Bajo la Constelación de Cáncer cuyo lema es: “Construyo una casa iluminada y en ella habito” me viene a la mente las maravillas de nuestra casa grande, la Madre Tierra. Aquí en este planeta, la belleza nos rodea. No entiendo cómo nos hemos podido apartar tanto, viviendo en ambientes artificiales y aislados de su benéfico magnetismo. ¿Has notado que cuando te acercas al mar, vas a la montaña o estás de alguna forma sumergido en la belleza de la naturaleza, entras en contacto contigo mismo? ¿Qué algo se mueve dentro de ti y de alguna forma te llama? Es la Madre que te invita a sumergirte en lo profundo de tu ser a través de su belleza y te muestra el sendero que está abierto de par en par para ti.
Cuando
puedes sumergirte en esta magia, es el alma que mira a través de ti y habilita
en tu interior un sendero de contacto contigo mismo, con quien eres en verdad.
Podríamos llamarle el yoga de la Madre que te cautiva con su belleza y te
sumerge en estados de conciencia en donde se te hace fácil sentir, no pensar, sentir
lo que eres en verdad. La conciencia inmortal y eterna que vive sumergida en la
materia.
La clave
para este yoga es la observación. Busca siempre este sublime contacto, ya sea
una montaña, el mar, el glorioso reino vegetal, el cielo, cualquier expresión
de belleza que la Madre te ofrece a cada momento y déjate seducir por su
belleza. Observa atentamente y sumérgete en la belleza que la vida te ofrece.
Tu capacidad de mirar crecerá y encontraras belleza por doquier.
Para mí,
las altas montañas son lugares que la Madre nos ofrece para que nos guíen hacia
los más elevados estados de conciencia. Nos señalan la dirección y nos invitan,
con su belleza a subir a las zonas más elevadas de nuestra conciencia.
Cuando me
mudé a Caracas, dejando atrás la isla del encanto, la bella Borinquen y su
majestuoso mar Caribe, Caracas me resultaba agresiva y amenazante. Añoraba el
olor del mar, el sonido del coquí y su verde esmeralda. Me tomó un tiempo
acostumbrarme y quererla. Cuando por primera vez trepé el Monte Ávila, todo
cambió. Esa montaña, tan potente y tan hermosa, que custodia todo el valle de
Caracas y alcanza una altitud de 2,765 metros me cautivó el corazón. Comprendí
por qué a Caracas la llaman la sucursal del cielo, empecé a sentir un gran amor
por la tierra de Bolívar y a pesar de que ya no estoy ahí, la imagen del Ávila
me acompaña siempre.
Estando en
el norte de la India, en la ciudad de Darjeeling otra montaña se metió muy
dentro de mí. La ventana del cuarto del hotel en donde nos quedamos nos la
dejaba ver. Con mis dos hermanas argentinas, Marta y Elda meditamos y en esos
estados de conciencia internos, imaginamos, experimentamos o simplemente
sentimos que fuimos al interior de esa montaña en donde encontramos un lugar
muy sagrado impregnado de resplandores dorados. Vuelos del alma que no se
olvidan. Muy impresionadas por la experiencia peguntamos y supimos su nombre y
su importancia para los habitantes de esa zona que la consideran la montaña más
sagrada de los Himalaya. Es la tercera más alta del mundo, (8,586 m) de nombre
Kanchenjunga. Han pasado muchos años, pero su recuerdo sigue vivo en mi corazón
y de tanto en tanto siento su llamado.
Y como no
mencionar al Monte Shasta donde experimenté, hace ya tantos años, la magia del
silencio y pude captar lo que se logra simplemente con observar. Siete veces me
he sumergido en su magia. Siempre la consideré un lugar de retiro, un templo de
la naturaleza. Fue muchos años después de mi primera visita a Shasta que supe,
por la información dada por el Maestro P. Kumar que Mt. Shasta es una expresión
de Shambala.
En el sur
de la India se encuentran las montañas Nilaghiris. Sentí su llamado sin conocer
casi nada de ellas. Respondí y tuve la suerte de visitarla en dos
oportunidades. La segunda vez la magia se desbordó y tuvimos, mi amiga Gladys y
yo, momentos que quedarán grabados para siempre pues se convirtieron en puertas
abiertas a dimensiones sutiles, esas que tienen la virtud de dejar grabado en
el corazón senderos de luz.
Comparto
estos recuerdos contigo con el deseo de que puedas encontrar ese encanto de la
naturaleza, eso que encontré en estas montañas. Ellas me enseñaron el arte de
observar, me mostraron el rostro de la Madre. De ahí mi historia de amor con
ellas.
Que
encuentres el sendero espiritual que la Madre ha dejado para ti a través de la
belleza que te rodea y puedas observar el milagro de la vida que está
sucediendo a tu alrededor.
Con el amor
del alma, Carmen Santiago
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