Introducción de Thich Nhat Hanh
Escucha,
escucha, este maravilloso sonido me devuelve a mi verdadero hogar.
Cuando yo tenía nueve años vi en la portada de una revista una imagen del Buda sentado sobre la hierba con una ex presión muy serena. En aquel momento supe que yo también quería estar tan tranquilo y feliz como él. Dos años más tarda, mientras cinco amigos estábamos sentados charlando sobre lo que queríamos ser de mayores, nos planteamos muchas profesiones distintas: uno de nosotros dijo que quería ser médico; otro, ingeniero, y otro, ejercer alguna otra profesión. Pero después de un rato nos dimos cuenta de que ninguna de aquellas profesiones nos atraía de veras.
Mi
hermano Nho dijo entonces: “Quiero ser monje”. En una idea nueva, pero yo sabía
que también quería serlo. En parte debido a la imagen que había visto en la
portada de la revista.
Uno
de los chicos exclamó: “¿Por qué no nos hacemos todos monjes?”. Fue una
conversación infantil, pero en realidad acabamos los cinco siendo monjes. Uno
se hizo monje católico, y los cuatro restantes nos hicimos monjes budistas. Y
hasta el día de hoy, tres de nosotros seguimos siéndolo. Las semillas para
hacerme monje se sembraron profundamente en mí después de aquella conversación.
Yo quería de veras serlo, pero sabía que a mis padres les costaría aceptarlo,
porque la vida de monje es muy modesta y ellos querían que sus hijos
disfrutaran del bienestar de una buena posición económica en la vida. Sabía que
debía irles preparando para darles esta noticia con mucha delicadeza.
En
aquella época escribía un diario y de vez en cuando anotaba en él mi deseo de
ser monje. Un día le pedí a mi madre que se lo leyera a mi padre para que él se
fuera acostumbrando a la idea, ya que me resultaba demasiado difícil decírselo
personalmente. De esa forma, paso a paso, poquito a poco, fui ganándome la
aprobación de mis padres hasta que me permitieron ingresar en un templo. A los
dieciséis años me convertí en un novicio.
Thich
Nhat Hanh, conocido también cariñosamente corno Thay (maestro), es un monje
budista zen que ha enseñado a cuatro generaciones de monjes y monjas en Vietnam
y en Occidente, así como a millares de practicantes laicos.
3
Tú
eres ya un futuro Buda
El
nombre de “Buda” viene de la palabra “bud”. “Bud” significa despertar,
comprender y conocer. Un Buda es aquel que está despierto, que es consciente de
lo que está sucediendo en el momento presente. Posee una comprensión y un amor
muy profundos. Todo el mundo puede ser un Buda. Todos somos futuros Budas. Lo
somos porque podemos tener una profunda comprensión y una gran capacidad para
amar y aliviar el sufrimiento de los demás.
Los
amigos del Buda suelen saludarse entre sí uniendo las palmas de las manos como
una flor de loto. El loto es una flor muy hermosa parecida a una magnolia.
Unimos las palmas y mientras inspiramos decimos mentalmente en silencio: “Te
ofrezco un loto”. Luego nos inclinamos, exhalamos el aire y decimos mentalmente
en silencio: “Un futuro Buda”. Ofrecemos este gesto como un regalo.
El
Buda dijo que hay muchos otros Budas en todas partes que están enseñando c
intentando llevar el amor y la compasión a la vida cotidiana. El Buda dijo:
“Todos vosotros sois futuros Budas”. Y tenía razón, porque en cada uno de
nosotros hay semillas de comprensión, amor y compasión. Cuando cultivamos el
amor y la comprensión, regamos esas semillas y entonces crecen y dan fruto. Si
practicamos según las enseñanzas del Buda, nos convertimos en Budas.
Cada
uno de nosotros es un futuro Buda. Por eso amos vivir de una forma que el Buda
que hay en no florezca. Cuando sabemos cómo respirar, caminar, sonreír y tratar
a las personas, las plantas, los animales y los minerales, nos convertimos en
verdaderos Budas.
Sintiendo
al buda que hay dentro de ti
En
los textos budistas llamados “sutras” el mensaje más importante que hay es que
todo el mundo tiene la capacidad de ser un Buda: la capacidad de amar,
comprender e iluminarse. Es el mensaje más importante que contienen.
La
práctica que me gustaría enseñarte se llama “Recodar al Buda” y se enseña en
todas las escuelas de la tradición budista. En esta práctica sientes al Buda
que hay dentro ti y todas sus cualidades, y sabes que es totalmente real, es
una idea ni un concepto, sino una realidad. Nuestra labor, nuestra vida,
nuestra práctica consiste en alimentar Buda que hay en nosotros y en las
personas que amamos.
Tal
vez desees dedicar tres o cuatro minutos para la esta práctica solo o con
algunos amigos. Si es así, siéntate silencio, inspira y espira durante algunos
momentos para calmarte, y luego pregunta: “Pequeño Buda, ¿estás aquí?”. Haz la pregunta
con una gran atención y silencio: “Pequeño Buda ¿estás aquí?”. Al principio
puede que no oigas su respuesta siempre te contestará, pero si no estás lo
suficientemente tranquilo, no la oirás. “¿Hay alguien? Pequeño Buda, ¿estás
aquí?”. Y entonces oirás la voz de tu pequeño Buda respondiéndote: “Sí,
querido, claro que sí. Yo siempre estoy aquí para ti”.
Al
oírlo, sonríes y dices en tu fuero interno: “Sé, pequeño Buda, que tú eres mi
serenidad. Sé que siempre estás aquí y necesito que me ayudes a estar sereno. A
menudo no estoy tan tranquilo como me gustaría. Chillo, me comporto como si el
Buda no estuviera en mí. Pero sé que estás aquí, sé que soy capaz de estar
sereno. Gracias, pequeño da, necesito que estés dentro de mí”. Y él te
responde: “Claro que estaré en ti siempre. Ven a visitarme cuando puedas”. Ésta
es la práctica de sentir al Buda que hay dentro ti. Es una práctica muy
importante para todos nosotros.
A
mí me encantaría sentarme cerca de los niños porque tienen un gran frescor.
Cada vez que practico la meditación andando cogido de la mano de un niño, su
frescor me conforta. Puede que yo le ofrezca a cambio mi estabilidad, pero su
frescor me beneficia mucho. Si pierdes la paz a alegría, recuerda que en el
pasado tú también tenías en unas ocasiones ese frescor. Y si intentas sentir al
Buda e hay dentro de ti, tu frescor seguirá aumentando. Puedes decir al Buda
que hay dentro de ti: “Querido pequeño Buda, tú eres mi frescor. Gracias por estar
aquí”. “Querido pequeño Buda, tú eres mi ternura”, ya que a todos nos hace
falta ternura.
“Querido
pequeño Buda, tú eres mi atención”, ya que a todos es cierto porque un Buda
está hecho de la energía de atención. La atención significa ser consciente de lo
que está ocurriendo y solo es posible estarlo cuando estás verdaderamente aquí,
al cien por cien. Cuando eres consciente mientras bebes un vaso de leche, andas
o respiras sintiendo la Budeidad, tu naturaleza búdica.
“Querido
Buda, tú eres mi comprensión”, ya que la comprensión es fundamental. Si no
comprendes a alguien, no puedes amarle. El Buda es el poder de la comprensión.
“Cuando eres consciente y estás atento a lo que está ocurriendo dentro de ti y
a tu alrededor, comprendes las cosas y a las personas fácilmente. De modo que
puedes decir: “Pequeño Buda, tú eres mi comprensión. Te necesito mucho porque
sé que la comprensión es la base del amor”.
“Querido
pequeño Buda, tú eres mi amor. Mi capacidad de amar”. Tú también eres capaz de
amar. Si sientes esta capacidad de amar cada día, tu amor y tu capacidad
crecerán y estarás en camino de realizar plenamente al Buda que hay dentro de
ti.
Cada
vez que visitas al Buda que hay en ti, él te beneficia y, al mismo tiempo,
tiene más espacio y aire para respirar. Durante el día puede que hayas sufrido,
que estés enfadado, impidiendo con ello que el Buda que hay en ti pueda
respirar aire fresco. Tu pequeño Buda se estará asfixiando. Pero cada vez que
haces la práctica de sentir al Buda que hay en ti, le estás dando mucho espacio
y aire, y entonces podrá crecer. Es algo muy importante.
Si
intentas sentir estas cualidades del Buda que hay en ti, sentirás al Buda real
y no al Buda de yeso, cobre o ni siquiera al de esmeraldas. El Buda no es un
dios. No es algo que está fuera de nosotros, en el cielo o en la cima de una
montaña, sino que está vivo y vive en nuestro interior.
“Querido
Buda, me tranquiliza mucho saber que estás aquí, Pequeño Buda, te necesito
tanto”. Y el pequeño Buda que hay en ti dirá: “Querido mío, yo también te
necesito mucho. Por favor, ven a visitante más a menudo”.
Invitando
a la campana a sonar
En
el pasado, cuando no había teléfonos, las personas que vivían lejos unas de
otras no podían hablar entre ellas. El invento del teléfono fue como un
milagro. Ahora no te parece maravilloso porque te has acostumbrado a él, pero
es un invento realmente increíble. Cada vez que lo usamos y oímos la voz de un
ser amado que está lejos, nos sentimos muy felices. La campana es una especie
de teléfono porque oír su tañido es como escuchar la voz de un ser querido por
el teléfono.
El
sonido de la campana podría describirse como la voz del Buda llamándonos de
vuelta a casa, recordándonos que debemos estar más en paz con nosotros mismos y
con el mundo. Prestamos una afectuosa atención a esta voz. Escuchar el sonido
de la campana es algo maravilloso y puede darnos mucha paz y alegría. Nos hace
volver a maestro verdadero hogar.
Cuando
nos alejamos durante mucho tiempo de nuestro verdadero hogar, ansiamos volver a
él. En nuestro verdadero hogar nos sentimos en paz, sabemos que no hemos de ir
comendo a ninguna parte y que no tenemos problemas. Podemos relajarnos y ser
nosotros mismos. Tú ya eres lo que quieres ser. Tu forma de ser ya es
maravillosa. No necesitas ser ninguna otra cosa ni persona.
Fíjate
en un manzano. Para el manzano es algo maravilloso ser un manzano. No necesita
convertirse en ninguna otra cosa. ¡Qué maravilloso es que yo sea yo mismo, que
tú seas tú mismo! No hay por qué intentar ser alguna otra cosa o persona. Sólo
tenemos que permitimos ser lo que ya somos v disfrutar siendo tal como somos.
Esta sensación, este descubrimiento, es nuestro verdadero hogar. Cada uno de
nosotros tiene un verdadero hogar en su interior.
