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18 de febrero de 2019

El Ascendente de Mandela


Alejandro Lodi
(Febrero 2019)
(Extraído de “Astrología, conciencia y destino”, Editorial Kier, Buenos Aires).

La historia de Nelson Mandela es una metáfora del viaje del Ascendente en Sagitario y de la resistencia de su matriz de Agua.

La revelación de la cualidad sagitariana a lo largo de la vida supone atravesar la memoria de Cáncer, Escorpio y Piscis. Reconocer y asumir un destino de integración de opuestos, de confianza a lo que es diferente de mí y de expansión de conciencia más allá de las creencias en las que he hecho hábito (Ascendente en Sagitario), implica abandonar la
idealización del mundo de pertenencia de origen (Casa IV en Piscis), transformar la fusión absoluta con el clan familiar, nacional o racial (Casa VIII en Cáncer) y disolver el encanto por el conflicto y la exclusión del otro (Casa XII en Escorpio).
En el caso de Mandela, la inercia resistente al aprendizaje sagitariano se refuerza: una herida siempre abierta ligada a la memoria de los ancestros (Quirón en Casa IV), una identificación con el dolor de la historia familiar (Sol en Cáncer en Casa VIII), y una fascinación por la entrega en sacrificio al arquetipo de la Gran Madre (Luna en Escorpio en casa XII). El condicionamiento clánico es mayúsculo. La experiencia del amor queda reducida a los de la propia condición. La vivencia del odio y desprecio al diferente (y por ser diferente) es contundente y natural. La pertenencia es exclusión y es miedo. El otro es peligroso. La diferencia es una amenaza. El amor a los propios es directamente proporcional al odio a los ajenos. El afecto gregario prevalece sobre la compasión universal.

