No deja
de ser significativo que no lejos de las termas se encuentra la abadía, en cuya
fachada hay una escultura que muestra a
unos ángeles trepando por unas
escaleras que conducen al cielo. Un ángel aparece descendiendo. Este ascenso de
los ángeles es la inversión de las termas, donde el sentir religioso lleva a
las personas a las profundidades y las cura con aguas termales que discurren
por las regiones inferiores. Ambas direcciones son necesarias, y ambas constituyen
formas de espiritualidad.
¿Por
qué no regresar a la fantasía del balneario, un lugar de aguas curativas, de
tiempo, soledad y sociedad? Un hospital ofrece cierta soledad y aislamiento,
pero no hay muchos hospitales que uno calificaría de balnearios. Dispondría de
una cripta de aguas subterráneas curativas, y de espacios naturales que
invitaran a pasear por ellos, y ofrecería la oportunidad de charlar
tranquilamente con personas que también han acudido allí en busca de curación.
Se centraría en las necesidades del alma y abordaría su noche oscura
directamente, y por lo tanto sería un lugar dedicado, nada más y nada menos,
que a la hospitalidad.
En su
libro sobre Asclepio, el antiguo dios griego de la salud, C. K. Kerenyi dice a
propósito del balneario en la isla de Kos: «Ofrecían al paciente la oportunidad
de propiciar una cura cuyos elementos portaba dentro de sí. A tal fin, crearon
un entorno que, al igual que en los balnearios y centros de salud modernos,
estaba lo más alejado posible de los elementos perturbadores e insanos del
mundo exterior. La atmósfera religiosa contribuía asimismo a que las zonas más
profundas del ser humano desarrollaran su poder cura¬tivo».69 Este pasaje
merece ser esculpido en la entrada de todo hospital moderno. La curación está
en manos del paciente, que debe alejarse de la vida ajetreada y práctica. Este
tipo de curación está en consonancia con la noche oscura, que es un alejamiento
impuesto y a menudo interno.
No
debemos despachar a la ligera estas ideas clave. La curación proviene de lo más
profundo de nuestro ser, una zona profunda que se refleja en los pozos,
manantiales y cubículos de templos destinados a la incubación, o sueños
nocturnos. Si esto es cierto, es preciso que en su noche oscura debido a una
enfermedad halle el medio de alcanzar lo más profundo de su ser. Allí, el agua
no es mera emoción, sino un núcleo central de fluidez y solución. Allí, sus recuerdos
y costumbres pueden disolverse y adquirir renovada forma. Allí, comprobará lo
profundo que es el manantial del que fluyen sus sentimientos y pensamientos.
Allí, eliminará todo residuo superficial. La fuente es tan profunda que es
religiosa; está más allá de la razón y el control y no es del todo humana. En
la fuente profunda de sus reflexiones hallará una abertura más allá de sí
mismo, a través de la cual accederá a la naturaleza, donde se produce su
sanación.
La
enfermedad reside en un lugar tan profundo del alma como las aguas curativas de
Bath. Otras aguas oscuras y profundas confirman la profundidad de la enfermedad
y la sanación; los ritos en los kivas del suroeste americano, los pozos
sagrados de Irlanda, los lapislázulis medicinales utilizados por los budistas
excavados de las montañas y la cámara subterránea de los sueños del dios griego
Asclepio. La enfermedad es un misterio más insondable que las moléculas, átomos
y genes más minúsculos y ocultos, situada en el ámbito que Jung llama las
regiones psicoides de la vida humana, donde el alma y el cuerpo son
indistinguibles.
¿Cómo
puede alcanzar este crucial interfaz entre su en-heredad y su sanación, su vida
y los secretos de la naturaleza? El camino pasa por la oscuridad de sus estados
de ánimo y pensamientos. Necesita la luz del sol para recuperarse en un
balneario, pero la sanación se produce en la oscuridad. Kerenyi dice que el
amanecer no tenía cabida en el templo de Asclepio, que estaba dedicado a la
noche. Deje que su oscuridad configure su viaje a ese lugar de sanación. Debe
descender hasta un nivel más profundo que su estado de ánimo, que su emoción, hasta
alcanzar la región inferior en la que reside el significado de su vida.
No
tiene que fabricar ninguno de esos elementos. Su en-heredad le obligará a
reaccionar y le deparará la angustia y desesperación necesarias. Acéptelas y no
las combata. Hable en favor de ellas y sobre ellas. Busque sus raíces en sus sueños
y su historia. Hable con sus seres queridos sobre ellas y trate de averiguar
cuanto pueda. Sumérjase en lo más profundo de su ser, y en esa oscuridad
penetrará a través de la membrana de significado que le ha mantenido sano hasta
el momento. Ahora debe trascender su ser descendiendo hacia las regiones
inferiores para contemplar su destino.
