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23 de octubre de 2023

El Karma del pueblo judío desde la perspectiva esotérica del

Maestro Tibetano

Extracto del Tomo IV del libro de Alice A. Bailey, "Tratado sobre los Siete Rayos. La Curación Esotérica", capítulo III. Nuestras Deudas Kármicas, en el que tratando sobre el tema del Karma, habla acerca del Karma del pueblo judío.

La Ley del Karma es actualmente un grande e incontrovertible hecho en la conciencia de la humanidad. Quizás no la denominen así, pero es bien consciente que en todos los acontecimientos las naciones actuales están cosechando lo que han sembrado.

Esta gran ley -que en una época fue una teoría- es ahora un hecho comprobado y un factor reconocido por el pensamiento humano. La pregunta por qué tan frecuentemente formulada, hace surgir con

frecuente inevitabilidad el factor causa y efecto. Los conceptos que se tienen acerca de la herencia y el medio ambiente son esfuerzos hechos para explicar las condiciones humanas existentes; cualidades, características raciales, temperamentos nacionales e ideales, comprueban el hecho de que existe algún mundo iniciador de causas. Las condiciones históricas, las relaciones entre naciones, las restricciones sociales, las convicciones religiosas y las tendencias, pueden ser atribuidas a causas originantes, algunas de ellas muy antiguas. Todo lo que acontece en el mundo de hoy y que afecta tan poderosamente a la humanidad -cosas bellas y horribles, modos de vivir, civilización y cultura, prejuicios y preferencias, adquisiciones científicas y expresiones artísticas y las innumerables maneras con que la humanidad cobra la existencia de todo el planeta- son aspectos de efectos iniciados por los seres humanos, en alguna parte, en algún nivel y época, ya sea en forma individual o en masa.

Por lo tanto, karma es lo que el Hombre -el Hombre celestial en el cual vivimos toda la humanidad, el género humano como grupo de naciones y el hombre individual- ha instituido, llevado a cabo, fomentado, realizado o no, en el transcurso de las épocas hasta el momento actual. Hoy el fruto está maduro, y el género humano está cosechando lo que ha sembrado, en preparación para arar nuevamente en la primavera de la nueva era, sembrando nuevas simientes que producirán una mejor cosecha (roguemos y esperemos que así sea).

Una evidencia muy destacada de la Ley de Causa y Efecto es la raza judía. Todas las naciones comprueban esta Ley, pero prefiero referirme al pueblo hebreo, porque su historia es bien conocida y su futuro y destino son temas de preocupación mundial y universal. Los judíos han tenido siempre un significado simbólico; resumen en sí -como nación, a través de las épocas- las profundidades de la maldad humana y las alturas de la divinidad humana. Su historia agresiva, tal como está narrada en El Antiguo Testamento, va a la par de las presentes actuaciones alemanas; sin embargo Cristo era judío y la raza hebrea lo engendró. Esto nunca debe olvidarse. Los judíos fueron grandes agresores; despojaron a los egipcios y tomaron la Tierra Prometida a punta de espada, sin perdonar hombres, mujeres y niños. Su historia religiosa ha sido erigida alrededor de un Jehová materialista, posesivo, codicioso, que fomentaba y alentaba la agresión. Su historia simboliza la historia de todos los agresores, y su propio razonamiento los lleva a la convicción que están cumpliendo con un propósito divino, arrebatando a los pueblos sus propiedades en un espíritu de autodefensa y buscando alguna razón, adecuada para ellos, a fin de disculpar su inicua acción. Palestina fue tomada por los judíos porque era “una tierra rebosante de leche y miel”, y proclamaron que la acción fue emprendida obedeciendo a un mandato divino. Más tarde el simbolismo se hizo más interesante. Se dividieron en dos: los israelitas con su sede en Samaria, y los judíos (es decir, dos o tres tribus especiales extraídas de las doce) ubicados alrededor de Jerusalén. El dualismo prevalece en sus creencias religiosas; fueron aleccionados por los saduceos y fariseos, y esos dos grupos estuvieron en constante conflicto. Cristo vino como miembro de la raza judía, pero ellos Lo negaron.

