Alejandro Lodi
(Febrero 2019)
(Extraído de “Astrología, conciencia y destino”, Editorial
Kier, Buenos Aires).
La historia de Nelson Mandela es una metáfora del viaje del Ascendente
en Sagitario y de la resistencia de su matriz de Agua.
La revelación de la cualidad sagitariana a lo largo de la vida supone
atravesar la memoria de Cáncer, Escorpio y Piscis. Reconocer y asumir un
destino de integración de opuestos, de confianza a lo que es diferente de mí y
de expansión de conciencia más allá de las creencias en las que he hecho hábito
(Ascendente en Sagitario), implica abandonar la
idealización del mundo de
pertenencia de origen (Casa IV en Piscis), transformar la fusión absoluta con
el clan familiar, nacional o racial (Casa VIII en Cáncer) y disolver el encanto
por el conflicto y la exclusión del otro (Casa XII en Escorpio).
En el caso de Mandela, la inercia resistente al aprendizaje sagitariano
se refuerza: una herida siempre abierta ligada a la memoria de los ancestros
(Quirón en Casa IV), una identificación con el dolor de la historia familiar
(Sol en Cáncer en Casa VIII), y una fascinación por la entrega en sacrificio al
arquetipo de la Gran Madre (Luna en Escorpio en casa XII). El condicionamiento
clánico es mayúsculo. La experiencia del amor queda reducida a los de la propia
condición. La vivencia del odio y desprecio al diferente (y por ser diferente)
es contundente y natural. La pertenencia es exclusión y es miedo. El otro es
peligroso. La diferencia es una amenaza. El amor a los propios es directamente
proporcional al odio a los ajenos. El afecto gregario prevalece sobre la
compasión universal.
Sagitario en el Ascendente promete un destino de expansión más allá de
los tabúes, los prejuicios y los rencores. Un aventura de comprensión inclusiva
de las diferencias. La apertura de confianza y de amar al otro. Y no a
cualquier otro, sino al enemigo: aquel que hasta ahora representó una amenaza o
incluso ejecutó acciones de las que se ha sido víctima. Sagitario es la
conciencia de que los enemigos están unidos por un lazo, de que los opuestos
polares cruzados por el conflicto más irreconciliable comparten una misma raíz
y que sólo en el mutuo reconocimiento, en la aceptación del vínculo, puede
desvanecerse la pesadilla del dolor y el resentimiento. Sagitario es una
cosmovisión expandida que permite incluir lo que antes se necesitaba excluir,
una vivencia de jubilosa fe en el porvenir que brota con la trascendencia de
los complejos del pasado.
Mandela nace en una comunidad africana de fuerte tradición llamada xhosa. Su
familia pertenece al linaje real del pueblo tembu. Su bisabuelo y su propio
padre fueron jefes tribales. Su formación estuvo influenciada por una
combinación de los valores de la religión cristiana con los de la tradición
africana, entre los que figura el principio ubuntu: la empatía
entre las personas que forman una comunidad, el ser individual en función del
comunitario, la percepción de que aquello que le ocurre a un miembro del grupo
le ocurre a todos.
En 1940, para evitar un matrimonio arreglado por familias de su tribu,
se fuga a Johannesburgo y comienza a frecuentar grupos políticos. Inicia su
actividad por la causa racial e ingresa en el Congreso Nacional Africano (CNA).
También decide estudiar abogacía. Su activismo se hace cada vez más intenso y
comprometido, hasta que en 1960 (a sus 42 años) funda el grupo La lanza
de la Nación, con el que adopta la lucha política armada y pasa a la
clandestinidad.
La vida de Mandela -y el desarrollo del viaje de su Ascendente- tienen
un punto crítico cuando es apresado por el régimen racista y condenado a cadena
perpetua con trabajos forzados en 1964. Las condiciones no podrían ser más
duras. En la prisión de la isla Robben, permanece aislado de los demás
detenidos, confinado a una celda mínima y húmeda, durmiendo sobre una esterilla
en el suelo, con permiso para recibir una visita y escribir una carta (sujeta a
censura) cada 6 meses. Permanece en esa situación durante 11 años, en los que
muere su madre y uno de sus hijos, sin recibir permiso para asistir a sus
funerales. En mejores condiciones, su reclusión se prolongará hasta 1990. A los
72 años, Mandela es puesto en libertad.