Nuestro
verdadero hogar siempre nos está llamando, día y noche, con una voz muy clara.
No cesa de enviarnos oleadas de amor y de interés, pero no las captamos porque
estamos muy ocupados al oír la campana, recordamos que nos está ayudando a
regresar a nuestro verdadero hogar y dejamos por unos momentos lo que estamos
haciendo, estemos hablando, pensando, jugando, cantando, charlando con amigos o
¡incluso meditando!, lo dejamos todo para volver a nuestro verdadero hogar.
Cuando
escuches el sonido de la campana, al Buda de la campana, deja de hablar, de
pensar o de hacer lo que estés haciendo, porque en aquel momento estás
escucharlo la voz de alguien a quien amas y respetas mucho. Guarda silencio y
escucha con todo tu corazón. Si la campana suena tres veces, escúchala y
respira profundamente durante este tiempo con concentración. Al inspirar, te
sientes bien; al espirar, te sientes feliz. Es muy importante que te sientas
feliz, de lo contrario, de qué serviría respirar y practicar si no te ayudara a
sentirte bien, a ser más feliz el deseo más profundo que todos tenemos es el de
ser felices y hacer felices a las personas y seres que nos rodean.
A
lo mejor te gustaría invitar a la campana a sonar. Si es así, hazlo de la
siguiente forma: En primer lugar sostén la campana en alto, deja el cojín de la
campana en el suelo y usa la palma de la mano a modo de cojín. Tu mano
sosteniendo la campana se ve muy hermosa, es como un crisantemo o una flor de
loto con los cinco pétalos abiertos. La mano es el loto, y la campana, la
valiosa joya que hay en él. Entonces la miramos y decirnos: “¡Oh, la joya que
está en el loto!”, o en sánscrito, om mani padme hum.
Después
de haber colocado la campana sobre la flor de loto de tu mano, elévala hasta la
frente, contémplala y sonríe. Inspira y espira luego tres veces mientras
recitas en silencio la siguiente gatha (poema):
El
cuerpo, la palabra y la mente están en perfecta unidad. Envío mi corazón junto
con el sonido de esta campana.
Que
quienes lo escuchen despierten del olvido y trasciendan el camino de la ansiedad
y el sufrimiento.
Si
al tocar la campana re olvidas de esta gatha, no te preocupes, no pasa nada,
pero intenta recordarla.
Primero
inspiras y recitas la primera estrofa:
El
cuerpo, la palabra y la mente están en plena unidad.
Esta
estrofa significa que estás concentrado. Después mientras espiras dices en
silencio:
Envío
mi corazón junto con el sonido de esta campana.
Esta
estrofa quiere decir que envías tu amor al mundo. Al inspirar de nuevo recitas
en silencia:
Que
quienes la escuchen despierten del olvido.
El
olvido es lo opuesto a ser conscientes y el sonido de la campana nos ayuda a
estar atentos. Al oír la voz del Buda -el sonido de la campana-, volvemos al
momento presente. Al espirar de nuevo dices:
Y
trasciendan el camino de la ansiedad y el sufrimiento.
Después
de haber hecho la práctica de inspirar y espirar de ese modo mientras recitas
la gatha, te sentirás mucho mejor. Ahora tu mente y tu cuerpo se habrán unido,
estarás concentrado y albergarás el hermoso deseo de que cualquiera que oiga la
campana, deje de sufrir, de estar enfadado o ansioso, y disfrute respirando y
sonriendo.
Ahora
que ya te sientes mucho mejor, estás preparado para invitar a la campana a
sonar. Al tocarla, el primer toque siempre es para despertar, para preparar la
campana y a todos nosotros a escuchar el sonido completo de la campana para que
no nos pille por sorpresa. No es un repique completo, sino que con el badajo
damos un toque que denominamos: “despertar la campana”. Entonces al oírlo, todo
el mundo deja de pensar y de hablar, y se prepara para recibir el sonido
completo de la campana, porque se considera la voz del amor y la compasión que
nos despierta. Todo el mundo se prepara para la llamada del Buda.
Entre
el toque que sirve para despertar y el sonido completo de la campana hay el
espacio de una respiración. Mientras esperas el verdadero sonido, respira
conscientemente e invita después a la campana a tocar el verdadero sonido.
Decimos “invito a la campana a sonar” en lugar de “golpeo la campana”, porque
deseamos ser afectuosos con ella y no violentos.
Los
que estéis escuchando el sonido de la campana en silencio recitáis la siguiente
gatha:
Escucha,
escucha, este maravilloso sonido me devuelve a mi verdadero hogar.
Escucha,
escucha significa que mientras inspirarnos escuchamos la campana con una total
concentración y, al espirar, sonreímos y decimos: este maravilloso sonido me
devuelve a mi verdadero hogar, el sonido de la campana es la voz del Buda que
hay en ti llamándote a volver a tu verdadero hogar, el hogar de la paz, la
tolerancia y el amor. 8
La
práctica de ser consciente
Si
no somos plenamente conscientes, no podemos ser felices ni estar en paz. Esta
práctica nos recuerda que debemos volver al momento presente. Todo cuanto
buscamos lo tenemos ya ayuí mismo en el momento presente. Si nos permitimos
estar en el momento presente, podremos sentir cosas maravillosas. De lo
contrario, seguiremos luchando en nuestro interior.
El
ser plenamente consciente nos ayuda a ser más felices y a ver la belleza de las
cosas con más profundidad. Cuando contemplas la luna llena siendo consciente de
ella, es mucho más bella. Cuando abrazas a una persona siendo consciente de
ella, se vuelve más real y dulce.
Al
inspirar, está viva.
Ahora
se encuentra entre mis brazos, al espirar, soy muy feliz.
Si
no eres consciente, no estás vivo de verdad, pero cuando lo eres, todo cuanto
haces se vuelve más brillante, más bello. Cuando contemplas una flor siendo
consciente de ella, la flor te revela profundamente su belleza. La práctica de
ser consciente consiste en ser feliz y en disfrutar de lo que los momentos de
la vida te ofrecen, incluyendo las cosas maravillosas que hay dentro de ti -los
ojos, el corazón, los pulmones-, y fuera de ti -el sol, las personas, los
pájaros, los árboles, al ser consciente descubrirás que tienes más razones para
ser feliz de las que creías.
Esta
práctica también te ayudará a curar el dolor. Cuando el dolor entra en contacto
con tu estado de ser consciente, empieza a desaparecer poco a poco. Si estás
sufriendo sin darte cuenta, el dolor que sientes seguirá en ti durante mucho
tiempo. Pero cuando lo reconoces y lo rodeas con los brazos de tu plena consciencia,
empieza a transformarse.
Cuando
estés sufriendo, abraza tiernamente tu dolor con tu plena consciencia, al igual
que una madre que toma en sus brazos a su bebé cuando llora para
tranquilizarlo. Si abrazas de ese modo tu dolor, se transformará. Cuando un
bebé llora, hay que ocuparse de él, y con m dolor tienes que hacer lo mismo.
Al
despuntar el alba las flores están cerradas, pero a medida que el sol va
saliendo, las diminutas partículas de los rayos solares penetran en ellas y al
cabo de poco ya ves la transformación que tiene lugar. Cada flor se abre
revelándose al sol. Con nuestro sufrimiento ocurre lo mismo, si lo exponemos a
la luz del ser conscientes, cambiará. 9
La
práctica de detenerse
El
primer paso para aprender a vivir profundamente en el aquí y el ahora es hacer
la práctica de detenerse. Hay una historia zen muy conocida acerca de un hombre
que iba sobre un caballo galopando. Alguien, al verlo, le grita: “¿A dónde
vas?”. Y el jinete le contesta dándose la vuelta: “¡No lo sé, pregúntaselo al
caballo!”.
La
historia resulta divertida, pero al mismo tiempo es cierta. Nosotros no sabemos
exactamente a dónde vamos o por qué nos apresuramos tanto. Un caballo galopando
nos está arrastrando y decidiéndolo todo por nosotros. Y nosotros le seguirnos.
Este caballo se llama “la energía del hábito”. Posiblemente hayas recibido esta
energía de tus padres o de tus antepasados. Esta energía es la que te está
dictando tus palabras y acciones, tú no eres tu verdadero soberano, es el
caballo y no tú el que te está haciendo avanzar. Es la energía del hábito la
que te empuja a decir y hacer cosas a pesar de no ser ésa tu intención, algo
que te perjudica tanto a ti como a los demás.
Por
ejemplo, aun sabiendo que si decimos algo desagradable haremos sufrir tanto a
quienes nos rodean como a nosotros mismos”, lo decimos igualmente. Más tarde lo
lamentamos y exclamamos: “¡No pude evitarlo! el deseo fue más fuerte que yo”.
Nos prometemos de todo corazón que la próxima vez no actuaremos así, pero
cuando la situación vuelve a repetirse nos comportamos exactamente del mismo
modo, haciendo y diciendo cosas que no sólo perjudican a los demás sino también
a nosotros mismos. Esta clase de energía es la energía del hábito.
Nuestra
tarea consiste en tomar consciencia de ella y en no dejar que nos arrastre
nunca más. Le sonreímos y decirnos: “Hola, energía del hábito, sé que estás
aquí”. El primer paso para cuidar de ti es aprender a detenerte y mirar en tu
interior. Es una práctica maravillosa.
Cuando
estamos nerviosos, cuando alguien está enfadado o grita, cuando nos sentimos
muy tristes o deprimidos, ¿qué podemos hacer para volver a sonreír y estar
vivos? Si aprendernos el arte de detenernos, nos tranquilizaremos en nuestro
interior y podremos calmar a quienes nos rodean.
La
práctica de detenerse sirve para recuperar la calma y tener una mente clara y
estable. Sin serenidad, sin una mente clara y estable, no podremos afrontar
nuestros problemas.
La
práctica de detenerte no significa que hayas de sentarte inmóvil en un lugar,
ya que aunque lo hicieras tu mente seguiría viajando al pasado o al futuro o
pensando en los proyectos que tienes, y eso no es detenerse. En nuestro
interior hay una especie de video que está funcionando todo el tiempo, sin
cesar; piensas en tal o cual cosa, ves una imagen y luego otra. Nunca se
detiene. Aunque no digas nada en voz alta, dentro de ti no hay silencio. El
silencio interior nos ayuda a disfrutar de lo que tenemos en el momento
presente. Nos permite contemplar una puesta de sol y disfrutar de veras con
ella.
Detenerte
es volver al aquí y al ahora y sentir las maravillas que la vida nos está
ofreciendo en ese preciso momento. Si tu mente no se detiene, no estará unida
con tu cuerpo, quizá éste permanezca sentado en un lugar, pero tu mente estará
en otra parte. Al detenerte, el cuerpo y la mente se unen, regresan al aquí y
al ahora.
