sino una creación mental del TODO. Se ha calculado su extensión, la cual se valúa en 10.000’000.000 de años-luz. Según Alberto Einstein, con un Rayo de un mínimo igual a 150’000.000 de años-luz el Universo se ha revelado experimentalmente curvo. La forma esférica de nuestro cosmos deriva del principio de inercia de la mecánica generalizada, descubierto por ese gran sabio, principio que muestra la necesidad del movimiento circular. Así, la misma luz que creíamos se propagaba en línea recta, se arquea. La causa de la curvatura universal es inherente a la materia: la gravitación, que es específicamente lo propio del mundo material. La curva gravitacional debe ejercerse desde los orígenes y es el proceso que ha sido puesto en evidencia por Einstein en la siguiente teoría: cuando en un punto del espacio se manifiesta el embrión de una existencia o sea en el momento en que el tensor material difiere de cero, es decir cuando un elemento discontinuo apunta en el Continium Universal, la gravitación aparece en realidad.

Es preciso señalar que esa teoría había sido ya elaborada por los Iniciados de antaño. Se había dicho ya, en efecto, que lo que nosotros percibimos es el tsimsum del Ain-Soph, y que el espíritu no puede asir sino la mercabah de lo Invisible. Dicho de otra manera, no tenemos consciencia del Absoluto sino por su manifestación, así como no tenemos noción de la fuerza sino por la materia. El tsimsum (en hebreo: condensación) es la materialización de una concentración de energía (un grano de energía, como se ha calificado al átomo). Dios es Absoluto (Ain-Soph) en el sentido de Nada, “Él es la Nada (ain)”, la negación incluye la afirmación, es decir que es al mismo tiempo Ser Absoluto y No Ser, y al condensarse (Tsimtsum) se muestra a nuestros sentidos. Esa materialización se debe a una contracción (sim-sum) del Supremo, destinada a poner una diferenciación en lo Indiferenciado: un elemento discontinuo en el Contenido Primordial. El comienzo comprensible de la existencia se encuentra en el misterio del punto Supremo; ahora bien, como ese punto es el comienzo de todas las cosas, en el sentido de Principio o Bereschith, se le llama Mahascheba (Pensamiento). Del incomprensible Ain-Soph, el espíritu no puede asir sino la mercabah (la envoltura); sin embargo, el hecho de “realizar”, de darse cuenta, pertenece ya al dominio de la Conciencia Universal (como el Samadhi de los Yoghis, esa experiencia de la visión del TODO).

Esa teoría de los sabios modernos sobre la forma esférica de nuestro cosmos, había sido expresada ya, hace mucho tiempo, a través de un círculo que simboliza el Universo manifestado. Dios en su manifestación era representado con una circunferencia y su nombre con el número 22, de ahí que la Santa Qabbalah es la Ciencia de los Veintidós. Así, para encontrar el conjunto de la manifestación (para evaluar la superficie de un círculo) se necesita una llave (la fórmula PI de la geometría) la cual es Elohim (que no es Dios, sino la fórmula para encontrar a Ieve). Ese término Elohim, empleado desde los inicios del Génesis, cuando no se ha mencionado a Ieve, ha sido pues impropiamente traducido como Dios. Dios es Yod-He-Vaw-He, y si los textos lo hubieran indicado, al menos lo habrían mencionado como Jehovah.

En fin, el número 22 es semejante en su simbología a la circunferencia (curvatura del espacio) y también puede ser asimilado al nombre divino en su materialización, como los 22 arcanos que son su expresión, caracterizada por las 22 láminas mayores del Tarot. Con ayuda de los 10 Sephiroths (que marcan los 10 primeros números) y según sus 7 esferas (que son también los 7 planetas), el universo manifestado (el círculo) puede ser comprendido e interpretado (encontrar su superficie) con la ayuda de una fórmula: Elohim (la ecuación de PI). De ese modo la realización de Elohim da lugar a la comprensión de Dios, lo que en el lenguaje matemático se expresa por la fórmula “PI” (Elohim) que da la superficie (la comprensión) del círculo (Universo manifestado). De manera que Elohim (valor: 3,14...) es la “llave” para encontrar la superficie de un círculo que representa a Dios en su manifestación. Todo lo cual aclara el problema del Génesis, tanto simbólicamente por la filosofía, como científicamente.

Esta expresión es pues la fracción: 22/7 que da 3,1428571... el antiguo dato transmitido por Euclides.