DESCUBRIR
LOS LÍMITES DE LA EXPERIENCIA HUMANA
Una
cosa que quizás aprenda sobre su enfermedad es una ley fundamental de la
religión: como ser humano, tiene ciertos límites. Su alma es inabarcable y
participa en el infinito, pero su vida está condicionada por el tiempo, el
lugar y las leyes de la naturaleza y la humanidad. La arrogancia es el gran
pecado que amenaza la vida espiritual de los individuos y las sociedades.
Existen numerosas leyendas tradicionales que nos previenen contra el afán de
volar demasiado alto para escuchar los susurros de los dioses. Cuando uno
sobrepasa sus límites, sufre las consecuencias desde el punto de vista
emocional y físico.
En su
apasionante libro Medical Nemesis, Iván Illich hace hincapié en la necesidad de
vivir dentro de los límites humanos. «Uno debe actuar de forma que el efecto de
su acción sea compatible con la permanencia de una auténtica vida humana.»70 No
vierta sustancias químicas en la atmósfera que envenenen a sus nietos. No
posponga la fabricación de automóviles ecológicos hasta que haya destruido la
atmósfera, Parecen límites inteligentes y razonables, pero no nos los tomamos
seriamente. El coste de la sanidad se eleva en proporción directa al incremento
de la contaminación mundial. ¿Pero quién señala la relación entre la enfermedad
y la arrogancia?
Procuramos
mantener a raya la gran noche oscura de la enfermedad mortal de la Tierra. Pero
hombres, mujeres y niños padecen enfermedades generadas por la arrogancia
colectiva de la sociedad moderna, que no tiene límites. No vemos la importancia
de la escala humana y la vida local. La globalización amenaza con destruir la
cultura local que queda, y uno se pregunta si el cáncer, la multiplicación desordenada
de las células, no refleja la desordenada ambición económica, política y
cultural.
No se
trata de una conexión meramente teórica. Si uno vive en una sociedad en la que
el crecimiento es la medida de la felicidad, es lógico que le sean familiares
valores relacionados con la ambición y la codicia. Desde hace muchos años
propugno la vida normal y corriente como ámbito idóneo para cuidar el alma. Lo
extraordinario, la imagen de un crecimiento y éxito infinito, no es
característico del alma, a la que no satisface la velocidad y la ambición. El
crecimiento es una fantasía del espíritu, como vemos en psicologías en las que
el crecimiento personal constituye la primera prioridad. El alma prospera en
ámbitos más reducidos y locales, donde la ambición es mitigada por otros
valores como familia, lugar, naturaleza y paz.
¿Exageramos
al decir que las enfermedades modernas reflejan precisamente los valores y las
esperanzas contemporáneas? La depresión se produce cuando carecemos de una
fuente inmediata de felicidad. Los ataques cardíacos se multiplican cuando no
damos al corazón lo que nos pide. El cáncer hace presa en nosotros cuando
nuestro cuerpo es incapaz de aminorar la marcha y tomarse la vida paso a paso,
cuando no nos sentimos satisfechos de la cantidad de dinero, objetos y
experiencias que poseemos. No son conexiones misteriosas sino vínculos directos
entre estilo de vida y enfermedad.
La
noche oscura de la enfermedad nos impone severos límites sobre lo que podemos
hacer. Nos obliga a tomamos las cosas con calma y centrarnos en lo que es
importante. Nos obliga a permanecer postrados en un lugar. Nos impide comer lo
que nos apetece y hacer las cosas que solemos hacer. Esta noche oscura nos
enseña lecciones especiales, y no podemos por menos de considerarla un
correctivo a una vida abandonada a su ambición, del que fluyen sus sentimientos
y pensamientos. Allí, eliminará todo residuo superficial. La fuente es tan profunda
que es religiosa; está más allá de la razón y el control y no es del todo
humana. En la fuente profunda de sus reflexiones hallará una abertura más allá
de sí mismo, a través de la cual accederá a la naturaleza, donde se produce su
sanación.
La enfermedad
reside en un lugar tan profundo del alma como las aguas curativas de Bath.
Otras aguas oscuras y profundas confirman la profundidad de la enfermedad y la
sanación; los ritos en los kivas del suroeste americano, los pozos sagrados de
Irlanda, los lapislázulis medicinales utilizados por los budistas excavados de
las montañas y la cámara subterránea de los sueños del dios griego Asclepio. La
enfermedad es un misterio más insondable que las moléculas, átomos y genes más
minúsculos y ocultos, situada en el ámbito que Jung llama las regiones
psicoides de la vida humana, donde el alma y el cuerpo son indistinguibles.
