PHILEAS
Daoiz se
preocupaba mucho por la opinión de los demás. Aunque no tenía mucho dinero,
visitó a un sastre famoso para comprarse un traje.
Al verlo tan
pobretón, el sastre le dijo: “Tengo una oferta imperdible para usted. Hace
pocos días terminé un traje a medida para un rico empresario pero, ¡ay! éste
falleció ayer y no se lo podré vender. ¿Quiere probárselo? Se lo venderé al
costo…”
Ni lerdo ni
perezoso, Daoiz se probó el traje pero enseguida se dio cuenta que no era
exactamente de su medida.
– No se
preocupe por ese detalle. -le animó el sastre- Sujete con su mano derecha la
tela sobrante del panel frontal y verá que queda muy bien.
El joven siguió
las instrucciones y también se percató de que la solapa se curvaba un poco en
lugar de quedarse plana.
– ¡Pero eso no
es nada, hombre! – insistió el sastre que quería deshacerse de aquel terno-
Doble hacia adelante la cabeza y aplaste la solapa con la barbilla.
Santo remedio.
No obstante, al probarse los pantalones, Daoiz notó que la entrepierna estaba
muy justa y le apretaba un poco los testículos.
– Tampoco eso
es problema. -aseguró el sastre- Tire la tela hacia abajo con la ayuda de los
dedos de su mano izquierda.
¡Listo! Aun con
estos detallitos, Daoiz estaba feliz por la ganga y pudo comprarse el traje de
1.500 dólares a un precio de risa.
Al día
siguiente, Daoiz salió a caminar con su flamante adquisición, para que los
demás pudieran verlo lucir ese magnífico traje caro.
Mientras
caminaba por las calles tirando del panel frontal con una mano, pellizcando
hacia abajo la tela de la entrepierna con la otra y aplastando con su barbilla
la solapa, la gente lo miraba con atención y decía: “¡Mira a ese tullido!
¡Pobre infeliz! ¿quién le habrá donado ese traje tan bonito que le queda tan
mal?”.
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