Para regresar a nuestra idea del Universo, digamos que si bien la línea recta no pertenece al mundo del fenómeno (incluso mental), ella figura como una realidad “in abstracto” y nosotros la vemos como una relación del centro (punto inicial de la esfera cósmica) a la periferia. Esa relación determinada por el valor “PI”, no interviene solamente cuando se manifiesta la esfera, sino que es siempre UNA con ella. Como está escrito (Deut. IV-39): “reconoce en este día, y que este pensamiento permanezca siempre grabado en tu corazón, que Jehovah (deformación de Ieve) y la relación (fórmula universal de PI), es Elohim, cuyo valor numérico es precisamente: 3,1415”. De manera que estamos ya muy lejos de la traducción: “Al comienzo Dios creó el Cielo y la Tierra”, ya que la primera frase del Génesis: “Bereschith bara Elohim eth ha shamaim v’eth ha-aretz” debería explicarse como: “Un segundo Principio permitió, por la emanación de una fórmula-clave (Elohim, Dios de dioses o PI o 3,14...), encontrar el elemento de arriba y el elemento de abajo”. Conocer la Qabbalah en su conjunto (comprendiendo su emanación más allá del árbol sefirótico, es decir, Elohim) es contemplar el Ain-Soph (lo Absoluto, Dios), de la misma manera que poseer la “llave” geométrica, fórmula de “PI”, es poder encontrar la superficie de un círculo.

Habría sido preciso explicar que hubo dos “comienzos”, uno mental y otro material y, sobre todo, que primeramente fue establecido un principio a manera de un enunciado o un sistema y no en el sentido latino de “principio” que puede traducirse por comienzo. Sin embargo, el problema de ese primer versículo del Génesis va todavía más lejos, ya que se trata de una explicación esotérica, no solamente de la cuestión de la cuarta dimensión, sino de las seis direcciones fenomenales (bara-shith), que dan a entender los sentidos que el hombre puede perfeccionar hasta desarrollar la 7ma facultad que lo convierte en divino y le permite su reintegración final a la Fuente. Ese estado de completo perfeccionamiento le es dado a los Avatares, venidos voluntariamente una última vez para ayudar a la Humanidad. Son los Mesías que han escogido instruir a sus hermanos, más bien que regresar al plano divino.

El arahan (o arahat) es ese ideal Budista que consiste en renunciar a la inteligencia innata y ofrecer la vida para salvar a otros “buscadores de la Paz”. El culto arahan (o arahat) consiste en revelar a los otros la Vía, pues una vez que el devoto se ha salvado (Savaka-Bodhi), trata de liberar a otro igualmente.

Después de los Sopatannas, que han encontrado el camino de la santidad, están los Sakadagamis, que no regresarán a la tierra más de una sola vez; los Anagamis, que ya no regresarán, y los Arhat, que son aquellos considerados verdaderamente como santos según las cuatro clases de creyentes entre los budistas.

El título de Arhat requiere la calidad de Boddhisattva (que no necesariamente debe ser budista). Se dice que los Arhats se sientan en el Aghartha, así como en el Consejo de Ancianos mencionado en la Biblia. Los Arhats son los Maestros de Sabiduría que están mencionados en el Apocalipsis como los Ancianos de Vestiduras Blancas “delante de sus tronos se encuentran las siete lámparas, que son los siete espíritus de Dios” (Apocalipsis IV, versículos 4 y 5). En esa Revelación se agrega (en los versículos 7 y 8) que en el centro y alrededor del trono (es decir, en ese “Universo” alrededor de ese Consejo) están las 4 entidades: Taurus (Toro), Leo (León), Scorpius (Escorpión, bajo el símbolo del águila) y Acuarius (el Aguador, con su rostro de hombre). En el capítulo I de Ezequiel, y también en el capítulo IX (versículo 14 en particular), se describen los 4 signos zodiacales y los 7 planetas. Se comprende de inmediato que esos símbolos obedecen a razones muy profundas y acerca de las cuales sería bueno meditar largamente para encontrar todas las aplicaciones místicas.

El ideal Arahan (o arahat) de los Sabios Arhats, nos hace pensar en el Ararat, esa montaña donde el Arca de Noé se habría detenido! Sin embargo, Ararat no parece una región geográfica, sino un estado (el grado del l7mo renovamiento lunar para el establecimiento de la thebah). Existe también Aztlán, ese lugar de felicidad y abundancia de la mitología mexicana. Aztlán significa “blancura” y se ha dicho que en medio de ese lugar, en el centro del agua, se alza una montaña llamada Culhuacán. Ese nombre, que no es especialmente de composición mexicana, sería, para las tribus Aztecas, la tierra de donde han venido; podría tratarse de un lugar simbólico, como el Asgard de los Escandinavos. Algunos nombres, aun cuando de veras designen un lugar preciso, pueden tener al mismo tiempo un valor oculto, como Aram-Naharam, uno de los antiguos nombres de Mesopotamia, que incluso puede ser asimilado al término sagrado INRI.

Ese Aztlán, donde habría nacido el primer hombre según los Aztecas, puede ser comparado al Adamah de los cristianos.