Una
parte importante de nuestra práctica consiste en mirar atentamente para ver.
Solemos sufrir porque no miramos atentamente las cosas y nos forjamos falsas
ideas. Es como alguien que al andar de noche por un camino cree ver una
serpiente y, aterrorizado, entra corriendo en una casa gritando: “¡Una
serpiente!”. Entonces todo el mundo sale a toda prisa de ella y al iluminar la
“serpiente” descubren que no era más que una cuerda en medio del camino. Para
cuidar de nosotros mismos, para serenarnos interiormente y calmar a quienes nos
rodean, hacemos la práctica de detenernos y de observar atentamente.
Al
detenerte -sentándote en silencio, inspirando y espirando, y guardando silencio
en tu interior-, te vuelves más estable, más concentrado y más inteligente. Tu
mente está clara y reaccionas bien ante cualquier situación porque eres estable
y fuerte. Ahora puedes observar atentamente lo que ocurre tanto dentro de ti
como a tu alrededor.
Sentado
bajo el manzano rosal
Meditar
sentado es una forma de volver al aquí y al ahora. La meditación es un método
fantástico para detenerte. Si sabemos hacer la práctica de meditar sentados,
nuestra mente se volverá clara, fuerte y estable. Entonces nadie podrá
provocamos fácilmente ni hacernos perder la calma. Así que has de sentarte como
si fueras una montaña. Por más fuerte que sea el viento, nunca logrará derribar
una montaña. Si no puedes meditar sentado durante media hora, hazlo sólo
durante tres minutos. Si consigues sentarte como si fueras una montaña durante
tres minutos, estará ya muy bien.
Cuando
te sientes a meditar, asegúrate de no hacerlo por ninguna otra razón, siéntate
por ti. ¿Por qué me siento a meditad Porque me gusta? No digas: “Lo hago porque
quiero alcanzar la Budeidad”. Si alguien te pregunta por qué te sientas a
meditar, dile: “Lo hago porque me gustan. Yo creo que es la mejor respuesta.
Disfrutas meditando porque te conviertes en una flor, en una montaña, en unas aguas
calmas y en el espacio vacío. Cuando te conviertes en todas esas cosas
maravillosas, eres realmente tú mismo y vives profundamente en el aquí y el
ahora.
La
siguiente historia trata de Siddharta, el Buda, cuando era niño:
Cuando
Siddharta tenía nueve años sus padres le dejaron asistir con unos compañeros
del colegio a la ceremonia de la arada de los campos. El rey Siddharta la
presidía cada año. Gotami, la madre de Siddharta, lo atavió para la ocasión con
las prendas más lujosas.
La
ceremonia se realizó en una de las tierras más Fértiles del reino. Los
sacerdotes empezaron a recitar las escrituras sagradas. Luego el rey con la
ayuda de dos miembros de su ejército, aró la primera hilera del campo mientras
la multitud les ovacionaba entusiasmada. ¡La estación de la arada había
empezado! Los agricultores, sonriendo el gesto del rey, se dispusieron a arar
sus propios campos.
Siddharta
se quedó en el extremo de un campo contemplando cómo un agricultor enganchaba
el arado a un búfalo de agua. Asegurándolo con una mano, azuzó con la otra al
animal. El búfalo empezó a tirar con firmeza del pesado arado. El cuerpo del
agricultor brillaba bajo el ardiente sol empapado de sudor. El arado firme
dividiendo la fértil tierra en dos precisos surcos.
Siddharta
advirtió que mientras el arado removía la tierra, las lombrices y otros
bichitos que vivían en ella eran partidos por la mitad y perecían agonizando
bajo el tórrido sol. Los pájaros que volaban en lo alto al divisarlos empezaron
a descender para disfrutar del banquete. Un halcón aprovechando la ocasión,
bajó en picada y atrapó a uno de ellos con sus garras y se lo llevó.
Siddharta,
que contemplaba esta escena bajo el sol abrasador, empezó también a cubrirse de
sudor y fue a refugiarse a la sombra de un manzano rosal para reflexionar sobre
ello. Se sentó cruzando las piernas y cerró los ojos. Permaneció de ese modo
durante mucho tiempo, en silencio y con la espalda derecha, pensando sobre lo
que había visto. Los miembros de su familia regresaron de los campos con un
refrigerio para celebrar la fiesta de la arada. La gente se puso a cantar y a
bailar, pero a pesar de haber empezado la fiesta, Siddharta siguió meditando en
silencio.
Cuando
el rey y la reina pasaron cerca del lugar, Siddharta seguía absorto en lo que
había visto en el campo y se sorprendieron al verle sumido en una profunda
concentración. Tenía un aspecto tan hermoso que su madre se puso a llorar de
emoción. Al acercarse a él, Siddharta abrió los ojos y le dijo: “Madre, recitar
las escrituras no ayuda para nada a las lombrices y a los pájaros”
Más
tarde, cuando el Buda hacía va mucho tiempo que practicaba, rememoró la primera
vez que se sentó a meditar, a los nueve años, a la fresca sombra de un manzano
rosal y recordó ¡lo refrescantes y tranquilos que habían sido aquellos momentos
para él!
Si
sentarse en meditación fuera desagradable y exigiera mucho esfuerzo, yo no lo
haría en absoluto. Lo hago sólo porque me hace feliz. Si me produjera
sufrimiento, no me sentaría a meditar. Sentarse en meditación significa estar
presente al cien por cien. Si al principio sólo consigues estarlo un ochenta
por ciento, ya bastará. A medida que pase el tiempo, lo irás haciendo cada vez
mejor. A lo mejor ayer fue un ochenta por ciento, pero hoy puede ser un ochenta
y uno. Cuando más presente estés, más feliz y estable te volverás. Sólo te
sientas a meditar para alcanzar la felicidad y la estabilidad y no por ninguna
otra razón.
Cuando
nos sentamos y meditamos, nos detenemos y dejamos que nuestra mente se calme y
aclare. Es como el barro posándose en el fondo del agua. Si a un vaso con agua
le añades barro y lo dejas reposar, el barro se irá depositan do poco a poco en
el fondo y el agua volverá a estar clara. Pero si mueves o agitas el barro, no
podrá depositarse en el fondo. Cuando el barro permanece en calma, el agua se
mantiene clara. Con nuestra mente ocurre lo mismo.
Cuando
te sientas a meditar, hazlo en la posición que prefieras: la del loto, del
medio loto, del crisantemo o del medio crisantemo. La posición del loto
consiste en sentarse con las piernas cruzadas. La posición del crisantemo es
adoptar la postura que más te guste. Elige la que te resulte más cómoda. La
posición del loto se considera en general la más bella y estable. Cuando yo me
siento en esta postura, mi cuerpo se mantiene muy estable, aunque me empujaras
no me caería. Cuando el cuerpo está estable, la mente también lo está, porque
el cuerpo y la mente se influyen mutuamente.
¿Puede
la meditación transformar nuestra infelicidad? Sí, así es. A través de la
meditación la felicidad se vuelve más real e importante, y la infelicidad
empieza a disminuir. A través de la meditación la basura que hay en nosotros se
transforma en abono orgánico y al cabo de poco vuelve a convertirse en flores.
A través de la meditación aprendemos a ser felices y a hacer que otras personas
también lo sean. Así es como podemos ocuparnos de nuestra infelicidad.
Sembrando
las semillas de la felicidad
En
ti hay tanto semillas de felicidad como de infelicidad que han sembrado tus
padres, tus antepasados o tus amigos. Cuando las semillas de la felicidad se
manifiestan, te sientes muy contento. Pero cuando se manifiestan las semillas
del sufrimiento, la ira y el odio, te sientes muy infeliz. La cualidad de
nuestra vida depende de la cualidad de las semillas que hay en nuestra
consciencia.
Cuando
practicas el respirar, el sonreír y el contemplar las bellas cosas que hay a tu
alrededor, estás sembrando las semillas de la belleza y la felicidad. Por eso
hacemos la práctica de inspirar y vernos como una flor y de espiral y sentirnos
frescos; de inspirar y vernos como una montaña y de espirar y sentirnos sólidos
como una montaña. Esta práctica nos ayuda a sembrar las semillas de la
estabilidad y el frescor en nosotros. Cada vez que caminamos con calma y
tranquilidad, o que sonreímos y nos relajamos, estamos sembrando las semillas
que fortalecerán nuestra felicidad. A cada paso feliz que damos, sembramos una
semilla de la felicidad.
La
felicidad no puede separarse del sufrimiento. Conocemos la felicidad porque
conocemos el sufrimiento. Si no hubiéramos experimentado el hambre, no
podríamos comprender lo felices que somos cuando tenemos algo para comer. Si no
hubiéramos llevado la vida de una persona sin hogar, no podríamos valorar
plenamente el hecho de tener una casa en la que vivir. Por eso la felicidad es
inseparable del sufrimiento. Significa que si has sufrido, puedes ser feliz. Si
no hubieras conocido el sufrimiento, no podrías ser una persona feliz.
La
meditación de la respiración
“Al
inspirar, sé que estoy inspirando”. El “sé” es muy importante. Tu respiración
es como el vínculo entre el cuerpo y la mente. Cuando entre los dos hay este
vínculo que los une, es maravilloso, porque entonces estás en contacto con todo
cuanto hay en ti, con el cuerpo y la mente. Y en aquel mismo momento eres dueño
de ti mismo en cualquier situación. No estás siendo arrastrado por nada ni por
nadie, ni siquiera por tus pensamientos. Tu mente está totalmente presente en
tu cuerpo y en todo tu ser. Cuando eres consciente de estar inspirando o
espirando, te das cuenta de lo que estás haciendo, estés sentado, de pie o
andando. Ser consciente es muy importante.
No
creas que practicar el budismo es muy difícil, al contrario, es muy fácil.
¿Eres capaz de inspirar y espirar y saber que estás inspirando y espirando?
Inspirando y espirando... eso es el ser consciente. Intenta primero ser
consciente de la respiración, luego del cuerpo y la mente, y al final lo serás
de todo cuanto ocurre a tu alrededor.
Respirar
conscientemente y con atención es una práctica muy beneficiosa. En nuestra vida
cotidiana si no sabemos respirar así, si no sabemos dejar de pensar, no podremos
sentir las cosas maravillosas que la vida nos ofrece como la luz del sol, los
ríos, las nubes, la familia y los amigos. Respirar es algo muy bueno.
La
práctica de respirar de manera consciente es muy agradable y fácil. Mientras te
sientas durante algunos minutos y respiras, puedes recitar la siguiente gatha
(poema):
Al
inspirar, sé que estoy inspirando.
Al
espirar, sé que estoy espirando.
Inspirando/Espirando.
Al
inspirar, me veo como una flor.
