Por Viki
Pereyra Esquivel
¿Quién puede
decir con certeza cuándo empezó todo esto?...
Las imágenes
pasan ante mí como en una gran pantalla.
Llegan y se
presentan, saliendo de un laberinto de espejos empañados.
Apéndices de
una mente que aún está confusa, retazos de un alma única que me pertenece.
¿Cómo comprende
el esclavo cuando le sacan el grillete, que todo ese mundo que está allí afuera
le pertenece y qué puede abrazarlo todo con la palma de su mano?
Dar el primer
paso hacia mi oscuridad, paradójicamente, me llevó hacia la luz.
¿Realmente las
cosas allá afuera eran de esa manera? ¿El alma humana y su complejidad era solo
una entidad inútil que nos acompaña a través de cierto período de tiempo tras
el cual existe solamente la nada?
Habían tantas
preguntas para responder y tan pocos maestros entre aquellos que me rodeaban. Y
en medio de este laberinto ideológico me tocó construir a mi mujer, con alas en
los pies y en la mente, tratando de vencer el miedo de preguntarme qué corno
hacía yo en un planeta tan bello rodeada de robots repitiendo las mismas
órdenes predeterminadas una y otra vez, con los controles descalibrados,
rompiendo todo a su paso para después preguntarse por qué Dios los había
abandonado.
Así llegué a
comprender que por más miedo que sintiera, debía conocer la verdad.
Al principio no
supe cómo, sólo me lancé, como un clavadista al vacío, y contrariamente a lo
que suponía no pasó nada de lo que imaginaba. Aterrorizada y perpleja, descubrí
que esta mujer que habita este traje de carne y hueso, tiene una historia.
Y esa historia
comienza más allá, mucho más allá que lo que llamamos el comienzo de los
tiempos.
¿Eso te hace
sonreír?…
Sonríe, amigo,
porque bien podrías ser uno de los míos, la diferencia entre tú y yo es…
… ¡Que yo
desperté primero!
A mi nieto Ben
Bolon
Maga Ben Oxlahun
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