Alejandro Lodi
La carta natal
es el mapa de navegación del viaje de la conciencia.
El viaje de la conciencia necesariamente expresa una dinámica de la psique, desde identificaciones polarizadas hacia el reconocimiento de la polaridad, desde la lucha de polos en antagonismo hacia la vivencia yin-yang. El viaje de la conciencia se desarrolla en conflicto con el destino (los hechos del mundo externo y las personas con las que nos relacionamos) hasta que deviene el sufrimiento de un colapso. Ese colapso puede ser “el fin del viaje”: una cristalización terminal que no permite dar respuesta. O puede ser un portal a la transformación de la conciencia: la muerte del encanto de ser una entidad separada de la corriente general de la vida y el nacimiento de una conciencia que se reconoce en el destino.
Nos
identificamos con fragmentos de la totalidad del ser. Y atraemos
inconscientemente los contenidos excluidos y complementarios. Nuestras
identidades fragmentarias generan destino. El yo atrae destino: experiencias
que nos acercan a aquello de lo que intentamos separarnos. El destino como
reunión, como cita con lo que soy y evito. Lo evitado es un contenido del ser
que me anima y que, no obstante, parece “no ser mío” porque contradice la
imagen que tengo de mí mismo. Lo evitado es la sombra de esa luz que representa
la imagen consciente de uno mismo.
La sombra no es
“lo que todavía no ha sido iluminado”, no es lo que al yo consciente “le falta
aun integrar” del inconsciente. La sombra no es “un trabajo que tengo
pendiente”. La sombra no es “deber ser” (esto es, un compromiso que debo
cumplir). La sombra es el ignorado complemento de la imagen luminosa del ego.
La sombra no le pide al yo que mejore, sino que se transforme. La sombra no
pide crecer como persona, sino morir a la imagen egoica. La madurez de la
conciencia no implica una versión mejorada del yo, sino su mutación. No implica
sabiduría, sino una alteración de la percepción de la realidad.
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Lo que vemos en
consulta astrológica
En consulta
vemos la potencialidad de la carta natal (de una vida) y también el recorte de
ella en la que ha hecho identidad la conciencia personal. El yo desarrolla
mecanismos de defensa para evitar el contacto con todo el contenido psíquico
que ha sido descartado y que representa una amenaza a su existencia. Necesita
defenderse por supervivencia: el yo sólo es, sólo subsiste, si se confirman los
atributos con los que se ha identificado. Toda información que no refuerce esa
sensación de identidad personal es percibida como ajena, como un riesgo mortal.
Cuando esos mecanismos defensivos se muestran ineficaces, aparece entonces el
sufrimiento psicológico. Y es ese padecimiento el portal a la transformación.
Lo único que puede disolver ese dolor es reconocerse en lo temido, aceptar la
sombra.
En cada
consulta, el reto del astrólogo es descubrir dinámica de polaridad en
las polarizaciones del consultante. Exponer la oportunidad detrás de cada
sufrimiento. Ver yin-yang donde la persona sufre antagonismo. Si en el
antagonismo la conciencia siente orgullo o satisfacción, entonces no hay
consulta. Para percibir yin-yang tiene que haber insatisfacción o dolor. Y ver
yin-yang significa percibir la evidente interpenetración de los polos en
conflicto, el ineludible abrazo de aquello que parece rechazarse, la creativa
cópula de lo que se creía en recíproca exclusión.
El sufrimiento
de la persona está en vínculo con lo que la identificación consciente ha dejado
afuera. El desafío de la entrevista astrológica consiste en estimular la
sensibilidad del consultante (disolviendo el miedo y abriendo confianza) para
reconocerse en (aceptar) el destino del cual se siente víctima, en facilitar
que el espacio de consulta permita resignificar su relato de vida desde una
“nueva luz”, es decir, desde una nueva y más comprensiva imagen de sí mismo.
Cada imagen de
sí mismo que emerge disuelve a la anterior e inicia una nueva trama de la
dinámica de revelación del ser, dinámica que siempre será entre consciente e inconsciente, identidad y destino, luz y sombra.
La dinámica no tiene un punto de llegada, no tiene una cima que deba ser
alcanzada con destreza o mérito. La dinámica consciente-inconsciente es la
sustancia misma de la conciencia. Conciencia es dinámica. Conciencia es viaje.
Un viaje que revela un territorio que no puede conocerse si no es desarrollado.
La carta natal es el mapa de un territorio que cobra sentido mientras es
recorrido. Ese territorio es una vida humana y un destino. La carta natal es el
mapa presente de un territorio siempre futuro.
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Alma, sombra,
hechos, otros
El viaje de la
conciencia, el misterio del despliegue del ser, no es un mandato, no es un
modelo preestablecido con el que debo cumplir, no es un proyecto individual, no
es separado o aislado de los demás. La revelación de lo que somos es una
respuesta intuitiva creada a medida que se despliega en el destino, es vincular
y generada o creada en red. Por lo tanto, “nuestra” vida es co-generada y co-creada;
no surge de la constricción o del repliegue sobre uno mismo, sino en la
expresión espontánea de la interacción vincular.
El destino (los
hechos, los otros) da información de uno mismo, mucho más rica que el relato o
definición que nos damos como personas. Rechazar el destino es extraviarse de
uno mismo. Desoír lo que dicen nuestros vínculos acerca de nosotros y de
nuestras vidas es disociarse.
El yo es necesariamente una
imagen disociada, desenfocada. Y es así porque el yo personal es constitutivamente una
sensación de identidad separada de los demás. Será una dimensión más profunda
-el alma- la que repare esa disociación y le recuerde a la conciencia su
conexión con todo lo demás. La personalidad disocia, el alma reúne.
Alma es reconocerse en otros. Es, en definitiva,
amor. El desafío de aceptar al otro, no sólo como participante, sino como
expresión esencial del propio campo vital y psíquico.
Alma es reconocer la sombra. Es, en definitiva,
transformación. La sorprendente evidencia de que lo temido, negado, reprimido o
proyectado en los demás revela un legítimo contenido de mi ser (o del ser
profundo que anima mi vida) y, por lo tanto, la persuasiva invitación a validar
el cuestionamiento que representa para nuestra propia imagen personal.
Descubrir la
sombra y no transformarse implica contaminar la vincularidad y riesgo de
quiebre psicológico. El miedo a transformarse genera más sufrimiento que el de
reconocerse en la sombra. Somos víctimas de la sombra. La sombra victimiza al
yo. Y la sombra es el otro.
Alma, sombra,
hechos, otros. El tesoro de lo que no sabemos acerca de nosotros. Lo que
ignoramos de nuestra vida como fuente de la más rica creatividad.
Navegar la
conciencia. Confiar en indicios. Ver símbolos en las estrellas. Llamar al viento.
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