Los chamanes del Amazonas relatan historias sobre la hembra jaguar, una fuerza protectora que nos enseña a no tener miedo de la muerte y la destrucción, ya que son partes inevitables del ciclo de la vida. El jaguar se desliza sin miedo por las aguas del Amazonas y navega hábilmente por las corrientes del río. Protege a sus cachorros y no duda en matar para proveerles.
En
la tradición andina, los chamanes llaman Illa Ticci Viracocha al principio
organizador del universo: el que está en todas partes y en todo. Pero de alguna
manera, el Padre Sol y la Madre Tierra dieron paso al Padre y al Hijo en las
tradiciones de los conquistadores de América del Norte y del Sur. En todo el
mundo, el poder de lo femenino puede perderse en historias sobre diosas al
servicio de deidades masculinas. A menudo quedan relegadas a personajes
secundarios o terciarios. ¿Tendrá esto algo que ver con el género de los
guardianes de estas historias?
Con
tales mitologías guiándonos, no debería sorprendernos que ya no honremos por
igual a nuestra madre y a nuestro padre, a lo masculino y a lo femenino.
La divinidad femenina tiene muchas caras, pero como se ha ocultado en las
culturas de todo el mundo, sólo tenemos indicios del alcance de sus poderes. La
historia de los conquistadores que toleraron a las curanderas capaces de
atender las necesidades de los europeos enfermos y heridos ha tenido eco en
otros lugares. Siempre y cuando las curanderas demostraran que conocían su
lugar en la jerarquía del poder, se les permitía prosperar a pequeña escala.
Pero si mostraban su ferocidad, hacían gala de una sabiduría superior a la de
los hombres en el poder o desafiaban las normas escritas por los líderes
masculinos de la comunidad, solían pagar un precio alto.
Lo
vemos en las historias de Europa en las que mujeres fueron torturadas y
asesinadas por ser “brujas”, es decir, por seguir una tradición espiritual
indígena que honraba el aspecto femenino del poder divino. La disminución
patriarcal de las mujeres y la exaltación de los hombres se puede sentir
incluso hoy en día, un remanente de los viejos mitos que dan forma a nuestras
percepciones de una manera que ni siquiera reconocemos.
La
Madre Tierra y el Padre Cielo no tienen porqué estar en guerra. El camino
hacia la maestría y la sabiduría requiere que consigamos que se reconcilien. En
las tradiciones de los chamanes andinos, la Madre Tierra, o Pachamama, acelera
nuestra evolución ayudándonos a desprender del pasado que nos confina y a dejar
ir nuestros miedos – a la muerte física pero también a la muerte de nuestras
nociones preconcebidas sobre quiénes somos y quiénes podemos llegar a ser. La
Pachamama nos ayuda a volvernos sabios y a ver nuestras vidas como parte de una
historia mítica mayor, a medida que trascendemos las limitaciones de todos los
mitos, creencias e ideas sobre lo que es posible.
La
evolución requiere despertar a ese yo que recuerda que todo está conectado:
nosotros, la Tierra, la naturaleza y sus criaturas, nuestros corazones y
nuestras cabezas, nuestra energía y todas las partículas que componen el cuerpo
que habitamos por ahora. La evolución requiere que vayamos más allá del
cerebro, que nos quitemos las anteojeras que hemos heredado y llevado, sin
cuestionarlas, durante demasiado tiempo, y que abramos los ojos a una visión
mucho más amplia de quiénes somos y en quiénes podemos convertirnos, y de cómo
podemos sanar.
¿Estás
listo para despertar y evolucionar tu lado femenino?
Alberto
Villoldo, extracto del libro La Rueda de la Sabiduría: Un
viaje mítico a través de las Cuatro Direcciones.
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