Hoy la ley actúa y los judíos pagan el precio, de hecho y simbólicamente, de todo lo que han efectuado en el pasado. Están demostrando los efectos, de largo alcance, de la ley. De hecho y simbólicamente representan una cultura y civilización; de hecho y simbólicamente son la humanidad; de hecho y simbólicamente representan lo que siempre han elegido representar, la separación. Se consideran como el pueblo elegido y tienen una conciencia innata de ese elevado destino, olvidando su papel simbólico y que el pueblo elegido es la Humanidad y no una fracción pequeña y sin importancia de la raza. De hecho y simbólicamente anhelan la unidad y la cooperación, sin embargo, no saben cómo cooperar; de hecho y simbólicamente constituyen el “Eterno Peregrino”, y son la humanidad que deambula por los laberintos de los tres mundos de la evolución humana, contemplando con ansiosos ojos la tierra prometida; de hecho y simbólicamente se asemejan a las masas de hombres, rehusando comprender el propósito espiritual subyacente en todos los fenómenos materiales, rechazando al Cristo interno (tal como lo hicieron hace siglos dentro de sus fronteras), codiciando el bien material y desechando constantemente las cosas del espíritu. Claman por la así llamada restitución de Palestina, arrebatándola a quienes la han habitado durante muchos siglos, y por el continuo énfasis que ponen sobre las posesiones materiales pierden de vista la verdadera solución, la cual consiste, otra vez simbólicamente y de hecho, en ser asimilados a todas las naciones y fusionados con todas las razas, demostrando así el reconocimiento de la Humanidad Una.

Es interesante observar que los judíos que habitaron al sur de Palestina, cuya ciudad principal fue Jerusalén, lograron hacer esto y se fusionaron y asimilaron a los británicos, holandeses y franceses, en una forma que los israelitas, gobernados desde Samaria, nunca lo hicieron. Pongo esto a vuestra consideración.

Por lo tanto, si la raza judía recordara su elevado destino simbólico y el resto de la humanidad se viera a sí misma en el pueblo judío, y si ambos grupos hicieran resaltar el hecho de la estirpe humana y se abstuvieran de pensar en sí mismos en términos de unidades nacionales y raciales, cambiaría radicalmente el karma retributivo actual de la humanidad, en un buen karma recompensador en el futuro.

Considerando esta cuestión desde una visión de largo alcance (mirando hacia atrás históricamente y hacia adelante con esperanza), es un problema que los judíos mismos deben aportar su mayor contribución para solucionarlo. Nunca han enfrentado cándida y honestamente (como raza) el problema de por qué la mayoría de las naciones, desde la época egipcia, no los han aceptado ni querido. Siempre ha sido así en el transcurso de los siglos. Sin embargo, debe haber alguna razón innata en el pueblo mismo cuando la reacción es tan general y universal. Han encarado su penoso problema por medio de la súplica, angustiadas quejas o infausta desesperación. Su demanda ha sido de que las naciones gentiles corrijan las cosas, y muchas ya han intentado hacerlo. Sin embargo, hasta que los mismos judíos no enfrenten la situación y admitan que puede constituir para ellos la actuación del aspecto retributivo de la Ley de Causa y Efecto, y hasta que no hagan un esfuerzo para verificar lo que hay en ellos como raza, que ha iniciado su antigua y desesperada suerte, esta cuestión básica mundial permanecerá tal como ha sido desde la misma noche de los tiempos. Es inalterablemente verdad que dentro de la raza existen y han existido siempre grandes hombres, buenos, justos y espirituales. Una generalización nunca es una completa expresión de la verdad, pero contemplando el problema de los judíos en tiempo y espacio, en la historia y hoy, los puntos que he señalado merecen una cuidadosa consideración de su parte.