Al
espirar, me siento fresco.
Flor/Fresco.
Al
inspirar, me veo como una montaña.
Al
espirar, me siento sólido.
Montaña/Sólido.
Al
inspirar, me veo como el agua en calma.
Al
espirar, reflejo las cosas tal como son.
Agua/Reflejo.
Al
inspirar, me veo como el espacio.
Al
espirar, me siento libre.
Espacio/Libre.
Primero
practica inspirando/Espirando tres veces. “Al inspirar, sé que estoy
inspirando. Al espirar, sé que estoy espirando.” Pasa luego al ejercicio
llamado “Flor/Fresco”. Significa: “Al inspirar, me veo como una flor. Al
espirar, me siento fresco”.
La
tercera estrofa es “Montaña/Sólido”. ”Al inspirar, me veo como una montaña.” La
posición de sentarse con las piernas cruzadas es muy estable y sólida. Si
consigues adoptarla, respirar en silencio y sonreír, serás tan sólido como una
montaña y ninguna emoción, pensamiento o viento alguno podrá derribarte, surjan
de la dirección que surjan. “Al inspirar, me veo como una montaña. Al espirar,
me siento sólido.”
El
cuarto ejercicio es: “Agua/Reflejo”. Al contemplar el agua clara y serena de un
lago, ves las nubes y el cielo reflejados en ella con tanta claridad como si
los estuvieras mirando directamente ¿Has tenido esta experiencia alguna vez?
“Al inspirar, me veo como el agua en calma. Al espirar, reflejo las cosas tal
como son”, lo cual significa que no distorsiono las cosas. No digas: “Me siento
como el agua en calman, sino: “Al inspirar, me veo como el agua en calma”, ya
que somos el agua, somos las montañas, somos la flor. Reflejo exactamente el
cielo azul que veo. No distorsiono las cosas porque mi mente está clara,
estable y serena.
El
agua en calma es muy serena. Cuando estás sereno, reflejas bien la realidad.
Pero cuando no estás sereno ni silencioso, percibes las cosas de manera errónea
y las distorsionas. Es como ver una cuerda creyendo que es una serpiente. Como
no estás lo bastante tranquilo o sereno, no reflejas la realidad tal como es.
¿Te has mirado alguna vez en uno de esos espejos que distorsionan las imágenes?
Al contemplarte en él apenas te reconoces, tu cara aparece alargada y tus ojos,
enormes. ¿Has tenido esta experiencia alguna vez? el espejo no te refleja tal
como eres.
La
última estrofa del ejercicio es: “Espacio/Libre”. “Al inspirar, me veo como el
espacio”. Si tienes espacio, te sientes a gusto. Cuando la gente te da el
espacio o la libertad que necesitas, eres más feliz. Al inspirar, te ves como el
espacio infinito -el espacio en el que todo se mueve libremente-, y puedes
respirar. Sin él no podrías respirar ni sonreír.
Cuando
te vacías te desprendes de todo cuanto hay en ti: del odio, la ira, la
desesperanza o el deseo. Al estar tan vacío como el espacio, te sientes de
maravilla. Mientras exhalas el aire dices: “Me siento libre”. “Al inspirar, me
veo como el espacio. Al espirar, me siento libre” Inténtalo.
Las
imágenes de la flor, la montaña, el agua y el espacio te ayudarán a
concentrarte mejor y a sentirte fresco, estable, sereno y libre.
Mientras
meditas sentado puedes también hacer este otro ejercicio respiratorio:
“Inspirando/Espirando, Profunda/Lenta, Me tranquilizo/Me siento a gusto,
Sonrío/Me relajo, Momento presente/Momento maravilloso”.
Al
inspirar, sé que estoy inspirando.
Al
espirar, sé· que estoy espirando.
A
medida que mi inspiración se vuelve más profunda, mi espiración se vuelve más
lenta.
Al
inspirar, me tranquilizo, al espirar, me siento a gusto.
Con
la inspiración, sonrío, con la espiración, me relajo.
Viviendo
en el momento presente, sé que es un momento maravilloso.
La
primera estrofa es: “Al inspirar, sé que estoy inspirando. Al espirar, sé que
estoy espirando”. Después viene: “A medida que mi inspiración se vuelve más
profunda, mi espiración se vuelve más lenta”. Ahora reconoces la cualidad de tu
respiración. No deseas alargarla ni hacerla más profunda, sólo ves, que ahora
es más profunda y lenta. Después de hacerlo varias veces, pasa a la estrofa de
“Me tranquilizo/Me siento a gusto”.
“Al
inspirar, me tranquilizo. Al espirar, me siento a gusto” Sentirse a gusto se
parece al espacio, es sentirte ligero y libre. Si no te sientes ligero y libre,
no puedes ser feliz. No significa tomarte las cosas a la ligera, ya que para ti
nada hay más importante que estar en paz.
“Con
la inspiración, sonrío”. ¿Por qué sonríes? Sonríes porque no ce tomas las cosas
demasiado en serio. Conoces los beneficios de sonreír. Cuando sonríes todos los
músculos de tu cara se relajan. Reconoces lo que es importante y lo que no lo
es. “Con la espiración, me relajo”. Ante las cosas sin importancia, eres capaz
de sonreír y no te apegas a ellas. Esto es relajarse. La relajación es la
fuente de la felicidad.
“Viviendo
en el momento presente, sé que es un momento maravilloso”. Sólo necesitas vivir
en el momento presente y entonces podrás sentir estas condiciones cie la
felicidad.
La
práctica es fácil. La paz y la felicidad siempre van unidas hasta cierto punto
al dolor y al sufrimiento. Pero recuerda, al igual que ocurre con la
televisión, eres libre de elegir el canal que prefieras. Puedes elegir la paz y
la felicidad.
En
realidad, nunca has nacido
Cuando
observas la hoja de papel que estás leyendo, quizá creas que antes de ser
fabricada no existía. Pero en esta hoja de papel hay una nube flotando. Si no
la hubiera, no existiría la lluvia y el árbol no podría haber crecido ni
producir esta hoja de papel. Aunque no seas un poeta, puedes ver en ella una
nube flotando y si eliminas la nube del papel, éste se desintegra. Al observar
con atención la hoja de papel y percibirla profundamente, estás percibiendo
asimismo la nube.
¿Debemos
preguntar si esta hoja de papel existía ya antes de ser fabricada? ¿O ha
surgido de la nada? No, algo nunca surge de la nada. La hoja de papel
“inter-es” con el sol, la lluvia, la Tierra, la fábrica de papel, los
trabajadores de la fábrica y los alimentos que éstos comen cada día. La
naturaleza del papel es la del interser. Si percibes el papel, estás
percibiendo el cosmos entero. El papel, antes de nacer en la fábrica, era la
luz del sol, era un árbol.
Tú
también puedes creer que al nacer surgiste de la nada para convertirte de
repente en algo; de no ser nadie te convertiste de pronto en alguien. Pero en
realidad cuando naciste en el hospital o en casa fue sólo un momento de
continuación, porque ya hacía nueve meses que existías en el seno de tu madre,
y eso significa que la fecha de tu partida de nacimiento es incorrecta, ya que
has de añadir nueve meses más.
Tal
vez ahora creas haber dado en el clavo, que el momento en que tus padres te concibieron
es cuando empezaste a existir. Pero hemos de seguir observando esta cuestión a
fondo. Antes del momento de la concepción, ¿acaso no eras nada ni nadie? Antes
de ese momento media parte de ti estaba ya en tu padre y la otra mitad, en tu
madre, aunque bajo otra forma. Por eso incluso el momento de la concepción es
un momento de continuación.
Imagínate
el océano con sus innumerables olas Las olas son todas distintas: algunas son
grandes, otras pequeñas, unas son más bellas que otras. Puedes describir las
olas de muchas formas, pero cuando percibes una ola, siempre estás percibiendo
lo mismo: el agua.
Visualízate
ahora como una ola en la superficie del océano. Observa cómo eres creado:
surges a la superficie, te quedas en ella durante un rato y luego regresas al
océano. Sabes que en un momento dado vas a desaparecer, pero si sabes sentir la
base de tu ser -el agua- todos ms miedos desaparecerán. Comprenderás que
compartes, al igual que una ola, la vida del agua con todas las otras olas.
Ésta es la naturaleza del interser. Cuando sólo vivimos la vida de una ola sin
ser capaces de vivir la vida del agua, sufrimos mucho.
En
realidad nunca llegaste a nacer, si es que defines el nacimiento como
convertirte en algo de la nada, como convertirte en alguien que antes no era
nadie. Cada momento es un momento de continuación. Lo único que ocurre es que
sigues viviendo bajo nuevas formas, eso es todo.
Cuando
una nube está a punto de convertirse en lluvia no tiene miedo, porque sabe que
ser una nube flotando en el cielo es algo maravilloso, y que ser la lluvia
cayendo sobre los campos y los océanos también lo es. Por eso el momento en que
una nube se convierte en lluvia no es un momento de muerte, sino de
continuación.
Hay
personas que creen poder reducir algo a la nada. Poder eliminar a la gente,
asesinar a alguien como John F. Kennedy, Martin Luther King, Jr., o Mahatma
Gandhi con la esperanza de que desaparecerán para siempre. Pero en realidad al
matar a alguien, esa persona se vuelve más fuerte que antes. Ni siquiera esta
hoja de papel puede ser reducida a la nada. Ya has visto qué sucede cuando
acercas una cerilla encendida a una hoja de papel. No puedes reducirla a la
nada, continúa existiendo como calor, cenizas y humo.
El
Buda y Mara
Cuando
hablamos sobre qué es el Buda, también hemos de hablar sobre qué no es. Lo
opuesto al Buda es Mara. Si el Buda es Iluminación, en tal caso ha de haber
algo que no sea Iluminación. Mara es la ausencia de Iluminación. Si el Buda es
comprensión, Mara es la falta de comprensión, y si el Buda es bondad
incondicional, Mara es odio o ira, etc. Si no comprendemos a Mara, no
comprenderemos al Buda.
Del
mismo modo que una rosa está formada por elementos no-rosa, el Buda está
formado por elementos no-Buda y uno de ellos es Mara. Si la basura no
existiera, la rosa tampoco existiría. Este descubrimiento es importante y
transformó por completo mi forma de comprender al Buda.
Cuando
observas una cosa quizá pienses que es inmaculada y muy hermosa y que la
basura, en cambio, que no es bella ni huele demasiado bien, es lo opuesto a
ella. Pero si observas con atención la rosa, verás que la basura ya estaba presente
en ella antes y después de que la rosa existiera, y también en este mismo
momento. ¿Cómo es eso posible?
