¿Recuerdas los días de tu infancia cuando cada pequeñez parecía mágica? Una mariposa revoloteando, las flores que crecían en tu patio trasero o aprender que mezclar rojo y azul haría violeta. Detrás de esos sutiles momentos de asombro había una curiosidad inherente, una sed insaciable de saber el “porqué” y el “cómo” de todo. Lamentablemente, a medida que maduramos, solemos perder este sentido de asombro ante la rutina, las responsabilidades y las diversas demandas de la vida. ¿Cómo no íbamos a hacerlo? ¡El simple hecho de hacer que los niños salgan contigo por la puerta de casa a tiempo por la mañana es suficiente para sobrecargar la capacidad resolutiva de tu cerebro!
Redescubrir esta curiosidad infantil es posible, y
puede cambiar significativamente y enriquecer tu experiencia cotidiana. Incluso
esas rutinas matutinas apresuradas pueden convertirse en experimentos de
asombro.
La curiosidad comienza con hacer preguntas, pero la
magia verdaderamente ocurre en el siguiente paso, al buscar ansiosamente las
respuestas y estando abierto a todas y cada una de las posibilidades. Es una
mentalidad que acoge el aprendizaje no como una tarea, sino como un proceso
continuo y agradable. Imagina un mundo en el que todos mantuvieran su
curiosidad infantil. Estaríamos constantemente aprendiendo, creciendo y
descubriendo cosas nuevas sobre nuestro mundo y sobre nosotros mismos. Esta no
es solo una idea fantasiosa, es un enfoque práctico de la vida que puede
conducir al crecimiento personal y profesional.
Hace poco llevé a mi hija menor a una fiesta de
patinaje sobre hielo con toda su escuela, y si bien fue totalmente caótica en
el mejor sentido de la palabra, me sorprendió gratamente hacia dónde se dirigía
mi mente. Estaba absolutamente asombrada de lo intrépidos que eran todos estos
niños. Muchos de ellos no sabían patinar, pero lo intentaron de todos modos,
jugaron a la mancha en el hielo, se empujaban unos a otros en pequeños
carritos… eran libres. No pensaban en lo que podría pasar. No tenían miedo de caerse
ni de parecer tontos ni nada por el estilo, tan solo estaban presentes y
abiertos a la experiencia. Miré a mi alrededor con una gran sonrisa en mi
rostro porque no podría evitar querer vivir en esa existencia. La buena
noticia es: podemos hacerlo si mantenemos la curiosidad.
Numerosos estudios psicológicos han examinado el
poder de la curiosidad, incluyendo su impacto en el aprendizaje, la función
cerebral, el bienestar emocional e incluso nuestras relaciones. Estos son
algunos de mis estudios favoritos y sus increíbles conclusiones:
¡La curiosidad nos hace mejores estudiantes!
La curiosidad mejora el aprendizaje. Cuando las
personas sienten curiosidad por un tema en particular, recuerdan mejor la
información al respecto. Esto explica por qué sobresalimos en las asignaturas
que nos interesan más que en las que no, aunque nuestros hábitos de estudio
sean los mismos.
¡Aumenta nuestra felicidad!
Investigaciones han demostrado que la curiosidad
activa el sistema de recompensa del cerebro. La dopamina, neurotransmisor que
se asocia con la motivación y el placer, desempeña un papel importante en este
proceso. Esta activación es similar a lo que sucede cuando experimentamos algo
placentero, lo que explica por qué la curiosidad puede ser tan atractiva y
satisfactoria. Si te sientes estancado por las tareas mundanas, encuentra algo
por lo que sentir curiosidad y aprende sobre ello. Por ejemplo, ¿conoces esos
códigos de barras en todo lo que compras? ¡Fueron inventados en 1952 y están
basados en el código Morse! Es posible que estas pequeñas curiosidades no te
catapulten de alegría, pero sin duda añadirán brillo a tu día.
Saber este tipo de cosas puede hacernos sentir más
conectados con nuestro mundo y, a su vez, hacernos sentir parte de algo más
grande. Puede ser la motivación que necesitamos para hacer más en el
mundo.
¡Profundiza y sostiene nuestras relaciones!
Sentir curiosidad por los demás puede conducir
a conexiones más profundas y significativas a lo largo de toda tu vida.
Las personas que mostraron curiosidad durante las conversaciones eran vistas
como más interesantes y atractivas por sus interlocutores. Las conversaciones
son una parte constante de la vida diaria, y si puedes aportar un elemento de
curiosidad a cada interacción, no solo te abrirás a nuevas experiencias de
conexión, sino que también crearás una intimidad más profunda con las personas
más importantes de tu vida.
¡También nos mantiene sanos y vibrantes!
También hay evidencia emergente que sugiere que
mantener la curiosidad podría estar relacionado con una vida más larga y
saludable. La curiosidad se correlaciona con la longevidad, posiblemente porque
las personas curiosas se involucran más en comportamientos que contribuyen a la
salud física y mental. Cuando alimentamos la curiosidad, el mundo se convierte
en un campo de juego interminable de posibilidades. Por ejemplo, experimentar
constantemente cosas nuevas —¡incluso si es solo un plato que nunca has probado!—
está relacionado con un menor riesgo de demencia, un mejor sueño y una mejor
salud mental, solo para empezar…
Imagínate si todos viésemos el mundo con la misma
curiosidad que teníamos cuando éramos niños. Al igual que mi hija y sus
compañeros de clase disfrutando plenamente en la pista de patinaje sobre hielo.
Cada día sería una nueva aventura llena de aprendizaje y descubrimiento. Los
problemas serían acertijos esperando ser resueltos. Cada persona que conocemos
sería un mejor amigo potencial, llevando consigo un mundo de experiencias para
explorar. Trata de ver el mundo no solo por lo que es, sino por lo que podría
ser. Al hacerlo, podríamos redescubrir la magia en lo mundano, lo
extraordinario en lo ordinario. Puedes empezar ahora mismo preguntándote: “¿Qué
es posible para mí en este instante? ¿Qué hay de mágico en este preciso
momento?”.
Deja que las respuestas te inspiren y te encanten…
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