Azteca es, sin duda, el nombre de los hombres del Aztlán (limo o tierra pura), del mismo modo que la cultura judeocristiana hace salir a Adán (primer hombre) del Adamah (Tierra Santa). Adán, que literalmente significa rojo, es derivado de Adamah que en hebreo significa el limo, pero que se puede sobrentender como la sangre (dam). Ese término podría incluso relacionarse con edom” (rojo); la Biblia le da a Esaú el sobrenombre de Edom cuyos descendientes son llamados Edomitas. Sin embargo, notemos que el nombre de “Adam” está compuesto de “Aleph”, soplo o alma, y de “Dam”, la sangre o el cuerpo, que son los dos primeros elementos de la vida humana materializada (cuerpo físico y Alma).

Pero, ante todo, hay que entender por Adán, no solamente al “hombre” en el sentido de “homo”, sino al género humano, o mejor aún, al reino hominal.

Después de la primera creación de la especie (animal perfeccionado), la cual no estaba hecha sino de un cuerpo material y de un alma colectiva (Génesis I-26), Dios hizo una segunda creación (Génesis II-7). Ante todo, como ya lo hemos explicado, Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, es decir, “macho y hembra” (andrógino) y cuando dice: “hagamos…” ese plural implica justamente una especie no sexuada; por otra parte, Él insiste: “a nuestra semejanza...” es decir, una operación por dos esencias divinas. Es la creación del verdadero Adam, después de lo cual Dios reposó (7ma etapa, fin del ciclo emanativo). Así, mientras que toda la obra concluye en el primer capítulo del Génesis, he aquí que en el segundo capitulo los textos de Moisés registran los detalles de los orígenes humanos en particular. Las Escrituras hablan un lenguaje simbólico para definir esa formación del hombre y la mujer. “El Dios Eterno formó al hombre del polvo de la tierra, insufló en su nariz un soplo de vida y el hombre se convirtió en un ser viviente”. Esta vez es la chispa divina (el Espíritu, el Logos) quien penetra la materia. La conciencia individual ha nacido ahora verdaderamente.

Pero, la cuestión de llamar “mujer” a un elemento que fue extraído del “hombre” (“se le llamará mujer porque ha sido tomada del hombre” en: Génesis, capítulo II, versículo 23), no se comprende muy bien por qué. Digamos de inmediato que el texto original menciona a “Adán” como primera manifestación de un reino hominal, pero que individualmente el hombre es llamado “Isch”, nombre del que se hará “Ischa” para la mujer que ha sido extraída de él. “Isch” es la constitución del hombre con su evolución. Esa raíz hebraica está ligada a toda idea de manifestación principal (su valor 38 es idéntico al término “Meh” que es la chispa generatriz, un símbolo de movilidad) y se la encuentra, junto con “Evah”, entre los valores importantes de la Biblia. Recordemos que el paso de “Meh” a “Mi” es la indicación de un proceso de encarnación. “Mi” es la palabra que habría creado el mundo, como lo hemos explicado en el Propósito Psicológico No III.).

Ya hemos visto que por un mecanismo esotérico Adán puede ser asimilado a la letra Yod, mientras que Eva (He-Vaw-He) hace su complemento de principio para simbolizar el nombre de Dios: Yod-He-Vaw-He (Adán+Eva). De manera que Adán y Eva deben encararse como la construcción mental de Dios (Ieve), mientras que Isch e Ischa serían la manifestación divina materializada en la naturaleza.

Hemos citado el Arca de Noé y nos apresuramos a recordar que la palabra “arca” es una muy mala traducción del término “Thebah”, que significa el bajel, el recipiente, lo que contiene y, por extensión, el universo entero como una reserva astral, pero siempre en el sentido de una matriz espiritual y no de una simple barca o un barco de construcción humana.

Si se la relaciona con la palabra griega “arche”, la palabra Arca podría querer decir “comienzo”. Se ha dicho que las aguas se retiraron y se reunieron en un solo lugar. En efecto, ellas se contrajeron en un solo plano espiritual y los “Justos,” no siendo más que UNO con ella, sobrevivieron (habiendo sido salvados de las aguas, salvados de la destrucción de las formas). Todos los que no estaban santificados “desaparecieron de la tierra…”, es decir, que no hubo lugar para ellos en el Arca que debía salvarlos del “diluvio Universal”; pero las mismas Almas son creadas de nuevo (Tú las haces nuevas todos los días... Lamentaciones III-23) permitiendo así el proceso de la evolución.

La Leyenda de ese diluvio bíblico se encuentra en casi todas las culturas. El período de Chalchiuhtlicue termina también por una catástrofe del mismo género que tuvo lugar hace unos millares de años en la antigua América. Verdaderamente las aguas han recubierto la tierra un poco en todo el mundo en diferentes ocasiones, pero a menudo se trata también de señales simbólicas de fin de Edades, sea por diluvios parciales, o, a veces, por signos universales que se materializan más específicamente.

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Namaskar

G S

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