Sagitario en el Ascendente promete un destino de expansión más allá de los tabúes, los prejuicios y los rencores. Un aventura de comprensión inclusiva de las diferencias. La apertura de confianza y de amar al otro. Y no a cualquier otro, sino al enemigo: aquel que hasta ahora representó una amenaza o incluso ejecutó acciones de las que se ha sido víctima. Sagitario es la conciencia de que los enemigos están unidos por un lazo, de que los opuestos polares cruzados por el conflicto más irreconciliable comparten una misma raíz y que sólo en el mutuo reconocimiento, en la aceptación del vínculo, puede desvanecerse la pesadilla del dolor y el resentimiento. Sagitario es una cosmovisión expandida que permite incluir lo que antes se necesitaba excluir, una vivencia de jubilosa fe en el porvenir que brota con la trascendencia de los complejos del pasado.
Mandela nace en una comunidad africana de fuerte tradición llamada xhosa. Su familia pertenece al linaje real del pueblo tembu. Su bisabuelo y su propio padre fueron jefes tribales. Su formación estuvo influenciada por una combinación de los valores de la religión cristiana con los de la tradición africana, entre los que figura el principio ubuntu: la empatía entre las personas que forman una comunidad, el ser individual en función del comunitario, la percepción de que aquello que le ocurre a un miembro del grupo le ocurre a todos.
En 1940, para evitar un matrimonio arreglado por familias de su tribu, se fuga a Johannesburgo y comienza a frecuentar grupos políticos. Inicia su actividad por la causa racial e ingresa en el Congreso Nacional Africano (CNA). También decide estudiar abogacía. Su activismo se hace cada vez más intenso y comprometido, hasta que en 1960 (a sus 42 años) funda el grupo La lanza de la Nación, con el que adopta la lucha política armada y pasa a la clandestinidad. 
La vida de Mandela -y el desarrollo del viaje de su Ascendente- tienen un punto crítico cuando es apresado por el régimen racista y condenado a cadena perpetua con trabajos forzados en 1964. Las condiciones no podrían ser más duras. En la prisión de la isla Robben, permanece aislado de los demás detenidos, confinado a una celda mínima y húmeda, durmiendo sobre una esterilla en el suelo, con permiso para recibir una visita y escribir una carta (sujeta a censura) cada 6 meses. Permanece en esa situación durante 11 años, en los que muere su madre y uno de sus hijos, sin recibir permiso para asistir a sus funerales. En mejores condiciones, su reclusión se prolongará hasta 1990. A los 72 años, Mandela es puesto en libertad. 
Todo parece organizarse para que la conciencia quede cristalizada en el resentimiento, el odio, la angustia y la desesperación. Cuesta imaginar cómo podría emerger la gracia sagitariana luego de tanto sufrimiento, abuso y maltrato. Sin embargo, precisamente la experiencia de la cárcel provoca el abandono, transformación y agotamiento de la matriz de Agua, es decir, del encanto gregario, la pesadilla de la identidad clánica y el excitante odio por el enemigo. Con el mérito de no ser astrólogo, el filósofo Tzvetan Todorov describe en un artículo:
…en las escasas horas libres que le deja el régimen penitenciario de trabajos forzados, se consagra a una actividad sorprendente: empieza a aprender afrikaans y lee libros sobre la historia y la cultura de la población blanca que habla esa lengua. Además, empieza a comportarse con sus guardianes de una manera que contrasta con el de otros presos y, en lugar de manifestarles su hostilidad y encerrarse en el rechazo a cualquier contacto con esos representantes del odiado régimen, intenta comunicarse con ellos.
Con esos gestos pretende reconocer, no la humanidad de las víctimas, que nunca se ha puesto en duda, sino la del enemigo, al que trata de comprender y ver como el enemigo se ve a sí mismo. Mandela descubre que las actitudes arrogantes de los guardianes y sus jefes, más que de su sentimiento de superioridad, proceden del miedo a perder sus privilegios y a sufrir la venganza de los que han vivido oprimidos. Entonces declara: el afrikáner es tan africano como sus prisioneros negros.¹
En vísperas de su liberación, el primer ministro sudafricano, Pieter Botha, emblema de la discriminación racial, invita a Mandela a negociar la irreversible transición del régimen:
Botha invita a Mandela a tomar el té en su casa. Su visitante contará más tarde que lo que más le impresiona no son las palabras intercambiadas sino dos gestos minúsculos. Botha le tiende la mano nada más verle, y luego es él mismo quien sirve el té. Mandela descubre que no tiene ante sí a la encarnación del apartheid, sino a una persona. El trabajo en colaboración y la conversación son actos políticos. Y Mandela decide no imponerse por la fuerza, sino buscar una situación que sea aceptable para las dos partes. Resume su postura en dos puntos complementarios: otorgar los mismos derechos a todos (es decir, abolir el apartheid) y no castigar de forma colectiva a la minoría blanca.²
Ya en el poder, Mandela asume la responsabilidad de reparar las hondas heridas con el pasado que ha sufrido su comunidad y su raza a lo largo de tantos años. Crea La comisión para la verdad y la reconciliación, un organismo que se propuso llevar adelante una justicia restaurativa antes que meramente punitiva. Fue presidida por el arzobispo Desmond Tutu, bajo el lema: “Sin perdón no hay futuro, pero sin confesión no puede haber perdón”. Además de hacer posible la unidad sudafricana en convivencia de razas, permitió profundizar en los hechos del pasado, esclarecer la verdad de los acontecimientos y reparar el dolor de las víctimas.
Bajo el principio de que “todos los miembros de la comunidad están vinculados” y de que “el daño perpetrado sobre una persona es una herida en todos”, se realizaron audiencias públicas en las que las víctimas de abusos durante los años de segregación racial narraron sus experiencias en presencia de sus victimarios. Éstos podían pedir el perdón que sólo los damnificados podían otorgar, a cambio de brindar toda la información sobre los hechos que reconocían.
En este punto, Mandela despliega la inclusiva y comprensiva mirada sagitariana y asume que la nación sudafricana es tanto negra como blanca y que no puede haber excluidos ni abusos de unos sobre otros. Se basó en el don de la Casa IV en Piscis: la filosofía ubuntu de su comunidad de origen según la cual cada individuo es la comunidadcada persona se hace humana a través del otro. Con la gracia de su pasado ancestral, liberó la resistencia de la memoria y contribuyó a la apertura de un sentido trascendente e integrador.
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Todorov, Tzvetan. El ejemplo de Mandela. El País. España.
Ibíd.

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