Desde lo alto de su
castillo, un rey ve llegar a un caballero.
Éste va a caballo y, muy
contento, lleva un dragón en los brazos.
El rey le grita:
«¡Estúpido, tu
misión era matar al dragón y traer a la doncella!».
¿Qué representarían, según el psicoanálisis, el
dragón y la doncella? Ella,virgen y pura, es el símbolo del alma, la parte más
sagrada que llevamos en nosotros.
El dragón es la parte tenebrosa, nuestro abismo
ignoto, el inconsciente que nos causa pavor. San Jorge hunde su lanza en el
animal de la misma manera en que la mente racional, deseando realizarse,
penetra en la noche oscura del inconsciente para rescatar la estrella que
oculta en su centro.
Nosotros seríamos a la vez el caballero, la
doncella, el dragón y el rey. El Rey (nuestra voluntad) nos dice: «¡Basta! ¡Es
preciso que trabajes en ti mismo! ¡Domina al dragón!». Entonces el Caballero
(nuestro intelecto) se pone en marcha, comienza su introspección, esgrime su
lanza, su poder de concentración y enfrenta al Dragón (la energía ancestral)
penetrándolo para reconocer, sin rechazo y con desprendimiento, las pulsiones
caníbales, narcisistas, incestuosas, bisexuales, sadomasoquistas, etc.
Matar al Dragón no es eliminarlo sino sublimar esas
pulsiones encauzándolas hacia la luz, la fe, el amor a la vida, la realización
espiritual. Si el Caballero rescata a la Doncella, en la mente vence al diálogo
interior y logra el silencio. Dejando de lado los rencores, aprende a perdonar
y amar sin exigir nada a cambio, obteniendo la serenidad. En su centro sexual
logra liberar el deseo de su objeto para absorber internamente esa energía,
hasta llegar a la constante satisfacción creativa, mientras en su cuerpo y sus
obras reina el agradecimiento al Creador... Si por el contrario aniquila a su
Ánima y libera a su Dragón, el Rey es devorado y el castillo destruido. El
Caballero vagará por su ruinosa ciudad llevando a la bestia en los brazos,
alimentándola con ideas falsas, sentimientos falsos, deseos falsos, acciones
falsas: cosas que parecen, pero que no son.
El conocido filósofo de origen ruso G. l. Gurdjieff
afirma que la finalidad del ser humano es crearse un alma. Nace con una semilla
de ella que debe cultivar y hacer crecer. Si no lo hace, es sólo un espíritu
muerto dentro de un cuerpo vivo. Este ocultista ve las ciudades pobladas de
sonámbulos: sin un alma desarrollada nadie está despierto.
Sin embargo, entre psicoanalistas y escritores
«espirituales», la falta de mutuo acuerdo sobre el significado de las palabras
«espíritu» y «alma» ha dado origen a una gran confusión. Generalmente las
utilizan como sinónimos. No se han preguntado por qué san Pablo puede decir en
Hebreos 4, 12: «...la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda
espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu...». Llegan
incluso a considerar el alma como una entidad separada de nuestro cuerpo pero
que, en cierta forma, también es material porque, adjudicándole peso, afirman
que cuando morimos, y el alma se libera de la carne, nuestro cadáver pierde
unos veinte gramos. El alma no es una entidad, en el sentido de tener forma (la
filosofía búdica declara que «donde hay una forma, hay una causa de dolor y
sufrimiento»), sino un centro de consciencia, un estado.
También hablan de la tríada Cuerpo-Alma-Espíritu
sin definir claramente qué es lo que llaman así. A fines del siglo XIX, la
ocultista rusa Helena Petrovna Blavatsky, en su Glosario teosófico, intentó
definir el Alma, el Espíritu y el Cuerpo:
El Alma es el eslabón entre el Espíritu divino del
hombre y su personalidad inferior. Es el Ego, el individuo, el Yo que se
desarrolla por medio de la evolución.
El Espíritu es uno con lo Absoluto Universal,
siempre desconocido. No debe confundirse con el Alma.
El Cuerpo es el vehículo para la manifestación del
Alma en este plano de existencia, y el Alma es el vehículo, en un plano más
elevado, para la manifestación del Espíritu, y los tres forman una trinidad
sintetizada por la Vida que los impregna a todos ellos.
Cuando nos referimos a Cuerpo, Alma y Espíritu no
hablamos de tres «cosas» diferentes sino de diversas categorías del Yo. Estamos
acostumbrados a afirmar «yo soy yo» sin saber claramente cómo estamos
constituidos. El Yo que nos distingue de los otros puede ser una percepción
limitada, confusa, desviada de lo que en verdad somos. Tenemos que aprender a
distinguir el Yo personal (Cuerpo), el Yo superior (Alma) y el Yo esencial
(Espíritu) del Dios interior.
