Soy tuyo,
por muy lejos que estés de mí.
Tu pena, cuando sufres, me da pesar a mí.
No hay soplo de viento que no me traiga tu fragrance.
No hay pájaro canoro que no pronuncie tu nombre.
Cada
recuerdo que ha dejado su huella en mí,
permanece enteramente como si fuera parte de mí.
No te demores, no sea que me encuentres muerto.
Atrapada por el lobo, la oveja oye demasiado tarde
cómo la flauta del pastor llora por su cruel destino.
Abrasándome
de sed, busco en vano en el cielo
la nube que traiga la salvadora lluvia.
Me atormentas cruelmente,
pero mientras viva tu belleza
me hace amarte y perdonar.
Yo soy el
candil, tú eres el sol
tu poder triunfa de mi luz declinante.
El fuego tiene envidia del resplandor de tus ojos
los tulipanes y las rocas se marchitan al verte.
¿Separarnos? ¡Nunca!
De rodillas te profeso amor y devoción,
fiel hasta la muerte.
Atormentado, soporto tus golpes con resignación
tuya, si muero, será la sangre que corra.
¿Quién soy
yo, tan lejos de ti y sin embargo tan cerca?
Un mendigo que canta. Layla ¿me oyes?
Libre del
trabajo arduo de la vida,
mi soledad, mi pena y mi aflicción son para mí felicidad.
Y, sediento, en la corriente del dolor me ahogo.
Hijo del sol, padezco hambre por la noche.
Aunque separadas, nuestras dos almas amantes se unen,
pues la mía es toda tuya y la tuya es mía.
Dos enigmas
somos para el mundo,
uno responde al hondo lamento del otro.
Pero, si nuestra separación nos divide en dos,
una luz radiante nos envuelve en común,
como procedentes de otro mundo.
Lo que allí es uno, aquí está separado.
No
obstante, si bien los cuerpos se separan,
las almas libremente vagan y se comunican.
Yo viviré para siempre:
compartiendo tu vida por toda la eternidad,
yo viviré si tú permaneces contigo.
Nezamí
Ganyaví – Nizami
Persia (1141 – 1209)
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