Los
jardineros no tiran la basura. Saben que si la cuidan, al cabo de algunos meses
se convertirá en abono orgánico y servirá para cultivar lechugas, tomates y
flores. Son capaces de ver las flores o los pepinos que hay en la basura. Pero
también saben que todas las flores acaban convirtiéndose en basura. Éste es el
significado de la impermanencia: todas las flores acabarán convirtiéndose en basura.
Aunque la basura apeste y sea desagradable, si sabes ocuparte de ella, la
transformarás en flores. En esto consiste lo que el Buda describió como ver las
cosas de una forma no dualista. Si observas las cosas de ese modo, comprenderás
que la basura puede convertirse en una flor y que una flor puede convertirse en
basura.
Cada
vez que practicas el ser consciente -cuando vives conscientemente- estás
residiendo en el Buda. Y cuando vives en el olvido, estás residiendo en Mara.
Pero no creas que el Buda y Mara son enemigos que se pasan todo el día luchando
entre ellos. No. Son amigos. La siguiente historia que escribí te lo demuestra:
Un
día el Buda se encontraba en una cueva en la que hacía un agradable frescor.
Ananda, su ayudante, meditaba andando cerca de ella intentando impedir la
entrada a los numerosos visitantes que acudían a visitar al Buda, para que éste
no tuviera que pasarse todo el día recibiéndolos. Aquel día mientras Ananda
estaba meditando, vio que alguien se aproximaba, y a medida que el visitante se
iba acercando descubrió que era Mara.
Mara
había intentado tentar al Buda la noche antes de que éste alcanzara la
Iluminación. Le había dicho que si abandonaba la práctica de ser consciente se
convertiría en un hombre poderosísimo: en un político, un rey, un presidente,
un ministro o un exitoso hombre de negocios con mucho dinero y rodeado de
bellas mujeres Mara hizo todo cuanto pudo para convencer al Buda, pero fracasó.
Ananda
se sintió muy incómodo al ver a Mara, pero como éste ya le había visto, no
podía esconderse. Se saludaron.
Mara
le dijo: -Desearía ver al Buda.
Cuando
el jefe de una empresa no quiere ver a alguien, pide a la secretaria que diga:
“Lo siento, en este momento está en un congreso”. Aunque Ananda deseaba decir
algo parecido, sabía que si lo hacía mentiría, y quería observar el cuarto
precepto de no mentir. Así que decidió decirle a Mara lo que pensaba acerca de
su visita.
-Mara,
¿por qué tendría el Buda que verte? ¿De qué serviría? ¿No te acuerdas de que te
venció cuando estaba al pie del árbol de la Bodhi? ¿Cómo te atreves a volver a
verle? ¿No te da vergüenza? ¿Por qué tendría que verte si eres su enemigo?
Las
palabras del venerable Ananda no desanimaron a Mara. Mientras escuchaba al
joven se limitó a sonreír. Cuando Ananda terminó de hablar, Mara se echó a reír
y le preguntó:
-¿Acaso
te ha dicho realmente tu maestro que tiene enemigos?
Esta
observación incomodó mucho a Ananda. Por lo visto no era correcto decir que el
Buda tuviera enemigos, ¡pero él lo había dicho de todos modos! El Buda nunca
había afirmado tener enemigos. Si no prestamos una gran atención ni somos
conscientes, podemos decir cosas que son contrarias a lo que conocemos y
practicamos. Ananda se sintió confundido. Se dirigió a la cueva y anunció la
llegada de Mara esperando que su maestro le dijera: “¡Dile que no estoy!” o
“¡Dile que estoy en un congreso!”.
Pero
para sorpresa de Ananda, el Buda sonrió y dijo:
-¡Mara
ha venido! ¡Estupendo! ¡Hazle pasar! Ananda se quedó perplejo ante esta
respuesta, pero siguiendo la indicación del Buda, invitó a Mara a pasar. ¿Y
sabes qué hizo el Buda? ¡Abrazó a Mara! Ananda no podía entenderlo. Y luego le
invitó a sentarse en el mejor lugar de la cueva y, girándose hacia su querido
discípulo, dijo:
-Ananda,
¿podrías prepararnos un té de hierbas, por favor?
Como
ya habrás adivinado, Ananda no se sintió demasiado feliz. Una cosa era preparar
té para el Buda -estaba dispuesto a hacerlo mil veces al día si fuera
necesario-, pero otra muy distinta era prepararlo para Mara. Ananda no deseaba
hacerlo, pero como el Buda se lo había pedido, no pudo negarse.
El
Buda miró afectuosamente a Mara:
-Querido
amigo -le dijo-, ¿cómo estás? ¿Va todo bien?
Mara
le contestó:
-No,
las cosas no me van tan bien como desearía, de hecho me van muy mal. Estoy
cansado de ser Mara, me gustaría ser otra persona, alguien como tú. Dondequiera
que tú vayas, eres bien recibido y la gente se inclina ante ti. Tienes como
seguidores a muchos monjes y monjas de encantadores rostros, y te hacen
ofrendas de plátanos, naranjas y kiwis.
“En
cambio, yo -prosiguió Mara- dondequiera que vaya he de comportarme como Mara,
hablar de manera convincente e ir acompañado de un ejército de pequeños y
malvados Maras. Cada vez que al respirar exhalo, ¡he de arrojar humo por la
nariz! Pero todo esto en realidad no me importa, lo que sí me molesta de verdad
es que mis discípulos, los pequeños Maras, estén empezando a hablar sobre la
transformación y la curación. Cuando se ponen a conversar sobre la liberación y
la Budeidad, no puedo soportarlo. Por eso he venido, para pedirte que
intercambiemos los papeles. Tú podrías ser Mara y yo sería el Buda.
Al
oír esta conversación el venerable Ananda se asustó tanto que creyó que su
corazón iba a dejar de latir. ¿Y si el Buda decidía intercambiar los papeles?
¡Entonces él sería el ayudante de Mara! Ananda deseó de todo corazón que el
Buda se negara.
El
Buda contempló serenamente a Mara y sonrió. -¿Crees que es fácil ser un Buda?
-le preguntó-. La gente siempre me está malinterpretando y atribuyéndome algo
que yo no he dicho. Construyen templos con imágenes mías hechas de cobre, yeso,
oro e incluso de esmeraldas. Muchas personas me regalan plátanos, naranjas,
dulces y otras ofrendas. A veces me llevan tambaleando a cuestas en una
procesión y he de sentarme sobre montones de flores. A mí no me gusta ser esa
clase de Buda. Se han hecho muchas cosas perniciosas en mi nombre. Como puedes
ver, ser un Buda es muy difícil. Ser un maestro y ayudar a la gente a practicar
no es una labor fácil. En realidad no creo que te gustase demasiado ser un
Buda. Es mejor que los dos sigamos con lo que estamos haciendo e intentar
llevarlo a cabo lo mejor que podamos.
Si
hubieras estado allí con Ananda prestando una gran atención, habrías tenido la
sensación de que el Buda y Mara eran amigos. Se encontraron del mismo modo que se
encuentran el día y la noche, la flor y la basura, que son inseparables. Es una
enseñanza muy profunda del Buda.
Ahora
ya te has hecho una idea de la clase de relación que existía entre el Buda y
Mara. El Buda es como una flor, muy fresca y bella. Mara en cambio es como la
basura: apestosa, cubierta de moscas y desagradable al tacto. Mara no es
agradable en absoluto, pero si sabes ayudar a Mara a transformarse, se
convertirá en el Buda. Y si no sabes cuidar del Buda, acabará convirtiéndose en
Mara.
Al
observar las cosas de ese modo, sabemos que los elementos no-rosa, incluyendo
la basura, se han reunido para que la rosa pueda existir. El Buda también es
como una rosa, pero si lo observas a fondo, verás en él a Mara; el Buda está
formado por elementos de Mara. Y cuando comprendes esta enseñanza budista, ves
que todo es vacío, porque nada existe separado de lo demás. Una rosa está
formada por elementos no-rosa, no existe separada de las otras cosas, por eso
es vacía. Una rosa carece de un yo separado porque siempre está formada por
elementos no-rosa.
El
interser lo incluye todo -no sólo a Buda y a Mara, o a las rosas y la basura-,
sino también al sufrimiento y la felicidad, lo bueno y lo malo. El sufrimiento,
por ejemplo, se compone de felicidad, y la felicidad se compone de sufrimiento.
Lo bueno se compone de lo malo, y lo malo se compone de lo bueno. La derecha se
compone de la izquierda, y la izquierda se compone de la derecha. Para que esto
exista, ha de existir aquello. Al eliminar esto, aquello desaparece.
El Buda dijo: “Esto existe, porque aquello existe”. Es una enseñanza muy
especial del budismo.
La
práctica de la meditación budista se inicia aceptando que en nosotros hay tanto
rosas como basura. Cuando vemos las rosas que hay en nosotros, nos sentimos
felices, pero al mismo tiempo sabemos que si no las cuidamos bien se
convertirán rápidamente en basura. Aprendemos a cuidar de ellas para que
permanezcan en nosotros por más tiempo. Cuando se empiezan a deteriorar en
basura, no nos produce miedo, ya que sabemos transformar la basura en rosas de
nuevo. Cuando reconozcas una sensación de desasosiego, si observas con atención
esa sensación, verás en ella una diminuta semilla de felicidad y liberación. Así
es como la transformación tiene lugar.
Como
las hojas de un banano
Un
día me dediqué a contemplar un banano joven, lo torné como el objeto de mi
atención, de mi concentración, de mi meditación. Era un banano muy joven que
sólo tenía tres hojas. La primera era la hermana mayor, la segunda, la mediana
y la tercera, la más reciente, estaba aún enrollada en el interior del tronco.
Al
observar atentamente las hojas del banano, descubrí que la hermana mayor vivía
su propia vida. Se desplegaba disfrutando del sol y la lluvia, era una hoja
preciosa. Daba la impresión de preocuparse sólo de sí misma, pero al observarla
con más profundidad, uno veía que no era así en absoluto. Mientras disfrutaba
de su vida como la hermana mayor, al mismo tiempo escaba ayudando a la segunda
y a la tercera hojas, e incluso a una cuarta que no era visible pero que ya se
había formado en el interior del tronco. La hermana mayor era la que se
encargaba de alimentar al banano entero.
La
primera hoja practicaba respirando y sonriendo en cada minuto de su vida. De
las raíces del banano recibía los nutrientes de los que se alimentaba. Luego
los devolvía al banano y a todas sus hermanas menores y a las que iban a nacer
en el futuro. Vivía su propia vida y, sin embargo su existencia tenía un
significado, porque estaba ayudando a alimentar y a crecer a las generaciones
futuras.
