POR JOSÉ VERDU
La
superstición y el poder son viejos compañeros en la cúspide de una sociedad
crédula como la venezolana.
Antes de conocer a Hugo Chávez, Nicolás Maduro era agnóstico. No creía en casi nada salvo en las revoluciones de las clases populares, los movimientos de insurrección de izquierda y en las convicciones políticas aprendidas de la conspiración de la que él siempre había formado parte desde joven. Pero tras conocer al líder del golpe de estado del 4 de febrero de 1992, Hugo Chávez, Maduro comenzó a creer en muchas otras cosas, según él mismo ha confesado.
Tras su
incursión en el chavismo y al establecer una relación personal con Chávez, a
quien conoció por medio de su mujer, la abogada Cilia Flores, comenzó a creer
en “las energías”, el “poder de Jesucristo” y en la santería cubana, la
religión heredada de los esclavos africanos en la época colonial y que se ha
convertido en la religión oficial del chavismo.
Hace seis años
inicié la investigación periodística que terminó con la publicación del libro Los brujos de Chávez, el primer
trabajo documentado que abordaba la afición del fallecido presidente por el
ocultismo, los rituales y la brujería.
Después de
haber concertado más de 70 entrevistas, entre las que se incluyen ex amantes de
Hugo Chávez, ex ministros y compañeros militares que participaron con Chávez en
las dos insurrecciones militares de 1992, Los brujos de Chávez,
editado en 2015, retrata por primera vez a un presidente venezolano preso de
sus inseguridades, dependiente de las brujas, los hechiceros y los
espiritistas.
Los brujos de
Chávez describe
a un presidente dependiente de su bruja personal, Cristina Marksman, antes de
dar cualquier paso en su movimiento conspirativo, de acudir a una entrevista o
asistir a un interrogatorio. Cristina Marksman no era cualquier vidente, sino
la hermana de su amante Herma Marksman, la mujer que compartió vida con Chávez
durante una década y que lo acompañó en la conspiración que terminó con Chávez
en prisión, pero que lo llevó a alcanzar altos índices de popularidad.
La obsesión de
Chávez por el ocultismo lo llevó iniciarse en la santería cubana, a convocar
sesiones espiritistas en las que participaban sus amigos militares y a crear un
salón de brujería en el propio Palacio Presidencial de Miraflores, que pude
visitar a finales de 2013. En él, todavía se conserva objetos extraños como la
cabeza de un caimán, grilletes, velones, flores y pétalos de rosas con miel
junto a la espada de Simón Bolívar.
La superstición
y el poder son viejos compañeros en la cúspide de una sociedad crédula como la
venezolana. Y Nicolás Maduro, el hombre que dirige un país arruinado, heredó de
Hugo Chávez, su discurso, sus modismos y también su carácter profundamente
supersticioso.
Ocho años antes
de alcanzar la presidencia de Venezuela, Nicolás Maduro viajó a la lejana India
acompañado de su mujer, la supersticiosa Cilia Flores, para conocer a un hombre
que decía ser Dios. Maduro había escuchado los milagros de Sai Baba, de la boca
de su mujer, una fiel devota de este movimiento espiritual que ha llegado a
congregar a más de seis millones de fieles en todo el mundo. Y quería comprobar
con sus propios ojos los milagros de su maestro espiritual. Maduro lo confiesa
en privado: no es casualidad que él y Sai Baba hayan nacido el mismo día.
El día en que
Nicolás Maduro llegó a la lejana Puttaparthi, la localidad donde Sai Baba
erigió un centro de peregrinación que se ha convertido en una auténtica
multinacional de la fe, el pueblo se quedó a oscuras. Se fue la luz y se
apagaron los ventiladores. Nada raro en una localidad con infraestructuras
precarias. Pero el incidente fue un auténtico vaticinio.
La superstición y el poder son viejos compañeros en la cúspide de una
sociedad crédula como la venezolana.