Todo parece organizarse para que la conciencia quede cristalizada en el
resentimiento, el odio, la angustia y la desesperación. Cuesta imaginar cómo
podría emerger la gracia sagitariana luego de tanto sufrimiento, abuso y
maltrato. Sin embargo, precisamente la experiencia de la cárcel provoca el
abandono, transformación y agotamiento de la matriz de Agua, es decir, del
encanto gregario, la pesadilla de la identidad clánica y el excitante odio por
el enemigo. Con el mérito de no ser astrólogo, el filósofo Tzvetan Todorov
describe en un artículo:
…en las escasas horas libres que le deja el régimen penitenciario de
trabajos forzados, se consagra a una actividad sorprendente: empieza a
aprender afrikaans y lee libros sobre la historia y la cultura de la
población blanca que habla esa lengua. Además, empieza a comportarse con sus
guardianes de una manera que contrasta con el de otros presos y, en lugar de
manifestarles su hostilidad y encerrarse en el rechazo a cualquier contacto con
esos representantes del odiado régimen, intenta comunicarse con ellos.
Con esos gestos pretende reconocer, no la humanidad de las víctimas, que
nunca se ha puesto en duda, sino la del enemigo, al que trata de comprender y
ver como el enemigo se ve a sí mismo. Mandela descubre que las actitudes
arrogantes de los guardianes y sus jefes, más que de su sentimiento de
superioridad, proceden del miedo a perder sus privilegios y a sufrir la
venganza de los que han vivido oprimidos. Entonces declara: el afrikáner es
tan africano como sus prisioneros negros.¹
En vísperas de su liberación, el primer ministro sudafricano, Pieter
Botha, emblema de la discriminación racial, invita a Mandela a negociar la
irreversible transición del régimen:
Botha invita a Mandela a tomar el té en su casa. Su visitante contará
más tarde que lo que más le impresiona no son las palabras intercambiadas sino
dos gestos minúsculos. Botha le tiende la mano nada más verle, y luego es él
mismo quien sirve el té. Mandela descubre que no tiene ante sí a la encarnación
del apartheid, sino a una persona. El trabajo en colaboración y la
conversación son actos políticos. Y Mandela decide no imponerse por la fuerza,
sino buscar una situación que sea aceptable para las dos partes. Resume su
postura en dos puntos complementarios: otorgar los mismos derechos a todos (es
decir, abolir el apartheid) y no castigar de forma colectiva a la
minoría blanca.²
Ya en el poder, Mandela asume la responsabilidad de reparar las hondas
heridas con el pasado que ha sufrido su comunidad y su raza a lo largo de
tantos años. Crea La comisión para la verdad y la reconciliación,
un organismo que se propuso llevar adelante una justicia restaurativa antes que
meramente punitiva. Fue presidida por el arzobispo Desmond Tutu, bajo el
lema: “Sin perdón no hay futuro, pero sin confesión no puede haber
perdón”. Además de hacer posible la unidad sudafricana en convivencia de
razas, permitió profundizar en los hechos del pasado, esclarecer la verdad de
los acontecimientos y reparar el dolor de las víctimas.
Bajo el principio de que “todos los miembros de la comunidad están
vinculados” y de que “el daño perpetrado sobre una persona es una herida en
todos”, se realizaron audiencias públicas en las que las víctimas de abusos
durante los años de segregación racial narraron sus experiencias en presencia
de sus victimarios. Éstos podían pedir el perdón que sólo los damnificados
podían otorgar, a cambio de brindar toda la información sobre los hechos que
reconocían.
En este punto, Mandela despliega la inclusiva y comprensiva mirada
sagitariana y asume que la nación sudafricana es tanto negra como blanca y que
no puede haber excluidos ni abusos de unos sobre otros. Se basó en el don de la
Casa IV en Piscis: la filosofía ubuntu de su comunidad de
origen según la cual cada individuo es la comunidad, cada
persona se hace humana a través del otro. Con la gracia de su pasado
ancestral, liberó la resistencia de la memoria y contribuyó a la apertura de un
sentido trascendente e integrador.
.
Todorov, Tzvetan. El ejemplo de Mandela. El País.
España.
Ibíd.
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