ALEJANDRO JODOROWSKY
Cabaret místico
El
Yo personal (Cuerpo)
Nuestro
organismo es animado por cuatro energías: la corporal, con sus necesidades; la
libidinal, con sus deseos; la emocional, con sus sentimientos; la intelectual
con sus ideas. Cada una de estas energías crea un Yo fragmentario con su propio
lenguaje. Cuando desarrollamos uno de estos lenguajes en detrimento de
los otros, sufrimos una desviación (siempre angustiosa) de la
personalidad. Por defectos de la educación que recibimos de niños,
no hemos aprendido a tener una finalidad unitaria: necesitamos algo, deseamos
otra cosa, amamos otra y pensamos en realizar otra. Somos como un carro sin
conductor tratando de hacer avanzar cuatro caballos que toman un rumbo distinto
cada uno. Nos estancamos, o nos creamos una realidad donde nos sentimos
infelices. Es así como nos convertimos en «intelectuales», viviendo sólo en la
mente y haciendo entrar la inabarcable realidad en el rígido molde racional; o
en «emocionales», dejando que las tormentas del corazón nos inunden; o en
«sexuales», haciendo de la gratificación de los genitales un verdadero culto; o
en «corporales», creyendo que el deporte, el dinero y los problemas de
peso y salud son las únicas preocupaciones aceptables. El Yo personal se
compone de estos cuatro egos. Cuando no están bien equilibrados, y uno de ellos
prima sobre los otros, los centros reprimidos no dejan de importunar las
acciones del que domina. Si regresamos al ejemplo del coche sin conductor, uno
de los cuatro caballos, el que es más fuerte que los demás, tira del vehículo
por su camino a costa del gran esfuerzo de tener que arrastrar a los otros
tres. En Alquimia encontramos el lema Solve et coagula. Disuelve y coagula. En
esta unión desequilibrada, cada uno de los cuatro egos debe aprender a
conocerse, delimitando su acción con respecto a los otros. Es el período de la
disolución y el aprendizaje.
El
Ego corporal, aspirando a la inmortalidad, desea no envejecer, no enfermar, no
morir, no empobrecer, ser invulnerable. Antes que nada debe aprender a aceptar
la muerte, haciendo de ella el momento más precioso de su existencia, siempre
que este fin llegue cuando su potencial de vida se haya agotado de forma
natural. Luego, debe aprender a concebir la vejez como un aporte de sabiduría
(la belleza de una flor que se desarrolla equivale a la belleza de una flor que
se marchita), convirtiendo cada una de sus enfermedades en Maestro.
El
Ego libidinal, aparte de buscar la satisfacción poseyéndolo todo, desea crear.
Debe aprender a disminuir sus ambiciones, sabiendo que en esta permanente
impermanencia no somos dueños de nada, que todo nos es prestado. Dominando su
posesividad, precisa desarrollar su capacidad de recibir. Ningún artista
verdadero crea sus obras, las recibe. La palabra «cábala» significa en hebreo
«lo recibido». Es por esto que toda obra sagrada es anónima, como el Tarot, el
calendario solar azteca, el templo de Borobudur en la isla de Java, las
pirámides de Egipto, los Upanishad, etc.
El
Ego emocional quiere amar, pero lo confunde con querer ser el único amado. Debe
aprender a cesar de pedir, a agradecer, a compartir, a transmitir aquello que
recibe convirtiéndose en canal. Un proverbio árabe dice:
«Si
tomas arena y empuñas la mano, todo lo que obtienes es un puñado de
arena.
Pero si abres la mano, toda la arena del desierto puede pasar por ella».
El
centro intelectual quiere ser el amo, designar, explicar. Debe aprender a
callar, a ser capaz de despegarse del río incesante de palabras para encontrar
en el silencio su verdadera esencia: la vacuidad.
Un
discípulo le dice a un Maestro de conversación:
-Venerado
instructor, ¿puede usted enseñarme a hablar bien?
-Sí,
te voy a enseñar. Siéntate y escucha...
El
discípulo se sienta frente al Maestro.
Pasa
el tiempo.
El
anciano no habla.
El
discípulo, que esperaba oír sabias palabras, se impacienta.
-Maestro,
lo estoy esperando. Quiero aprender a conversar y usted no me dice nada.
-Precisamente
te estoy enseñando a escuchar en silencio, que es la esencia de conversar.