Lo dicho, de ninguna manera mitiga la culpa de quienes han abusado tan penosamente de los judíos. ¿No es verdad que hay un proverbio que dice que “dos negros no hacen un blanco”? La conducta de las naciones hacia los judíos, que culminaron en las atrocidades del segundo cuarto del siglo veinte, no tienen excusas. La ley debe actuar inevitablemente. Aunque gran parte de lo que les ha sucedido originó en su historia pasada y en su pronunciada actitud separatista, su no asimilación y su énfasis puesto sobre los bienes materiales, sin embargo, los factores que han traído el mal karma sobre ellos incurren igualmente en el aspecto retributivo de la misma ley; la situación ha asumido ahora la forma de un círculo vicioso de errores y hechos equívocos, de retribución y venganza, y en vista de ello debe llegar el momento en que todas las naciones consultarán este problema y cooperarán para terminar con las actitudes erróneas por ambas partes. Todo karma de naturaleza maligna, se resuelve mediante una aceptación voluntaria, un amor cooperativo, un franco reconocimiento de la responsabilidad y un hábil reajuste de la actividad conjunta y unida, para obtener el bien de toda la humanidad y no sólo el bien individual de una nación, un pueblo o una raza. El problema judío no se solucionará posesionándose de Palestina, con lamentos y demandas y con manipulaciones financieras. Esto sólo sería la prolongación de antiguos errores y condiciones materiales. El problema se solucionará por la disposición del judío a adaptarse a la civilización, al trasfondo cultural y al “standard” de vida de la nación a la cual -por derecho de nacimiento y educación- está relacionado y debe asimilarse. Ello vendrá, renunciando al orgullo de raza y al concepto de selección; vendrá por el renunciamiento de dogmas y costumbres, que son intrínsecamente caducos y crean puntos de constante irritación en la matriz dentro de la cual se halla el judío; vendrá cuando el egoísmo en las relaciones comerciales y en las pronunciadas tendencias manipuladoras del pueblo hebreo sea reemplazado por actividades menos egoístas y más honestas.

El judío, debido a su rayo y grado de evolución, sobresale como creador y artista. Esto debe reconocerlo, y no tratar, como hace ahora, de dominar todos los campos, de aprovechar las oportunidades de los demás pueblos para su mejoramiento y el de su propio pueblo, a expensas de los otros. La liberación de la presente situación vendrá cuando el judío olvide que es judío y llegue a ser en su más íntima conciencia, italiano, americano, inglés, alemán o polaco. Esto no sucede ahora. El problema judío, pero no el del negro, será resuelto por el matrimonio entre razas. Esto significará hacer concesiones por parte de los judíos ortodoxos -no las concesiones por conveniencia, sino por convicción.

Quisiera también señalar que así como la Kábala y el Talmud son líneas secundarias y materialistas en su técnica de acercamiento esotérico a la verdad (encierran mucho trabajo mágico para relacionar materia de cierto grado con sustancia de otro grado), así el Antiguo Testamento es enfáticamente una Escritura secundaria, y espiritualmente no está a la altura del Bhagavad Gita, la antigua Escritura de Oriente, y del Nuevo Testamento. Su énfasis es material y su efecto consiste en imprimir en la conciencia mundial un Jehová puramente materialista. El tema general de El Antiguo Testamento es la recuperación de la más alta expresión de la sabiduría divina en el primer sistema solar; este sistema personificó el trabajo creador del tercer aspecto de la divinidad, el de la inteligencia activa, expresándose a través de la materia. En el actual sistema solar, el mundo creado está destinado a ser la expresión del segundo aspecto, el amor de Dios. Los judíos nunca han comprendido esto, porque el amor expresado en El Antiguo Testamento es el amor separatista y posesivo de Jehová por un grupo característico dentro del cuarto reino o reino humano. San Pablo resumió la actitud que debe asumir la humanidad con las palabras “No existen judíos ni gentiles”. El mal karma de los judíos está destinado a terminar con su aislamiento, a llevarlos al punto de abandonar los objetivos materiales, al renunciamiento de una nacionalidad que tiende a ser parásita dentro de las fronteras de otras naciones, y a expresar un amor incluyente, en lugar de una separatividad desgraciada.