La
segunda hoja hacía exactamente lo mismo. Vivía plenamente su vida como hoja y
al mismo tiempo realizaba la labor de enseñar, alimentar y ayudar a crecer a
sus hermanas menores. Pero si uno no lo observaba con atención, no se percataba
de que la primera y la segunda hojas estaban haciendo exactamente lo mismo. La
tercera hoja, la más joven, estaba a punto de abrirse. Pronto sería una bella
hoja que se ocuparía de sus hermanas menores.
A
ti también te ocurre lo mismo. Al vivir tu vida de una manera tan hermosa,
estás alimentando a tus hermanos y hermanas y a las generaciones futuras. No es
sacrificando
tu vida, sino llevando una vida plena y feliz, como ayudarás a las generaciones
futuras.
Cuando
los jóvenes dicen: “¡Tengo que vivir mi propia vida!” o “¡Este cuerpo es mío y
puedo hacer con él lo que me dé la gana!”, no es cierto, es una falsa idea.
Nosotros no estamos separados de los demás. Tú cuerpo no es sólo tuyo,
pertenece también a tus antepasados, a tus abuelos y a tus padres. Y a tus
hijos y a tus nietos que aún no han nacido pero que ya están presentes en tu
cuerpo.
Tus
padres y tú constituís en realidad una unidad. Si tus padres sufren, tú sufres.
Y si tú sufres, tus padres sufren. Si lo observamos a fondo y lo vemos con
claridad, descubriremos que sólo hay una realidad. Al observar las cosas de ese
modo, verás claramente que la felicidad es colectiva y dejarás entonces de
perseguir sólo tu propia felicidad. Comprenderás que hemos de trabajar juntos y
comprendernos unos a otros.
Cuando
las cosas se ponen difíciles
Las
familias a veces experimentan mucho dolor y angustia. Cuando un miembro de la
familia sufre, puede propagar su dolor a los demás. Por ejemplo, aunque un
padre ame siempre a su hijo, a veces es incapaz de demostrárselo. De hecho, es
posible que haga lo contrario. Pero el amor que siente por su hijo siempre está
presente en su corazón, sólo ha de encontrar la forma de expresarlo.
Si
ningún miembro de la familia es capaz de escuchar a los demás, el ambiente
estará cargado de tensión y se hará casi irrespirable. La comunicación no será
posible. Cuando la gente no se escucha entre sí, no puede ser feliz. Si en
cuanto abres la boca el otro dice: “¡No quiero escucharte, ya sé lo que vas a
decir, sólo quieres herirme!”, el deseo de compartir algo se frustra y acabamos
distanciándonos unos de otros.
Para
ser verdaderamente felices necesitamos que nos comprendan. A veces a lo mejor
crees que no eres querido o comprendido, y esta sensación te hace sufrir. Para
amar a alguien, primero hemos de intentar comprender a esa persona. Para
lograrlo, practicamos el sentarnos en meditación y el escuchar; la práctica del
amor consiste en esto. Te ruego que lo recuerdes. No te dejes llevar por los
prejuicios y las suposiciones, no pienses que ya entiendes a esa persona.
Si
creemos que la persona amada es la culpable de nuestro dolor, sufrimos mucho.
En cambio, si creemos que es otra la culpable, no sufrimos tanto. En el primer
caso, no podemos soportarlo, sufrimos cien veces más, queremos encerrarnos en
nuestra habitación para echarnos a llorar, no deseamos verla ni hablar con
ella. Aunque intente acercarse a nosotros, seguimos enfadados. No queremos que
nos toque. Le decimos: “¡Déjame en paz!”, es una reacción muy normal.
Cuando
te ocurra, es mejor no responder con palabras. Limítate a hacer la práctica de
“detenerte”. Eso es lo que yo hago. Regreso a la respiración diciéndome en
silencio: “Al inspirar, sé que estoy irritado. Al espirar, la irritación sigue
ahí”. Continúo respirando así tres o cuatro veces y entonces hay un cambio.
Después
nos acercamos a la persona amada que acaba de herirnos y le decirnos, siendo
plenamente conscientes, con una gran atención y concentración: “Estoy
sufriendo, ayúdame, por favor”. Ya sé que cuesta mucho, pero si lo intentas, lo
conseguirás. Nos acercamos a ella, inspiramos y espiramos profundamente, y tras
regresar a nosotros mismos al cien por cien, le decimos que estamos sufriendo y
que necesitamos su ayuda. A lo mejor no deseamos hacerlo creyendo que no nos
hace falta. Al contrario, queremos ser independientes y decirle: “¡No te
necesito!”, porque nos ha herido profundamente. Por eso no queremos pedir
ayuda, porque nuestro orgullo está herido. Pero de todos modos es muy
importante aprender a decirlo.
Para
ponerlo en práctica deberemos entrenarnos durante un tiempo, ya que nuestra
inclinación natural es decir que podernos sobrevivir sin ella y demostrárselo
con el deseo de castigarla. Y queremos castigarla porque se ha atrevido a
hacernos sufrir. Pero si observamos a fondo la situación, veremos que esa
conducta no es acertada. Estamos seguros de que la otra persona es la culpable
de nuestro sufrimiento, pero quizá estemos equivocados. Cuando dos personas se
quieren, se necesitan mutuamente, en especial cuando están sufriendo.
Cuando
la ira se presenta sin haber sido invitada
Hace
poco tuve la oportunidad de hablar con un americano veterano de la guerra de
Vietnam que me contó un montón de historias interesantes sobre la
transformación, la paz y la alegría que experimentó, y sobre su capacidad de
relacionarse con los demás tras haber pasado una etapa en la que le resultaba
muy difícil estar con alguien. Había combatido en la guerra de Vietnam y tenía
la naturaleza de un soldado. Estaba dispuesto a afrontar cualquier reto. Si
alguien deseaba enfrentarse a él, estaba preparado para responder.
Pero
me dijo que después de haber hecho la práctica de ser consciente durante varios
meses, había cambiado. Un día mientras iba por la calle alguien que estaba
furioso se acercó a él para provocar una pelea. De pronto mi amigo sintió que
ya no deseaba luchar.
Aquel
hombre estaba muy enfadado y quería golpearle para hacerle sufrir, pero nuestro
amigo no quería luchar. Esta idea le resultaba muy extraña y nueva. Entonces se
puso a hacer la práctica de inspirar y espirar y le dijo: “Si deseas golpearme,
adelante, pero yo no voy a responderte, no quiero pelear. No pienso hacerlo”.
Cuando
lanzas una piedra, aunque la piedra no regrese, te lastimará igualmente, y eso
era lo que quería transmitir a esa persona. Como su cara y su voz irradiaban
calma y no expresó ningún tipo de ira, la otra persona reaccionó del mismo
modo. Dejó de agredirle y se fue.
Nuestro
amigo se felicitó a sí mismo. Era su primera verdadera victoria sobre su ira.
Me gustaría que si un chico o una chica intentaran provocar una pelea,
practiques lo mismo que él hizo. Hay una forma mejor de responder a la ira que
luchando.
Cuando
la ira surja en ti, inspira y espira y di: “Hola, ira. Al inspirar, sé que la
ira está presente. Al espirar, intento sonreír”. Cuando te enojas, los cientos
de músculos que hay en tu rostro se tensan y pareces una bomba a punto de
explotar. Pero si sabes cómo inspirar y espirar, y sonreír, aunque no sea una
sonrisa de alegría, aunque sólo sea una sonrisa de yoga, te ayudará a
relajarte.
Es
una práctica muy importante, porque cuando estamos enojados solemos
interesarnos sólo por la persona que creemos nos ha hecho enojar. Pero en
realidad el origen de nuestra ira se encuentra en nuestra mente, en nuestra
forma de pensar.
La
ira es como una semilla. En ti hay la semilla de la ira que tus padres, amigos,
o incluso tú mismo, habéis sembrado y que habéis estado regando cada día. Cada
vez que te enfadas, esa semilla se vuelve más fuerte.
La
parte en la que esta ira vive dentro de ti se llama la
“consciencia-receptáculo”. La consciencia-receptáculo es como el sótano de una
casa. En ese sótano hay muchas semillas, puedes considerarlas como invitados.
De vez en cuando las invitas a entrar a la sala de estar. Por ejemplo, cuando
tienes ganas de cantar, estás invitando en la sala de estar a las semillas de
las canciones que hay en tu consciencia-receptáculo. Pero a veces algunas semillas
irrumpen en la sala de estar sin haberlas invitado empujando la puerta y
entrando por su cuenta.
Cuando
la ira se presenta sin haberla invitado es algo muy desagradable. Puede llegar
a serlo tanto, que quizá intentes reprimirla, decir a tus enojados pensamiento:
“¡Quedaos en el sótano, ni se os ocurra subir, no quiero veros!”. Decides
consciente o inconscientemente que no quieres que entren en la sala de estar y
te hagan infeliz, y los empujas al sótano. Posiblemente se quede allí reprimido
durante algún tiempo, pero intentarán subir cuando no seas consciente de ellos.
Además pueden ser muy astutos y volver disfrazados para que no los reconozcas.
Cuando
estas enojado, el paisaje de tu mente cambia. Si no sabes afrontar tu ira, ésta
aumentará e invadirá todo el paisaje. Y una vez te enojas, el montón de cosas
bellas y refrescantes que hay en el mundo deja de interesarte y sólo piensas en
la persona que te ha hecho infeliz. Y cuánto más sigas pensando en ella, más
enojado te sentirás, en realidad estarás avivando tu ira. Lo hacemos cada día.
Podemos
aprender a reconocer la presencia de la ira que ha aparecido sin haberla
invitado y al mismo tiempo invitar a alguna otra cosa para que se ocupe de
ella: al estado de ser consciente. “Al inspirar, sé que estoy irritado. Al
espirar, sé que la irritación sigue aún en la sala de estar”. Al decirlo,
reconocemos la ira que hay en nosotros.
Cuando
una madre oye que su bebé llora y lo coge en brazos, no intenta hacerle callar
tapándole la boca o pegándole, sino que deja que llore abrazándole con amor,
ternura y serenidad. Y poco a poco el bebé se va calmando y tranquilizando
hasta que deja de llorar. La madre en vez de obligar a su hijo a dejar de
llorar, lo rodea de ternura y calma. Nosotros también debemos tratar a nuestra
ira del mismo modo.
El
hecho de ser conscientes no sirve para combatir o reprimir la ira, sino para
ayudarnos a cuidar bien de ella. Practica lo siguiente: “Al inspirar, sé que
estoy enojado. Al espirar, sé que la ira sigue en mí”. Al decir estas palabras,
seguirás enojado, pero estás a salvo, porque al ser consciente de tu ira, te
estarás ocupando de ella.