Cuando
las palabras ya no son nuestras, sino que hablan a través de nosotros, cuando
nuestra alegría es un eco de la fuerza original, cuando el amor que damos
pertenece al océano del amor cósmico, cuando nuestros pensamientos no nos
pertenecen sino que son creados por la totalidad, cuando estamos en un estado de
recepción constante, nuestros cuatro egos se han coagulado, logrando la unidad.
Los cuatro caballos marchan en una misma dirección tirando de un carro en el
que ha aparecido el conductor. El cerrado, confuso y egoísta Yo personal es
ahora una puerta que se abre hacia una Consciencia mayor.
ALEJANDRO JODOROWSKY
Cabaret místico
El
Yo Superior (Alma)
Este
Yo puede comprender cada uno de los cuatro lenguajes y lograr que entre ellos
se comuniquen. Obligatoriamente, el acuerdo pasa por este aspecto de la Consciencia.
Sin él, la mezcla de ideas con sentimientos, deseos o necesidades es semejante
a una reunión de sordomudos que ni siquiera saben hablar con sus manos.
El
intelecto debilita la sexualidad, enfría las emociones, desprecia el cuerpo. La
sexualidad convierte al intelecto en un arma agresiva; a la emoción, en
posesividad; a la materia, en seducción. La emocionalidad sumerge la vida
material, sexual e intelectual en un mundo infantil. La materialidad transforma
la sexualidad en prostitución; al intelecto, en destructor; al corazón, en una
máquina de calcular.
Los
antiguos griegos, que creían en el Alma como si fuera un ser, la describían
formada de dos partes a las que llamaban Pneuma y Psique. Psique se unía a la
parte animal del ser humano, mientras Pneuma se unía al Espíritu. Aquellos en
quienes dominaba el Pneuma, seres pneumáticos, tenían asegurada la salvación.
Los psíquicos, por el contrario, estaban condenados a sucesivas
reencarnaciones. Una tercera categoría de humanos, los hílicos, con una Psique
más animal que humana, eran destruidos.
Los
que viven como puercos morirán como perros. G. I. GurdjiefI
Cuando
los cuatro egos del Yo personal crean una Consciencia relacional -que cesa de
parcelar la imagen de sí en elementos opuestos, coagulándolos en un Yo
superior-, actúan hacia un mismo proyecto: alcanzar la universalidad. Esto sólo
puede hacerse de la misma manera en que un árbol, para lanzar sus ramas hacia
el cielo, hunde sus raíces en la tierra. El Yo superior, producto del Yo
personal -que ha encauzado sus desviaciones, cesado de luchar contra sí mismo,
salvado a su cuerpo de la autodestrucción, aprendido a no dirigir sino a
ser guiado-, se nutre de la felicidad que sus cuatro egos han encontrado en el
silencio (cerebro), la compasión (corazón), la satisfacción (sexo) y el
agradecimiento (cuerpo). De esta manera logra tornarse hacia la recepción
espiritual. Se puede comparar con una gota que retorna al océano: una dimensión
de Consciencia colectiva, eterna e infinita que tiene por misión servir a la
totalidad:
Es el Yo esencial, de naturaleza andrógina. Esta
dimensión de la Consciencia sólo puede alcanzarla quien ha desarrollado su Yo
superior. El Yo personal, sin esa quintaesencia, no puede concebir tal
cosa.
ALEJANDRO JODOROWSKY
Cabaret místico
El Yo esencial (Espíritu)
En el Yo esencial, se disuelven
los conceptos duales masculino/femenino, juventud/vejez, finito/infinito,
perecedero/eterno, belleza/fealdad, infierno/paraíso, bien/mal, etc. Emanación
pura de la Consciencia cósmica, el Yo esencial es uno con el Yo del universo.
Con su aspecto oscuro, el inconsciente formado por la
totalidad del pasado universal se pone a disposición del Yo esencial, como un
generoso aliado, ofreciendo sus tesoros. (Cuando el Yo personal se niega a
recibir dichos dones, éstos se transforman en angustiosas obsesiones,
convirtiéndose el aliado en enemigo.) Con su aspecto luminoso, el
supraconsciente, transmitiendo los dones que ofrece el futuro, pensamientos
justos, sentimientos sublimes, deseos superiores, necesidades sagradas, guía al
Yo esencial hacia la realización suprema: el conocimiento del Dios interior.
Dios interior
Nuestra fuente de vida, partícula o radiación de la energía que
sostiene a toda la creación y a la que los ocultistas sitúan en el corazón del
hombre.
¿No
sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?
