La existencia del alma humana en la materia requiere que el ser humano se enfoque en lo que realmente es. Porque nada hacemos si no lo hacemos desde lo que somos. El frenesí de la vida moderna está manifestando la cualidad de la sustancia, pero no la naturaleza del alma que la habita. Sólo desde lo que se es, se puede actuar. De lo contrario las circunstancias nos actúan, la sustancia de nuestros cuerpos físico, emocional y mental nos impone su dirección, aunque parezca que somos nosotros los que ponemos el rumbo. Pero no es así.
He reflexionado mucho y siempre llego al mismo punto. El camino es hacia adentro, hacia lo que somos. Somos el Alma, la Conciencia que le da vida consciente a una forma.
Cuando actuamos alejados de lo que somos, estamos expresando
la naturaleza de nuestros vehículos, pero no nuestra propia naturaleza. Allí
radica la tragedia de nuestro tiempo moderno que, aunque está destinado a
exteriorizar el Reino del Alma, está todavía identificado con la forma a tal
punto que ha asumido esa naturaleza como propia y expresa y convierte en
egoísmo la fuerza centrípeta de la materia con toda la fuerza que le otorga el
desarrollo intelectual alcanzado.
Nuestra civilización perdió su rumbo, se quedó sin alma. Le
hemos dado tanta importancia a la forma que hemos descuidado peligrosamente la
conciencia, lo que somos. Y la conciencia es la que sabe, la que conoce, la
única que puede guiarnos por los senderos de la vida material sin peligro. Como
humanidad le hemos dado la espalda y ahora estamos al borde de una catástrofe
mundial.
Nuestra llamada civilización moderna se ha caracterizado por
el ansia de tener. Hemos cambiado el Ser por el tener y en el ansia de tener,
estimulada por los medios de producción, estamos sacrificando la misma vida
material. ¡Qué paradoja tan grande! Contaminamos el aire, el agua, la tierra y
no hemos contaminamos el fuego porque es imposible.
No somos una humanidad feliz. Unos mueren de hambre y
desnutrición, otros en las 21 guerras y conflictos actuales y otros enferman de
tanto comer o de comer productos inadecuados para el cuerpo humano que la
industria de alimentos se ha encargado de promover.
No somos una humanidad feliz porque no se puede ser feliz en
la negación de lo que uno es. Las raíces profundas de la vida están en el alma,
en la conciencia. El alma se reconoce una con los demás, su ley natural es el
amor y su expresión, la fraternidad. Por lo tanto, no compite, sino que
comparte, es solidaria. Su instinto es el servicio. Todo lo sacrifica por el
bienestar del grupo. Conoce lo transitorio de las posesiones materiales.
Enriquece la vida y la respeta. El alma incluye en su ser aquello que quiere
conocer y lo integra, se convierte en aquello y, por lo tanto, lo conoce. En
otras palabras, al amar, se pone en la misma longitud de onda, se hace uno y
como resultado, conoce. Es sabia.
En las cualidades del alma está retratada nuestra futura
civilización. Y es el único futuro posible, porque si seguimos el juego del
egoísmo y el consumismo, si seguimos con la competencia, la desigualdad, si
dejamos que el mercado mundial se dirija a sí mismo, sin la guía del alma
humana, no hay futuro posible.
Cuando en el devenir de la vida te sientas triste o abatido,
por la razón que sea, el camino es hacia dentro de ti mismo. Confía en tu ser
interno. Allí están las respuestas, y más aún, allí está la armonía, la luz, el
amor, la fortaleza para enfrentar los retos. Hemos estado pidiendo, por dos mil
años, “venga a nosotros Tu Reino…” Sí, se lo pedimos a nuestro
Padre Celestial, pero no hacemos espacio para que descienda. Nuestro mundo
mental y emocional está repleto de pensamientos formas que dan vida al egoísmo,
al consumismo, al “tener”.
Así como están llenos nuestros clóset y armarios con cosas y
cosas, así están también llenos de egoísmos nuestros mundos mentales y
emocionales.
La gran tarea es crear una civilización que exprese afuera lo
que somos adentro. La única y verdadera civilización humana, la del alma, la de
los valores, de la solidaridad, el compañerismo, la protección de los más
débiles por los más fuertes, la abolición de la guerra, el logro de la paz. Esa
paz que no es el tiempo transcurrido entre dos guerras sino un nuevo estado de
conciencia.
Todos los días, al despertar reconócete: “Yo Soy el
Alma, y desde el Alma, sirvo.” Reconoce tu Presencia, alinéate con
ella, conéctate con tu fuente de Luz y Verdad. Entrégate, no te resistas al
amor. La oración que contiene la entrega es una flecha lanzada al espacio
divino.
“Alma mía, toma posesión de tu
instrumento. Te entrego mis pensamientos, mis sentimientos y mi cuerpo. Yo soy
Tú, Tú eres Yo.”
Y en el Alma Una, permanecemos unidos por siempre,
Carmen Santiago - fdnpcaracas@yahoo.es
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