Tras la reunión
de Maduro con su dios, los seguidores de Sai Baba en el Gobierno tuvieron un
ascenso vertiginoso en la estructura del poder en Venezuela. Jorge Arreaza, que
había vivido en el recinto sagrado de Sai Baba, se convirtió en ministro de
Exteriores. La mujer que estaba encargada de la oficina de Sai Baba en Caracas,
Capaya Rodríguez, fue ascendida a embajadora de Venezuela en Filipinas y sus
hijos forman parte del equipo personal del dictador.
El traductor
personal de Maduro, Óskar Dorta, que fungió de intérprete en la entrevista
entre Sai Baba y Maduro, se convirtió en un empresario de éxito que ha ganado
importantes contratos con el régimen venezolano. Y el brujo personal de Maduro,
residenciado en Miami, comenzó a participar en los viajes presidenciales
mientras su hijo era ascendido a vicecónsul de Venezuela en Miami.
La nueva casta
en el poder cree que el gurú indio, que falleció en 2011, hacía milagros y
fabricaba con sus manos anillos con piedras preciosas y vomitaba huevos de oro.
Veían con asombro cómo, de la mano divina de su gurú, salían piedras preciosas
o anillos de oro. Cada uno de ellos se había comprometido a practicar los cinco
principios básicos del saibabismo: verdad, rectitud, paz, amor y no
violencia. Con ello, tocarán las puertas del cielo.
Pero en su
acción diaria, obsesionados con el poder, los miembros de la secta de Nicolás
Maduro practican todo lo contrario. La cúpula madurista ha tenido que construir
un gobierno implacable para mantenerse en el poder. Ha creado una tenebrosa red
de espionaje en contra de la disidencia: estudiantes, líderes comunitarios y
dirigentes políticos. También ha ordenado la construcción de las más terroríficas
cárceles, algunas de ellas ubicadas a ocho metros bajo tierra, donde sus
adversarios no ven la luz ni tienen noción del día o la noche.
En las
prisiones, la tortura psicológica o física forma parte del terror que la
dictadura necesita para sostenerse. Los custodios, los torturadores y los
verdugos quiebran la voluntad de todo aquel que los enfrenta. Aislados,
atormentados, no saben cuándo si están comiendo el desayuno o la cena. La
desorientación forma parte de la estrategia para quebrar su voluntad.
Para mantenerse en el poder, el dictador venezolano ha tenido que pasar
de los rituales, el espiritismo y el ocultismo al espionaje, la represión y al
crimen organizado.
El régimen de
Maduro también ha ordenado la creación de grupos de extermino compuestos por
funcionarios policiales y por presos en las cárceles venezolanas, donde los
reclusos no tienen agua corriente ni baños y donde ningún asesinato es
investigado. Los dueños y amos de las cárceles, los delincuentes conocidos
popularmente como “pranes”, también salen de prisión para cometer los
asesinatos ordenados por la dictadora. En su lista para asesinar se encuentran
hampones, dirigentes políticos o cualquier nombre aportado por quienes
contratan los servicios de un sicario barato.
Ellos forman parte
del ejército de demonios que protegen y sostienen a Nicolás Maduro. Algunos
hablan sin pudor en mi nuevo libro El dictador y sus demonios: la secta de
Nicolás Maduro que secuestró a Venezuela. Cuentan cómo cobran sus asesinatos desde la cárcel o
cómo son enviados a las manifestaciones para amedrentar a los opositores o a la
frontera con Colombia para evitar la entrada de ayuda humanitaria.
Con ellos, la
dictadura de Maduro pierde su máscara folclórica y excéntrica, su personalidad
profundamente supersticiosa en la que su líder pide milagros a un dios indio.
Para mantenerse en el poder, el dictador venezolano ha tenido que pasar de los
rituales, el espiritismo y el ocultismo al espionaje, la represión y al crimen
organizado. Es la transición de un sistema político que ha pasado de depender
de los brujos para convocar a todos esos demonios sin los que ya no puede
vivir.
Fuente: David Placer Periodista Huffpost
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