¿Y cuál deberá ser la actitud de los gentiles? Es absolutamente necesario que las naciones se acerquen al judío algo más de la mitad del camino, cuando llegue a alterar, lenta y gradualmente, su ortodoxia nacionalista. Es esencial que cesen sus temores, persecuciones y odios, no oponiendo barreras a la colaboración. El creciente sentimiento antisemita en el mundo es inexcusable a los ojos de Dios y del hombre. No me refiero aquí a las abominables crueldades del obsesionado pueblo alemán. Detrás de ellos reside la historia de las relaciones atlantes, que no es necesario detallar porque no podría comprobarles la verdad de mis exposiciones. Me refiero a la historia de los últimos dos mil años y a la conducta cotidiana de los pueblos gentiles de todas partes. Debería realizarse un definido esfuerzo por parte de los ciudadanos de cada país para asimilar a los judíos, establecer lazos matrimoniales con ellos y negarse a reconocer como barreras a los antiguos hábitos mentales y antiguas y malas relaciones. Los hombres de todas partes deberían considerar como un estigma sobre su integridad nacional si apareciera dentro de sus fronteras la antigua dualidad judíos y gentiles. No hay ni judíos ni gentiles; sólo existe la Humanidad. Esta guerra (1914-1945) podría decirse que ha terminado con la antigua enemistad entre judíos y gentiles y ambos grupos tienen ahora la oportunidad de iniciar un nuevo y feliz modo de vivir y una verdadera relación colaboradora por ambas partes. El proceso de asimilación será lento porque la situación es de tan antigua data que los hábitos mentales, las actitudes habituales y las costumbres separatistas están muy bien establecidas y son difíciles de superar. Pero los cambios necesarios podrán realizarse si la buena voluntad se halla detrás de la palabra hablada y escrita y en el modo de convivir. La Jerarquía no hace ninguna diferencia. El Guía de la Jerarquía, aunque no se halla en un cuerpo judío en la actualidad, logró la meta espiritual más elevada para la humanidad mientras poseía un cuerpo judío. La Jerarquía también está enviando a ciertos discípulos en cuerpos judíos a fin de que trabajen intensamente para cambiar la situación. Hoy, son muy pocos los judíos que no piensan como tales, ni se preocupan del problema judío excluyendo a todo lo demás, y tratan de fusionar a todos los pueblos en una sola humanidad, eliminando así la separación.

Repito, los Maestros de Sabiduría no ven judíos ni gentiles, sino almas e hijos de Dios.

Al tratar el tema del karma como un factor decisivo y duradero -tanto en la enfermedad como en la salud-, una de las críticas a que están sujetas mis instrucciones es que hago demasiadas generalizaciones y no un análisis detallado y específico de determinadas enfermedades, particularmente respecto a las grandes enfermedades básicas que producen tantos estragos en la humanidad y que no han sido fundamentalmente extirpadas. No me ocupo de sus síntomas o de su curación, ni indico técnicas por las cuales puedan ser tratadas. Creo que debo referirme a esta crítica a fin de que continúen su estudio sin ninguna aprehensión. Este punto es propicio para detenerme y enfrentar esta acusación. El karma es lógicamente un tópico general y no específico; el público en general no lo ha aceptado aún en su sentido esotérico. Debe ser considerado a grandes rasgos hasta el momento en que la Ley de Causa y Efecto sea aceptada en la conciencia humana como el principal factor condicionante, no sólo en amplia escala sino en relación con las vidas individuales. El público aún ignora totalmente esta ley.

Fuente: Tratado sobre los Siete Rayos. Tomo IV. La Curación Esotérica

 

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