Utiliza
este estado como una luz que ilumine codos los recodos de tu consciencia para
transformar la ira. Cuando surge un recuerdo doloroso normalmente intentamos
reprimirlo creando con ello una mala circulación en nuestra consciencia. Y
cuando hay una mala circulación, no gozarnos de buena salud. Cada vez que el
dolor intente entrar a la sala de estar, ya sabes qué hay que hacer: no lo
empujes al sótano ni lo reprimas. Mantente atento y estarás protegido. Deja que
surja. Di: “Buenos días, miedo” o “Buenos días, ira, vieja amiga mía”. Haz la
práctica de inspirar y espirar. Si actúas de ese modo y te mantienes atento,
estarás a salvo. No tengas miedo.
Nosotros,
al igual que una madre ocupándose de su bebé que llora, invitamos al estado de
ser consciente a surgir y a ocuparse de la ira que surge en nuestra mente.
Cuando dices: “Al inspirar, sé que estoy enojado. Al espirar, sé que estoy
enojado”, con tu estado de ser consciente estás cogiendo en brazos a la ira que
hay en ti al igual que una madre sostiene a su bebé con amor y ternura.
Un
lugar tranquilo para descansar
Cuando
dejamos de correr y percibimos profundamente el momento presente, recuperamos
la calma y afrontamos mejor cualquier situación. Somos como un árbol arraigado
firmemente en la tierra. A veces cuando el viento sopla con fuerza, las ramas
pequeñas y las hojas de la copa del árbol son zarandeadas violentamente de un
lado a otro y el árbol parece muy vulnerable y Frágil. Nos enojamos o
deprimimos tanto que creemos que vamos a morir. Pero si miramos hacia abajo,
veremos las fuertes ramas y raíces del árbol y sabremos que es mucho más sólido
de lo que creíamos.
Cuando
las emociones te zarandeen, mira hacia abajo y comprueba lo protegido que estás
por las raíces, la tierra y el tronco del árbol. Al abrazar el tronco, sentirás
que es muy sólido. Cada vez que te sientas zarandeado por la fuerza de una
emoción, desciende al nivel del tronco. El tronco se encuentra un poco más
abajo del ombligo, o sea que fíjate en tu vientre y sigue su movimiento.
Respira siguiendo la gatha: “Inspirando/espirando”, y no pienses en nada.
Centra la atención en la respiración y en el movimiento de tu vientre:
Inspirando/Espirando, Lenta/Profundan.
Puedes
practicarlo mientras vas en el autobús para ir al instituto, paseas por la
playa, estás tendido o sentado, y cuando estás solo o con amigos. Pero no lo
practiques sólo cuando tengas problemas. También debemos hacerlo cuando nos
sentimos bien, así cuando tengamos un problema nos resultará más fácil
practicarlo. Si lo practicas cuando te sientes bien, te será más fácil hacerlo
cuando tengas un problema. Volverás de manera natural a tu respiración.
Al
inhalar, el vientre sube de manera natural, al exhalar a fondo, el vientre
desciende. Concéntrate mientras respiras en el movimiento del abdomen.
La
bondad incondicional
Hay
muchos seres humanos que son destruidas por la guerra, la represión política,
las injusticias sociales y el hambre. Si no estamos motivados por la mente del
amor, no sentiremos la fuente de la compasión que hay en nosotros, no tendremos
el tiempo ni la energía para ayudar a rescatar a los seres vivos que están
muriendo cada día. Para proteger la vida, evitar la guerra y ayudar a los seres
vivos, hemos de cultivar la energía de la bondad incondicional que hay en
nosotros cada día.
Practica
la bondad incondicional en cualquier parte, con todos los seres y con todo.
Todos necesitamos que nos protejan y rescaten. Cuanto más avanzamos en el
camino de la bondad incondicional, más alegría, paz y amor recibimos del
cosmos. Nuestra sensación de soledad desaparecerá.
Si
nos sentimos solos, si creemos que la sociedad, la familia o cualquier persona
no nos dan el amor que necesitamos, es porque no somos capaces de sentir la
energía de la bondad incondicional que hay por doquier en el cosmos. Es como
tener una radio sintonizada a la emisora que deseamos pero que está sin pilas.
Si
vemos a un bichito ahogándose y no nos mueve el deseo de ayudarle, significa
que la energía de la bondad incondicional no está en nosotros. Pero si le
ayudamos, de pronto sentiremos que estamos ayudando al cosmos entero. La bondad
incondicional se vuelve entonces real y experimentamos alegría, esta alegría
surge porque hemos salvado a un insecto.
Estamos
rodeados de sufrimiento. Si somos conscientes de él, podremos disminuirlo en
gran medida. Cuando vemos a alguien sufriendo, no hemos de ignorarlo o cerrar
los ojos, sino ayudarle. El hecho de sentir el sufrimiento aviva la energía de
la compasión que hay en nosotros. Y la compasión nos produce alegría y paz.
Cualquier
cosa que hagamos, pensemos o sintamos repercute en todo el cosmos. Cuando
sonríes feliz, estás ayudando al cosmos entero. Cuando alguien en el cosmos
practica la bondad incondicional, tú también te estás beneficiando de su
práctica.
Cuando
una madre se ocupa de su bebé, se está ocupando al mismo tiempo de todos
cuantos la rodean y de todos los bodhisatvas del cosmos. Tú no tienes que hacer
nada en especial, sólo haz bien una cosa y todo lo demás funcionará por sí
solo. Si haces algo bueno que os aporte alegría y felicidad a ti y a tu
familia, esta acción beneficiará a todos los seres del cosmos. El Buda sólo fue
una persona, pero su senda de la paz, la alegría y la felicidad penetró en el
cosmos entero.
Aprender
a amar
A
menudo sugiero a los jóvenes que hagan estos dos votos:
1.
Hago el voto de desarrollar la comprensión para poder vivir en paz con las
personas, los animales, las plantas y los minerales.
2.
Hago el voto de desarrollar la compasión para proteger la vida de las personas,
los animales, las plantas y los minerales.
Para
poder amar a alguien, has de comprenderle, porque el amor está hecho de
comprensión. Si no le comprendes, no puedes amarle. La meditación consiste en
observar a fondo para comprender las necesidades y el sufrimiento de las otras
personas. Cuando sientes que alguien te comprende, sientes que el amor penetra
en ti. Es una sensación maravillosa. Todos necesitamos comprensión y amor.
A
la gente le gusta hacer cosas diferentes. Supón que al salir del instituto tu
amigo quiere ir a jugar al tenis, pero tú prefieres dedicarte a leer un libro.
Como deseas hacerle feliz, decides olvidarte del libro e ir a jugar al tenis
con él. Al hacerlo, estás practicando la comprensión. Al comprenderle, le estás
dando alegría. Y cuando le haces feliz, tú también eres feliz. Es un ejemplo de
cómo practicar la comprensión y el amor.
Siempre
que recites estos dos votos, hazte esta pregunta: “Ya que he hecho estos votos,
¿he intentado aprender algo sobre ellos? ¿He intentado ponerlos en práctica?”.
No quiero que me contestes con un sí o un no. Aunque hubieras intentado
aprender algo de ellos y practicarlos, aún no basta. La mejor forma de
responder es abrirte dejando que estas preguntas penetren a fondo en todo tu
ser mientras inspiras y espiras. Y al abrirte a ellas y dejarlas entrar dentro
de ti, empezarán a actuar silenciosamente.
La
comprensión y el amor son las dos enseñanzas más importantes del Buda. Si no
intentamos abrirnos, comprender el sufrimiento de los demás, no podremos
amarles ni vivir con ellos con armonía. También hemos de intentar comprender a
los animales, las plantas y los minerales y proteger su vida, e intentar vivir
armoniosamente con ellos. Si no podemos comprenderles, no podremos amarles. El
Buda nos enseñó a contemplar a los seres vivos con una mirada llena de amor y
comprensión. Te ruego que aprendas a practicar esta enseñanza.
La
importancia de respetar el sexo y el cuerpo
Una
persona está formada de cuerpo y mente. Comunicarnos sólo con el cuerpo sin que
el alma también lo haga es peligroso. Cuando dos personas se aman desean estar
cerca una de otra, pero se trata de la intimidad de dos almas que se comunican,
comprenden y comparten unos valores espirituales. Si es así, la unión de esos
dos cuerpos será significativa y producirá felicidad. Pero si se unen sin que
lo hagan sus almas, sufrirán. En este caso nosotros la llamamos “una unión
sexual vacía”.
Algunas
partes del cuerpo son sagradas, como la coronilla, en la parte superior de la
cabeza. La coronilla es un altar para los asiáticos, en especial para los vietnamitas,
que colocamos en los altares los objetos más sagrados. En Vietnam cualquier
casa, por pobre que sea, tiene un altar dedicado a los antepasados con ofrendas
de frutas, flores o incienso. Los vietnamitas tratamos ese altar con muchísimo
cuidado porque lo consideramos sagrado. También creemos que en el cuerpo hay
unas zonas sagradas y no queremos que nadie las vea ni las toque, y esto lo
piensan tanto los chicos como las chicas. A veces sujetamos la mano de alguien
o le ponemos una mano sobre el hombro, pero sabemos que no hemos de tocarle
nunca las zonas sagradas del cuerpo. El cuerpo es tan sagrado como el alma y no
podemos compartirlo con cualquier persona.
En
el alma también hay unas zonas que son sagradas y no queremos que cualquier
persona las vea ni las toque. Son las experiencias y las imágenes que nos
reservamos para nosotros. No queremos compartirlas con todo el mundo, sólo con
la persona que nos inspira más confianza, a la que más queremos. Revelamos
estos secretos que hay en el fondo de nuestro corazón a muy pocas personas,
probablemente a una. Y sólo cuando tenemos un amigo que nos comprende de
verdad, compartimos esas zonas tan sagradas de nuestro cuerpo y de nuestra alma
con él. Entonces la unión de dos cuerpos se convierte en la unión de dos almas,
es una ceremonia sagrada que produce felicidad.
¿Qué
ocurre cuando un chico y una chica de doce, trece o catorce años practican el
sexo? Ocurre que los dos cuerpos se unen movidos por el deseo sexual sin que la
pareja se comprenda ni se conozca. Y al ignorar qué es el amor, practican un
sexo vacío y ello es peligroso porque estos dos jóvenes pueden viajar por el
camino del deseo sexual en el que no hay más que sexo sin comprensión. Y en el
futuro no conocerán qué es el verdadero amor. Son como un fruto sin madurar,
como una flor sin abrir.
La
única forma de estar cerca de alguien es por medio de una profunda comprensión,
de compartir los sentimientos y las ideas. Cuando nos acostarnos con alguien
creemos que al estar cerca de esa persona nos estamos comunicando, pero no es
más que una ilusión. En realidad, la unión de dos cuerpos puede separar más aún
a dos personas. Hay mucha gente que sabe que si no comprende y ama a su pareja,
y si no comparte a fondo la vida con ella, la falta de comunicación puede crear
un gran distanciamiento entre los dos, y esto es muy peligroso. Hemos de
practicar la comunicación escuchando atentamente al otro en primer lugar y
hablándole después con afecto.