1
Corintios 3, 16
Centro impensable que reside en las entrañas de nuestro ser,
origen de cada una de nuestras células, detentador del poder de darnos la vida
o la muerte, cualquier cosa que seamos es la expresión de su voluntad. Para el
iniciado, llegar al Dios interior equivale al ideal de aquellos que buscaban la
Fuente de Juvencia, las aguas milagrosas que proporcionaban a quienes se
sumergían en ellas una juventud eterna, es decir, los liberaba del tiempo -mito
que se puede comparar con el de la resurrección cristiana-o En la
creencia de la reencarnación no hay transmutación, la misma Alma pasa de un
cuerpo a otro. La resurrección puede ser comparada con la transmutación
alquímica en la que el plomo renace convertido en oro. La naturaleza de los
trabajos alquímicos se puede resumir en una frase: «Espiritualización
de la materia y materialización del espíritu». La realización suprema de la
alquimia, la Gran Obra, daría como resultado reanimar la parcela de luz divina
aprisionada en la materia. Este trabajo de ir de lo inferior a lo superior y de
lo superior a lo inferior, es descrito en el antiguo texto egipcio La tabla de
esmeralda, que algunos atribuyen a Hermes Trismegisto:
Sube
de la tierra al cielo y otra vez desciende sobre la tierra,
y
recibe la fuerza de las cosas superiores e inferiores.
En
Génesis 28, 12-13, leemos:
y
soñó: y he aquí una escalera que estaba apoyada en tierra, y su extremo tocaba
en el cielo;
y he
aquí ángeles de Dios que subían y descendían por ella.
Y
he aquí, Jehová estaba en lo alto de ella...
Podemos
imaginar que el Dios interior (invisible, inmaterial, inmortal) -como ocurre en
nuestra respiración- inspira y espira. Lo que Hermes llamaba «tierra»
corresponde al Yo personal. Cuando los cuatro egos no han llegado a
comunicarse, y el hombre está dividido, por más que haya adquirido importancia
y piense que se ha realizado (como millonario, seductor, artista célebre,
filósofo de actualidad, etc.), siempre, en su soledad interior, reinarán el
sufrimiento y la angustia. Se sabrá incompleto. La misteriosa aspiración de un
cazador invisible lo tentará a ir más allá. Si el que es llamado se equivoca,
derramará su insatisfacción en multiplicar más y más lo que ya tiene, hasta su
aniquilamiento. El millonario nunca calmará su sed de dinero, ni el seductor
sus deseos de conquistar admiradores, ni el artista su ambición de premios y
aplausos, ni el filósofo su afán por alcanzar una verdad que sin cesar se le
escapa.
Tampoco el monje que inmoviliza su cuerpo, descuidando su sexo y
su corazón, llega a esa meta que llama iluminación. El Dios interior nos
reclama sin cesar. Podemos ser hílicos, no sentirlo y, en medio de una guerra
interior, creamos decepciones, rencores, odios, enfermedades, vicios, nos
convertimos en defensores de ideas negativas.
Si de repente perdemos a un ser querido, o nos vemos involucrados
en una gran catástrofe, o un peligroso virus nos contagia o bien nos
arruinamos, o aquellos en quienes confiábamos nos han traicionado, podríamos
padecer una crisis tan tremenda que, en vez de aniquilamos, provoque en
nosotros, por un desesperado deseo de sobrevivir, la unión de nuestros cuatro
egos. Surge entonces el Yo superior. Al comienzo con su aspecto psíquico,
preocupado como un conductor que acaba de domar a sus ariscos caballos.
Empleará bastante tiempo, a veces años, en desprender de sus egos las ideas
inculcadas por familiares, profesores, políticos, sacerdotes y tantos otros
directores de conciencia que, a veces sin mala intención, pero profundamente
equivocados, se convierten en fabricantes de manadas infelices y consumidoras.
Debe también eliminar el terror que los sistemas económicos siembran para
mantener a la humanidad en un estado infantil fácil de dominar: miedo a perder
el dinero, la salud o la paz, miedo a fracasar o a triunfar, a ser abandonado o
a amar, a morir o a vivir, a ser humillado, a ser invadido por los otros y,
sobre todo, miedo a la soledad. Debe además aprender a comer, no motivado por
nostalgias infantiles o angustias existenciales sino para aligerar al cuerpo de
las toxinas con que la industria de toda esta clase de sustancias nocivas o
adictivas le está envenenando la sangre.
