«Tú tienes el reloj, yo tengo el tiempo»
Los hombres del desierto son la población de Tuareg,
que transitan el desierto de Sáhara sin tener nada y, por lo tanto, teniéndolo
todo
En febrero del 2007 la contratapa del diario La Vanguardia mostró la entrevista que Víctor Amela le realizó a un Tuareg, un poblador nómada del desierto de Sáhara. «Un hombre de azul», como se los conoce, que se pueden encontrar en Argelia, Libia, Nigeria, Malí Mauritania y Burkina Faso. La frase de Moussa Ag Assarid, el entrevistado, sigue recorriendo el planeta como un mensaje, acaso como una invitación a la verdadera vida: «Tú tienes el reloj, yo tengo el tiempo».
Los Tuareg son un pueblo nómada, libre, sin dueño ni
líderes. Se caracterizan por no tener ataduras ni apegos y de esta forma
lograron agruparse más de 3.5 millones de individuos. Su religión es el Islam y
el silencio es su mejor compañero, para poder apreciar la naturaleza y la
familia.
«Los señores azules del desierto y los amos de su
vida», es como definen a los Tuareg quienes han tenido la oportunidad de
conocerlos.
A continuación la entrevista de Amela a Moussa Ag Assarid, quien tiempo después se convirtió en un distinguido escritor.
¿Cuántos años tienes?
No sé mi edad: nací en el desierto del Sahara, sin
papeles…
Nací en un campamento nómada tuareg entre Tombuctú y Gao, al norte de Mali. He
sido pastor de los camellos, cabras, corderos y vacas de mi padre. Hoy estudio
Gestión en la Universidad Montpellier (Francia). Estoy
soltero. Defiendo a los pastores tuareg. Soy musulmán.
¡Qué turbante tan hermoso…!
Es una fina tela de algodón: permite tapar la cara en
el desierto cuando se levanta arena, y a la vez seguir viendo y respirando a
través de ella.
Es de un azul bellísimo…
A los tuareg nos llamaban los hombres azules por esto:
la tela destiñe algo y nuestra piel toma tintes azulados…
¿Cómo elaboran ese intenso azul añil?
Con una planta llamada índigo, mezclada con otros
pigmentos naturales. El azul, para los tuareg, es el color del mundo.
¿Por qué?
Es el color dominante: el del cielo, el techo de
nuestra casa.
¿Quiénes son los tuareg?
Tuareg significa “abandonados”, porque somos un viejo
pueblo nómada del desierto, solitario, orgulloso: “Señores del Desierto”, nos
llaman. Nuestra etnia es la amazigh (bereber), y nuestro
alfabeto, el tifinagh.
¿Cuántos son?
Unos tres millones, y la mayoría todavía nómadas. Pero
la población decrece… “¡¿Hace falta que desaparezca un pueblo para que sepamos
que existió?!”, denunciaba una vez un sabio: yo lucho por preservar este
pueblo.
¿A qué se dedican?
Pastoreamos rebaños de camellos, cabras, corderos,
vacas y asnos en un reino de infinito y de silencio…
¿De verdad?, ¿tan silencioso es el desierto?
Si estás a solas en aquel silencio, oyes el latido de
tu propio corazón. No hay mejor lugar para hallarse a uno mismo.
¿Qué recuerdos de su niñez en el desierto conserva con
mayor nitidez?
Me despierto con el sol. Ahí están las cabras de mi
padre. Ellas nos dan leche y carne, nosotros las llevamos a donde hay hierba y
agua… Así hizo mi bisabuelo, y mi abuelo, y mi padre… Y yo. ¡No había otra cosa
en el mundo más que eso, y yo era muy feliz así!
¿Sí? No parece muy estimulante…
Pues lo era, y mucho. A los siete años ya te dejan
alejarte del campamento, para lo que te enseñan las cosas importantes: a
olisquear el aire, escuchar, aguzar la vista, orientarte por el sol y las
estrellas… Y a dejarte llevar por el camello, si te pierdes: te llevará a donde
hay agua.
Saber eso es valioso, sin duda…
Allí todo es simple y profundo. Hay muy pocas cosas,
¡y cada una tiene enorme valor!
Entonces este mundo y aquél son muy diferentes, ¿no?
Allí, cada pequeña cosa proporciona felicidad. Cada
roce es valioso. ¡Sentimos una enorme alegría por el simple hecho de tocarnos,
de estar juntos! Nadie sueña con llegar a ser porque cada uno ya es.
¿Qué es lo que más le chocó en su primer viaje a
Europa?
Vi correr a la gente por el aeropuerto.. . ¡En el
desierto sólo se corre si viene una tormenta de arena! Me asusté, claro…
Sólo irían a buscar las maletas, ja, ja…
Sí, era eso. También vi carteles de chicas desnudas:
¿por qué esa falta de respeto hacia la mujer?, me pregunté… Después, en el
hotel Ibis, vi el primer grifo de mi vida: vi correr el agua… y sentí ganas de
llorar.
Qué abundancia, qué derroche, ¿no?
¡Todos los días de mi vida habían consistido en buscar
agua! Cuando veo las fuentes de adorno aquí y allá, aún sigo sintiendo dentro
un dolor tan inmenso…
¿Tanto como eso?
Sí. A principios de los 90 hubo una gran sequía,
murieron los animales, caímos enfermos… Yo tendría unos doce años y mi madre
murió… ¡Ella lo era todo para mí! Me contaba historias y me enseñó a contarlas
bien. Me enseñó a ser yo mismo.
¿Qué pasó con su familia?
Convencí a mi padre de que me dejase ir a la escuela.
Casi cada día yo caminaba quince kilómetros. Hasta que el maestro me dejó una
cama para dormir, y una señora me daba de comer al pasar ante su casa… Entendí
que mi madre estaba ayudándome…
¿De dónde salió esa pasión por la escuela?
De que un par de años antes había pasado por el
campamento el rally París-Dakar y a una periodista se le cayó un libro de la
mochila. Lo recogí y se lo di. Me lo regaló y me habló de aquel libro: El
Principito. Yo me prometí que un día sería capaz de leerlo…
Y lo logró.
Sí. Y así fue como logré una beca para estudiar en
Francia.
¡Un tuareg en la universidad. ..!
Ah, lo que más añoro aquí es la leche de camella… Y el
fuego de leña. Y caminar descalzo sobre la arena cálida. Y las estrellas: allí
las miramos cada noche, y cada estrella es distinta de otra, como es distinta
cada cabra… Aquí, por la noche, miráis la tele.
Sí… ¿Qué es lo que peor le parece de aquí?
Tenéis de todo, pero no os basta. Os quejáis. ¡En
Francia se pasan la vida quejándose! Os encadenáis de por vida a un banco y hay
ansia de poseer, frenesí, prisa… En el desierto no hay atascos ¿y sabe por qué?
¡Porque allí nadie quiere adelantar a nadie!
Reláteme un momento de felicidad intensa en su lejano
desierto.
Es cada día, dos horas antes de la puesta del sol:
baja el calor, y el frío no ha llegado, y hombres y animales regresan
lentamente al campamento y sus perfiles se recortan en un cielo rosa, azul,
rojo, amarillo, verde…
Fascinante, desde luego…
Es un momento mágico… Entramos todos en la tienda y
hervimos té. Sentados, en silencio, escuchamos el hervor… La calma nos invade a
todos: los latidos del corazón se acompasan al pot-pot del hervor…
Qué paz…
Aquí tenéis reloj, allí tenemos tiempo.
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