¿Cómo
puede alcanzar este crucial interfaz entre su en-heredad y su sanación, su vida
y los secretos de la naturaleza? El camino pasa por la oscuridad de sus estados
de ánimo y pensamientos. Necesita la luz del sol para recuperarse en un
balneario, pero la sanación se produce en la oscuridad. Kerenyi dice que el
amanecer no tenía cabida en el templo de Asclepio, que estaba dedicado a la
noche. Deje que su oscuridad configure su viaje a ese lugar de sanación. Debe
descender hasta un nivel más profundo que su estado de ánimo, que su emoción,
hasta alcanzar la región inferior en la que reside el significado de su vida.
No
tiene que fabricar ninguno de esos elementos. Su enfermedad le obligará a
reaccionar y le deparará la angustia y desesperación necesarias. Acéptelas y no
las combata. Hable en favor de ellas y sobre ellas. Busque sus raíces en sus
sueños y su historia. Hable con sus seres queridos sobre ellas y trate de
averiguar cuanto pueda. Sumérjase en lo más profundo de su ser, y en esa
oscuridad penetrará a través de la membrana de significado que le ha mantenido
sano hasta el momento. Ahora debe trascender su ser descendiendo hacia las regiones
inferiores para contemplar su destino.
DESCUBRIR
LOS LÍMITES DE LA EXPERIENCIA HUMANA
Una
cosa que quizás aprenda sobre su enfermedad es una ley fundamental de la religión:
como ser humano, tiene ciertos límites. Su alma es inabarcable y participa en
el infinito, pero su vida está condicionada por el tiempo, el lugar y las leyes
de la naturaleza y la humanidad. La arrogancia es el gran pecado que amenaza la
vida espiritual de los individuos y las sociedades. Existen numerosas leyendas
tradicionales que nos previenen contra el afán de volar demasiado alto para
escuchar los susurros de los dioses. Cuando uno sobrepasa sus límites, sufre
las consecuencias desde el punto de vista emocional y físico.
En su
apasionante libro Medical Nemesis, Iván Illich hace hincapié en la necesidad de
vivir dentro de los límites humanos. «Uno debe actuar de forma que el efecto de
su acción sea compatible con la permanencia de una auténtica vida humana.»70 No
vierta sustancias químicas en la atmósfera que envenenen a sus nietos. No
posponga la fabricación de automóviles ecológicos hasta que haya destruido la
atmósfera, Parecen límites inteligentes y razonables, pero no nos los tomamos
seriamente. El coste de la sanidad se eleva en proporción directa ai incremento
de la contaminación mundial. ¿Pero quién señala la relación entre la enfermedad
y la arrogancia?
Procuramos
mantener a raya la gran noche oscura de la enfermedad mortal de la Tierra. Pero
hombres, mujeres y niños padecen enfermedades generadas por la arrogancia
colectiva de la sociedad moderna, que no tiene límites. No vemos la importancia
de la escala humana y la vida local. La globalización amenaza con destruir la
cultura local que queda, y uno se pregunta si el cáncer, la multiplicación desordenada
de las células, no refleja la desordenada ambición económica, política y
cultural.
No se
trata de una conexión meramente teórica. Si uno vive en una sociedad en la que
el crecimiento es la medida de la felicidad, es lógico que le sean familiares
valores relacionados con la ambición y la codicia. Desde hace muchos años
propugno la vida normal y corriente como ámbito idóneo para cuidar el alma. Lo
extraordinario, la imagen de un crecimiento y éxito infinito, no es
característico del alma, a la que no satisface la velocidad y la ambición. El
crecimiento es una fantasía del espíritu, como vemos en psicologías en las que
el crecimiento personal constituye la primera prioridad. El alma prospera en
ámbitos más reducidos y locales, donde la ambición es mitigada por otros
valores como familia, lugar, naturaleza y paz.
¿Exageramos
al decir que las enfermedades modernas reflejan precisamente los valores y las
esperanzas contemporáneas? La depresión se produce cuando carecemos de una
fuente inmediata de felicidad. Los ataques cardíacos se multiplican cuando no
damos al corazón lo que nos pide. El cáncer hace presa en nosotros cuando
nuestro cuerpo es incapaz de aminorar la marcha y tomarse la vida paso a paso,
cuando no nos sentimos satisfechos de la cantidad de dinero, objetos y
experiencias que poseemos. No son conexiones misteriosas sino vínculos directos
entre estilo de vida y enfermedad.
La
noche oscura de la enfermedad nos impone severos límites sobre lo que podemos
hacer. Nos obliga a tomamos las cosas con calma y centrarnos en lo que es
importante. Nos obliga a permanecer postrados en un lugar. Nos impide comer lo
que nos apetece y hacer las cosas que solemos hacer. Esta noche oscura nos
enseña lecciones especiales, y no podemos por menos de considerarla un
correctivo a una vida abandonada a su ambición.
Fuente: del libro LAS NOCHES OSCURAS DEL ALMA
de THOMAS MOORE
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