Muchos
de nosotros despreciamos nuestro cuerpo y nuestra alma y no los consideramos
sagrados. Los jóvenes tienen que proteger su cuerpo y practicar una sexualidad
responsable. Si practicamos el sexo sin proteger la integridad de nuestro
cuerpo y mente o la del cuerpo y mente de la persona amada, la estaremos
ofendiendo a ella y a nosotros al mismo tiempo.
Sé
bueno contigo mismo
Cuando
bebes alcohol, fumas marihuana o consumes drogas, al principio tal vez te
sientas bien, pero has de saber que estas sensaciones son muy peligrosas porque
pueden llevarte a una adicción y causarte mucho sufrimiento. Te ruego que no te
dejes engañar por estas sensaciones en apariencia agradables. Obsérvalas a
fondo, ya que pueden contener el potencial de las sensaciones dolorosas que más
tarde se manifestarán en ti.
Por
eso es tan importante ser consciente de lo que sientes, bebes o comes. Cuando
observamos el alcohol que estamos bebiendo, podemos ver a mucha gente que se
está muriendo en este preciso momento de hambre. Cuarenta mil niños mueren cada
día de desnutrición y, como ya sabes, para fabricar bebidas alcohólicas se
necesitan muchos cereales. Si observas a fondo el hecho de beber esta clase de
bebidas, ya no te resultará agradable hacerlo porque desearás evitar el uso de
cereales destinados a la fabricación de bebidas alcohólicas para que la gente
que está hambrienta tenga algo que comer.
La
consciencia también es un alimento. Te lo creas o no, cuando lees un artículo
de una revista, miras la televisión o vas al cine, estás ingiriendo
consciencia, porque esos medios reflejan la consciencia colectiva de un grupo
de personas con unas determinadas opiniones, sentimientos y formas de pensar.
El Buda dijo que debes ser consciente de la cantidad de consciencia que
ingieres. Algunas clases de consciencia no son buenas ni sanas para ti, en
especial si ya tienes problemas.
Por
ejemplo, un programa de la televisión, un libro en nuestra consciencia si esas
noticias, información, imágenes y sonidos alimentan nuestro miedo, angustia o
desesperanza. Los anuncios también pueden ser tóxicos y hemos de considerar sus
mensajes cuidadosamente. Muchas empresas prometen que si compramos un
determinado producto seremos felices: “Ser feliz es fácil, sólo ha de comprar
esto”.
Las
imágenes y sonidos que suelen llamamos la atención contienen toxinas de las que
hemos de protegernos. Si sigues ingiriendo esa clase de consciencia, acabarás
enfermando. Por eso necesitas seleccionar lo que consumes e ingerir la
consciencia que te conduzca a la curación y la transformación.
Un
consumo responsable significa que sólo dejamos que el cuerpo y la mente
ingieran unos alimentos sanos. Practicamos el comer y beber de manera
consciente, sin consumir alcohol o drogas, y sin comer alimentos que contengan
toxinas. Lo hacemos tanto para nosotros mismos como para los miembros de
nuestra familia y para la sociedad. El apoyo de la familia y los amigos puede
ayudarnos a llevarlo a cabo.
¡Disfruta
de una sola a la vez!
Comer
es un acto sagrado. Comer siendo consciente de ello es una práctica muy
profunda y agradable que resulta fácil de aprender. Al hacerla, la felicidad de
la familia y la sociedad aumenta.
Patatas,
magdalenas, leche... comemos esos productos a diario, pero sin conocer su
naturaleza, su origen o el proceso de fabricación que han seguido hasta llegar
a nuestra mesa. Antes de comer, podemos pensar de dónde procede la leche, cuál
es su naturaleza, la situación que su producción tiene en el mundo. Esto nos
hará descubrir muchas cosas, ya que a menudo la consumimos sin saber lo que es,
ignoramos su origen, así como la felicidad o el sufrimiento que ha supuesto su
producción.
Antes
de compartir una comida es una buena idea hacer durante unos minutos una
meditación colectiva. En la tradición cristiana se bendice la mesa, pero en la
tradición budista antes de comer hacemos la práctica de respirar
conscientemente y de observar con atención la comida que hay en la mesa.
Inspiramos y espiramos tres veces y damos las gracias a la luz del sol, al
trigal, y a la nube que nos han ofrecido la maravillosa comida que vamos a
tomar hoy.
Supón
que vas a comerte un helado de cucurocho. El helado existe en el momento
presente, si perteneciera al pasado no podrías comértelo. Y si perteneciera al
futuro, ¿cómo podrías saborearlo? el helado sólo existe en el momento presente.
Si tu mente está pensando en el pasado 0 en el futuro, no estarás saboreando
realmente el helado. Vuelve al aquí y al ahora y cómete el helado. Cómetelo con
todo tu ser: con el cuerpo, el corazón y la mente. Cuando te lo comes de ese
modo, saboreas y disfrutas de verdad el helado.
El
secreto de la práctica consiste en hacer una sola cosa a la vez. Si comes un
helado, come sólo un helado y nada más. Si al comértelo estás excitado, estarás
comiendo tu excitación y ni siquiera te fijarás en él. Y si estás enojado,
estarás comiendo tu enfado y ni siquiera te gustará su sabor. Al tomarte el
helado, come sólo el helado y nada más.
Comer
en silencio nos ayuda a valorar los alimentos y a reconocer su presencia.
Durante los cinco primeros minutos comemos en silencio para concentramos en la
comida.
Intenta
comer en silencio durante los cinco primeros minutos. Come muy despacio y
disfruta de la comida. Come con todo tu ser para saborearla a fondo. Sabes que
si comes un helado poco a poco, siendo consciente de él, te sabrá mucho mejor y
te sentirás más feliz. Es así de sencillo.
Poder
comer nos produce una gran felicidad. Tener cada día algo que comer nos
proporciona mucha alegría. Incluso puedes decir: “Papá, me siento muy feliz.
Esta noche el guiso estaba delicioso. Muchas gracias”. Agradecer así la comida
aportará más felicidad al hogar. Si durante la cena haces reproches a alguien,
si le criticas diciendo: ¿Cómo es que esta noche vienes tan tarde?, estarás
haciendo infelices a todos los que están sentados a la mesa contigo. Hemos de
vivir de tal modo que la hora de cenar se convierta en la hora más feliz del
día.
Si
cuando comes eres capaz de crear felicidad, podrás crearla también en otros
momentos del día y eso es maravilloso. Tienes el don de crear felicidad en
cualquier momento.
Persiguiendo
las nubes
¿En
qué consiste la verdadera felicidad? A menudo creemos que si no conseguimos lo
que deseamos, no seremos felices. Pero hay un millón de formas de ser feliz, lo
que ocurre es que como no sabemos abrir la puerta que conduce a la felicidad,
nos dedicamos a perseguir aquello que deseamos. Pero en realidad cuánto más
persigas la felicidad, más
Voy
a contarte una historia muy bonita sobre un arroyo que descendía de la cima de
una montaña. Era un arroyo muy joven que quería llegar al océano. Deseaba
llegar lo más rápido posible. Pero al descender a las llanuras, a las tierras
bajas y a los campos que había a sus pies, tuvo que fluir más despacio y se
convirtió en un río. Y un río no puede correr tan rápido como un joven arroyo.
Al
fluir lentamente empezó a reflejar las nubes del cielo. Había muchas clases de
nubes con un montón de formas y colores. Al cabo de poco el río no hacía más
que perseguir a las nubes, una tras otra. Pero las nubes no estaban quietas en
un lugar, sino que iban y venían, y el río no cesaba de perseguirlas. Cuando
descubrió que ninguna nube estaba dispuesta a quedaba con él, se puso muy
triste y se echó a llorar.
Un
día sopló un viento tan fuerte que alejó todas las nubes del lugar. El cielo
adquirió un precioso color azul. Pero como no había nubes, el río empezó a
creer que no valía la pena vivir. No sabía disfrutar de aquel cielo azul. Le
parecía vacío y tenía la sensación de que su propia vida carecía de
significado.
Aquella
noche el río estaba tan desesperado que intentó quitarse la vida. ¿Pero acaso
puede un río suicidarse? De ser alguien no puedes convertirte en nadie; de ser
algo no puedes convertirte en nada. El río estuvo llorando toda la noche y sus
lágrimas salpicaban la orilla. Era la primera vez que regresaba a su ser. Antes
había estado siempre huyendo de sí mismo. En vez de buscar la felicidad dentro
de él, la había estado buscando por fuera. Pero ahora, al volver por primera
vez a sí mismo y escuchar el sonido de sus lágrimas, descubrió algo asombroso:
comprendió que en realidad estaba hecho de nubes.
Fue
un extraño descubrimiento. Se había dedicado a perseguir a las nubes pensando
que sin ellas no podía ser feliz y ahora se daba cuenta de que estaba hecho de
nubes. Lo que había estado buscando lo tenía ya en su interior.
La
felicidad puede ser así. Si sabes regresar al ayuí y al ahora, comprenderás que
los elementos para ser feliz están ya a tu alcance. No necesitas seguir
buscándolos.
De
pronto el río se dio cuenta de algo que se reflejaba en la fresca y serena
superficie de sus aguas. Era el cielo azul. ¡Qué tranquilo, inalterable y libre
era aquel hermoso cielo azul! Aquella visión le llenó de felicidad. Por primera
vez podía reflejar el cielo. Antes sólo había reflejado las nubes y corrido
tras ellas. Desconocía por completo la presencia del intenso e inalterable
cielo azul que estaba siempre a su alcance. Había ignorado hasta entonces que
su felicidad estaba hecha de solidez, libertad y espacio. Fue una noche de
profunda transformación y sus lágrimas y su sufrimiento se transformaron en
alegría y paz.
A
la mañana siguiente el viento volvió a soplar y las nubes regresaron. El río
descubrió que reflejaba las nubes sin apegarse a ellas, con ecuanimidad. Cada
vez que una nube llegaba, le decía: “¡Hola, nube!”. Y cuando se iba, no se
sentía triste y le decía: “¡Te veré más tarde!”. Ahora sabía que su libertad
era la base de su felicidad. Había aprendido a detenerse y a dejar de correr.
Una
noche le fue revelado algo maravilloso: la imagen de la luna llena reflejada en
la superficie de sus aguas. Esta visión le hizo muy feliz. Cogido de la mano de
las nubes y la luna se dirigió hacia el océano, pero ahora ya no tenía prisa
alguna por llegar a él, gozaba de cada momento.
Cada
uno de nosotros somos un río.
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