Debe eliminar aquello que le es innecesario, sin olvidar las
frívolas amistades que le devoran su energía y su tiempo. Cuando -venciendo la
insatisfacción, la vergüenza, el remordimiento, el dolor psíquico o el
sentimiento de la propia indignidad- la coagulación de sus cuatro energías se
ha realizado, puede el Yo superior responder a la llamada del Yo esencial. La
razón, sin naufragar en la locura, atraviesa la barrera que la separa del
inconsciente y aprende a recibir esos dones que se deslizan entre las palabras,
otorgando imágenes, induciendo a actos constructivos, inyectando energía,
adquiriendo así el valor necesario para avanzar por el camino que va entre el
pasado y el futuro, entre la oscuridad y la luz, entre el inconsciente y el
supraconsciente. Ha terminado lo que en alquimia se llama vía seca, un intenso
período de búsqueda, y comenzado la vía húmeda, ésa en que, transformados en
canal, recibimos la Consciencia cósmica. Si antes nuestra secreta ambición era
ser mejor que todos, campeones o bien héroes capaces de lograr victorias
imposibles entregándonos al sacrificio de nuestra vida o de lo que más amamos,
ahora podemos convertimos en creadores sagrados.
¿Tú amas la vida o la vida te ama? El pantano no es consciente cuando
produce un loto.
Si
se dijera «Me voy a preparar para dar origen a un loto», nunca produciría
algo.
Seguiría
siendo un pantano maloliente.
Pero
de pronto, en esa masa densa y oscura, la fuerza vital produce una flor
blanca...
Nunca
estamos preparados para crear.
La
creación se hace a través de nosotros, porque obedece a cosas más vastas que la
voluntad personal.
Ejo
Takata
El
Yo superior dirige al Yo personal y le revela que todas sus transformaciones no
han sido sólo para huir del dolor sino también para obedecer la llamada de lo
alto, es decir del Yo esencial interior. El Yo esencial, acumulando la energía
del Yo personal y del Yo superior, se sumerge en la fuente de vida: el Dios
interior.
Un discípulo dice a su Maestro:
-Usted
enseña que tenemos dentro de nosotros a Dios. Pero si Dios es tan vasto, tan
inimaginablemente inmenso, ¿cómo podemos tenerlo en nuestro interior?
-Ve
hasta el Ganges y tráeme un litro de agua.
El discípulo va a buscar ese litro de agua, se lo lleva al guía
espiritual y le dice:
-¡Aquí
tiene el litro de agua del Ganges, Maestro!
-¡Te
equivocas! Esto no es un litro de agua del Ganges.
-¡No
le miento, se lo juro! Lo extraje del río sagrado.
-¿Cómo
puedes decir que es un litro de agua que viene del Ganges? ¿Ves en él las
tortugas que nadan? ¿Ves los peces? ¿Ves la gente que se baña? ¿Ves las barcas
que llevan cadáveres? ¿Los monjes que hacen abluciones? ¡Ni tú ni yo los vemos!
¡Entonces, ésta no es agua del Ganges! Ve a derramarla a donde la tomaste.
El discípulo se va y un rato después regresa con las manos vacías.
-¡Ya
lo hice, Maestro! ¡Derramé el litro de agua en el Ganges!
-¿Ves?
Ahora que ese litro de agua está en el Ganges, tiene tortugas, peces, barcas,
cadáveres, gente que se baña, monjes y tantas otras cosas más. Es agua del
Ganges.
Cuando
el Dios interior se ha apoderado del Espíritu y del Alma, el individuo ya no se
pertenece, se encuentra al servicio de designios que lo sobrepasan, es un
vehículo transmisor de la Voluntad Suprema. Ha terminado el ascenso, la
búsqueda del centro luminoso. Ahora viene el descenso, el regreso, el
transporte por el Yo esencial del tesoro divino, la joya inmaterial, el goce
infinito; en fin: la alegría de vivir, con la que llena de luz al Yo superior.
Éste convierte los cuatro egos del Yo personal en piedra filosofal. El Ego
corporal conoce el trance, pierde sus límites y une su organismo al universo;
el Ego libidinal conoce el éxtasis, el placer de existir, la euforia creativa;
el Ego emocional conoce la gracia y se hace transmisor del amor cósmico; y el
Ego intelectual conoce la iluminación: el pensamiento cesa de ser conflictivo,
exterior e interior se amalgaman. Unidos los cuatro, emprenden el laborioso
trabajo de elevar la Consciencia del mundo.
Un turista norteamericano ve a un niño mexicano pidiendo limosna a la
puerta de una iglesia. Se burla de él:
-Te
doy un dólar si me dices dónde está Dios.
El niño responde:
-Le
doy dos si me dice dónde no está Dios.
ALEJANDRO JODOROWSKY
Cabaret místico
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